RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

miércoles, 3 de septiembre de 2008

CARNAVAL

Si existe una fiesta grande por excelencia esa no es otra que la de Carnaval. Y resulta así de grande porque el pueblo la exige. Y cuando el pueblo la exige poca cosa pueden hacer las autoridades para evitar que se produzca. Ni siquiera cambiándole el nombre como ocurriera antaño intentando el estado, en perfecta connivencia con la iglesia o viceversa que TANTO MONTA, MONTA TANTO......, rebautizarla con aquel eufemismo de FIESTAS DE INVIERNO.

Sin restarle importancia a los celebrados en Santa Cruz, los Carnavales del Puerto competían con los de la capital con una dignísima calidad lúdica por todos aceptada.

Al no coincidir ámbos en las mismas fechas había ocasión para disfrutar de los dos indistintamente. Bien porque los portuenses se desplazaban a Santa Cruz cuando aquellos o bien los santacruceos se venían hasta el Puerto cuando estos. Con este trasiego carnavalero el número de participantes aumentaba sobremanera en cada una de las dos ciudades lo que garantizaba la algarabia, el jolgorio y todo lo que conlleva la tradición pagana de la fiesta.

He querido empezar este lote ilustrando el primer comentario con una foto que refleja muy bien un rito lejano traido desde Cuba hasta Canarias y que se conoce bajo el nombre de "matar la culebra". Este rito, en el Puerto de la Cruz, está generalmente reservado al disfrute de los niños, tal y como muestra la fotografía.

En los muchos carnavales vividos por mí en Santa Cruz nunca advertí que se produjera este fenómeno ritual por lo que me inclino a pensar que solo es exclusivo del Puerto de la Cruz y sus niños.

Existe un librito que habla de este rito tradicional. En este momento no estoy en condiciones de ofrecer más datos, tales como el autor o la editorial pero prometo que, en breve, aportaré la referencia completa.



22 comentarios:

  1. El Carnaval de Tenerife

    El Carnaval en Santa Cruz de Tenerife está entre los tres más importantes del mundo, por su colorido, participación y grandiosidad, su clima y la tranquilidad con que se puede disfrutar de la fiesta.
    FotosCarnaval 2007

    Un poco de historia

    Fueron los conquistadores de las islas quienes, llegados a Tenerife a mediados del siglo XV trajeron tradiciones ligadas con las fiestas del Carnaval, que se celebraban también en todos los dominios de la Corona.

    Sin embargo, consta que las familias pudientes de la isla, según testimonio de escritores y viajeros de la época, acostumbraban en s. XVIII, a celebrar bailes y fiestas a los que invitaban a viajeros distinguidos.

    Los antecedentes de las máscaras del Carnaval eran las denominadas tapadas de Santa Cruz, quienes iban a la fiesta de la Calle del Pilar con sus rostros cubiertos. Tras la caída de la Segunda República y el comienzo de la Guerra Civil Española (1936-1939), se veta el carnaval hasta la década de los setenta.

    A partir de 1945, los tinerfeños comienzan a celebrar el Carnaval de forma clandestina en sus casas, aunque tanto las autoridades civiles como el Clero siguen prohibiendo su celebración. En 1965 se acordó solicitar que las Fiestas de Invierno, como antes denominaban a los Carnavales, fuesen declaradas de interés turístico, por lo que dos años más tarde, en 1967, el Carnaval se convirtió en Fiestas de Interés Turístico Nacional. El nombre de Fiestas de Invierno se mantuvo hasta 1976, año en que de nuevo, y ya sin las censuras que caracterizaron la dictadura franquista, adoptaron la denominación de Carnaval.

    No obstante, fue el 18 de enero de 1980, cuando el carnaval de Santa Cruz de Tenerife alcanzó su más alto reconocimiento, al ser declarado Fiesta de interés Turístico Internacional por la Secretaría de Estado para el turismo.

    En la actualidad, los diferentes grupos del Carnaval han paseado el nombre de la isla de Tenerife, tanto por la geografía española como por diversas partes del mundo, convirtiéndose así en el segundo más popular y conocido internacionalmente, después de los que se celebran en Río de Janeiro (Brasil).
    Agrupaciones del Carnaval

    Las agrupaciones del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife fueron creciendo y mejorando al mismo tiempo que la fiesta.

    Las coloristas comparsas, las murgas, con sus canciones críticas y sus instrumentos de cartón, y las rondallas, las más antiguas y tradicionales de la fiesta, que interpretan piezas de lírica española y ópera, son las protagonistas indiscutibles de la fiesta.

    Comparsas - Ya en el primer tercio del siglo XIX existe documentación sobre la presencia de unas agrupaciones denominadas comparsas.

    En la primera década del siglo actual, la presencia de comparsas, rondallas y parrandas es numerosa en diferentes medios de comunicación.

    Es a partir de 1910, con el inicio de los concursos de rondallas, cuando empieza a diferenciarse entre comparsa, rondalla y otro tipo de agrupación carnavalera.

    Murgas - Estas agrupaciones del carnaval que se dieron a conocer durante la década de los veinte y treinta, gozaron de una enorme popularidad con la implantación de las Fiestas de Invierno.

    Así, de la cara pintada y los instrumentos confeccionados con caña y cartón, sus componentes pasaron a llevar una indumentaria bastante más cuidada, lo que se convirtió en una nueva forma de entender la murga.

    Las letras de las canciones de éstas agrupaciones se caracterizaban por la crítica, la ironía y la sátira, por medio de las cuales transmitían al pueblo tinerfeño el reflejo de la realidad política y social de la época.

    De todas estas agrupaciones, sin duda la pionera fue la NI FU–NI FA. Esta murga a partir de 1961 y durante cinco años consecutivos, obtiene el primer premio del concurso de murgas, lo que la convierte en la formación “alma mater”, por exelencia de esta modalidad.

    Rondallas - En sus inicios, las rondallas se disfrazaban con atuendos de las murgas. En un principio se buscaba la picaresca en las letras de las rondallas. Son una agrupación de personas con acompañamiento de guitarras o instrumentos de pulso y púa. Ya en 1961 comenzaron a celebrarse concurso de rondallas.

    El número de estas agrupaciones se ha ido reduciendo año tras año, mientras que se ha producido un espectacular aumento de murgas y comparsas.
    Carnaval de Tenerife en el libro Guiness de los Records

    En 1987 el carnaval de Santa Cruz de Tenerife escribió una página histórica en lo referente a la participación de público en un baile celebrado en un lugar abierto, y se incorporó a las páginas del Guiness Book of Records.

    En aquel año, el baile del Martes del Carnaval, que amenizaron la orquesta Billo´s Caracas Boys y Celia Cruz en la Plaza de España, logró congregar la asombrosa cifra de más de 200.000 personas, en medio de un espectáculo con más de 40.000 watios de sonido y una iluminación espectacular, con efectos especiales y rayos láser.
    Concursos de Carnaval

    Estos concursos servirán para hacer la selección de los ganadores de cada grupo. Habrá concursos para cada una de las agrupaciones que participan en el carnaval.
    Agrupaciones musicales
    Murgas
    Gala de la reina infantil
    Gala reina de la 3º edad
    Comparsas
    Rondallas

    Las zonas de fiesta se desarrollan en la Plaza de España, la Alameda del Duque de Santa Elena, la Avenida Anaga, la Plaza del Príncipe y las calles de Villalba Hervás y de Bethencourt Alfonso.

    Son en estas calles donde las orquestas latinas y la animación de las múltiples carrozas alegóricas, llenan la noche y parte del día, del ritmo trepidante de la música y el espectáculo.

    Para que la participación sea total, hay que disfrazarse y para ello se pueden comprar todo tipo de artículos de carnaval en cualquier juguetería, bazar, grandes almacenes y tiendas de textil, que se encuentran situadas en las calles del castillo y Rambla Pulido.

    En ellas encontrarás algún disfraz y complementos para ser parte del magnífico Carnaval de Santa Cruz de Tenerife. Participar en la enorme fiesta desplegada por toda la ciudad es solo cuestión de imaginación y ganas de divertirse, ya que el Carnaval es el momento en el que más que nunca, nadie es forastero en Santa Cruz de Tenerife.

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  2. Carnaval de Santa Cruz de Tenerife

    El Carnaval de Santa Cruz de Tenerife ostenta, junto con el Carnaval de Cádiz, la máxima consideración para fiestas que concede el ministerio con competencias en turismo en España. Miles de personas salen a la calle cada año durante más de una semana. El 18 de enero de 1980 fue declarado de Fiesta de Interés Turístico Internacional, por la Secretaría de Estado para el Turismo y es uno de los carnavales más importantes del Mundo.

    Cuenta con dos partes bien diferenciadas, el carnaval "oficial" y el carnaval en la calle. El carnaval oficial cuenta con más de 100 grupos con una media de 50 componentes cada uno: murgas, comparsas, grupos de disfraces, rondallas y agrupaciones musicales.

    Miles de personas salen cada día a la calle a participar con un disfraz. Bailan al son de orquestas y de los ritmos caribeños y de moda durante toda la noche. La gente "vacila" y disfruta por las calles cada noche durante más de una semana.
    Tabla de contenidos
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    * 1 Historia
    o 1.1 Polémica por el ruido
    + 1.1.1 Nueva Ley de fiestas
    * 2 Temáticas del Carnaval
    * 3 Relación de días y actos
    o 3.1 Miércoles
    o 3.2 Viernes
    o 3.3 Sábado
    o 3.4 Lunes
    o 3.5 Martes
    o 3.6 Miércoles de Ceniza
    o 3.7 Viernes, Sábado y Domingo de Piñata
    * 4 Concursos
    * 5 Véase también
    * 6 Enlaces externos

    Historia [editar]

    Aunque con casi total seguridad, el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife se celebra desde los primeros asentamientos europeos (en 1605 Gaspar Luis Hidalgo, aludía a la costumbre de invertir los sexos por medio de disfraces), las primeras referencias escritas datan de finales del s. XVIII, a través de los escritos de los visitantes y después, mediante disposiciones oficiales que buscaban el orden social durante su celebración.

    El diario de Lope Antonio de la Guerra y Peña en 1778 recoge un baile celebrado en la capital. Ya por entonces se hablaba de comparsas. En 1783 un bando publicado por el Corregidor, vetaba el uso de máscaras “por estar prohibidas por Reales Ordenes” aunque en la práctica, nunca se cumpliría llegando a ser famosas la aparición de "las tapadas" en la noche carnavalera (alta burguesía con máscara mezclada con el pueblo llano). En el año 1891, está fechada la aparición, por vez primera, de una rondalla como agrupación propia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife. El Orfeón de Santa Cruz fue fundado en 1897.

    Durante las dictaduras de Miguel Primo de Rivera (1923-1935), y del General Franco (1940-1960 fundamentalmente), pasaron a denominarse "Fiestas de Invierno" como ardid para evitar la prohibición, a pesar de dicha prohibición sobre su celebración y tal como había ocurrido en los siglos anteriores, se siguió celebrando en Santa Cruz de Tenerife, como único lugar junto Cádiz y La Isleta en Las Palmas de Gran Canaria, el carnaval. En este tiempo, en el año 1954, primero como Los Bigotudos, y hoy conocidos como Afilarmónica NiFú-NiFá, veía la luz la primera murga. En 1976, acabado el período franquista, la denominación de "Fiestas de Invierno" termina y vuelve el carnaval aunque sólo lo hacía el nombre, la fiesta nunca se había ido.

    Desde 1962 se realiza un cartel del Carnaval en cada edición. Desde entonces, artistas de la talla de Juan Galarza, Gurrea, Javier Mariscal, Dokoupil, César Manrique, Cuixart, Pedro González, Fierro, Paco Martínez, Mel Ramos, Enrique González, Maribel Nazco, Elena Lecuona y un largo etcétera han realizado los mismos.

    En 1987, una actuación de Celia Cruz junto a los Billo's Caracas Boys, a la que asistieron 250.000 personas, fue registrada en el Libro Guinness de los récords como la mayor congregación de personas en un plaza al aire libre para asistir a un concierto, marca que se mantiene en la actualidad.

    El escenario principal de los concursos y elección de la Reina era la plaza de España. Desde 2006 hasta 2008 estuvo en obras y su nuevo espacio ya no sirve para la celebración por lo que se trasladó a la misma a la explanada de aparcamientos frente al Parque Marítimo César Manrique.

    Hoy en día, las entradas para los diferentes actos, especialmente la Final de Murgas Adultas y Gala de Elección de la Reina, se venden por completo (el aforo supera los 20.000 asientos) entre 15 y 60 minutos después de ponerse a la venta, todas las localidades. La Gala de la Reina, espectáculo con un escenario que corona a la primera dama de las fiestas, es retransmitido cada año por alguna cadena nacional para todo el país y emitido vía satélite a todos los continentes.

    A partir de 2007, la preparación del Carnaval siguiente se adelanta. El cartel del Carnaval 2008 de Santa Cruz de Tenerife, obra de Juan Galarza, fue presentado el 5 de agosto. Es el punto de partida del resto de preparativos. Apenas dos meses después del final del Carnaval, se presentó el cartel de 2009.

    Polémica por el ruido [editar]

    En enero de 2006 un grupo de vecinos de la propia Santa Cruz de Tenerife presenta una denuncia ante el Contencioso-Administrativo, avalado por ocho comunidades de edificios y diez vecinos de la zona conocida como "cuadrilatero" (zona central de los festejos), en el que se solicitaba la suspensión de los actos de Carnaval en el centro de la ciudad. Varios grupos carnavaleros decidieron personarse voluntariamente en el pleito para pedir daños y perjuicios. El Ayuntamiento hizo lo propio reclamando no menos de 180 millones de euros para responder a los perjuicios colaterales. Finalmente según consta en el auto, "la petición genérica de suspensión de los carnavales es excesiva y de ningún modo podría ser objeto de una íntegra estimación. Es obvio que el carnaval está compuesto por una pluralidad de actos diversos y la adecuación social de las molestias y ruidos que producen unos y otros han de tener valoraciones separadas y según la realidad social del tiempo en que las normas han de ser aplicadas pues, como advierte el Ministerio Fiscal, no todos esos actos tienen la misma capacidad para vulnerar derechos fundamentales, por lo que de ningún modo se legitima la petición de suspensión general de Carnaval en razón de la vulneración de derechos fundamentales". El auto matizaba que se rompió el principio de buena fe al no avisar al Ayuntamiento, al denunciar poco tiempo antes del Carnaval y por ir dirigida al conjunto global de actos. Precisamente esto dejó la puerta abierta a una ulterior demanda. Ese mismo año un temporal que castigó Tenerife provocó, por primera vez, la suspensión de la Apoteosis del Carnaval chicharrero.

    Esta decisión fue recurrida por los vecinos ante la sala de lo contencioso-administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Canarias (TSJC), que resolvió el proceso de vulneración de derechos fundamentales por el Carnaval del año 2006 y también del 2007. En el fundamento jurídico quinto de dicha sentencia, no se estimó procedente la suspensión cautelar. Sin embargo, el TSJC indicó que "en ningún caso" el ruido de la fiesta nocturna podía superar los 55 decibelios y que el Ayuntamiento debía adoptar las medidas necesarias para controlarlo, trasladando, si fuera necesario, "las actividades nocturnas a zonas no residenciales" [1]. El jueves 8 de febrero de 2007, un juez del Contencioso-Administrativo nº 1 de la capital, suspende de forma cautelar los bailes nocturnos que se celebraran en la zona centro, por considerar que violan los derechos fundamentales de los vecinos. El lunes 12 de febrero de 2007, tras la reunión con las partes que manifestaron posturas irreconciliables, el juez declara inadmisible la suspensión de los actos del Carnaval en la calle. La razón es que esta medida fue resuelta ya para el año 2007 por una sentencia de 2006 de la sala de lo contencioso-administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Canarias.

    Nueva Ley de fiestas [editar]

    El Parlamento de Canarias reunido en pleno extraordinario aprobó por unanimidad el 14 de febrero de 2007 una nueva ley, con publicación y entrada en vigor inmediata recogiendo una nueva regulación sobre las fiestas populares en Canarias. De esta forma, la nueva ley permite a los ayuntamientos fijar, a través de una ordenanza municipal, las fechas en las que la legislación ambiental sobre ruidos no es de aplicación por ser contraria al interés general. De esta manera, el legislativo canario zanja la cuestión de los ruidos en las fiestas permitiendo su celebración y cerrando la vía judicial ordinaria a los ciudadanos, pues a partir de su entrada en vigor no se puede impugnar ante el órgano judicial ordinario.

    Temáticas del Carnaval [editar]

    * 1998 - La Edad Media
    * 1999 - El mundo del cómic
    * 2000 - Los Piratas
    * 2001 - Odisea en el espacio
    * 2002 - Los años 20
    * 2003 - El lejano Oriente
    * 2004 - Celia Cruz
    * 2005 - Los musicales de Hollywood
    * 2006 - Tribumanía
    * 2007 - La moda
    * 2008 - La magia
    * 2009 - El cine de Terror

    Relación de días y actos [editar]

    Las semanas anteriores al miércoles de elección de la Reina, se suceden los concursos de comparsas adultas e infantiles, agrupaciones lírico-musicales, rondallas, Reina de la Tercera Edad, Reina Infantil y murgas adultas e infantiles. También se escoge la canción oficial del carnaval y se presentan las que serán candidatas a Reina Adulta en el salón noble del Ayuntamiento. Asimismo, tienen lugar el festival coreográfico, el concurso de disfraces que premia los más originales y el de carrozas o coches engalanados. Casi un mes antes, todo arranca con la presentación oficial en la Calle de La Noria. Poco antes de Navidad, se desvela cuál será el cartel del Carnaval, siempre objeto de controversia entre los chicharreros.

    Miércoles [editar]

    El miércoles previo al fin de semana del carnaval se elige a la Reina del Carnaval en una gala que suele retransmitirse para todo el país, además de la emisión en satélite. Durante la gala, desfilan las candidatas por un escenario colocado en la Plaza de España de la capital. Un jurado compuesto por los miembros de la corporación municipal y personas famosas serán los encargados de elegir a la reina. En los últimos años se realiza también una votación vía sms. Una vez elegidas las damas de honor, el alcalde hace entrega del cetro a la ganadora. Los trajes pesan una media de 150-200 kilos por lo que las candidatas se ayudan de ruedas para transportarlos. El precio de los trajes es muy alto, por lo que es necesario que tengan un patrocinador, generalmente una de las multinacionales que tienen un establecimiento en la isla. El "Hogar Canario Venezolano" envía también a su propia candidata, pero ésta queda de sorteo y ostenta una posición privilegiada en la cabalgata posterior. Suelen estar hechos de plumas y pedrerías. La reina será la encargada de representar al carnaval en las distintas ferias de turismo a las que acuda una representación de Canarias.

    Viernes [editar]
    Miss Peggy y la rana Gustavo en la cabalgata del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife (2006)
    Miss Peggy y la rana Gustavo en la cabalgata del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife (2006)

    El viernes tiene lugar la cabalgata anunciadora, en la que todos los grupos carnavaleros recorren las principales arterias de la ciudad "anunciando" la llegada del carnaval. Comienza en el Parque de la Granja, para concluir en la plaza de España. Atraviesa las ramblas, la plaza Weyler y la calle Méndez Núñez para volver a Las Ramblas y de ahí girar hacia la avenida Anaga y terminar. La reina y las damas de honor pasan en su propia carroza, escoltadas por comparsas. Las murgas y rondallas van repartidas por la comitiva. Las carrozas privadas también participan en la cabalgata. En total, son más de 4 horas a ritmo de batucadas y otros ritmos latinos. Al finalizar, bien entrada la noche, da comienzo la fiesta oficialmente en la calle.

    Sábado [editar]

    El Sábado de Carnaval es un día dedicado íntegramente al baile. Hay tres escenarios principales repartidos por toda la ciudad, en la Plaza de España, en la Plaza del Príncipe y en la Plaza de Europa. En ellos actúan grupos generalmente de música latina. Los bailes no sólo abarcan esos tres puntos sino todas las calles que las conectan, calles llenas de chiringuitos y carrozas con su propia música. Una de las calles principales del carnaval es la calle "Bethencourt Afonso" conocida popularmente como "calle San José".

    Lunes [editar]

    Es el día grande de la fiesta, con actuaciones estelares en los principales escenarios instalados en la capital.

