RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

miércoles, 9 de julio de 2008

zoilolobo: LA PREMONICIÓN (para menores de 60 años)

zoilolobo: LA PREMONICIÓN (para menores de 60 años)

1 comentario:

  1. LA RUEDA DE LA VIDA O TODO EMPIEZA EN DONDE ACABA
    Por: Antonio Pedro Dorta ( Julio de 2005)

    Antes del principio.

    Cada uno de nosotros muchas veces se queja de no haber encontrado aquello que buscaba. A veces eso que escudriñamos en la vida nos rodea y nos envuelve sin saber que lo hace.

    Mi personaje espera el final. Reconoce sus errores en la búsqueda y se da cuenta o quiere hacerlo que siempre la tuvo a su lado. " La suerte" que puede ser una mujer o cualquier otra cosa. Aquí la personifico en ella, cada cual que lo haga en sus deseos incumplidos. Que mire a su alrededor a ver si se da cuenta tal y cómo él reconoce su error o cree reconocerlo o se queda simplemente esperando su muerte. Como la final comienza el origen que cada cual pare la rueda en el lugar que le convenga.


    El principio.

    Serían las cuatro o las cinco de la madrugada, qué mas da una hora, un mes o un año de más o de menos, para Adolfo. Sentado en su especie de sillón mecedora, se aferraba con sus manos a los dos apoyabrazos del mismo, como quien se ase a un trozo de madera flotante después de un naufragio.

    Mira al techo por momentos intentando encontrar en sus manchas señales de su historia. Su cabeza reposa en un viejo y raído cojín que él mismo u otra persona puso tras su cabeza.

    Dos viejas babuchas envuelven sus delgados pero trabajados pies.

    ¿ Quién se lo iba a decir?.


    Sólo una luciérnaga daba tumbos en el viejo sucio bombillo intentando también, a su manera, encontrar la solución de su vida en la luz. Adolfo mira y piensa y al mismo tiempo envidia a la luciérnaga. Cree que al menos ella, tiene una luz en su vida.

    Sólo llega a sus oídos el sonido de un viejo grillo que también a lo lejos pide compañía.
    Sabe que todo lo que le rodea y mira, le recuerda lo mismo. La soledad. Sólo comparten… la soledad.

    Dormir no quiere. Sus sueños se disparan como dardos envenenados en una mente que acaba sus días. Por la comisura de sus labios una lágrima bucal aparece y es que su boca también llora, pues no puede salir tanto dolor por sólo sus ojos del alma.

    Por la ventana entreabierta pasan más cosas aparte del sonido de la noche. La cortina parece una bandera ondeando en medio viento. En su frente una vetusta puerta y que con las manchas del tiempo, como fotos de su pasado, se proyectan en ella hacia él. Espera , la espera como quien desea que el buen amigo regrese de fuera. Espera que lo vengan a buscar para su último viaje... Razones, le sobran, pensarán unos y razones le faltan, pensaran otros y si no juzguen ustedes, estimados lectores, según algunos de los tantos y variados casos que le ocurrieron a Adolfo y de los que sólo mencionaré algunos y esperando que después de su lectura no se les olvide mirar con más detalle a quién acompañan en las casualidades de la vida.

    El parque.

    Sentado en un banco del parque, banco de piedra con respaldo de aire, se encuentra intentando no pensar. Una vieja estatua le recuerda la figura de alguien que debió amar a las palomas porque son las únicas que le dan validez al busto. Con su brazo izquierdo ligeramente doblado y la mano apoyada en su mentón. Su mente vuela. Vuela a encontrase con lo que nunca será.

    En el otro extremo del banco alguien mueve el cochito. Por su forma de moverlo parece que en su interior alguien duerme el sueño de los inocentes. A lo lejos oye como los otros niños mayores intentan jugar a ser hombres.

    La mira por momentos con el rabo de ojos. No desea que ella perciba que él reconoce que alguien más comparte su lugar, pero no se da cuenta de que Amalia hace lo mismo con él.

    Creen recordarse, pero no saben de qué.

    El trabajo.