    Martes [editar]

    El martes tiene lugar el "Gran Coso Apoteosis", una cabalgata que discurre por la avenida Anaga y que supone el fin del carnaval oficial. Vuelven a desfilar los grupos del carnaval, pero esta vez de día y en un espectáculo celebrado especialmente por turistas, llegando en autobuses (llamados guaguas por los chicharreros) y cruceros desde las zonas turísticas de las islas.

    Miércoles de Ceniza [editar]

    El miércoles de ceniza, primer día de Cuaresma, se celebra el Entierro de la Sardina. Las calles de Santa Cruz se visten de luto para acompañar a una sardina gigante de cartón, hecha por los presos de la prisión Tenerife II, en sus últimos momentos antes de ser quemada. Durante el recorrido, se pueden oír los gritos desesperados por la muerte de la sardina de las "viudas". También destacan las burlas a la Iglesia con muchos participantes vestidos de papas, obispos y monjas imitando bendiciones y demás ritos religiosos en muchas ocasiones acompañados de objetos de índole sexual. Hace unos años, la decisión del ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife de trasladar el entierro de la sardina al viernes, haciéndolo coincidir con la llegada de unos cruceros turísticos a la ciudad, desató una polémica que llevó a que algunos grupos organizaran un entierro de la sardina alternativo el miércoles.

    Viernes, Sábado y Domingo de Piñata [editar]

    Fin de semana que pone el término a Don Carnal hasta el año siguiente y cuyo protagonismo, sobre todo el sábado, ha crecido en las últimas décadas hasta el punto de tener alguna actuación de renombre internacional casi al mismo nivel que el propio lunes.

    En 2008 se celebró por primera vez el Carnaval de Día, en principio programado para el Sábado de Piñata pero finalmente trasladado al Domingo de Piñata por inclemencias meteorológicas. De 12.00 a 16.00 horas, tuvieron lugar actuaciones musicales de forma simultánea en 5 escenarios distribuidos por el centro de la ciudad.

    El Domingo de Piñata se celebran por la mañana el concurso de automóviles antiguos y la tradicional actuación de la Afilarmónica NiFú-NiFá en la Plaza del Príncipe. El carnaval se despide por la noche, con una exhibición pirotécnica.

    Concursos [editar]

    * Murgas Adultas: Es el principal concurso del Carnaval santacrucero, en el que las murgas cantando lo mejor de su repertorio tienen que hacer vibrar el abarrotado aforo.
    * Murgas Infantiles: Es la versión infantil del Concurso de Murgas Adultas, en el que los participantes son menores de 18 años.
    * Agrupaciones Musicales: Concurso en el que las agrupaciones musicales interpretan ritmos con clara inspiración caribeña.
    * Agrupaciones de la 3ª Edad: Está más orientado a la interpretación de temas relacionados con el folklore.
    * Concursos de Rondallas y Agrupaciones Lírico-Musicales: Es lo que se conoce como la parte "culta" del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, donde se interpretan temas de la lírica española, ópera y el "género chico" (La Zarzuela). Se trata de agrupaciones líricas con acompañamiento de guitarras o instrumentos de pulso y púa. El primer concurso de Rondallas data de 1961.
    * Concurso de Coreografías Adultas: Para la ocasión, gente "amateur" monta coreografías, como si de ballets de musicales se tratase.
    * Concurso de Coreografías Infantiles: Versión infantil del concurso de Coreografías Adultas.
    * Comparsas Adultas: Se premia la presentación y la coreografía sobre el excenario.
    * Comparsas Infantiles.
    * Ritmo y Armonía: Es donde una comparsa demuestra lo que es realmente, y es desfilando y bailando a ritmo de batucada por la Avenida de Anaga. Es un concurso que no se sabe a qué hora termina.
    * Concurso de Carrozas.
    * La Canción de la Risa: Comenzó en el año 2005 y su finalidad es la de premiar la canción y puesta en escena más divertida creada para la ocasión. El tema es libre. En su primera edición, el premio se lo llevó "Los Hijos de Buda", con una canción muy irónica sobre la Familia Real Española.

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  3. Fiestas de Invierno 1964

    Fecha: Del 1 al 9 de febrero.

    Autor del cartel: Juan Galarza.

    Alcalde: Joaquín Amigó de Lara.

    Gobernador civil: José María Quiroga de Abarca.

    Obispo: Luis Franco Cascón.

    Presidente Cabildo: Isidoro Luz Carpenter.

    Capitán general: José Héctor Vázquez.
    Rondallas

    Masa Coral Tinerfeña (25 cuerdas y 45 coristas): Dtor: José Darias y de cuerdas Ramón Dorta. Fantasía Lituana. Interpretaron las obras: habanera «Voy en busca del olvido», de José L. Rivera; zortizio «El roncalés», de Ruiz de Luna y el fragmento «México», de la ópera «México cantor», de Francis López. Pasacalle: «Nochecita toledana», de A Cabrera. Solista: Emilio de la Torre.

    Orfeón La Paz (25 cuerdas y 55 coristas): Director: Manuel Hernández y de cuerdas Salvador Manger. Fantasía Inca. Interpretaron: habanera «Mi madre fue una mulata», de Trayer; «Canción canaria», de «La caravana», de M. Torroba, y la marcha opereta «Eva», de F. Lehar. Pasacalle: «Por una moza morena», de Casanova. Solistas: Reinero Febles y Manuel Hernández.

    UA El Cabo (25 cuerdas y 45 coristas): Director: Faustino Torres y Albertos. Fantasía Enmascarada. Interpretaron: habanera «Renaces tú», de Arturo Duo Vital; el fragmento «Don Gil de Alcalá», del «Brindis», de Perella, y el coro de segadores «Don Quintín, el amargao», de J. Guerrero. Pasacalle: «Cuando manda el corazón», de Benito Ulecia. Solistas: Manuel Bello y Cristóbal Pijo.

    Tronco Verde (35 cuerdas y 45 coristas): Director: Jesús A. Fariña Adán, y de cuerdas Aníbal Pérez (también arreglista musical). Fantasía Géminis 2000, inspirada en los hombres del espacio. Interpretaron: el fragmento «Noi Fratelli», de la ópera Hernani, de Verdi; «Petit vals», de Joel Hayne, y «Jinetes en el cielo», de Stan Jones. Solistas: Inocencio Perera y Jorge Cíe.

    Recinto: Plaza de Toros.

    Galardones:

    1º Interpretación y Premio de Presentación: Tronco Verde.

    2º Interpretación: Orfeón La Paz.

    3º Interpretación: Masa Coral Tinerfeña.

    4º Interpretación: El Cabo.

    Premio solista: Manuel Bello, de El Cabo.
    Murgas

    Los Afónicos (15 componentes, disfrazados de romanos), Ni FúNi Fá (22, marineros), Megatones (15, payaso), La Pechugona (12, payaso), Marte (16, «Ni se sabe») y Desamparados (15, Tío Sam).

    Recinto: Plaza de Toros.

    Organización: Delegación Provincial de Prensa, Propaganda y Radio del Movimiento en colaboración con «Radio Juventud».

    Galardones:

    Primer premio: Ni Fú - Ni Fá.

    Segundo premio: Desamparados.

    Tercer premio: Megatones.
    Carrozas

    Primer premio: AA VV San Sebastián.

    Segundo premio: Real Club Náutico.

    Tercer premio: Casino Principal

    Accésit: Centro Gallego y Barrio García Escámez.

    Además:

    Se conceden las primeras subvenciones a las murgas.

    Otorgado por segunda vez el premio al mejor solista.
    2 El Estadio Heliodoro Rodríguez López acoge el festival de galardonados.

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  4. Santa Cruz de Tenerife: Fiestas y Tradiciones





    La fiesta más conocida de Santa Cruz es el Carnaval. Está considerado como uno de los más importantes del mundo. Comparte con Cádiz el título de Fiesta de Interés Turístico Internacional, siendo dos formas distintas de celebrar y entender el carnaval. Su fecha de celebración varía cada año, aunque suelen coincidir en los meses de enero o febrero. Durante la época franquista, es decir, los 40 años de dictadura del general Franco, en estas dos zonas de España fue donde único se celebraron los carnavales, bajo la denominación de "Fiestas de Invierno", ya que estaban prohibidos su celebración como tal.

    Los bailes al son de la Salsa y de las Batucadas de las Comparsas duran toda la noche. La explosión del colorido tiene lugar con la elección de la Reina del Carnaval, luego, con la Cabalgata Anunciadora, dará comienzo el carnaval en la calle. Las murgas y rondallas son las encargadas de poner el tono picante y cultural de la fiesta, siendo la apoteosis del Carnaval santacrucero el martes de carnaval, con el gran colorido y desfile de la cabalgata, y al día siguiente el colorido de días anteriores se cambia por el negro del luto por el entierro de la sardina, que pone fin a las fiestas de manera oficial, aunque el Carnaval continua hasta el fin de la semana (viernes y sábado de piñata).

    En los últimos años ha existido una polémica con respecto a la celebración del entierro de la sardina. Mientras una parte de la población abogaba por mantener la tradición y celebrar el entierro el miércoles de ceniza, el Ayuntamiento, alegando motivos de asistencia, prefería desplazarla al viernes de piñata. En los Carnavales de 2004 se celebraron dos entierros, uno popular y otro institucional, mientras que en 2005 fue el Ayuntamiento quién promovió ambos entierros, no sin escucharse multitud de voces acerca de lo absurdo de la situación; ese año un grupo de personas llevó a cabo "un rapto" de la sardina que se iba a quemar el viernes, quemándola el tradicional miércoles [1].
    Fiestas de Mayo [editar]


    También ha cobrado gran importancia el baile de magos, celebrado la noche de la víspera del 3 de mayo, donde los asistentes visten los trajes tradicionales de las islas, llamados trajes de magos, y cenan al aire libre las comidas típicas traídas por cada uno. En 1999 esta fiesta batió el Récord Guinness al ser la cena al aire libre con mayor número de asistentes, que se estimaron en unos 8.000 [2]. En 2005 se trasladó la celebración del mismo desde la Plaza de España y de la Candelaria a la calle de la Noria y la zona aledaña.

    El domingo posterior al baile de magos, se celebra un paseo romero, en el que carretas engalanadas recorren algunas zonas de la ciudad entre música tradicional y comida típica.

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  5. Santa Cruz de Tenerife: Historia






    La historia de estas islas se inicia en el neolítico (edad de piedra), con los guanches, y ha estado marcada por el hecho de encontrarse en la ruta marítima de Europa hacia otros continentes. Célebres navegantes, como Cristóbal Colón, Alonso de Ojeda, Vicente Yáñez Pinzón y Juan Sebastián Elcano, hicieron escala en ellas durante sus viajes. En el siglo XV, como el resto de las Canarias, fueron incorporadas a la Corona de Castilla tras la firma del Tratado de Alcaçobas-Toledo. Unos pocos años después, Isabel la Católica autorizó a Alonso Fernández de Lugo a conquistar las islas de La Palma y Tenerife, lo que consiguió en 1496. Durante el siglo XVII sufrió numerosos ataques piratas. Tenerife mantuvo una fuerte rivalidad con Gran Canaria a causa de la capitalidad del archipiélago hasta la división de las islas en dos provincias, en 1927.

    Tenerife (antigua Pintuaria)
    Isla de España, la más grande de las islas Canarias; forma parte de la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Situada en el océano Atlántico, cerca de la costa noroeste de África, al noroeste del cabo Bojador, tiene forma triangular, con unos 97 km de longitud, una anchura que oscila entre 16 y 48 km y una superficie de 2.059 km2. En las montañas de la isla nacen varios ríos pequeños. En la parte noreste se encuentra el pinar de la Esperanza, un bosque de eucaliptos y pinos. Su orografía, de origen volcánico, es prolongación de la cordillera del Atlas. El pico del Teide (3.718 m), el más alto de España, ocupa la parte central y constituye la divisoria de las dos vertientes. El clima es tropical templado por la influencia marítima, con escasas precipitaciones. El suelo es fértil y entre los productos agrícolas destacan los dátiles, las palmeras de cocos, frutas, cereales, maíz, tomates, algodón y azúcar. El turismo tiene gran importancia económica. Santa Cruz de Tenerife, capital de la provincia, es la ciudad más importante y el principal puerto de la isla; la segunda ciudad más grande es San Cristóbal de la Laguna.

    El nombre Tenerife significa ’montaña nevada’ en guanche, pueblo que habitaba la isla desde fines del neolítico. Por el Tratado de Alcáçovas (1479), la isla fue anexionada a Castilla, aunque no completó su dominio hasta 1496. En junio de 1936, Francisco Franco y otros oficiales del Ejército se reunieron en Tenerife para planear la rebelión que provocó la Guerra Civil española. Población (1995), 680.190 habitantes. en Tenerife para planear la rebelión que provocó la Guerra Civil española.

    La Gomera
    Isla de España, situada en el océano Atlántico y perteneciente a la provincia de Santa Cruz de Tenerife, en la comunidad autónoma de las islas Canarias. De origen volcánico, tiene una forma redondeada muy parecida a la de Gran Canaria, con el volcán Garajonay (1.487 m) coronando el centro de la isla desde el que se abren gargantas, barrancos y torrenteras que llevan el agua de las lluvias hacia la costa.

    Lo accidentado del terreno, su clima nublado y la escasez de zonas de playas, hacen que el turismo, a diferencia de las islas centrales y orientales del archipiélago canario, tenga aquí escasa importancia. La economía se centra en la explotación agrícola en el fondo y las laderas de los valles, como el de Gran Rey, aprovechando el agua abundante. Se cultivan plátanos, tabaco, tomates, patatas y otras hortalizas, además de disponer de ganadería lanar y caprina, y explotar sus recursos pesqueros.
    Las comunicaciones son muy difíciles en la isla, por lo que se ha desarrollado un sistema acústico, el silbo gomero, para comunicarse en los angostos barrancos.

    La Gomera fue conquistada para la Corona de Castilla por Juan de Béthencourt entre 1404 y 1405 y actualmente se organiza en seis municipios, de los que la capital de la isla, San Sebastián de la Gomera (6.259 habitantes) es el más importante

    La Palma
    Isla española situada en el océano Atlántico, en el archipiélago de las islas Canarias y que forma parte de la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Es una isla volcánica, cubierta de lavas, basaltos y cenizas, y un relieve muy montañoso. Posee las cumbres más elevadas de Canarias, con excepción del Teide, como el Roque de los Muchachos (2.426 m), Pico de la Cruz (2.351 m) y Pico de las Nieves (2.251 m), que se disponen en un gran anfiteatro montañoso, con uno de los cráteres más impresionantes del mundo, la caldera de Taburiente (que es parque nacional), con un diámetro de 9 km de longitud y una profundidad de 700 m. La actividad volcánica es muy reciente y a la aparición de un volcán en la Cumbre Vieja, en 1949, le siguió la erupción más reciente registrada en España, en 1971, en el volcán Teneguía.

    La ocupación humana de La Palma es muy antigua como muestran los yacimientos arqueológicos y petroglifos. Conquistada y colonizada en el siglo XV, hoy produce, sobre todo, frutas, hortalizas y tabaco. En el Roque de los Muchachos existe uno de los observatorios astronómicos más importantes del mundo. Las principales poblaciones son su capital, Santa Cruz de la Palma, Los Llanos de Aridane, Tazacorte y El Paso

    El Hierro
    Isla española en el océano Atlántico, perteneciente al archipiélago de Canarias. También conocida como El Hierro, forma parte de la provincia de Santa Cruz de Tenerife, junto a las islas de Tenerife, La Gomera y La Palma. Se trata de la más pequeña de las islas habitadas del archipiélago canario, con 278 km2, y la menos poblada. La punta Orchilla es la más occidental de España y constituyó el meridiano 0º, hasta que fue sustituido por el de Greenwich. Como el resto de las Canarias, El Hierro tiene un origen volcánico y toda la isla está formada por basaltos y lavas cordadas, por lo que sólo donde la roca ha sido alterada se puede utilizar como posibles los cultivos. El relieve adopta una forma de gran arco, que culmina en el pico de Malpaso (1.500 m), y abierto hacia el noroeste; a sus pies se abre El Golfo, con unas costas, en general muy abruptas, y sólo al sur y al este aparecen playas. El lomo montañoso que recorre la isla crea una fuerte disimetría pluviométrica en relación con los vientos alisios.

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    Fiestas de categoría
    Once festejos populares de la Isla disfrutan de una calificación especial


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    Un grupo de hombres traslada uno de los corazones desde su barrio hasta la plaza de la iglesia, donde se hará la Ofrenda a San Bartolomé. Jonay Rodríguez
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    No hay rincón de la geografía insular que no organice cada año al menos una fiesta popular. Estos eventos son, en la mayoría de los casos, la expresión de la tradición y el acervo cultural. Pero sólo unas pocas fiestas han obtenido, por su relevancia en la promoción turística, la categoría de Interés Turístico Internacional, Nacional o Local, o han sido distinguidas, por sus peculiaridades, con la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC).
    VICTORIA CABRERA | SANTA CRUZ DE TENERIFE De todas las fiestas que se celebran en la Isla, la que tiene una distinción de mayor categoría es el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife. El Carnaval recibió el título de Interés Turístico Internacional el 18 de enero de 1980. La secretaría de Estado para el Turismo de la época valoró la relevancia internacional de esta fiesta de la capital tinerfeña ,que está considerada actualmente como la más popular, multitudinaria y participativa de cuantas se celebran en la Comunidad Europea.
    El título, que es simplemente honorífico, da derecho a aparecer en el calendario de las Fiestas de Interés Turístico que edita todos los años Tourespaña y poco más. Sin embargo, el Gobierno regional y el Cabildo Insular, conscientes de la importancia que tienen estas fiestas en la promoción turística de la Isla, ayudan al Ayuntamiento con subvenciones. Según los datos aportados por el departamento de Fiestas de la Corporación, ambas administraciones aportan en total unos 240.000 euros para este evento.
    Probablemente, no hay tiner feño hoy en día que no haya participado en alguna ocasión de estas populares fiestas cuyas primeras referencias escritas data de finales del siglo XVIII, aunque los historiadores coinciden en que es casi seguro que el Carnaval se celebra en Tenerife desde las postrimerías de la llegada y asentamiento de los primeros europeos.
    Estas fiestas han pasado a lo largo de la historia por diversas vicisitudes, ya que invitaban a una diversión desenfrenada que no siempre fue bien entendida y fue motivo de fervientes prohibiciones. El período comprendido entre la guerra civil y la instauración nuevamente de la democracia estuvo marcada por una etapa inicial prohibicionista total, que se fue degradando progresivamente hasta desembocar en una etapa final muy permisiva que, bautizada con el eufemismo de Fiestas de Invierno, época en la que, según algunos, se asistió a los momentos más brillantes y de mayor imaginación que ha conocido este acontecimiento popular.
    Otras fiestas que han merecido distinción son la Octava del Corpus Christi y la Romería de San Isidro de La Orotava. En concreto, estas fiestas, que han alcanzado tal notoriedad que miles de turistas las visitan cada año, están declaradas de Interés Turístico Nacional desde el año 1965 y no se descarta que a medio plazo obtenga un nuevo reconocimiento, ya que el Ayuntamiento ha iniciado los trámites para que le le otorgue el título de Fiestas de Interés Turístico Internacional.
    El título de Fiestas de Interés Turístico Nacional o Local tampoco tiene una compensación económica y, por la información que hemos podido obtener, tampoco hay ayudas específicas de las instituciones para este fin. Otra cosa es que el Cabildo, atendiendo a la importancia de las mismas, y previa solicitud del municipio, conceda algunas subvenciones. Concretamente, el año pasado, la institución insular concedió ayudas por valor de 31.250 euros a varias romerías, entre ellas, la de San Isidro.
    La Octava del Corpus también han sido declaradas Bien de Interés Cultural por el Gobierno Regional en la categoría de Actividad Tradicional de Ámbito Insular. Este título, que también es honorífico, es bastante reciente ya que le fue concedido en el año 2007.
    Alfombras de flores o de sal se realizan en muchos sitios, pero ningunas tienen el nivel artístico que alcanzan las de la Octava del Corpus, que este año se celebra el 29 de mayo. Los orígenes de los tapices de flores y arenas volcánicas que se confeccionan en esa localidad del Norte de la Isla se remontan al año 1847. En la actualidad es la Asociación de Alfombristas, el organismo que vela por la conservación y difusión de las alfombras. El tapiz que se realizó el pasado año frente al ayuntamiento entró en el libro Guinnes por ser el de mayor tamaño que se confeccionado con arenas naturales.
    La declaración de Interés Turístico Nacional de las Alfombras está unida a la de la Romería de San Isidro Labrador, que se celebra en dicho municipio el 1 de junio. Romerías se celebran muchas en la Isla. Sin embargo, las peculiaridades de la de La Orotava la han llevado a figurar en el calendario de Tourespaña. Los inicios de esta celebración se remontan al siglo XVII. La feria de ganado y la romería son los actos de más afluencia de público actualmente. Las carretas son tiradas por bueyes y la gente viste el traje de mago. Los balcones y las ventanas se adornan con alfombras, manteles y mantones.

    INterés Local
    En la categoría de Fiestas de Interés Turístico Local, la Isla de Tenerife tiene cinco en el calendario, cuatro de ellas, romerías. Así, en este apartado han sido declaradas la Romería de San Isidro de Los Realejos, la de San Benito en La Laguna, la de San Roque en Garachico y la de San Agustín en Arafo. También tiene esta consideración las Fiestas de la Cruz en Santa Cruz de Tenerife.Igual que en los casos anteriores, estas distinciones no tienen ningún tipo de compensación económica derivada de esta distinción.
    La primera Romería de San Isidro, en Los Realejos, de la que se tiene constancia está fechada en 1676. En esta fiesta, que se celebra en el mes de mayo, los participantes lucen vestimentas típicas y se multiplican las rondallas y grupos de magos que participan cantando y bailando delante de la imagen del santo. La principal diferencia principales de esta romería con otras es que las carrozas participantes no son arrastradas por bueyes sino por vehículos a motor que facilita el recorrido por las empinadas calles.
    La romería de San Benito Abad , en La Laguna, es una de las más tradicionales y representativas del Archipiélago Canario. En sus orígenes, se trataba de un reconocimiento que los campesinos tributaban al santo por su protección y desvelos en la obtención de una buena cosecha. Con el tiempo, esa presencia del campo en la ciudad fue adquiriendo un carácter multitudinario y participativo y la romería se convirtió en lo que es hoy, un encuentro entre el mundo agrario y el urbano.
    La que no tiene tanta antigüedad es la Romería de San Agustín, en Arafo, que comenzó a celebrarse en 1975, dentro del programa de actos de las fiestas patronales del municipio, aunque conmemora un milagroso hecho de 1751 cuando, por intercesión del santo, un temporal descombró el naciente de Añavingo que había quedado sepultado por un desprendimiento de tierra. La declaración de Interés Turístico Local data del año 1983.
    Igual distinción tiene la Romería de San Roque, en Garachico. Miles de visitantes se dan cita cada año en la villa y puerto de este municipio para participar en una de las más genuinas y tradicionales fiestas. La Romería, cuya distinción data de 1982, tiene su origen en una epidemia de peste que se inició en esa localidad del norte de Tenerife en el siglo XVII.
    Por último, en esta categoría también se encuentran las Fiestas de la Santa Cruz de la capital tinerfeña, El evento celebra la fundación de la ciudad, el 3 de mayo de 1494. En el mes de las flores, Santa Cruz se viste de tipismo y tradición. Las calles se engalanan con cruces de flores y la gastronomía y el folklore se dan la mano en el tradicional baile de magos.

    FIESTAS BIC
    Las fiestas consideradas Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de ámbito local, son, además de las alfombras del Corpus, la Librea de Valle Guerra (La Laguna) y la de Tegueste y la Fiesta de los Corazones, en Tejina (La Laguna).
    Tanto la Librea de Valle Guerra como la de Tegueste, prácticamente, acaban de estrenar el título, ya que se los concedió el Gobierno en 2007. Los Corazones de Tejina tienen esa distinción desde el año 2003.
    La escenificación de la Librea de Valle Guerra es un acto cultural, tipo auto sacramental, fuertemente arraigado en la cultura popular, no sólo en la comarca del Nordeste de Tenerife, sino en toda Canarias. Está inspirada en la histórica Batalla de Lepanto, acontecida en 1571 en el golfo del mismo nombre entre la poderosa flota naval del Imperio Turco y la armada de la Liga Santa.
    La representación que se hace en la Librea que se celebra en el municipio de Tegueste recuerda la promesa al Santo de las milicias de erigirle unos barcos en el día de sus fiestas por haber liberado al pueblo de la "peste de las landres".
    Esta típica escuadra de tierra adentro marchaba por riguroso orden, según la promesa ofrecida, del modo siguiente: El barco de Pedro Álvarez en primer lugar, seguido del de Tegueste, y en último lugar, el de San Luis. El Socorro también rendía pleitesía navegando, pero sobre una carreta arrastrada por una yunta de vacas.

    De interés regional

    Nadie duda de la gran atracción turística que suponen algunos eventos de gran raigambre popular y que constituyen manifestaciones del acervo cultural de las Islas. El Gobierno de Canarias es consciente de ello y ha querido reconocerlo. Por ello, ha decidido crear el título de Fiestas de Interés Turístico de Canarias.
    El primer paso para constituir estos galardones lo dio recientemente con la publicación de un Real Decreto, a propuesta de la Consejería de Turismo, en el que se especifican los requisitos para hacerse con dicha distinción. Así, para que una fiesta sea declarada de Interés Turístico de Canarias, además de tener una relevancia promocional-turística de índole cultural, popular o artística y de celebrarse en el territorio de la comunidad autónoma, tiene que tener una antigüedad mínima de celebración de diez años en el momento de la solicitud y continuidad en el tiempo, de tal modo que no trascurran más de cinco años entre sus celebraciones. Estos requisitos tiene que acreditarlos el Ayuntamiento . El evento que aspire a hacerse con el título debe tener, además, trascendencia en los medios de comunicación del Archipiélago en los cinco años anteriores a su solicitud.
    La declaración de Fiesta de Interés Turístico de Canarias se concederá atendiendo a criterios de originalidad, singularidad y variedad de actos; el arraigo de la misma en la tradición y costumbres populares; las actividades comerciales, culturales y de ocio que genere; las dotaciones de infraestructuras turísticas ligadas a la celebración, etcétera.
    Las fiestas que obtengan esta distinción podrán utilizar ese título en todas las actividades de publicidad y difusión del evento; tienen opción a figurar en los folletos e instrumentos promocionales que edite la Administración regional y preferencia en el otorgamiento de subvenciones.

    Los corazones de Tejina

    Los Corazones de Tejina (La Laguna) es, quizá, uno de los festejos más singulares de la Isla. Estas fiestas , que tienen unos 100 años de antigüedad,se hacen en honor de San Bartolomé. Los corazones con arcos frutales y la ofrenda floral son sus características principales.
    Cada año, cuando se acercan los festejos, a finales del mes de agosto, el pueblo se vuelca en la elaboración de tres hermosos Corazones, de 12 metros de altura que se adornan con lazos, flores, frutas y tortas especiales que representan diferentes estampas.
    Tradicionalmente, los tres Corazones, que representan a los núcleos poblacionales del pueblo (El Pico, Calle Arriba y Calle Abajo), son transportados a hombros acompañados por sus respectivas parrandas desde sus barrios hasta la plaza de la iglesia, trayecto que va acompañado con el continuo sonar de los voladores . Cada corazón es cargado por más de una veintena de hombres, ya que su peso puede alcanzar los 800 kilos.
    Encabezan la comitiva grupos improvisados de bailes y niños que portan banderas. Los recibe San Bartolomé en la puerta de la Iglesia y se produce un emotivo acto que se conoce como la Ofrenda, que se representa desde el año 1984. El momento de la fiesta con mayor solera son los Corazones, que son colgados y adornados con banderas. Los tejineros se acercan a ellos para alabar el suyo y criticar el de los demás, a veces con un lenguaje algo picante pero divertido.

    La opinion de Tenerife:

    http://www.laopinion.es/secciones/noticia.jsp?pRef=3054_2_130158__Tenerife-Fiestas-categoria

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  7. En este Carnaval de masas la máscara no tiene sentido´
    Autor de trabajos de investigación como La ilustración en Canarias o La emigración canaria a América (1765-1824), Manuel Hernández acaba de publicar dentro de la colección Thesaurus, de Ediciones Idea, el libro Fiestas y creencias en Canarias en la Edad Moderna. En esta obra, Hernández analiza el devenir de nuestras celebraciones.
    23:09

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    Jonay Rodríguez
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    MAYTE MÉNDEZ | SANTA CRUZ DE TENERIFE _Fiestas y creencias en Canarias en la Edad Moderna es el título de su última publicación ¿Cómo ha llega usted a recabar toda esta información sobre las fiestas del Archipiélago? ¿Con qué se va a encontrar el lector en este nuevo volumen?
    _Abarca toda la Edad Moderna desde el siglo XVI hasta principios del XIX. Esto, era un principio para mi tesis doctoral aunque ésta se centraba solo en Tenerife en el siglo XVIII. Ahora lo que he analizado toda la perspectiva de las fiestas y creencias en toda Canarias. El libro tiene una primera parte dedicada a las creencias, la idea que se tiene de la Trinidad, las vírgenes, los santos o el demonio así como de las fiestas populares a lo largo de todo el año. También presenta las características generales de las fiestas en Canarias y luego las específicas. La información ha salido básicamente de trabajo de archivos.
    _Muchas de estas tradiciones, de estas fiestas y creencias imagino que habrán desaparecido o se habrán modificado con los años. ¿Se han perdido muchas o por lo general se perviven bastantes de estas fiestas?
    _Depende. Lo que sí ha habido es un cambio cualitativo en el concepto de las fiestas. Las fiestas estaban muy ligadas al campo, a las cosechas y al calendario solar y lunar. Antes las fiestas eran muy nocturnas, muy de la noche y hoy aparecen fenómenos modernos, de 1936 en adelante, como es la romería, que es un espectáculo diurno. Antes, las que ahora conocemos como romerías, eran unas fiestas muy relacionadas con la vegetación. La romería tradicional era por la noche.
    _ ¿Ha encontrado usted algunas celebraciones que hoy por hoy ya no existan?
    _Se ha perdido en cuanto a que la sociedad es muy distinta y la historia de las fiestas es una historia de transformación. Lo que pasa es que en el siglo XIX y en el XX hemos pasado de un sistema basado en los horarios campesinos a uno que es el de trabajos en base a días de descanso y días de jornadas. Entonces eso ha cambiado el concepto de las fiestas, a parte claro, de que la sociedad ahora es más urbanizada y menos agraria. Por ejemplo, en Gran Canaria el cambio ha sido mucho más radical porque Gran Canaria se transformó más rápidamente en una sociedad urbana y por eso hay poca continuidad de las fiestas, salvo en algunos sitios rurales donde las fiestas se han mantenido como la de San Nicolás. En otras zonas por ejemplo se han inventado fiestas modernas y aparecen fiestas laicas que en Tenerife todavía no se dan. Una de las fiestas inventadas, que tienen unas supuestas raíces aborígenes, es la del agua de Lomo Magullo, que inventaron hace 50 años. También la de Agaete es un invento moderno, de finales del siglo XIX, ya que originariamente en esta fiesta se iba a la montaña y no a la playa como ahora.
    _¿Cuál cree que es ese invento moderno que tenemos hoy en día como el más tradicional?
    _El más moderno es la romería, de 1936. El Liceo Taoro en 1936 crea la primera romería. Junto a esas invenciones surgieron otras cosas que tampoco existían en las romerías como las carretas tiradas por bueyes creando formas de la vida rural, los trajes típicos , los camellos... son todos elementos de exhibición y de día. Antes eran de noche. Un rasgo característico de las fiestas populares en Canarias que las diferencia de las peninsulares es la nocturnidad.
    _Además de la naturaleza y de los símbolos cristianos ¿Con qué otras creencias nos encontramos en las Islas?
    _Básicamente son todo fiestas relacionadas con el cristianismo cósmico, el relacionado con la naturaleza.
    _El Carnaval, que ocupa en este volumen un amplio apartado, ¿En qué ha cambiado?
    _El Carnaval original nada tiene que ver con el de ahora. De hecho, el Carnaval tradicional comenzaba en diciembre coincidiendo con las fiestas de luz. La piñata, por ejemplo, es un invento del siglo XIX. Yo interpreto en mi trabajo que el Carnaval, las fiestas de invierno tradicionales, sufrieron una transformación por parte de de la burguesía que dividió por un lado el Carnaval y por otro la Navidad, otra fiesta inventada por la burguesía. Cuando la burguesía crea ese Carnaval se hizo un Carnaval más institucionalizado por que antes era en las calles. Lo que ha cambiado es que ahora uno sale a la calle uno de los días fuertes de estas fiestas y la máscara en este Carnaval de masas no tiene sentido. La máscara es decirle a la gente lo que uno no se atreve a decir y burlarse de ella. Ahora, la gente ha recurrido a otra cosa que es la antítesis del Carnaval, que es el disfraz. La sociedad actual es una sociedad de disfraces. Nos vestimos en carnaval con un disfraz, en la romerías con un disfraz...

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  8. El Carnaval de Tenerife
    El Carnaval en Santa Cruz de Tenerife está entre los tres más importantes del mundo, por su colorido, participación y grandiosidad, su clima y la tranquilidad con que se puede disfrutar de la fiesta.

    El Carnaval es el principal evento festivo de la isla y está considerado de interés turístico internacional por la Secretaría de Estado de Turismo.

    Como ciudad que vive plenamente su Carnaval, Santa Cruz es miembro de la FECC – Federación Europea de Ciudades del Carnaval, y ha sido la sede en el año 2000 de la XX convención de Ciudades del Carnaval.

    Historia del Carnaval de Tenerife
    Fueron los conquistadores de las islas quienes, llegados a Tenerife a mediados del siglo XV trajeron tradiciones ligadas con las fiestas del Carnaval, que se celebraban también en todos los dominios de la Corona.

    Sin embargo, consta que las familias pudientes de la isla, según testimonio de escritores y viajeros de la época, acostumbraban en el s. XVIII, a celebrar bailes y fiestas a los que invitaban a viajeros distinguidos.

    Los antecedentes de las máscaras del Carnaval eran las denominadas tapadas de Santa Cruz, quienes iban a la fiesta de la Calle del Pilar con sus rostros cubiertos.

    Tras la caída de la Segunda República y el comienzo de la Guerra Civil Española (1936-1939), se veta el carnaval hasta la década de los setenta.

    A partir de 1945, los tinerfeños comienzan a celebrar el Carnaval de forma clandestina en sus casas, aunque tanto las autoridades civiles como el Clero siguen prohibiendo su celebración.

    En 1965 se acordó solicitar que las Fiestas de Invierno, como antes denominaban a los Carnavales, fuesen declaradas de interés turístico, por lo que dos años más tarde, en 1967, el Carnaval se convirtió en Fiestas de Interés Turístico Nacional.

    El nombre de Fiestas de Invierno se mantuvo hasta 1976, año en que de nuevo, y ya sin las censuras que caracterizaron la dictadura franquista, adoptaron la denominación de Carnaval.

    No obstante, fue el 18 de enero de 1980, cuando el carnaval de Santa Cruz de Tenerife alcanzó su más alto reconocimiento, al ser declarado Fiesta de interés Turístico Internacional por la Secretaría de Estado para el turismo.

    En la actualidad, los diferentes grupos del Carnaval han paseado el nombre de la isla de Tenerife, tanto por la geografía española como por diversas partes del mundo, convirtiéndose así en el segundo más popular y conocido internacionalmente, después de los que se celebran en Río de Janeiro (Brasil)

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  9. HISTORIA DEL CARNAVAL DE TENERIFE

    Historia

    Para entender el Carnaval hay que conocer El Carnaval de Santa Cruz Tenerife ha sabido sobrevivir en la historia a pesar de las innumerables prohibiciones a las que ha sido sometido. El pueblo chicharrero no permitió que le arrebataran su fiesta, luchando y celebrándola clandestinamente. El Carnaval ha evolucionado a lo largo de sus más de doscientos años de historia, evolución marcada por los cambios que ha sufrido la sociedad santacrucera. En sus inicios, los bailes y fiestas se organizaban de forma privada por las familias pudientes de la isla y en las distintas sociedades de tipo recreativo y social: el Real Club Náutico, el Parque Recreativo o el Círculo de la Amistad XII de Enero. A la plebe se le prohibieron los bailes y bromas de las máscaras en la vía pública. La gente, sin embargo, siguió divirtiéndose y saliendo a la calle para celebrar una fiesta fruto de una total improvisación.

    Con el comienzo de la Guerra Civil Española, se veta el Carnaval, llegando incluso a castigarse con la cárcel; y tras su finalización, comienza a celebrarse clandestinamente, en las casas de los chicharreros. Los Carnavales, la fiesta del pueblo, seguirán celebrándose camuflados gracias, en gran medida, a la buena disposición del por entonces Obispo de la Diócesis Domingo Pérez Cáceres. Sin la aprobación de la máxima autoridad eclesiástica no hubiese sido posible la autorización de las que pasaron a denominarse “Fiestas de Invierno”. Este nombre se mantuvo hasta la llegada democracia, en 1976. El pueblo disfrazó al propio Carnaval para que pudiera seguir vivo.

    En la actualidad los distintos grupos del Carnaval pasean con orgullo el nombre de nuestra ciudad por diversos lugares del mundo. Durante todo el año la ciudad prepara su carnaval, desde el banquero hasta la oficinista, el médico, el ama de casa, la abogada o el cartero ensayan incansablemente para estar preparados para el “día apoteosis”: la Elección de la Reina. Estos son, sin duda, los verdaderos protagonistas del carnaval, los que con total dedicación se preparan para que todo esté a punto, los verdaderos artistas. Los bailes, los cosos, exhibiciones, concursos, etc...han sido la máxima expresión de nuestras fiestas pero, indudablemente, lo que caracteriza y distingue el Carnaval de Tenerife son las máscaras y los disfraces, el Carnaval de la calle.

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  10. Breve historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife

    Autor: Ramón Guimerá Peña

    ORIGEN

    El escritor tinerfeño Alberto Galván Tudela, en un interesante estudio antropológico sobre el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, expone que éste "constituye esencialmente el ritual de inversión simbólica por excelencia, entendiendo por ello una serie o conjunto de comportamientos expresivos que invierten, contradicen, ahogan o en cierto modo presentan, una alternativa a los códigos, a los valores o normas sociales establecidos, y supone poner el orden, las relaciones sociales, al revés". Durante muchas décadas, la celebración de estas fiestas, - precisamente por desarrollarse en la antesala de la Cuaresma cristiana, del ayuno y del recogimiento -, suponía la permisión, por parte del pueblo, de la ruptura sin pudor de cánones morales, la permisión de tolerar la ¿necesidad? de los participantes de ridiculizar, caricaturizar o parodiar situaciones afines y personajes conocidos, con más o menos contundencia, por medio de disfraces o canciones, la trasgresión de las normas establecidas, el protagonismo de la burla, la sátira, el desenfreno o la promiscuidad, el exceso también en lo culinario como preludio del hecho de desterrar la carne para cumplir con la exigida abstinencia cuaresmal, y, en definitiva, una rebeldía popular llevada en volandas a través del disfraz, de la máscara, de los cánticos alegres, de la algarabía y de la broma.

    Precisamente por tener estas connotaciones, - aunque algunos historiadores encuentran los orígenes del Carnaval en la antigua Sumeria o en las fiestas en honor del buey Apis en Egipto -, parece demostrado que su celebración tiene su origen en Roma, en las celebraciones de las “lupercalias”, - en honor del dios Pan -, las “saturnalias”, - en honor a Saturno, dios de la siembra y la cosecha -, y de las “bacanales”, - en honor a Baco, dios del vino -; unas fiestas que despedían el riguroso invierno y daban la bienvenida al año nuevo. De hecho, la palabra “carnaval” parece provenir de “carrus navalis” (carro naval) que llamaban los romanos al barco sobre ruedas que transportaba en las bacanales, a modo de carroza, al sacerdote de Baco, entre los cánticos que protagonizaban personas disfrazadas de sátiros.

    La difusión del Carnaval por toda Europa fue posible por la expansión del Imperio Romano, llegando a épocas del medievo donde la fiesta se cristianiza, llamada entonces “de Carnestolendas”, tal y como figura en el texto del domingo de quincuagésima o domingo antes de quitar las carnes ("doménica ante carnes tollendas"), y cambia su etimología por “carne levare” (abandonar la carne), basada en la prescripción obligatoria para todo el pueblo durante todos los viernes de la Cuaresma, o sea, por ser el comienzo del ayuno cuaresmal.