    Los tiempos o las formas no son buenos. Caminado por estrechas rutas se llega al deseo. El vivir del trabajo para Adolfo es el lamento de un mudo labriego contable de una empresa de más de ésas que no dejan tiempo para amar. Ese podríamos decir que era su forma de obtener lo necesario para vivir. En su camino, en su doblada ruta aparecía siempre la figura de su autobús. Línea 13. Como siempre y en hora punta, la gente parecía rebelarse al silencio matutino. Los cálidos bacanales de aire iban dando forma al sufrido interior. Amalia desde el fondo lo miraba sin fijarse. Pensaba que se parecía por detrás al hombre de sus sueños. De pronto, como volviendo en sí, recuerda que ya le faltan pocos meses para casarse con Aurelio. Moviendo ligeramente la cara de lugar empieza a mirar por lo que rápidamente se desplaza de forma pelicular tras su cristal más próximo.

    Adolfo intenta de nuevo asirse lo más fuerte que puede a la barra superior. Con tanto movimiento, podría caerse y se gira como media hora de su reloj personal. La vista es la misma,… pero no. Al fondo hay alguien. La mira bien y dando tres pasos adelante, la saluda. ¿ Qué tal, Rosa? .dijo Adolfo algo nervioso. Bien, ¿y tú? Una leve sonrisa marca su carmín. Adolfo contesta de manera que ella se sienta bien y atraída. Entonces algo le distrae y dirigiendo su mirada a la derecha pone sus ojos en el perfil de Amalia que seguía observando la vida por el cristal. La recuerda, pero no sabe de qué. Vuelve al presente y ambos se bajan en la plaza Castilla. Desde su lugar, el lugar que ella misma eligió, Amalia los contempla a ambos y reconoce que forman una buena pareja, cree que lo son, aunque algo en su interior, le dice que se equivoca, pero no sabe lo que es. Rosa y Adolfo son vecinos y comparten el camino hacia su bloque de viviendas hablando intrascendentemente.

    Las compras

    En el silencio vespertino, almacenes y más almacenes de unas interminables calles de ofertas. Escaparates vividos pero no compartidos en continente por Adolfo. Se para por parar y mira por mirar. Pero tras la sombra oscura que la esfera de un viejo reloj pendular marca en los cristales, ve una figura femenina. Hay una cara tras él, aunque no la distingue bien. Y escucha:

    Nos quedaría bien para el salón, dice Aurelio.

    Amalia que no está muy interesada en eso, cariñosamente lo toma por su brazo y le propone ir al siguiente. En ese momento se fija en Adolfo, de nuevo el revés de alguien que sin saber porqué le llama la atención. Pero sin dar importancia a sus sentidos y con el asentimiento de su novio siguen el camino para ver que le pondrían a su nueva vivienda.

    Era guapa, pensó Adolfo. Pero que pena no se fijo bien porque las manecillas del reloj se lo impidieron, tras la sombra-espejo del escaparate, pero su voz le llamó poderosamente la atención. Tenía un timbre conocido pero no sabía de que ni de dónde….

    El cine

    En la nocturnidad de un día cualquiera, en un momento de cine. Adolfo sentado de nuevo y esta vez acomodado en su butaca espera que lo que vea lo traslade más allá por el precio de un sueño. Delante dos adolescentes se inician en su nueva forma de vida. Detrás una pareja en voz baja hace pequeños comentarios. La voz le resulta conocida, pero no la recuerda. Amalia y Aurelio discuten en voz baja. No están de acuerdo en casi nada. Ni siquiera saben bien lo que hacen ahí. Él le reprocha a ella el haberlo llevado hasta aquél lugar. Adolfo no se puede concentrar en lo que ve. Hasta que se oye un golpe seco, una mujer llora mientras Aurelio con aire de matón rápidamente abandona la sala. La gente emite una protesta, más para que se callen que por la agresión que entre la sombras han presenciado. Tras la cobardía de la oscuridad todos participan de la misma. Adolfo se levanta entre silbos y en la noche del cine, cambia de lugar hasta tomar el de Aurelio.