    Es lógico pensar que, al igual que su actividad y estructura socio-económica y política, su religión y sus costumbres, portugueses y españoles llevaron también sus fiestas y sus celebraciones a la América latina y a Canarias, tras la conquista de estas tierras y posterior colonización y asentamiento, y, por ello, también la celebración del Carnaval, a pesar de la consabida oposición que tenían los Reyes Católicos con esta fiesta que, en Santa Cruz de Tenerife, se ha convertido en la más popular, la más multitudinaria y participativa de cuantas se celebran hoy en día en la Comunidad Europea; una fiesta que, desde 1980, tiene la distinción de ser declarada oficialmente “Fiesta de Interés Turístico Internacional”; una fiesta que, pese a sus orígenes y evolución en los distintos países, en Santa Cruz se ha convertido en una actividad festiva de honda raigambre popular, de carácter lúdico, que combina algunos elementos como disfraces, espectáculos, desfiles y, sobre todo, una multitudinaria fiesta bailable, sana y bullanguera, en plena calle, al aire libre, en distintas vías del casco urbano antiguo, con un ambiente que admira a propios y extraños tanto por la multitudinaria participación ciudadana y extraordinaria convivencia y hospitalidad en sana diversión compartida, como por la ausencia de delitos o actos hostiles.

    http://www.carnavaltenerife.es/staticpages/index.php?page=1.historia

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  11. Referencias escritas

    A pesar de que, probablemente, el Carnaval se celebra en Tenerife desde las postrimerías de la llegada y asentamiento de los primeros europeos, las primeras referencias escritas que se conservan sobre la fiesta datan de finales del siglo XVIII, gracias a manuscritos de algunos visitantes y, más tardiamente, a algunas disposiciones oficiales, especialmente prohibiciones, o regulaciones que pretendían canalizar el desenfreno de esos días en evidente salvaguarda del “orden social y moral” por parte de la autoridad civil y eclesiástica. Mientras que de poblaciones tinerfeñas como La Laguna, La Orotava o Puerto de la Cruz se tienen noticias de la celebración del Carnaval gracias a los diarios escritos por André Pierre Ledrú, - en 1796 -, Juan Primo de la Guerra y Hoyos, - en su diario escrito entre los años 1800 y 1810 -, y, entre otros, Thomas Debary, - durante su estancia en la isla en 1848 -, la primera referencia a Santa Cruz en tiempos de Carnaval data del último tercio del siglo XVIII, concretamente de 1778, con una descripción de un baile de Carnaval que hizo Lope Antonio de la Guerra y Peña en su diario.

    No es extraño que la aparición de las primeras referencias del Carnaval santacrucero se encuentren, precisamente, en esas fechas, pues ello coincide con el hecho de que, por aquellos tiempos, Santa Cruz dejó de ser un pequeño puerto al abrigo de La Laguna, - que era a los efectos la capital insular -, y pasó a convertirse, por su tráfico, en el puerto más importante del archipiélago. Esta actividad portuaria impulsó su desarrollo urbano, y originó la aparición de cargos municipales representativos, como síndico personero (1753), dos diputados de abastos (1766) y alcalde real (1772), culminando con la obtención del título de Villa, el día 28 de agosto de 1803, que conllevó que Santa Cruz se constituyera en ayuntamiento independiente y dejara de estar supeditada administrativamente a La Laguna. También, con el citado desarrollo portuario, aparece en la población una burguesía, ligada a la actividad comercial, que protagoniza la celebración de bailes y fiestas en sus domicilios particulares, sobre todo en épocas de Carnaval, creando otra alternativa a la celebración de la fiesta que el pueblo llano, mayoritariamente, celebraba en tabernas y plazas.

    Por la descripción que de estos bailes realizaron, entre otros, Lope Antonio de la Guerra y Juan de la Guerra y Hoyos, sabemos que los organizadores de los mismos pertenecían por lo general a la clase más selecta de la sociedad santacrucera, entre los que destacaban las autoridades militares, que convidaban a viajeros de importancia que se encontraban de paso, así como a otras personas procedentes de La Laguna y del interior de la isla, las cuales disfrutaban de unas veladas donde reinaba, a parte del juego, la música y los bailes, las representaciones teatrales y las actuaciones de las primeras agrupaciones formadas para el disfrute del Carnaval santacrucero, citadas en distintos documentos como “comparsas”, que irrumpían, asaltaban - de ahí la palabra “asaltos” para referirse a bailes de Carnaval - en las casas particulares de la llamada alta sociedad, donde, tras ofrecer su actuación o repertorio, se les invitaba a un refrigerio. Unas comparsas que, - también descritas en años posteriores por Sabino Berthelot durante su estancia en la isla, entre los años 1820 y 1830 -, en un principio estaban constituidas por el elemento militar, perteneciente a los regimientos de Ultonia y de América, - primera guarnición que se asentó en Tenerife, en 1798, tras el fallido intento de conquista de la isla por parte de las tropas de Nelson -, y que fueron, en sus inicios, no solo los únicos facultados para formar estas agrupaciones carnavaleras, - también originaron las primeras formaciones musicales que se crearon en Santa Cruz -, sino que, además, quienes introdujeron y protagonizaron en las calles, plazas y tabernas de la población, en tiempos de Carnaval, la diversión desenfrenada y el desorden, puesto que, evidentemente, la tropa vivía un Carnaval distinto al que disfrutaba la oficialidad, pues, como puede suponerse, el Carnaval no se celebraba por igual en todas las capas de la sociedad santacrucera.
    Máscara

    Esos desenfrenos del elemento militar, a la hora de divertirse en días de Carnaval, así como de las capas más populares de la población, - que vivían unos carnavales más bulliciosos y participativos, con más ambiente festivo y despojado de toda etiqueta y del encorsetamiento que se exigía en la alta sociedad en sus celebraciones -, motivaron que arreciaran, por parte de la autoridad pertinente, las disposiciones restrictivas y ciertas prohibiciones que afectaban al uso de algunos artículos durante la fiesta, así como la regulación de ciertas actitudes y hasta el uso de la máscara. Sin embargo, ello propicia la aparición de un talante con visos de gran tolerancia en las autoridades locales, que viene a ser, con respecto al Carnaval de Santa Cruz, un denominador común a lo largo de su historia, incluso en épocas de la prohibición más absoluta de la fiesta, - como veremos más adelante -, pues en muchas ocasiones dicha actitud era criticada por personas de otras poblaciones al contemplar que las medidas restrictivas que pesaban sobre el Carnaval eran celosamente guardadas en otras localidades y no en Santa Cruz, como sucediera en 1783, por citar un ejemplo, cuando un bando publicado por el Corregidor, en el que se vetaba el uso de máscaras “por estar prohibidas por Reales Ordenes”, motivó graves sucesos en La Laguna, mientras que en Santa Cruz tal prohibición no se llevó a efecto.

    También es cierto que, en otras ocasiones, y debido a los excesos de algunos, el espíritu indulgente de la autoridad local cambiaba durante el transcurso de la fiesta, como sucediera en 1799 cuando el alcalde real ordinario, don José María de Villa, tras permitir las máscaras en Carnaval, publicaba un edicto mediante el cual, - por el abuso de vecinos y transeúntes “pues muchas personas se valen de este disfraz reprobado por la ley para encubrir sus desórdenes y odios de lo que ha habido ejemplares en estas últimas noches” -, quedaba prohibida la máscara. Sin embargo, y a lo largo de los tiempos, encontramos que era más habitual la tolerancia, el “hacer la vista gorda”, pues, por lo general, la inmensa mayoría de la población “se conduce de un modo correspondiente a su educación y carácter”, y que la autoridad local era consciente de que la falta de celo solo afectaba “a cierto número de individuos”, que obligaba a mantener vigentes las sanciones, para quienes infringían los bandos de prohibición, en aras de prevenir alborotos y otros males.

    Las prohibiciones, con aquellos primeros bandos realizados por la alcaldía, - y que llegaron a su punto más álgido con las ordenanzas municipales de 1852, donde aparecen hasta ocho artículos concretos dedicados al Carnaval -, sin duda alguna jugaron un papel importantísimo en el devenir y la evolución de la magna fiesta santacrucera por excelencia, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pues esa reglamentación motivó varios cambios de importancia que, a la postre, resultó dotar de personalidad propia al Carnaval de Santa Cruz de Tenerife.

    Sin perder de vista el pretérito y ancestral uso de la máscara en Egipto, en la cultura japonesa o en el teatro griego, parece demostrado que la introducción de la máscara, como elemento propicio del Carnaval, acontece en el siglo XIII en Venecia y, posteriormente, al igual que otros usos y costumbres, fue auspiciada por otros carnavales de Europa. En España, el uso de la máscara en tiempos de Carnaval fue motivo, durante siglos, de las más fervientes prohibiciones y enconadas persecuciones, pues no en pocos casos proporcionaron en más de una ocasión la impunidad indebida, el encubrimiento, el secreto oculto o el misterio enigmático en actos de venganza, romances, conspiraciones, amoríos, burlas o ajustes de cuentas que la autoridad debía atajar. En Santa Cruz, aunque también se implantaron las mismas medidas restrictivas o prohibiciones que en el resto del reino, y otras emanadas de la autoridad local, el uso de la máscara, careta o antifaz no pudo ser abolido, llegando a su punto más álgido con las llamadas “tapadas”, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, protagonizadas por damas pertenecientes a la “sociedad selecta” que, cubriéndose el rostro con una máscara, se mezclaban con la gente en festejos populares y en las horas de paseo en los días de fiesta; constituyendo lo que podría ser la génesis de la mascarita canaria, la de la sábana y el abanador, tan usual en la isla a finales del siglo XIX y gran parte del siglo XX. Hay quien sostiene que, entre las citadas “tapadas”, podría esconderse, “debajo de un refajo dieciochesco de blondas”, algún representante del sexo contrario, lo cual viene a ser, aún hoy en día, una forma muy habitual de vivir también la fiesta, de “correr los carnavales”, haciendo vigente el ambiente que describía en el año 1605 Gaspar Luis Hidalgo, donde se alude a esta costumbre de invertir los sexos por medio de disfraces, - algo muy generalizado en la mayoría de los carnavales del mundo -, y que ha sido tan criticada siempre por la iglesia por considerarla una actitud excesivamente transgresora de la moral.
    Primer Casino

    En 1840 surge en Santa Cruz el primer casino que se crea en las islas Canarias, el Casino de Santa Cruz de Tenerife, uno de los eslabones más importantes de una larga cadena que por estas fechas empieza a gestarse, o sea, la aparición de las primeras sociedades de recreo y ocio, culturales y recreativas, de Santa Cruz, que jugaron un papel importantísimo en la celebración de las fiestas de Carnaval, tanto durante el siglo XIX como en los años de la prohibición más absoluta, o sea, los años cincuenta del pasado siglo. Sin poder absorber en absoluto el Carnaval callejero, - que siempre ha sido seña de identidad del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife -, las innumerables sociedades santacruceras pugnaban, año tras año, por ofrecer a sus socios y parroquianos un programa de actos elaborado con gran brillantez, donde solían destacar los concursos de disfraces infantiles y, sobre todo, los llamados "bailes de disfraces" como, por citar algunos celebrados en el primer tercio del siglo XX, los del “Salón Frégoli”, que hicieron época, primero en su antiguo local social de la plaza de la Iglesia, frente a la torre de la Concepción, en la casa de don Benito, y después en la calle del Castillo; o los de la sociedad “La Alegría”, que se celebraban con lleno hasta los aleros en su sede social entonces situada en uno de los márgenes del “Charco de la Casona”, haciendo esquina con el Hospital Civil; o los “asaltos” que se organizaban en el antiguo “Recreo”, que abría sus puertas también en la chicharrerísima plaza de la Iglesia; sin olvidar los fragorosos bailes del “Salón Novedades”, en la calle de Ferrer, antes del incendio que lo redujo a cenizas, ni los que se dieron en el “Círculo de Amistad XII de Enero”, antes de fusionarse con el viejo “Recreo”; así como los inolvidables bailes en el “Parque Recreativo”, siempre enclavado en la plaza del Patriotismo, los austeros del “Centro de Dependientes”, en la calle de San José; los celebrados en el “Luz y Vida” del Toscal, en plena calle de Santiago; los celebrados en el “Fomento”, fiel a la Plaza de San Telmo; o en “La Prosperidad”, en el barrio de Salamanca; o en el populachero “Piojito”, de la calle de San Sebastián; o los asombrosos y brillantes bailes del “Real Club Náutico” y del Casino Principal, que eran de postín.

    Pese a los innumerables bailes en las distintas sociedades de la población, el Carnaval santacrucero siempre se distinguió por ser eminentemente callejero. Cada edición del "Viejo Carnaval", - así conocido al Carnaval de Santa Cruz celebrado en las ediciones anteriores a la guerra civil española -, comenzaba de manera invariable con la presencia de los niños que, cual pregoneros, anunciaban con sus cánticos y su griterío, en prematuras horas del primer día de Carnaval, la llegada de las fiestas: "el sábado de preludio, o de vísperas, salían a la calle los bullangueros ranchos de chiquillos como precursores de la fiesta". Eran épocas donde, en los días de Carnaval, la gente convergía en la calle del Norte, - hoy de Valentín Sanz -, y la del Castillo, y en la Plaza de la Constitución, llamada después Plaza de la Candelaria. En la calle del Norte era como de rigor ir hacia la acera del café "El Águila", y en la Plaza de la Constitución por las aceras donde se encontraban los cafés “La Peña” y “Cuatro Estaciones”, establecimientos que, aún hoy en día, se les recuerda con celebridad por gran parte de los santacruceros, pues en ellos se encontraba lo más selecto de la sociedad, la clase intelectual del momento, y donde nuestras pretéritas mascaritas y murgas se dejaban ver con mucha frecuencia.

    Un extremo o punto neurálgico del Carnaval de antaño era la Recova Vieja, - después coloquialmente conocida como “Palais Royal” -, y las escalinatas del Teatro Guimerá, desde donde, tras recorrer la citada calle del Norte, se llegaba a la Plaza del Príncipe, - corazón del Carnaval en aquella época, donde, incluso, a su alrededor, se celebraba el coso o desfile carnavalero -, para morir dicha calle en otro de los puntos neurálgicos del Carnaval capitalino, o sea, la entrada de la calle de La Rosa, zona donde se aglutinaban famosos núcleos del Carnaval pretérito, como el desaparecido "Parque Recreativo" y la sede social de la "Masa Coral Tinerfeña", frente a la Plaza del Patriotismo, teniendo muy próximas la sociedad "Luz y Vida" de El Toscal y la actual sede del "Círculo de Amistad XII de Enero".

    El casco urbano histórico de Santa Cruz, en Carnaval, siempre ha sido un auténtico hervidero festivo desde sus inicios, pues, como sucediera con la citada calle del Norte, también a lo largo de la histórica y céntrica calle del Castillo se vivía el Carnaval santacrucero, desde su extremo más cercano al mar, - con aglomeraciones de carnavaleros en la ya citada Plaza de la Constitución y en la Alameda del Duque de Santa Elena, llamada de La Libertad o Alameda del Muelle, donde se celebraban, la mayoría de las veces, los concursos de rondallas y otros actos relevantes incluidos en el programa de festejos -, hasta el extremo más próximo al interior de la isla, o sea, en las inmediaciones de la Plaza de Weyler, zona también conocida con el nombre de "la salida", donde existía un enorme bullicio producido por la parada de los transportes públicos, con afluencia de gente que entraba y salía de Santa Cruz por la entonces conocida como "Carretera de La Laguna", hoy denominada, y desde 1903, "Rambla de Pulido".
    Rondallas

    A partir del año 1900, gran parte de las citadas plazas y vías céntricas de la ciudad fueron el escenario propicio para un acto carnavalero de nueva introducción, que aparece nada más inaugurarse el siglo XX y que cobraría, con los años, suma importancia en la fiesta, o sea, la incorporación de las entonces llamadas “camelladas”, - que en la actualidad se conoce por cabalgata, pues, en un principio, eran camellos (dromedarios), y más tarde caballos, los medios de transporte que se empleaban para portar máscaras y gente disfrazada en aquellos primeros desfiles de Carnaval -, así como los primeros “entierros de la sardina”, que, en sus principios, eran múltiples, tantos como barrios populosos del Santa Cruz de aquel entonces, y que, primeramente, estaban protagonizados mayoritariamente por los chiquillos de cada barrio, para ser finalmente organizados por alguna sociedad recreativa que realizaba los primeros itinerarios por las más céntricas y diversas calles de la población.

    Una década anterior, concretamente en el año 1891, está fechada la aparición, por vez primera, de una rondalla como agrupación propia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife. Este tímido comienzo de la importantísima incorporación de la llamada “música culta” o “música de calidad” al espectro carnavalero, interpretada por aficionados con instrumentos de pulso y púa, supuso la base de una entrañable tradición que originó, en su día, un extraordinario endemismo carnavalero de Santa Cruz de Tenerife, y que sigue muy vigente en la actualidad. Como en otros carnavales del mundo, por aquellos años recorrían las calles de la población algunas agrupaciones denominadas “estudiantinas”, - mayoritariamente integradas por jóvenes señoritas o niños que mantenían una actitud de carácter postulante -, y, sobretodo, parrandas, o sea, agrupaciones de amigos que, provistos de instrumentos de cuerda, con sus cánticos departían gran animación por las calles que frecuentaban, como también lo hacían, llenándolas de alegría y sana algarabía, unas agrupaciones denominadas “comparsas”, cuyos instrumentos de viento resultaban ser el hecho diferenciador con las citadas parrandas. El tímido comienzo de las rondallas carnavaleras, propiciado en el año 1891 por jóvenes de la sociedad filarmónica “Santa Cecilia”, y continuado por el Orfeón de Santa Cruz, - fundado en 1897 -, quedó consolidado en la década de los años veinte del pasado siglo, alcanzando su mayor esplendor en los años treinta y, tras el paréntesis que supuso la guerra civil española y la posterior prohibición del Carnaval, llegó a protagonizar los primeros concursos de agrupaciones de Carnaval celebrados en los años cincuenta, constituyendo el acto más esperado de cuantos se desarrollaron en las ediciones carnavaleras de los años sesenta y setenta.

    Durante el periodo comprendido entre 1900 y 1936, - año del inicio de la guerra civil española -, una serie de acontecimientos, en su mayor parte ajenos a las islas, acondicionaron de algún modo la celebración del Carnaval en Santa Cruz. Tras comenzar el siglo con el recuerdo próximo del desastre colonial del 98, el estallido de la primera guerra mundial, años más tarde, afectó decisivamente en la vida insular, y por ende en la fiesta, al igual que el Carnaval de 1924, primero de la dictadura de Primo de Rivera, un periodo que marcó el desarrollo de las fiestas con el signo de la prohibición, entre comillas, y la división del archipiélago en dos provincias, en 1927. La República, por el contrario, liberó al Carnaval canario de las trabas anteriores, situándolo en sus cotas más altas, solamente sesgado por la guerra civil y los años de la posguerra, dejando truncada su celebración por mucho tiempo.

    A principios del siglo XX, avanzado el año 1914, con el estallido de la primera guerra mundial y ante la certeza de que submarinos alemanes operaban en aguas de las islas Canarias, se ordenó a un cañonero de la Marina de Guerra española, denominado "Laya", arribar y permanecer de apostadero en la bahía de Santa Cruz, - entonces capital del archipiélago -, para realizar misiones de vigilancia, patrullando constantemente, y durante varios años, por aguas de las islas. En el Carnaval de 1917, la marinería del “Laya” obtuvo el visto bueno, por parte de la oficialidad, de disfrutar del Carnaval de Santa Cruz, participando en el mismo constituyendo una chirigota, fieles a la tradición de su tierra, puesto que la inmensa mayoría de la tripulación era gaditana. Así fue como el pueblo santacrucero fue testigo de una nueva forma de vivir la fiesta, un nuevo modo de participar en la fiesta, de constituir un grupo musical de corte bufo donde la letra de las canciones era más importante que la interpretación de las mismas, pues contenían temas propios de la actualidad isleña y otros más banales de contenido "picante", y donde el humor y la crítica jugaban un papel fundamental en sus composiciones y actuaciones. Por ello, puesto que esta nueva forma de vivir la fiesta caló muy hondo en el Carnaval tinerfeño, y fue totalmente aceptada por el pueblo como un colectivo carnavalero más, puede afirmarse, sin temor a equívocos, - queda así reflejado en la prensa local de aquellos momentos -, que aquellos marineros constituyeron la primera murga creada por y para el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, aunque de una forma "achirigotada", puesto que crearon escuela y ya, al año siguiente, cantando canciones similares con contenido crítico y humorístico, se vieron recorrer las principales calles y plazas de la población, imitándoles, varios grupos de carnavaleros que, sin saberlo, irían dotando de una personalidad propia a este tipo de agrupaciones, para culminar en esa forma particular o cualidad que constituye, hoy en día, a la murga tinerfeña y, por ende, a la murga canaria, - puesto que esta forma de participar en la fiesta traspasó no solo el ámbito municipal sino también el insular, pues, en la actualidad, existen murgas en todas las islas Canarias, incluida la isla de La Graciosa -; una murga canaria que, hoy en día y pese a tener sus mismas raíces, evidencia una diferencia muy considerable con las agrupaciones gaditanas, lo que constituye otro endemismo carnavalero propio de Santa Cruz de Tenerife: la murga canaria.
    Fiestas de Invierno

    Cuando el régimen de Primo de Rivera daba sus bandazos finales, llevó a cabo su último intento de provocar de forma definitiva la ansiada decadencia y posterior desaparición de estas fiestas tan populares, puesto que, en plenos carnavales de 1929, se publicó una Real Orden según la cual, en adelante, o sea, a partir de 1930, se consideraba un periodo de días festivos reducido, exclusivamente, al domingo de Carnaval y domingo de piñata, quedando prohibida por tanto cualquier manifestación carnavalera fuera de dichos días. Tras la caída de la dictadura, parecía que tal disposición iba a ser derogada por el nuevo gobierno, presidido por Berenguer, pero no fue así, y, a propuesta del mismo, el Rey dispuso que se mantuviese su vigencia y por ello el pueblo de Santa Cruz, resignado, dio por acabada la fiesta al término del domingo de Carnaval. Sin embargo, la tarde del martes tuvo como protagonista a la máscara, - encarnada por mujeres -, y a una de las agrupaciones más importantes de aquellas pretéritas y pioneras murgas santacruceras, la conocida como murga de "el Flaco", pues fueron los que, saltándose la norma establecida, su participación, su actitud y su “contagio” festivo, hizo que "Santa Cruz fuera un agradable y estridente hervidero de color", lo que continuó siéndolo todos los días de Carnaval y en los años siguientes, por contar, ¿como no?, una vez más, con la tolerancia de las autoridades locales que “hacían la vista gorda”, mientras que en otras poblaciones se cumplía a rajatabla la norma establecida.

    Durante el transcurso de la guerra civil española fue suspendida, como puede suponerse, cualquier manifestación o actividad de diversión colectiva, y, por supuesto, las fiestas de Carnaval. Ni siquiera existe en ningún tipo de publicación local la más mínima alusión de la celebración de algún baile, aunque no fuera de disfraces, en alguna sociedad recreativa de Santa Cruz, puesto que la contienda bélica, aunque lejana, influyó de forma determinante en la vida insular, por el estado emocional que vivían muchas familias al tener alguno de sus miembros en el frente, y también por los momentos de represión que siguieron al levantamiento militar en el archipiélago, y que llevó el luto a no pocas familias. Por ello, es evidente que, para la población tinerfeña, no podía pasar de un modo indiferente la situación reinante, por lo que, como es obvio, - a pesar de que en febrero de 1937 se publicó en la prensa una Orden del Ministerio de la Gobernación comunicando la absoluta prohibición de la celebración de los carnavales -, el pueblo, precisamente, no estaba entonces para fiestas. Con la citada orden ministerial, publicada durante el transcurso de la guerra civil, comienzan a aparecer las primeras prohibiciones del siglo XX destinadas a vetar la celebración del Carnaval, aunque, por su texto, en principio hacía pensar que se trataba de una medida coyuntural, o sea, mientras duraba la contienda bélica, pero no fue así.

    El periodo comprendido entre el final de la guerra civil y la instauración nuevamente de la democracia en el país, estuvo profundamente marcado por una etapa inicial de carácter prohibicionista total, que se fue degradando por sí misma, progresivamente, llegando a conocerse algunos momentos de transición debidos a iniciativas populares y oficiales que desembocaron en una etapa final de entera permisión, aunque en esta ocasión “bautizado”, - por el hecho de seguir prohibido el Carnaval en el resto de las poblaciones de España -, con el eufemismo de “Fiestas de Invierno”, perífrasis que serviría de vehículo para que, años más tarde, otras poblaciones tinerfeñas y de otras islas del archipiélago iniciaran sus esfuerzos en resurgir el Carnaval en sus municipios.

    Como queda dicho, una vez concluida la contienda bélica continuaron en vigor las medidas prohibitivas que pesaban sobre el Carnaval, pero ésta vez la población si tenía ganas de diversión y de olvidar amarguras, por lo que más de un conato de resurgir la fiesta hubo. Esos conatos, como ocurrió de igual modo a principios del siglo, podían clasificarse en dos bloques, o sea, los de “interior”, encabezadas por aquellas sociedades que comenzaban a organizar bailes de disfraces en sus sedes, a principio y mediados de los años cuarenta, y otras que tomaran tal actitud más tardiamente, siguiendo la estela dejada por los estudiantes que se atrevieron a ser pioneros en ello, a partir de 1947, con sus bailes de licenciatura en el Teatro Leal de La Laguna, donde el uso del disfraz era obligatorio; y los conatos en la calle, en la vía pública, provocados mayoritariamente por carnavaleros de pro, vestidos de máscaras, y por algunas de las pretéritas murgas, - como la legendaria murga de “el Chucho” de Valleseco -, cuyos integrantes, al igual que las personas vestidas con máscaras, se atrevieron a salir para vivir, en estos dos decenios de clandestinidad, un periplo carnavalero lleno de altibajos y con eclipses y afianzamientos. Altibajos motivados según el parámetro de tolerancia de los gobernantes, de su arraigo con el pueblo santacrucero y de su conocimiento o no de la aptitud y disposición natural de alegría, hospitalidad, concordia y sana diversión que, como si genéticamente fuese, ha caracterizado a los tinerfeños cuando del disfrute de unas fiestas se trata; y afianzamientos y eclipses causados por la acción de las autoridades civiles, religiosas y militares, o personalidades que gozaban de la necesaria influencia para hacer implantar prohibiciones o medidas restrictivas, ejercidas o celosamente guardadas e irremediablemente aceptadas unos años, y, en otros, incumplidas o reconsideradas con cierta indulgencia. A pesar de todo, fue posible el que, durante muchos años, un buen número de personas engrandecieron lo que en un principio tan sólo fue una modesta intervención popular, contribuyendo, de una forma más que notoria e inestimable, a la actual magnificencia y grandiosidad del Carnaval de Santa Cruz directamente, y a los de todas las islas Canarias en general, en su carácter sano y alegre de expresión popular y callejera, pues el disfraz de “Fiestas de Invierno” que se le impuso ingeniosamente al Carnaval santacrucero, fue el modelo a seguir para el resurgir, años más tarde, el Carnaval en otras localidades canarias.
    1940-1960

    En el periodo comprendido entre 1940 y 1960, la veda y persecución de la fiesta, en sus expresiones callejeras y populares, ocupa más de un tercio de su existencia, solamente excepcionada en años donde privó la tolerancia. En muchas ocasiones es probada la celebración del Carnaval tan sólo por la existencia de bailes de disfraces en sociedades, - aunque de forma camuflada -, a pesar de la participación en la calle de máscaras y murgas, aunque de una forma aventurera y clandestina, retando a la suerte y a la autoridad, pues tuvieron la osadía de aparecer por las calles santacruceras, en esta época de prohibición, para vivir la fiesta cual "trileros", o sea, bajo la atenta mirada de algún componente o amigo que avisara de la presencia próxima de la policía nacional, - llamada entonces “policía armada” y popularmente conocida por "los grises" por el color de su uniforme -, para salir corriendo y ocultarse en los zaguanes próximos, gracias a la complicidad de la mayoría de la población, evitando así el tener que pernoctar en la comisaría, entonces ubicada en la trasera del edificio del Gobierno Civil; si bien es cierto que, en Santa Cruz de Tenerife, salvo en los carnavales del año 1954, la represión y contundencia de la acción policial ejercida en la fiesta no fue excesiva realmente, e, incluso, se hacía "la vista gorda" en la mayoría de las ocasiones.

    Si en esta época, ya de por sí, había que omitir la palabra "carnaval", - de ahí el invento de “Fiestas de Invierno” -, pues sonaba a lujuria, así como cualquier otra palabra que "incitara al pecado y a los malos pensamientos", más justificada era la omisión de cualquier noticia sobre la actividad impróvida, pero meritoria y muchas veces prolífera, de los carnavaleros que retaban en cada momento la prohibición establecida, por lo que, en estos años, los medios de comunicación e información, en general, jugaron un papel muy importante y vital en beneficio del Carnaval, precisamente haciendo una labor contraria a sus principios profesionales, como fue la de callar la noticia, pues "el temor estaba en que, desde Madrid, descubrieran la trampa y ordenaran la temida marcha atrás". En definitiva, no convenía en absoluto "que Madrid se enterase", por lo cual, "los periódicos se guardaban mucho de publicar cualquier cosa que oliera a Carnaval por si llegaba a Madrid la noticia. Era un pacto tácito admirable".

    La década de los años cuarenta representó, para los españoles que la vivieron, la etapa más amarga de nuestra historia más reciente. La acuciante y grave situación económica que siguió a la guerra civil se vio agudizada por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, unos meses más tarde, impidiendo por ello la desmovilización y la ingente tarea de reconstrucción que se hacía necesaria. Las comunicaciones marítimas y las actividades portuarias volvieron a sufrir de nuevo los inconvenientes de la guerra, y la agricultura canaria, y su economía en general, estuvieron al borde de la ruina, por la lógica paralización del comercio exterior y la escasez de muchos artículos de primera necesidad. Pese a todo, algunos carnavaleros de Santa Cruz no vieron obstáculo alguno para “correr los carnavales” nada más concluir la contienda bélica, pues la población volvió a ser testigo de la intervención de algunas murgas, de efímeras apariciones de osadas máscaras, y de la celebración de los primeros bailes que en aquellos años el Casino y la Masa Coral Tinerfeña, organizaron en sus sedes sociales, lo que provocó que el gobernador civil, Javier Saldaña Sanmartín, publicara en 1942 una circular para recordar la vigencia de la prohibición de la fiesta, la primera de las muchas circulares de la misma índole que se publicaron en años sucesivos, cuando se acercaban las fechas que tradicionalmente se debería celebrar el Carnaval.

    Si en los primeros años de la década de los cuarenta las medidas restrictivas fueron celosamente guardadas, con el transcurso de los años la autoridad fue abriendo la mano, sin llegar a autorizar totalmente la fiesta, como en el periodo de mandato del gobernador civil Luis Rosón Pérez, donde hubo mayor tolerancia y se atisbaban inicios de cambio de actitud, como, por ejemplo, la autorización de los bailes en distintas sociedades, - si bien es cierto que cualquier intento de sacar el espíritu de la fiesta fuera de las mismas era cortado de inmediato por las fuerzas de orden público -, y el rescate, en febrero de 1951, del más que añorado y solicitado concurso de rondallas.
    Afilarmónica

    El tiempo en que fue Carlos Arias Navarro gobernador civil de la provincia, fue un periodo realmente paradójico en cuanto a los carnavales se refiere pues, mientras que en el resto del país continuaba la más absoluta prohibición de la fiesta, la tolerancia que en Santa Cruz mostraban las distintas autoridades bajo su mandato llevó a pensar a muchos que estaban permitidos de hecho, y se disfrutó de un Carnaval clandestino y aceptado con cierta indulgencia, a pesar de que no se había levantado aún la susodicha prohibición. Sin embargo, 1954, su último año como gobernador civil, puede considerarse como el más nefasto de la historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, al producirse una gran represión policial contra el espíritu de la fiesta, pues tanto hizo el Magistral de Tenerife por descalificarla, y las Damas de Acción Católica, - que se dirigieron a la máxima autoridad de la nación -, que en ese año la prohibición fue rigurosísima, sin ninguna clase de indulgencia: "El gobernador civil fue más severo, y cumplió lo establecido, amenazando con actuar con energía si la gente se echaba a la calle. La desilusión fue enorme y los que no lo creyeron dieron con sus huesos en comisaría".

    En vísperas de la fiesta de aquel año, 1954, se publicó en la prensa local una nota oficial que advertía la más absoluta prohibición de cualquier manifestación carnavalera, incluyendo los llamados bailes de Carnaval, llegando al extremo incluso de sancionar muy duramente a cualquier entidad particular que, mediante anuncios, publicaciones, decoración de fachadas o escaparates comerciales, incitaran a infringir la prohibición que quedaba establecida. Aún así, "salieron máscaras a la calle, pasando por alto la prohibición. Se producen enfrentamientos entre los carnavaleros y la guardia de asalto. La situación adquirió un aire sombrío y tenso. El gobernador civil de la provincia pide refuerzos a Las Palmas, por lo que llega en un correillo un contingente de guardias a Santa Cruz. Con ello, el Carnaval quedó absolutamente suspendido", y hasta el recién incorporado concurso de rondallas quedó nuevamente desautorizado.

    En tan aciago año, puesto que la permisión en años anteriores había sido la tónica habitual, surgió una murga, - génesis de la legendaria murga “Nifú-Nifá” -, a la que sus componentes “bautizaron” con el nombre de “Los Bigotudos” por los enormes mostachos que lucían con su disfraz de banda de música circense, y, puesto que había que omitir la palabra “murga” para denominar genéricamente a su agrupación carnavalera, - pues el veto de la fiesta, en anteriores años, arropaba también la prohibición del empleo de cierta terminología o léxico que guardara estrecha relación con la misma -, buscaron otro vocablo similar y apropiado a la faceta humorística de estos colectivos, omitiendo otros ya utilizados por otras murgas como el de “charanga”, “simplifónica” y “mamarrachofónica”, por citar unos ejemplos, hasta que decidieron la locución "Afilarmónica", producto de la ingeniosa y acertada idea humorística de anteponer el prefijo "a", - como partícula privativa -, a la voz "filarmónica", o sea, el entender que una murga es lo contrario de una filarmónica; conllevando también, de una forma socarrada, la verdadera intención del inventado vocablo: la de "afilar" con sus canciones, con sus letras y su crítica, pues en el argot popular "afilar la lengua" es sinónimo de "criticar muy agudamente". Dicho vocablo, el de "Afilarmónica", - que fue registrado en propiedad en la "Agencia Oficial de Patentes y Marcas" de Madrid por ser absoluta inventiva de este grupo de murgueros, ha sido utilizado en épocas más recientes como nombre genérico para las murgas, y hasta como título o entorchado a conquistar en sus concursos de otras islas para distinguir a las más laureadas.
    Opelio Rodríguez Peña

    Tras Carlos Arias Navarro, con la toma de posesión de Andrés Marín Martín como nuevo gobernador civil, cambiaron de nuevo las cosas y se volvió a celebrar la fiesta con cierta normalidad a pesar de continuar en vigencia la prohibición. El Carnaval santacrucero iba tomando, poco a poco, una línea ascendente en participación ciudadana y regocijo popular, mientras que la autoridad gubernativa era más indulgente con el transcurso de los años, sin duda alguna por el carácter, buen comportamiento y actitud cívica y sana que los santacruceros demostraban año tras año en el disfrute de anteriores ediciones de la fiesta. Aún así, el Carnaval de esta época, como queda dicho, se desarrollaba, en mayor o menor grado, según el parámetro de tolerancia de los distintos gobernadores. Así, unos optaron por hacer cumplir las disposiciones prohibitivas, aunque no de forma tajante, otros procuraron tener en días de Carnaval "un ineludible viaje al sur de la isla", y otros por permanecer en la plaza, procurando y deseando no tener que intervenir en la fiesta si existiera desmesura de sus participantes, lo que nunca se produjo. A estos últimos pertenecía Santiago Galindo Herrero, cuyo periodo de mandato, 1958-1960, puede considerarse el de mayor tolerancia y apertura, pues él mismo no sólo no ejerció ninguna acción contra la fiesta, sino que gustaba de ser espectador de la misma, y asistía a las actuaciones que diversas agrupaciones, - murgas y rondallas -, hacían en la Plaza del Príncipe.

    Sin lugar a dudas, el entusiasmo y comportamiento que mostraron los santacruceros durante los años de prohibición fue la pieza fundamental para que las distintas autoridades civiles y religiosas cuestionaran el hecho, sin precedente e insólito en España, de autorizar las fiestas de Carnaval en Santa Cruz de Tenerife aunque disfrazando su nombre con el eufemismo gracioso, pero necesario en aquella época, de "Fiestas de Invierno".

    A mediados de 1960 coincidieron tres hombres en distintas instituciones de Tenerife: el gobernador civil Manuel Ballesteros Gaibrois, el obispo tinerfeño Domingo Pérez Cáceres y Opelio Rodríguez Peña, secretario de la Junta Provincial de Información y Turismo, que, para engañar al régimen, inventaron tal eufemismo para denominar a ese desenfreno del pueblo así sentenciado "desde los púlpitos más retrógrados y conservadores". El que fuera secretario del Ministerio de Información y Turismo ocupaba, además, el cargo de concejal-presidente de la Comisión Municipal de Fiestas, por lo que se dice que el disfraz de “Fiestas de Invierno” que se le colocó al prohibido Carnaval tuvo el diseño genial de Opelio Rodríguez Peña, y que, "si no fue el autor material de ese auténtico gol a la Administración de aquellos tiempos, si estaba en la melée de donde salió el balón". Por ello, por ser considerado el mayor valedor del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, en la actualidad y desde el día 17 de noviembre de 1989, la mayor distinción que otorga el ayuntamiento santacrucero en materia de Carnaval lleva su nombre.

    Opelio Rodríguez Peña recordaba que "en aquel entonces, el principal problema estaba en la propia palabra" carnaval", pues no era aceptada en las altas esferas, y en 1961 se adelantaron las fechas de las fiestas una semana a la Cuaresma, que era otro de los más importantes obstáculos; y se logró que se declarase festivo el martes". Tras los logros alcanzados y en vísperas de la fiesta, de nuevo los miembros de "Acción Católica", al conocer la noticia de la "reapertura" de los carnavales en Santa Cruz, quisieron ser protagonistas de la misma, "anunciando que iban a sacar la procesión a la calle. Opelio Rodríguez Peña advirtió al obispo de los planes que tenía el colectivo religioso, y el prelado llamó al responsable de éstos y le convenció de que los carnavales no eran un pecado, y les dijo que se fueran a rezar a las iglesias, que a mi pueblo lo conozco yo".
    Fiestas de Interés Turístico Nacional

    En suma, con la autorización expresa del Gobierno Civil y del Obispado, y de la Junta Provincial de Información y Turismo, el ayuntamiento capitalino organiza las "Primeras Fiestas de Invierno" de Santa Cruz de Tenerife. En este ambiente de intolerancia oficial hacia los carnavales pero de tolerancia total hacia las "Fiestas de Invierno", asistimos a los momentos más brillantes y de mayor imaginación que ha conocido este acontecimiento popular. Las murgas eran la salsa de la fiesta, con sus canciones críticas a los gobernantes que cantaban de esquina en esquina, constituyendo el periódico del año pues aquellas noticias que no se podían ni comentar, las murgas las llevaban a sus repertorios, dotándolas siempre de un matiz humorístico, crítico e irónico.

    La permisión de unas fiestas antes no autorizadas hizo que la gente se tomara con entusiasmo aquellos primeros carnavales. El sabor de lo hasta entonces prohibido hizo que el pueblo saliera a la calle con disfraz y que demostrara que es capaz de divertirse, "sin menoscabar la moral ni el orden establecido". Para el pueblo existía una consigna en esa época: "Tinerfeño, de tu comportamiento depende que se sigan celebrando las “Fiestas de Invierno”.

    Aquellos primeros pasos fueron la base para poder dar despegue definitivo al Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, - tras el paréntesis de la guerra civil y el Carnaval clandestino vivido en la posguerra -, aunque, en esta ocasión, y como excusa para la permisión de su celebración, encorsetado en un marcado carácter turístico que se pretendió dar a la fiesta, consiguiéndose logros de extraordinaria relevancia como el que fueran declaradas en 1967 "Fiestas de Interés Turístico Nacional", para que, en la actualidad y desde el día 15 de enero de 1980, ostenten el rango de "Fiestas de Interés Turístico Internacional".