    Le pregunta, intenta vanamente consolar y ayudar a quien esta harta de recibir tanto en casa como fuera, esas locas pruebas de un supuesto amor. Ella, sólo alcanza a medio ver las manos de Adolfo mientras que con las suyas, próximas a la rodilla trata de cubrir su rostro mientras un pequeño hilillo de sangre se le escapa mezclado con sus lágrimas por entre sus dedos. Dado que su voz, la de Adolfo, le resultaba conocida optó por no mirarlo. El en voz muy baja, casi a nivel de susurro intenta consolarla, habla, le dice muchas cosas y ella sólo mueve la cabeza con asentimiento. Aprovechando la oscuridad que le da el valor que nunca tuvo a la luz le dice cosas que nunca sabremos por nosotros mismos. Cosas que nacen de la complicidad o del conocimiento anterior al nacer de cada uno de ellos. Su alma se abre ante el sueño de su vida sin saber que no se ven. De pronto, Amalia, con la tristeza de haber hecho algo malo al simplemente escuchar y asentir, se levantó y salió corriendo, más bien huyendo de la sala. Mientras él, parado y sin saber bien lo que hacer se quedó en donde no debió de hacerlo. Tomo con fuerza y con sus manos los apoyabrazos del sillón. El resto que oía y lo que veía en ese cine, no lo entendía. Vivía dos escenas. Una real y otra en ficción, ambas trataban de cosas similares y nunca llegó a entender ninguna. Pero sí sabía una cosa, que se parecía mucho la chica de hoy a la que formaba parte de esa pareja a la que vio el día de su boda años atrás cuando en uno de sus paseos, el arroz que algunos amigos tiraban lo hizo pararse y observar. Observaba sin saberlo la boda de Amalia. Puro amor lleno de sueños, pensó ese día él con una envidia sana.

    La realidad

    Una mosca le distrae su vida. Adolfo sentado de nuevo en su vieja silla del final vital cree que ya le llega el momento de la despedida. No va a ser así, pero es que la mosca lo sabe mejor que él.

    Recuerdos finales llega de nuevo a su mente. Recuerdos de cruces de vidas personales y quizás el entendimiento de lo que siempre tuvo a su alcance y nunca quiso ni pudo coger. De las tantas situaciones y encuentros con la misma persona a lo largo de su vida. De su soledad y de la soledad de ella.

    La razón y el final

    Recordaba con rabia como sólo un año atrás y caminado por zonas de siempre ….La sirena parece que se acerca pensó. ¿Qué habrá pasado? Se dirige hacia el lugar en dónde paró la luz intermitente y amarillosa que desprende la luz del peligro. Va poco a poco, ya apenas puede andar y un bastón lo ayuda en su proceder. Cuando llega observa, sacan a una vieja anciana del interior de la planta baja de una vivienda no muy crecida en altura, pero sí en años. Coincide con la morada que se encuentra justo detrás de la suya y en la misma manzana. La llevan en camilla, antes de entrarla en la ambulancia se le cae la sábana que cubre su rostro. Le suena conocida, Dios, pero que muy conocida. Su corazón de pronto se acelera, como si quisiera salirse en pos de la anciana muerta que está viendo. La conoce, seguro, pero no sabe bien de qué. Alguien dice por detrás ¿Qué pena?. Vivió maltratada y murió sola. Adolfo dándose la vuelta pregunta su nombre. El vecino le contesta: ¡Parece mentira que no lo sepa! Es la pobre Doña Amalia. Hace muchos años que lleva esperando y hablando de que alguien que conoció en un cine vendría a buscarla y rescatarla. Estaba loca. ¡Quién la iba a venir a buscar! Seguro que ahora lo encuentra, pero será ya en la otra vida, porque lo que me parece que en está ….. Dijo con una sonrisa. Seguro que si, jajajaja dijo otra de sus cuidadas y arregladas vecinas. Adolfo no salía de su asombro, acababa de entender el por qué de su vida, la razón de los sillones y de los lugares. Era ella, la del cine, la del banco del parque la del autobús del trabajo, la de la boda, la de TODA SU VIDA. Con la prisa que pudo, regresó a su cuarto vivienda, entró en él y decidió esperarla. Esperar que entrara acompañada del fin de sus días para poder así vivir juntos con la muerte.

    Y el principio.

    Serían las cuatro o las cinco de la madrugada, qué mas da una hora, un mes o un año de más o de menos, para Adolfo. Sentado en su especie de sillón mecedora, se aferraba con sus manos …



    30 de julio de 2005.

    Autor: Antonio Pedro Dorta

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