    Durante el transcurso de las denominadas "Fiestas de Invierno" fueron apareciendo novedades que merecen ser destacadas por su importancia histórica en la vida del Carnaval santacrucero, como, por citar unos ejemplos, un concurso de murgas por vez primera en la historia (1961), con la participación de legendarias murgas como la de “El Chucho”, la murga “Marte” o la “Afilarmónica Nifú-Nifá”; el resurgir del certamen de elección de la “Reina de las Fiestas” (1965), o de la elección de la “Reina Infantil” justo una década después, coincidiendo con el último año de las “Fiestas de Invierno” (1975); o la aparición nuevamente de las murgas infantiles, - “Los Paralelepípedos” (1965), “Los Piotinos” (1969) y “Los Lengüines” (1971) -, cuya masiva participación propició la creación de un concurso de murgas infantiles en 1972 y que aún sigue vigente como uno de los platos fuertes del programa de festejos; así como la incorporación por vez primera de la mujer como un componente más, en estas agrupaciones críticas, constituyendo e integrando las primeras murgas mixtas surgidas en el Carnaval de Santa Cruz, con la participación de “Los Criticados” (1971), o, incluso, la primera murga femenina de Canarias, denominada “Las Desconfiadas” de Arafo (1972).

    También aparece como novedad en este periodo carnavalero la incorporación a la fiesta de “Los Fregolinos”, en 1961, una agrupación que, en homenaje al antiguo “Salón Frégoli” y al estilo de la vieja comparsa tinerfeña, - que la diferenciaba de la rondalla de antaño por presentar instrumentos de viento -, se constituyó en agrupación lírico-musical con orquesta y coro de voces masculinas para interpretar, prioritariamente, obras de afamadas zarzuelas o del llamado “género chico”. También la aparición de los primeros grupos coreográficos, gracias a la iniciativa de “Los Bohemios”, pioneros en estas lides; y la edición de un cartel anunciador en cada edición de la fiesta, comenzando así, desde 1962, con una colección que, hoy en día, merece un espacio de honor en cualquier pinacoteca europea, pues artistas de la talla de Juan Galarza, Gurrea, Javier Mariscal, Dokoupil, César Manrique, Cuixart, Pedro González, Fierro, Paco Martínez, Mel Ramos, Enrique González, Maribel Nazco, Elena Lecuona y un largo etcétera, han contribuido con sus obras a la grandiosidad intercultural, artística y plástica que también tiene el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife.
    Comparsas

    La organización de las denominadas “Fiestas de Invierno” también empezó a añadir al programa de actos la celebración de distintos certámenes, como el concurso de rondallas, - con la participación de las legendarias agrupaciones “Unión Artística El Cabo”, “Orfeón La Paz”, de La Laguna, “Tronco Verde”, “Masa Coral Tinerfeña” y, entre otras, la “Asociación de Vecinos de San Sebastián” -, y los concursos de carrozas y coches engalanados, - destacando, entre los últimos, la laureadísima “Peña los Náufragos” -, que se desarrollaban en plena cabalgata anunciadora o en el Coso del martes de Carnaval, donde se presentaban también muchos de los hoy catalogados como personajes legendarios del Carnaval tinerfeño y del disfraz artístico, como Alfonso Esteban (que se disfrazaba siempre de “cartel viviente”), Miguel Delgado Salas (uno de los más laureados y admirados personajes que participaban en los concursos de disfraces adultos) y, por citar otro ejemplo, Pedro Gómez Cuenca, más conocido por “el Charlot de Tenerife” por su habitual disfraz inspirado en el personaje cinematográfico, con el cual ha ejercido de embajador del Carnaval tinerfeño en multitud de regiones y países.

    Pero sin duda, la novedad carnavalera más importante de cuantas surgen en las “Fiestas de Invierno” es la aparición, por vez primera, en 1965, de lo que hoy en día se conoce en todos los carnavales de las islas Canarias como comparsa, o sea, una agrupación o conjunto de personas de ambos sexos que, agrupadas en parranda y en cuerpo de baile, suelen vestir e interpretar aires inspirados en Sudamérica, dotándolos de coreografía propia e influenciada, en un principio, en las “escolas de samba” del Carnaval de Brasil, de cuya idiosincrasia también adoptaron el uso de batucada para sus desfiles callejeros. En las primeras ediciones de las llamadas “Fiestas de Invierno” recorrían las calles numerosísimos grupos familiares que, vistiendo un mismo disfraz, constituían las primeras parrandas carnavaleras de esta época. Los organizadores de una de ellas, integrada por familias trabajadoras de la Recova o Mercado Central “Ntra. Sra. de África”, tuvieron la feliz iniciativa de incorporar un cuerpo de baile, integrado por jóvenes de ambos sexos, a la parranda, presentando una sencilla coreografía que realizaban en los desfiles de la agrupación a modo de pasacalles e inspirados en las agrupaciones del Carnaval carioca, puesto que, en aquella ocasión, habían decidido vestir una alegoría brasileña y denominar a su grupo, por ello, “Los Rumberos”. Fue tal la acogida dispensada por parte del público y organizadores que, en años posteriores, comenzaron a verse varias agrupaciones de este tipo, hasta lograr un número aceptable como para hacer una exhibición de las mismas en 1971, en la Piscina Municipal y, al año siguiente, el primer concurso de comparsas, con la intervención de legendarias agrupaciones como “Los Rumberos”, “Los Sambas”, “Los Sudamericanos”, “Los Brasileiros” y “Los Cariocas”, entre otros, que consiguieron desde aquel primer año el que este certamen siga celebrándose con gran expectación, y que este tipo de agrupación, como otros endemismos carnavaleros de Santa Cruz, se haya proyectado a la inmensa mayoría de los carnavales celebrados en todas las islas Canarias.

    Las llamadas "Fiestas de Invierno" en realidad siempre se celebraron exactamente igual que si fueran unos carnavales autorizados como tal, por lo que, andando los años, ya éstas no engañaban a nadie. El hecho de haberse llamado "Fiestas de Invierno" al Carnaval había sido aceptado a regañadientes, como única vía para que los tradicionales festejos volviesen a ser restablecidos. Sin embargo, para los santacruceros, las "Fiestas de Invierno" continuaron siendo un Carnaval disfrazado por la autoridad. Madurez ciudadana, respeto, solidaridad, alegría sana, hospitalidad, talante liberal, creatividad e ingenio, fueron las mejores cartas que supo jugar el pueblo de Santa Cruz de Tenerife a la hora de reconquistar su Carnaval, único celebrado como tal en toda España en aquellos años.

    Con el transcurso de los años, avanzadas las "Fiestas de Invierno", poco a poco se observan en la prensa local, en las crónicas de dichas fiestas, unos vocablos hasta entonces vetados, como "máscara", "disfraz" o "Carnaval". El propio órgano censor, que nunca fue muy severo con las letras de las murgas, ya permitía en éstas la palabra "Carnaval" cuando se referían a las fiestas, sobretodo en sus pasacalles. En los últimos años, incluso diferentes comercios se especializaban en la venta de artículos carnavaleros, y los anunciaban como tal en la prensa. Por todo ello, no es extraño que los santacruceros que vivieron estos años interiormente en la fiesta, integrados en agrupaciones carnavaleras, apenas notaron cambio alguno en esa transición habida entre las "Fiestas de Invierno" y el Carnaval, ocurrida en el año 1976, una vez autorizada la fiesta en toda España tras la era franquista, que había llegado a su fin unos meses antes de la celebración del primer Carnaval liberado del corsé o disfraz de “Fiestas de Invierno”.
    Agrupaciones musicales

    Tras la instauración de un régimen democrático en el país se autorizó la celebración del Carnaval en toda España, en todas aquellas ciudades y pueblos que, tras cuarenta años de mutismo carnavalero, deseaban recobrar la fiesta que se dejó de celebrar tras la guerra civil. En Tenerife fue muy distinto. La autorización llegaba cuando las agrupaciones y organizadores del evento se encontraban ya inmersos en los preparativos para celebrar, una vez más, una nueva edición de las "Fiestas de Invierno", lo que provocó una duplicidad de denominaciones con ambos términos para la misma fiesta. Así, por ejemplo, la propia Comisión Municipal organizadora presentó en el cartel oficial, y en programas de mano de los festejos, la terminología "Fiestas de Invierno", mientras que en vallas publicitarias y otros anuncios recordatorios del programa de actos, insertados y publicados días antes del inicio de las fiestas, lo hacía con el encabezamiento de "Carnaval-76". De igual modo ocurrió con las portadas de los cancioneros de las distintas murgas pues, en la mayoría de los casos, o sea, aquellas que con tiempo de antelación habían remitido a las distintas imprentas sus originales para su emisión, salieron publicados con el título de "Fiestas de Invierno"; por contra, el resto, normalmente por retrasar tal trabajo, anunciaron en sus portadas "Carnaval-76". Distinto fue el caso en la prensa local que, desde un principio, en sus ya habituales páginas diarias dedicadas a la fiesta que aparecían con su cuenta atrás, varias semanas antes de su comienzo, titulaban éstas como "páginas del Carnaval-76".

    En ese año, 1976, el Carnaval de Santa Cruz protagonizaría un capítulo importantísimo en el resurgir de la fiesta en otras localidades del archipiélago. Como cualquier otro pueblo de España, la ciudad de Las Palmas y otros municipios de Gran Canaria vieron luz verde para celebrar su primer Carnaval autorizado, tras la prohibición establecida en los cuarenta años siguientes a la guerra civil. La Comisión de Fiestas de Santa Cruz de Tenerife decidió colaborar en tal proyecto y se envió a la isla hermana una representación del Carnaval tinerfeño una vez concluidas las fiestas en Santa Cruz. Así, una delegación santacrucera, encabezada por su concejal-presidente, reina, damas de honor, una comparsa y la murga "Afilarmónica Nifú-Nifá" viajó a Las Palmas y participó muy activamente en cabalgatas y actuaciones programadas. Por contacto directo de los organizadores de los festejos, también lo hicieron otros grupos tinerfeños como la murga “Afilarmónica Triqui-Traques”, así como en otras ciudades del interior de la isla que también intentaban del mismo modo recuperar su fiesta de Carnaval, como el municipio norteño de Gáldar, donde intervino la murga infantil "Los Piotinos", o en la población sureña de Ingenio, con la participación de la murga infantil "Ni Pico - Ni Corto". En el libro "Historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife" se comenta que "no podemos olvidar que grupos como éstos fueron los que en 1976 apoyaron decididamente con su presencia la primera edición de los carnavales de Las Palmas, que renacían después de cuarenta años de suspensión". Al año siguiente, 1977, la participación de los grupos carnavaleros de Tenerife fue tan masiva que prácticamente la totalidad de los mismos se desplazaron a Las Palmas, una vez finalizadas las fiestas en Santa Cruz, respondiendo de esta forma a la invitación que los organizadores de la citada ciudad habían cursado a las agrupaciones santacruceras, que llenaron un barco tipo ferry en cuyas bodegas, a parte de varias carrozas y coches engalanados, también viajó un colosal "King-Kong" construido por la veterana agrupación "Los Toscaleños".

    En los primeros años de esta nueva época, las calles de Santa Cruz son recorridas de nuevo por grupos de familias que hacían recordar la vieja parranda carnavalera, la constituida por numerosísimos miembros de una misma familia o comunidad de vecinos e integrada por componentes de diversas edades que, vistiendo traje único, - en principio siempre inspirado en el folklore mejicano -, preparaban un repertorio donde destacaba mayoritariamente una selección de merengues, boleros y rancheras. Así lo hicieron grupos como “Los Gavilanes”, “Agrupación Teide”, “Purahey” y un largo etcétera que vino a constituir lo que hoy en día se conoce en el Carnaval santacrucero como “Agrupaciones musicales”, otro de los colectivos carnavaleros que tiene su concurso propio dentro de los actos más relevantes del programa de festejos.

    A pesar de que la fiesta ha sido recuperada en la práctica totalidad de las poblaciones de España, y que se celebra en un sin fin de municipios canarios, el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife no sólo no ha perdido auge sino que, por contra, se ha convertido en el Carnaval de Carnavales, en el más prestigioso de Europa y, desde luego, en el más seguro y participativo del mundo, donde una enorme afluencia masiva de público que entusiasmado acude a la isla en esas fechas, se ve arropado por un pueblo que en sus genes lleva el Carnaval, un pueblo capaz de entregarse en cuerpo y alma a la diversión sana y bullanguera, al ritmo trepidante y festivo, a la explosión de color y alegría en maravilloso maridaje con unas temperaturas primaverales que invitan a tomar la calle, donde se celebran los multitudinarios bailes con grandes orquestas hasta el amanecer, y los espectáculos que ofrecen las agrupaciones en los distintos escenarios de la ciudad. Una ciudad que es literalmente tomada por el pueblo, en cuyas calles cientos de miles de personas bailan, durante días, al son de prestigiosas orquestas y artistas de talla internacional, sobretodo los más excelsos intérpretes de la música latina, que siguen la estela que dejó en su día la recordada orquesta “Billo's Caracas Boys”, que acompañó a la inolvidable Celia Cruz en la consecución del Record Guinness durante el Carnaval del año 1987, con la concentración de doscientas cincuenta mil personas bailando la misma canción al aire libre, en la plaza de España, enclave habitual del escenario principal del Carnaval santacrucero.

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  12. Máscara

    Esos desenfrenos del elemento militar, a la hora de divertirse en días de Carnaval, así como de las capas más populares de la población, - que vivían unos carnavales más bulliciosos y participativos, con más ambiente festivo y despojado de toda etiqueta y del encorsetamiento que se exigía en la alta sociedad en sus celebraciones -, motivaron que arreciaran, por parte de la autoridad pertinente, las disposiciones restrictivas y ciertas prohibiciones que afectaban al uso de algunos artículos durante la fiesta, así como la regulación de ciertas actitudes y hasta el uso de la máscara. Sin embargo, ello propicia la aparición de un talante con visos de gran tolerancia en las autoridades locales, que viene a ser, con respecto al Carnaval de Santa Cruz, un denominador común a lo largo de su historia, incluso en épocas de la prohibición más absoluta de la fiesta, - como veremos más adelante -, pues en muchas ocasiones dicha actitud era criticada por personas de otras poblaciones al contemplar que las medidas restrictivas que pesaban sobre el Carnaval eran celosamente guardadas en otras localidades y no en Santa Cruz, como sucediera en 1783, por citar un ejemplo, cuando un bando publicado por el Corregidor, en el que se vetaba el uso de máscaras “por estar prohibidas por Reales Ordenes”, motivó graves sucesos en La Laguna, mientras que en Santa Cruz tal prohibición no se llevó a efecto.

    También es cierto que, en otras ocasiones, y debido a los excesos de algunos, el espíritu indulgente de la autoridad local cambiaba durante el transcurso de la fiesta, como sucediera en 1799 cuando el alcalde real ordinario, don José María de Villa, tras permitir las máscaras en Carnaval, publicaba un edicto mediante el cual, - por el abuso de vecinos y transeúntes “pues muchas personas se valen de este disfraz reprobado por la ley para encubrir sus desórdenes y odios de lo que ha habido ejemplares en estas últimas noches” -, quedaba prohibida la máscara. Sin embargo, y a lo largo de los tiempos, encontramos que era más habitual la tolerancia, el “hacer la vista gorda”, pues, por lo general, la inmensa mayoría de la población “se conduce de un modo correspondiente a su educación y carácter”, y que la autoridad local era consciente de que la falta de celo solo afectaba “a cierto número de individuos”, que obligaba a mantener vigentes las sanciones, para quienes infringían los bandos de prohibición, en aras de prevenir alborotos y otros males.

    Las prohibiciones, con aquellos primeros bandos realizados por la alcaldía, - y que llegaron a su punto más álgido con las ordenanzas municipales de 1852, donde aparecen hasta ocho artículos concretos dedicados al Carnaval -, sin duda alguna jugaron un papel importantísimo en el devenir y la evolución de la magna fiesta santacrucera por excelencia, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pues esa reglamentación motivó varios cambios de importancia que, a la postre, resultó dotar de personalidad propia al Carnaval de Santa Cruz de Tenerife.

    Sin perder de vista el pretérito y ancestral uso de la máscara en Egipto, en la cultura japonesa o en el teatro griego, parece demostrado que la introducción de la máscara, como elemento propicio del Carnaval, acontece en el siglo XIII en Venecia y, posteriormente, al igual que otros usos y costumbres, fue auspiciada por otros carnavales de Europa. En España, el uso de la máscara en tiempos de Carnaval fue motivo, durante siglos, de las más fervientes prohibiciones y enconadas persecuciones, pues no en pocos casos proporcionaron en más de una ocasión la impunidad indebida, el encubrimiento, el secreto oculto o el misterio enigmático en actos de venganza, romances, conspiraciones, amoríos, burlas o ajustes de cuentas que la autoridad debía atajar. En Santa Cruz, aunque también se implantaron las mismas medidas restrictivas o prohibiciones que en el resto del reino, y otras emanadas de la autoridad local, el uso de la máscara, careta o antifaz no pudo ser abolido, llegando a su punto más álgido con las llamadas “tapadas”, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, protagonizadas por damas pertenecientes a la “sociedad selecta” que, cubriéndose el rostro con una máscara, se mezclaban con la gente en festejos populares y en las horas de paseo en los días de fiesta; constituyendo lo que podría ser la génesis de la mascarita canaria, la de la sábana y el abanador, tan usual en la isla a finales del siglo XIX y gran parte del siglo XX. Hay quien sostiene que, entre las citadas “tapadas”, podría esconderse, “debajo de un refajo dieciochesco de blondas”, algún representante del sexo contrario, lo cual viene a ser, aún hoy en día, una forma muy habitual de vivir también la fiesta, de “correr los carnavales”, haciendo vigente el ambiente que describía en el año 1605 Gaspar Luis Hidalgo, donde se alude a esta costumbre de invertir los sexos por medio de disfraces, - algo muy generalizado en la mayoría de los carnavales del mundo -, y que ha sido tan criticada siempre por la iglesia por considerarla una actitud excesivamente transgresora de la moral.
    Primer Casino

    En 1840 surge en Santa Cruz el primer casino que se crea en las islas Canarias, el Casino de Santa Cruz de Tenerife, uno de los eslabones más importantes de una larga cadena que por estas fechas empieza a gestarse, o sea, la aparición de las primeras sociedades de recreo y ocio, culturales y recreativas, de Santa Cruz, que jugaron un papel importantísimo en la celebración de las fiestas de Carnaval, tanto durante el siglo XIX como en los años de la prohibición más absoluta, o sea, los años cincuenta del pasado siglo. Sin poder absorber en absoluto el Carnaval callejero, - que siempre ha sido seña de identidad del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife -, las innumerables sociedades santacruceras pugnaban, año tras año, por ofrecer a sus socios y parroquianos un programa de actos elaborado con gran brillantez, donde solían destacar los concursos de disfraces infantiles y, sobre todo, los llamados "bailes de disfraces" como, por citar algunos celebrados en el primer tercio del siglo XX, los del “Salón Frégoli”, que hicieron época, primero en su antiguo local social de la plaza de la Iglesia, frente a la torre de la Concepción, en la casa de don Benito, y después en la calle del Castillo; o los de la sociedad “La Alegría”, que se celebraban con lleno hasta los aleros en su sede social entonces situada en uno de los márgenes del “Charco de la Casona”, haciendo esquina con el Hospital Civil; o los “asaltos” que se organizaban en el antiguo “Recreo”, que abría sus puertas también en la chicharrerísima plaza de la Iglesia; sin olvidar los fragorosos bailes del “Salón Novedades”, en la calle de Ferrer, antes del incendio que lo redujo a cenizas, ni los que se dieron en el “Círculo de Amistad XII de Enero”, antes de fusionarse con el viejo “Recreo”; así como los inolvidables bailes en el “Parque Recreativo”, siempre enclavado en la plaza del Patriotismo, los austeros del “Centro de Dependientes”, en la calle de San José; los celebrados en el “Luz y Vida” del Toscal, en plena calle de Santiago; los celebrados en el “Fomento”, fiel a la Plaza de San Telmo; o en “La Prosperidad”, en el barrio de Salamanca; o en el populachero “Piojito”, de la calle de San Sebastián; o los asombrosos y brillantes bailes del “Real Club Náutico” y del Casino Principal, que eran de postín.

    Pese a los innumerables bailes en las distintas sociedades de la población, el Carnaval santacrucero siempre se distinguió por ser eminentemente callejero. Cada edición del "Viejo Carnaval", - así conocido al Carnaval de Santa Cruz celebrado en las ediciones anteriores a la guerra civil española -, comenzaba de manera invariable con la presencia de los niños que, cual pregoneros, anunciaban con sus cánticos y su griterío, en prematuras horas del primer día de Carnaval, la llegada de las fiestas: "el sábado de preludio, o de vísperas, salían a la calle los bullangueros ranchos de chiquillos como precursores de la fiesta". Eran épocas donde, en los días de Carnaval, la gente convergía en la calle del Norte, - hoy de Valentín Sanz -, y la del Castillo, y en la Plaza de la Constitución, llamada después Plaza de la Candelaria. En la calle del Norte era como de rigor ir hacia la acera del café "El Águila", y en la Plaza de la Constitución por las aceras donde se encontraban los cafés “La Peña” y “Cuatro Estaciones”, establecimientos que, aún hoy en día, se les recuerda con celebridad por gran parte de los santacruceros, pues en ellos se encontraba lo más selecto de la sociedad, la clase intelectual del momento, y donde nuestras pretéritas mascaritas y murgas se dejaban ver con mucha frecuencia.

    Un extremo o punto neurálgico del Carnaval de antaño era la Recova Vieja, - después coloquialmente conocida como “Palais Royal” -, y las escalinatas del Teatro Guimerá, desde donde, tras recorrer la citada calle del Norte, se llegaba a la Plaza del Príncipe, - corazón del Carnaval en aquella época, donde, incluso, a su alrededor, se celebraba el coso o desfile carnavalero -, para morir dicha calle en otro de los puntos neurálgicos del Carnaval capitalino, o sea, la entrada de la calle de La Rosa, zona donde se aglutinaban famosos núcleos del Carnaval pretérito, como el desaparecido "Parque Recreativo" y la sede social de la "Masa Coral Tinerfeña", frente a la Plaza del Patriotismo, teniendo muy próximas la sociedad "Luz y Vida" de El Toscal y la actual sede del "Círculo de Amistad XII de Enero".

    El casco urbano histórico de Santa Cruz, en Carnaval, siempre ha sido un auténtico hervidero festivo desde sus inicios, pues, como sucediera con la citada calle del Norte, también a lo largo de la histórica y céntrica calle del Castillo se vivía el Carnaval santacrucero, desde su extremo más cercano al mar, - con aglomeraciones de carnavaleros en la ya citada Plaza de la Constitución y en la Alameda del Duque de Santa Elena, llamada de La Libertad o Alameda del Muelle, donde se celebraban, la mayoría de las veces, los concursos de rondallas y otros actos relevantes incluidos en el programa de festejos -, hasta el extremo más próximo al interior de la isla, o sea, en las inmediaciones de la Plaza de Weyler, zona también conocida con el nombre de "la salida", donde existía un enorme bullicio producido por la parada de los transportes públicos, con afluencia de gente que entraba y salía de Santa Cruz por la entonces conocida como "Carretera de La Laguna", hoy denominada, y desde 1903, "Rambla de Pulido".
    Rondallas

    A partir del año 1900, gran parte de las citadas plazas y vías céntricas de la ciudad fueron el escenario propicio para un acto carnavalero de nueva introducción, que aparece nada más inaugurarse el siglo XX y que cobraría, con los años, suma importancia en la fiesta, o sea, la incorporación de las entonces llamadas “camelladas”, - que en la actualidad se conoce por cabalgata, pues, en un principio, eran camellos (dromedarios), y más tarde caballos, los medios de transporte que se empleaban para portar máscaras y gente disfrazada en aquellos primeros desfiles de Carnaval -, así como los primeros “entierros de la sardina”, que, en sus principios, eran múltiples, tantos como barrios populosos del Santa Cruz de aquel entonces, y que, primeramente, estaban protagonizados mayoritariamente por los chiquillos de cada barrio, para ser finalmente organizados por alguna sociedad recreativa que realizaba los primeros itinerarios por las más céntricas y diversas calles de la población.

    Una década anterior, concretamente en el año 1891, está fechada la aparición, por vez primera, de una rondalla como agrupación propia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife. Este tímido comienzo de la importantísima incorporación de la llamada “música culta” o “música de calidad” al espectro carnavalero, interpretada por aficionados con instrumentos de pulso y púa, supuso la base de una entrañable tradición que originó, en su día, un extraordinario endemismo carnavalero de Santa Cruz de Tenerife, y que sigue muy vigente en la actualidad. Como en otros carnavales del mundo, por aquellos años recorrían las calles de la población algunas agrupaciones denominadas “estudiantinas”, - mayoritariamente integradas por jóvenes señoritas o niños que mantenían una actitud de carácter postulante -, y, sobretodo, parrandas, o sea, agrupaciones de amigos que, provistos de instrumentos de cuerda, con sus cánticos departían gran animación por las calles que frecuentaban, como también lo hacían, llenándolas de alegría y sana algarabía, unas agrupaciones denominadas “comparsas”, cuyos instrumentos de viento resultaban ser el hecho diferenciador con las citadas parrandas. El tímido comienzo de las rondallas carnavaleras, propiciado en el año 1891 por jóvenes de la sociedad filarmónica “Santa Cecilia”, y continuado por el Orfeón de Santa Cruz, - fundado en 1897 -, quedó consolidado en la década de los años veinte del pasado siglo, alcanzando su mayor esplendor en los años treinta y, tras el paréntesis que supuso la guerra civil española y la posterior prohibición del Carnaval, llegó a protagonizar los primeros concursos de agrupaciones de Carnaval celebrados en los años cincuenta, constituyendo el acto más esperado de cuantos se desarrollaron en las ediciones carnavaleras de los años sesenta y setenta.

    Durante el periodo comprendido entre 1900 y 1936, - año del inicio de la guerra civil española -, una serie de acontecimientos, en su mayor parte ajenos a las islas, acondicionaron de algún modo la celebración del Carnaval en Santa Cruz. Tras comenzar el siglo con el recuerdo próximo del desastre colonial del 98, el estallido de la primera guerra mundial, años más tarde, afectó decisivamente en la vida insular, y por ende en la fiesta, al igual que el Carnaval de 1924, primero de la dictadura de Primo de Rivera, un periodo que marcó el desarrollo de las fiestas con el signo de la prohibición, entre comillas, y la división del archipiélago en dos provincias, en 1927. La República, por el contrario, liberó al Carnaval canario de las trabas anteriores, situándolo en sus cotas más altas, solamente sesgado por la guerra civil y los años de la posguerra, dejando truncada su celebración por mucho tiempo.

    A principios del siglo XX, avanzado el año 1914, con el estallido de la primera guerra mundial y ante la certeza de que submarinos alemanes operaban en aguas de las islas Canarias, se ordenó a un cañonero de la Marina de Guerra española, denominado "Laya", arribar y permanecer de apostadero en la bahía de Santa Cruz, - entonces capital del archipiélago -, para realizar misiones de vigilancia, patrullando constantemente, y durante varios años, por aguas de las islas. En el Carnaval de 1917, la marinería del “Laya” obtuvo el visto bueno, por parte de la oficialidad, de disfrutar del Carnaval de Santa Cruz, participando en el mismo constituyendo una chirigota, fieles a la tradición de su tierra, puesto que la inmensa mayoría de la tripulación era gaditana. Así fue como el pueblo santacrucero fue testigo de una nueva forma de vivir la fiesta, un nuevo modo de participar en la fiesta, de constituir un grupo musical de corte bufo donde la letra de las canciones era más importante que la interpretación de las mismas, pues contenían temas propios de la actualidad isleña y otros más banales de contenido "picante", y donde el humor y la crítica jugaban un papel fundamental en sus composiciones y actuaciones. Por ello, puesto que esta nueva forma de vivir la fiesta caló muy hondo en el Carnaval tinerfeño, y fue totalmente aceptada por el pueblo como un colectivo carnavalero más, puede afirmarse, sin temor a equívocos, - queda así reflejado en la prensa local de aquellos momentos -, que aquellos marineros constituyeron la primera murga creada por y para el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, aunque de una forma "achirigotada", puesto que crearon escuela y ya, al año siguiente, cantando canciones similares con contenido crítico y humorístico, se vieron recorrer las principales calles y plazas de la población, imitándoles, varios grupos de carnavaleros que, sin saberlo, irían dotando de una personalidad propia a este tipo de agrupaciones, para culminar en esa forma particular o cualidad que constituye, hoy en día, a la murga tinerfeña y, por ende, a la murga canaria, - puesto que esta forma de participar en la fiesta traspasó no solo el ámbito municipal sino también el insular, pues, en la actualidad, existen murgas en todas las islas Canarias, incluida la isla de La Graciosa -; una murga canaria que, hoy en día y pese a tener sus mismas raíces, evidencia una diferencia muy considerable con las agrupaciones gaditanas, lo que constituye otro endemismo carnavalero propio de Santa Cruz de Tenerife: la murga canaria.
    Fiestas de Invierno

    Cuando el régimen de Primo de Rivera daba sus bandazos finales, llevó a cabo su último intento de provocar de forma definitiva la ansiada decadencia y posterior desaparición de estas fiestas tan populares, puesto que, en plenos carnavales de 1929, se publicó una Real Orden según la cual, en adelante, o sea, a partir de 1930, se consideraba un periodo de días festivos reducido, exclusivamente, al domingo de Carnaval y domingo de piñata, quedando prohibida por tanto cualquier manifestación carnavalera fuera de dichos días. Tras la caída de la dictadura, parecía que tal disposición iba a ser derogada por el nuevo gobierno, presidido por Berenguer, pero no fue así, y, a propuesta del mismo, el Rey dispuso que se mantuviese su vigencia y por ello el pueblo de Santa Cruz, resignado, dio por acabada la fiesta al término del domingo de Carnaval. Sin embargo, la tarde del martes tuvo como protagonista a la máscara, - encarnada por mujeres -, y a una de las agrupaciones más importantes de aquellas pretéritas y pioneras murgas santacruceras, la conocida como murga de "el Flaco", pues fueron los que, saltándose la norma establecida, su participación, su actitud y su “contagio” festivo, hizo que "Santa Cruz fuera un agradable y estridente hervidero de color", lo que continuó siéndolo todos los días de Carnaval y en los años siguientes, por contar, ¿como no?, una vez más, con la tolerancia de las autoridades locales que “hacían la vista gorda”, mientras que en otras poblaciones se cumplía a rajatabla la norma establecida.

    Durante el transcurso de la guerra civil española fue suspendida, como puede suponerse, cualquier manifestación o actividad de diversión colectiva, y, por supuesto, las fiestas de Carnaval. Ni siquiera existe en ningún tipo de publicación local la más mínima alusión de la celebración de algún baile, aunque no fuera de disfraces, en alguna sociedad recreativa de Santa Cruz, puesto que la contienda bélica, aunque lejana, influyó de forma determinante en la vida insular, por el estado emocional que vivían muchas familias al tener alguno de sus miembros en el frente, y también por los momentos de represión que siguieron al levantamiento militar en el archipiélago, y que llevó el luto a no pocas familias. Por ello, es evidente que, para la población tinerfeña, no podía pasar de un modo indiferente la situación reinante, por lo que, como es obvio, - a pesar de que en febrero de 1937 se publicó en la prensa una Orden del Ministerio de la Gobernación comunicando la absoluta prohibición de la celebración de los carnavales -, el pueblo, precisamente, no estaba entonces para fiestas. Con la citada orden ministerial, publicada durante el transcurso de la guerra civil, comienzan a aparecer las primeras prohibiciones del siglo XX destinadas a vetar la celebración del Carnaval, aunque, por su texto, en principio hacía pensar que se trataba de una medida coyuntural, o sea, mientras duraba la contienda bélica, pero no fue así.

    El periodo comprendido entre el final de la guerra civil y la instauración nuevamente de la democracia en el país, estuvo profundamente marcado por una etapa inicial de carácter prohibicionista total, que se fue degradando por sí misma, progresivamente, llegando a conocerse algunos momentos de transición debidos a iniciativas populares y oficiales que desembocaron en una etapa final de entera permisión, aunque en esta ocasión “bautizado”, - por el hecho de seguir prohibido el Carnaval en el resto de las poblaciones de España -, con el eufemismo de “Fiestas de Invierno”, perífrasis que serviría de vehículo para que, años más tarde, otras poblaciones tinerfeñas y de otras islas del archipiélago iniciaran sus esfuerzos en resurgir el Carnaval en sus municipios.

    Como queda dicho, una vez concluida la contienda bélica continuaron en vigor las medidas prohibitivas que pesaban sobre el Carnaval, pero ésta vez la población si tenía ganas de diversión y de olvidar amarguras, por lo que más de un conato de resurgir la fiesta hubo. Esos conatos, como ocurrió de igual modo a principios del siglo, podían clasificarse en dos bloques, o sea, los de “interior”, encabezadas por aquellas sociedades que comenzaban a organizar bailes de disfraces en sus sedes, a principio y mediados de los años cuarenta, y otras que tomaran tal actitud más tardiamente, siguiendo la estela dejada por los estudiantes que se atrevieron a ser pioneros en ello, a partir de 1947, con sus bailes de licenciatura en el Teatro Leal de La Laguna, donde el uso del disfraz era obligatorio; y los conatos en la calle, en la vía pública, provocados mayoritariamente por carnavaleros de pro, vestidos de máscaras, y por algunas de las pretéritas murgas, - como la legendaria murga de “el Chucho” de Valleseco -, cuyos integrantes, al igual que las personas vestidas con máscaras, se atrevieron a salir para vivir, en estos dos decenios de clandestinidad, un periplo carnavalero lleno de altibajos y con eclipses y afianzamientos. Altibajos motivados según el parámetro de tolerancia de los gobernantes, de su arraigo con el pueblo santacrucero y de su conocimiento o no de la aptitud y disposición natural de alegría, hospitalidad, concordia y sana diversión que, como si genéticamente fuese, ha caracterizado a los tinerfeños cuando del disfrute de unas fiestas se trata; y afianzamientos y eclipses causados por la acción de las autoridades civiles, religiosas y militares, o personalidades que gozaban de la necesaria influencia para hacer implantar prohibiciones o medidas restrictivas, ejercidas o celosamente guardadas e irremediablemente aceptadas unos años, y, en otros, incumplidas o reconsideradas con cierta indulgencia. A pesar de todo, fue posible el que, durante muchos años, un buen número de personas engrandecieron lo que en un principio tan sólo fue una modesta intervención popular, contribuyendo, de una forma más que notoria e inestimable, a la actual magnificencia y grandiosidad del Carnaval de Santa Cruz directamente, y a los de todas las islas Canarias en general, en su carácter sano y alegre de expresión popular y callejera, pues el disfraz de “Fiestas de Invierno” que se le impuso ingeniosamente al Carnaval santacrucero, fue el modelo a seguir para el resurgir, años más tarde, el Carnaval en otras localidades canarias.
    1940-1960

    En el periodo comprendido entre 1940 y 1960, la veda y persecución de la fiesta, en sus expresiones callejeras y populares, ocupa más de un tercio de su existencia, solamente excepcionada en años donde privó la tolerancia. En muchas ocasiones es probada la celebración del Carnaval tan sólo por la existencia de bailes de disfraces en sociedades, - aunque de forma camuflada -, a pesar de la participación en la calle de máscaras y murgas, aunque de una forma aventurera y clandestina, retando a la suerte y a la autoridad, pues tuvieron la osadía de aparecer por las calles santacruceras, en esta época de prohibición, para vivir la fiesta cual "trileros", o sea, bajo la atenta mirada de algún componente o amigo que avisara de la presencia próxima de la policía nacional, - llamada entonces “policía armada” y popularmente conocida por "los grises" por el color de su uniforme -, para salir corriendo y ocultarse en los zaguanes próximos, gracias a la complicidad de la mayoría de la población, evitando así el tener que pernoctar en la comisaría, entonces ubicada en la trasera del edificio del Gobierno Civil; si bien es cierto que, en Santa Cruz de Tenerife, salvo en los carnavales del año 1954, la represión y contundencia de la acción policial ejercida en la fiesta no fue excesiva realmente, e, incluso, se hacía "la vista gorda" en la mayoría de las ocasiones.

    Si en esta época, ya de por sí, había que omitir la palabra "carnaval", - de ahí el invento de “Fiestas de Invierno” -, pues sonaba a lujuria, así como cualquier otra palabra que "incitara al pecado y a los malos pensamientos", más justificada era la omisión de cualquier noticia sobre la actividad impróvida, pero meritoria y muchas veces prolífera, de los carnavaleros que retaban en cada momento la prohibición establecida, por lo que, en estos años, los medios de comunicación e información, en general, jugaron un papel muy importante y vital en beneficio del Carnaval, precisamente haciendo una labor contraria a sus principios profesionales, como fue la de callar la noticia, pues "el temor estaba en que, desde Madrid, descubrieran la trampa y ordenaran la temida marcha atrás". En definitiva, no convenía en absoluto "que Madrid se enterase", por lo cual, "los periódicos se guardaban mucho de publicar cualquier cosa que oliera a Carnaval por si llegaba a Madrid la noticia. Era un pacto tácito admirable".

    La década de los años cuarenta representó, para los españoles que la vivieron, la etapa más amarga de nuestra historia más reciente. La acuciante y grave situación económica que siguió a la guerra civil se vio agudizada por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, unos meses más tarde, impidiendo por ello la desmovilización y la ingente tarea de reconstrucción que se hacía necesaria. Las comunicaciones marítimas y las actividades portuarias volvieron a sufrir de nuevo los inconvenientes de la guerra, y la agricultura canaria, y su economía en general, estuvieron al borde de la ruina, por la lógica paralización del comercio exterior y la escasez de muchos artículos de primera necesidad. Pese a todo, algunos carnavaleros de Santa Cruz no vieron obstáculo alguno para “correr los carnavales” nada más concluir la contienda bélica, pues la población volvió a ser testigo de la intervención de algunas murgas, de efímeras apariciones de osadas máscaras, y de la celebración de los primeros bailes que en aquellos años el Casino y la Masa Coral Tinerfeña, organizaron en sus sedes sociales, lo que provocó que el gobernador civil, Javier Saldaña Sanmartín, publicara en 1942 una circular para recordar la vigencia de la prohibición de la fiesta, la primera de las muchas circulares de la misma índole que se publicaron en años sucesivos, cuando se acercaban las fechas que tradicionalmente se debería celebrar el Carnaval.

    Si en los primeros años de la década de los cuarenta las medidas restrictivas fueron celosamente guardadas, con el transcurso de los años la autoridad fue abriendo la mano, sin llegar a autorizar totalmente la fiesta, como en el periodo de mandato del gobernador civil Luis Rosón Pérez, donde hubo mayor tolerancia y se atisbaban inicios de cambio de actitud, como, por ejemplo, la autorización de los bailes en distintas sociedades, - si bien es cierto que cualquier intento de sacar el espíritu de la fiesta fuera de las mismas era cortado de inmediato por las fuerzas de orden público -, y el rescate, en febrero de 1951, del más que añorado y solicitado concurso de rondallas.
    Afilarmónica

    El tiempo en que fue Carlos Arias Navarro gobernador civil de la provincia, fue un periodo realmente paradójico en cuanto a los carnavales se refiere pues, mientras que en el resto del país continuaba la más absoluta prohibición de la fiesta, la tolerancia que en Santa Cruz mostraban las distintas autoridades bajo su mandato llevó a pensar a muchos que estaban permitidos de hecho, y se disfrutó de un Carnaval clandestino y aceptado con cierta indulgencia, a pesar de que no se había levantado aún la susodicha prohibición. Sin embargo, 1954, su último año como gobernador civil, puede considerarse como el más nefasto de la historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, al producirse una gran represión policial contra el espíritu de la fiesta, pues tanto hizo el Magistral de Tenerife por descalificarla, y las Damas de Acción Católica, - que se dirigieron a la máxima autoridad de la nación -, que en ese año la prohibición fue rigurosísima, sin ninguna clase de indulgencia: "El gobernador civil fue más severo, y cumplió lo establecido, amenazando con actuar con energía si la gente se echaba a la calle. La desilusión fue enorme y los que no lo creyeron dieron con sus huesos en comisaría".

    En vísperas de la fiesta de aquel año, 1954, se publicó en la prensa local una nota oficial que advertía la más absoluta prohibición de cualquier manifestación carnavalera, incluyendo los llamados bailes de Carnaval, llegando al extremo incluso de sancionar muy duramente a cualquier entidad particular que, mediante anuncios, publicaciones, decoración de fachadas o escaparates comerciales, incitaran a infringir la prohibición que quedaba establecida. Aún así, "salieron máscaras a la calle, pasando por alto la prohibición. Se producen enfrentamientos entre los carnavaleros y la guardia de asalto. La situación adquirió un aire sombrío y tenso. El gobernador civil de la provincia pide refuerzos a Las Palmas, por lo que llega en un correillo un contingente de guardias a Santa Cruz. Con ello, el Carnaval quedó absolutamente suspendido", y hasta el recién incorporado concurso de rondallas quedó nuevamente desautorizado.

    En tan aciago año, puesto que la permisión en años anteriores había sido la tónica habitual, surgió una murga, - génesis de la legendaria murga “Nifú-Nifá” -, a la que sus componentes “bautizaron” con el nombre de “Los Bigotudos” por los enormes mostachos que lucían con su disfraz de banda de música circense, y, puesto que había que omitir la palabra “murga” para denominar genéricamente a su agrupación carnavalera, - pues el veto de la fiesta, en anteriores años, arropaba también la prohibición del empleo de cierta terminología o léxico que guardara estrecha relación con la misma -, buscaron otro vocablo similar y apropiado a la faceta humorística de estos colectivos, omitiendo otros ya utilizados por otras murgas como el de “charanga”, “simplifónica” y “mamarrachofónica”, por citar unos ejemplos, hasta que decidieron la locución "Afilarmónica", producto de la ingeniosa y acertada idea humorística de anteponer el prefijo "a", - como partícula privativa -, a la voz "filarmónica", o sea, el entender que una murga es lo contrario de una filarmónica; conllevando también, de una forma socarrada, la verdadera intención del inventado vocablo: la de "afilar" con sus canciones, con sus letras y su crítica, pues en el argot popular "afilar la lengua" es sinónimo de "criticar muy agudamente". Dicho vocablo, el de "Afilarmónica", - que fue registrado en propiedad en la "Agencia Oficial de Patentes y Marcas" de Madrid por ser absoluta inventiva de este grupo de murgueros, ha sido utilizado en épocas más recientes como nombre genérico para las murgas, y hasta como título o entorchado a conquistar en sus concursos de otras islas para distinguir a las más laureadas.
    Opelio Rodríguez Peña

    Tras Carlos Arias Navarro, con la toma de posesión de Andrés Marín Martín como nuevo gobernador civil, cambiaron de nuevo las cosas y se volvió a celebrar la fiesta con cierta normalidad a pesar de continuar en vigencia la prohibición. El Carnaval santacrucero iba tomando, poco a poco, una línea ascendente en participación ciudadana y regocijo popular, mientras que la autoridad gubernativa era más indulgente con el transcurso de los años, sin duda alguna por el carácter, buen comportamiento y actitud cívica y sana que los santacruceros demostraban año tras año en el disfrute de anteriores ediciones de la fiesta. Aún así, el Carnaval de esta época, como queda dicho, se desarrollaba, en mayor o menor grado, según el parámetro de tolerancia de los distintos gobernadores. Así, unos optaron por hacer cumplir las disposiciones prohibitivas, aunque no de forma tajante, otros procuraron tener en días de Carnaval "un ineludible viaje al sur de la isla", y otros por permanecer en la plaza, procurando y deseando no tener que intervenir en la fiesta si existiera desmesura de sus participantes, lo que nunca se produjo. A estos últimos pertenecía Santiago Galindo Herrero, cuyo periodo de mandato, 1958-1960, puede considerarse el de mayor tolerancia y apertura, pues él mismo no sólo no ejerció ninguna acción contra la fiesta, sino que gustaba de ser espectador de la misma, y asistía a las actuaciones que diversas agrupaciones, - murgas y rondallas -, hacían en la Plaza del Príncipe.

    Sin lugar a dudas, el entusiasmo y comportamiento que mostraron los santacruceros durante los años de prohibición fue la pieza fundamental para que las distintas autoridades civiles y religiosas cuestionaran el hecho, sin precedente e insólito en España, de autorizar las fiestas de Carnaval en Santa Cruz de Tenerife aunque disfrazando su nombre con el eufemismo gracioso, pero necesario en aquella época, de "Fiestas de Invierno".

    A mediados de 1960 coincidieron tres hombres en distintas instituciones de Tenerife: el gobernador civil Manuel Ballesteros Gaibrois, el obispo tinerfeño Domingo Pérez Cáceres y Opelio Rodríguez Peña, secretario de la Junta Provincial de Información y Turismo, que, para engañar al régimen, inventaron tal eufemismo para denominar a ese desenfreno del pueblo así sentenciado "desde los púlpitos más retrógrados y conservadores". El que fuera secretario del Ministerio de Información y Turismo ocupaba, además, el cargo de concejal-presidente de la Comisión Municipal de Fiestas, por lo que se dice que el disfraz de “Fiestas de Invierno” que se le colocó al prohibido Carnaval tuvo el diseño genial de Opelio Rodríguez Peña, y que, "si no fue el autor material de ese auténtico gol a la Administración de aquellos tiempos, si estaba en la melée de donde salió el balón". Por ello, por ser considerado el mayor valedor del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, en la actualidad y desde el día 17 de noviembre de 1989, la mayor distinción que otorga el ayuntamiento santacrucero en materia de Carnaval lleva su nombre.

    Opelio Rodríguez Peña recordaba que "en aquel entonces, el principal problema estaba en la propia palabra" carnaval", pues no era aceptada en las altas esferas, y en 1961 se adelantaron las fechas de las fiestas una semana a la Cuaresma, que era otro de los más importantes obstáculos; y se logró que se declarase festivo el martes". Tras los logros alcanzados y en vísperas de la fiesta, de nuevo los miembros de "Acción Católica", al conocer la noticia de la "reapertura" de los carnavales en Santa Cruz, quisieron ser protagonistas de la misma, "anunciando que iban a sacar la procesión a la calle. Opelio Rodríguez Peña advirtió al obispo de los planes que tenía el colectivo religioso, y el prelado llamó al responsable de éstos y le convenció de que los carnavales no eran un pecado, y les dijo que se fueran a rezar a las iglesias, que a mi pueblo lo conozco yo".
    Fiestas de Interés Turístico Nacional

    En suma, con la autorización expresa del Gobierno Civil y del Obispado, y de la Junta Provincial de Información y Turismo, el ayuntamiento capitalino organiza las "Primeras Fiestas de Invierno" de Santa Cruz de Tenerife. En este ambiente de intolerancia oficial hacia los carnavales pero de tolerancia total hacia las "Fiestas de Invierno", asistimos a los momentos más brillantes y de mayor imaginación que ha conocido este acontecimiento popular. Las murgas eran la salsa de la fiesta, con sus canciones críticas a los gobernantes que cantaban de esquina en esquina, constituyendo el periódico del año pues aquellas noticias que no se podían ni comentar, las murgas las llevaban a sus repertorios, dotándolas siempre de un matiz humorístico, crítico e irónico.

    La permisión de unas fiestas antes no autorizadas hizo que la gente se tomara con entusiasmo aquellos primeros carnavales. El sabor de lo hasta entonces prohibido hizo que el pueblo saliera a la calle con disfraz y que demostrara que es capaz de divertirse, "sin menoscabar la moral ni el orden establecido". Para el pueblo existía una consigna en esa época: "Tinerfeño, de tu comportamiento depende que se sigan celebrando las “Fiestas de Invierno”.

    Aquellos primeros pasos fueron la base para poder dar despegue definitivo al Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, - tras el paréntesis de la guerra civil y el Carnaval clandestino vivido en la posguerra -, aunque, en esta ocasión, y como excusa para la permisión de su celebración, encorsetado en un marcado carácter turístico que se pretendió dar a la fiesta, consiguiéndose logros de extraordinaria relevancia como el que fueran declaradas en 1967 "Fiestas de Interés Turístico Nacional", para que, en la actualidad y desde el día 15 de enero de 1980, ostenten el rango de "Fiestas de Interés Turístico Internacional".

    Durante el transcurso de las denominadas "Fiestas de Invierno" fueron apareciendo novedades que merecen ser destacadas por su importancia histórica en la vida del Carnaval santacrucero, como, por citar unos ejemplos, un concurso de murgas por vez primera en la historia (1961), con la participación de legendarias murgas como la de “El Chucho”, la murga “Marte” o la “Afilarmónica Nifú-Nifá”; el resurgir del certamen de elección de la “Reina de las Fiestas” (1965), o de la elección de la “Reina Infantil” justo una década después, coincidiendo con el último año de las “Fiestas de Invierno” (1975); o la aparición nuevamente de las murgas infantiles, - “Los Paralelepípedos” (1965), “Los Piotinos” (1969) y “Los Lengüines” (1971) -, cuya masiva participación propició la creación de un concurso de murgas infantiles en 1972 y que aún sigue vigente como uno de los platos fuertes del programa de festejos; así como la incorporación por vez primera de la mujer como un componente más, en estas agrupaciones críticas, constituyendo e integrando las primeras murgas mixtas surgidas en el Carnaval de Santa Cruz, con la participación de “Los Criticados” (1971), o, incluso, la primera murga femenina de Canarias, denominada “Las Desconfiadas” de Arafo (1972).

    También aparece como novedad en este periodo carnavalero la incorporación a la fiesta de “Los Fregolinos”, en 1961, una agrupación que, en homenaje al antiguo “Salón Frégoli” y al estilo de la vieja comparsa tinerfeña, - que la diferenciaba de la rondalla de antaño por presentar instrumentos de viento -, se constituyó en agrupación lírico-musical con orquesta y coro de voces masculinas para interpretar, prioritariamente, obras de afamadas zarzuelas o del llamado “género chico”. También la aparición de los primeros grupos coreográficos, gracias a la iniciativa de “Los Bohemios”, pioneros en estas lides; y la edición de un cartel anunciador en cada edición de la fiesta, comenzando así, desde 1962, con una colección que, hoy en día, merece un espacio de honor en cualquier pinacoteca europea, pues artistas de la talla de Juan Galarza, Gurrea, Javier Mariscal, Dokoupil, César Manrique, Cuixart, Pedro González, Fierro, Paco Martínez, Mel Ramos, Enrique González, Maribel Nazco, Elena Lecuona y un largo etcétera, han contribuido con sus obras a la grandiosidad intercultural, artística y plástica que también tiene el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife.
    Comparsas

    La organización de las denominadas “Fiestas de Invierno” también empezó a añadir al programa de actos la celebración de distintos certámenes, como el concurso de rondallas, - con la participación de las legendarias agrupaciones “Unión Artística El Cabo”, “Orfeón La Paz”, de La Laguna, “Tronco Verde”, “Masa Coral Tinerfeña” y, entre otras, la “Asociación de Vecinos de San Sebastián” -, y los concursos de carrozas y coches engalanados, - destacando, entre los últimos, la laureadísima “Peña los Náufragos” -, que se desarrollaban en plena cabalgata anunciadora o en el Coso del martes de Carnaval, donde se presentaban también muchos de los hoy catalogados como personajes legendarios del Carnaval tinerfeño y del disfraz artístico, como Alfonso Esteban (que se disfrazaba siempre de “cartel viviente”), Miguel Delgado Salas (uno de los más laureados y admirados personajes que participaban en los concursos de disfraces adultos) y, por citar otro ejemplo, Pedro Gómez Cuenca, más conocido por “el Charlot de Tenerife” por su habitual disfraz inspirado en el personaje cinematográfico, con el cual ha ejercido de embajador del Carnaval tinerfeño en multitud de regiones y países.

    Pero sin duda, la novedad carnavalera más importante de cuantas surgen en las “Fiestas de Invierno” es la aparición, por vez primera, en 1965, de lo que hoy en día se conoce en todos los carnavales de las islas Canarias como comparsa, o sea, una agrupación o conjunto de personas de ambos sexos que, agrupadas en parranda y en cuerpo de baile, suelen vestir e interpretar aires inspirados en Sudamérica, dotándolos de coreografía propia e influenciada, en un principio, en las “escolas de samba” del Carnaval de Brasil, de cuya idiosincrasia también adoptaron el uso de batucada para sus desfiles callejeros. En las primeras ediciones de las llamadas “Fiestas de Invierno” recorrían las calles numerosísimos grupos familiares que, vistiendo un mismo disfraz, constituían las primeras parrandas carnavaleras de esta época. Los organizadores de una de ellas, integrada por familias trabajadoras de la Recova o Mercado Central “Ntra. Sra. de África”, tuvieron la feliz iniciativa de incorporar un cuerpo de baile, integrado por jóvenes de ambos sexos, a la parranda, presentando una sencilla coreografía que realizaban en los desfiles de la agrupación a modo de pasacalles e inspirados en las agrupaciones del Carnaval carioca, puesto que, en aquella ocasión, habían decidido vestir una alegoría brasileña y denominar a su grupo, por ello, “Los Rumberos”. Fue tal la acogida dispensada por parte del público y organizadores que, en años posteriores, comenzaron a verse varias agrupaciones de este tipo, hasta lograr un número aceptable como para hacer una exhibición de las mismas en 1971, en la Piscina Municipal y, al año siguiente, el primer concurso de comparsas, con la intervención de legendarias agrupaciones como “Los Rumberos”, “Los Sambas”, “Los Sudamericanos”, “Los Brasileiros” y “Los Cariocas”, entre otros, que consiguieron desde aquel primer año el que este certamen siga celebrándose con gran expectación, y que este tipo de agrupación, como otros endemismos carnavaleros de Santa Cruz, se haya proyectado a la inmensa mayoría de los carnavales celebrados en todas las islas Canarias.

    Las llamadas "Fiestas de Invierno" en realidad siempre se celebraron exactamente igual que si fueran unos carnavales autorizados como tal, por lo que, andando los años, ya éstas no engañaban a nadie. El hecho de haberse llamado "Fiestas de Invierno" al Carnaval había sido aceptado a regañadientes, como única vía para que los tradicionales festejos volviesen a ser restablecidos. Sin embargo, para los santacruceros, las "Fiestas de Invierno" continuaron siendo un Carnaval disfrazado por la autoridad. Madurez ciudadana, respeto, solidaridad, alegría sana, hospitalidad, talante liberal, creatividad e ingenio, fueron las mejores cartas que supo jugar el pueblo de Santa Cruz de Tenerife a la hora de reconquistar su Carnaval, único celebrado como tal en toda España en aquellos años.

    Con el transcurso de los años, avanzadas las "Fiestas de Invierno", poco a poco se observan en la prensa local, en las crónicas de dichas fiestas, unos vocablos hasta entonces vetados, como "máscara", "disfraz" o "Carnaval". El propio órgano censor, que nunca fue muy severo con las letras de las murgas, ya permitía en éstas la palabra "Carnaval" cuando se referían a las fiestas, sobretodo en sus pasacalles. En los últimos años, incluso diferentes comercios se especializaban en la venta de artículos carnavaleros, y los anunciaban como tal en la prensa. Por todo ello, no es extraño que los santacruceros que vivieron estos años interiormente en la fiesta, integrados en agrupaciones carnavaleras, apenas notaron cambio alguno en esa transición habida entre las "Fiestas de Invierno" y el Carnaval, ocurrida en el año 1976, una vez autorizada la fiesta en toda España tras la era franquista, que había llegado a su fin unos meses antes de la celebración del primer Carnaval liberado del corsé o disfraz de “Fiestas de Invierno”.
    Agrupaciones musicales

    Tras la instauración de un régimen democrático en el país se autorizó la celebración del Carnaval en toda España, en todas aquellas ciudades y pueblos que, tras cuarenta años de mutismo carnavalero, deseaban recobrar la fiesta que se dejó de celebrar tras la guerra civil. En Tenerife fue muy distinto. La autorización llegaba cuando las agrupaciones y organizadores del evento se encontraban ya inmersos en los preparativos para celebrar, una vez más, una nueva edición de las "Fiestas de Invierno", lo que provocó una duplicidad de denominaciones con ambos términos para la misma fiesta. Así, por ejemplo, la propia Comisión Municipal organizadora presentó en el cartel oficial, y en programas de mano de los festejos, la terminología "Fiestas de Invierno", mientras que en vallas publicitarias y otros anuncios recordatorios del programa de actos, insertados y publicados días antes del inicio de las fiestas, lo hacía con el encabezamiento de "Carnaval-76". De igual modo ocurrió con las portadas de los cancioneros de las distintas murgas pues, en la mayoría de los casos, o sea, aquellas que con tiempo de antelación habían remitido a las distintas imprentas sus originales para su emisión, salieron publicados con el título de "Fiestas de Invierno"; por contra, el resto, normalmente por retrasar tal trabajo, anunciaron en sus portadas "Carnaval-76". Distinto fue el caso en la prensa local que, desde un principio, en sus ya habituales páginas diarias dedicadas a la fiesta que aparecían con su cuenta atrás, varias semanas antes de su comienzo, titulaban éstas como "páginas del Carnaval-76".

    En ese año, 1976, el Carnaval de Santa Cruz protagonizaría un capítulo importantísimo en el resurgir de la fiesta en otras localidades del archipiélago. Como cualquier otro pueblo de España, la ciudad de Las Palmas y otros municipios de Gran Canaria vieron luz verde para celebrar su primer Carnaval autorizado, tras la prohibición establecida en los cuarenta años siguientes a la guerra civil. La Comisión de Fiestas de Santa Cruz de Tenerife decidió colaborar en tal proyecto y se envió a la isla hermana una representación del Carnaval tinerfeño una vez concluidas las fiestas en Santa Cruz. Así, una delegación santacrucera, encabezada por su concejal-presidente, reina, damas de honor, una comparsa y la murga "Afilarmónica Nifú-Nifá" viajó a Las Palmas y participó muy activamente en cabalgatas y actuaciones programadas. Por contacto directo de los organizadores de los festejos, también lo hicieron otros grupos tinerfeños como la murga “Afilarmónica Triqui-Traques”, así como en otras ciudades del interior de la isla que también intentaban del mismo modo recuperar su fiesta de Carnaval, como el municipio norteño de Gáldar, donde intervino la murga infantil "Los Piotinos", o en la población sureña de Ingenio, con la participación de la murga infantil "Ni Pico - Ni Corto". En el libro "Historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife" se comenta que "no podemos olvidar que grupos como éstos fueron los que en 1976 apoyaron decididamente con su presencia la primera edición de los carnavales de Las Palmas, que renacían después de cuarenta años de suspensión". Al año siguiente, 1977, la participación de los grupos carnavaleros de Tenerife fue tan masiva que prácticamente la totalidad de los mismos se desplazaron a Las Palmas, una vez finalizadas las fiestas en Santa Cruz, respondiendo de esta forma a la invitación que los organizadores de la citada ciudad habían cursado a las agrupaciones santacruceras, que llenaron un barco tipo ferry en cuyas bodegas, a parte de varias carrozas y coches engalanados, también viajó un colosal "King-Kong" construido por la veterana agrupación "Los Toscaleños".

    En los primeros años de esta nueva época, las calles de Santa Cruz son recorridas de nuevo por grupos de familias que hacían recordar la vieja parranda carnavalera, la constituida por numerosísimos miembros de una misma familia o comunidad de vecinos e integrada por componentes de diversas edades que, vistiendo traje único, - en principio siempre inspirado en el folklore mejicano -, preparaban un repertorio donde destacaba mayoritariamente una selección de merengues, boleros y rancheras. Así lo hicieron grupos como “Los Gavilanes”, “Agrupación Teide”, “Purahey” y un largo etcétera que vino a constituir lo que hoy en día se conoce en el Carnaval santacrucero como “Agrupaciones musicales”, otro de los colectivos carnavaleros que tiene su concurso propio dentro de los actos más relevantes del programa de festejos.

    A pesar de que la fiesta ha sido recuperada en la práctica totalidad de las poblaciones de España, y que se celebra en un sin fin de municipios canarios, el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife no sólo no ha perdido auge sino que, por contra, se ha convertido en el Carnaval de Carnavales, en el más prestigioso de Europa y, desde luego, en el más seguro y participativo del mundo, donde una enorme afluencia masiva de público que entusiasmado acude a la isla en esas fechas, se ve arropado por un pueblo que en sus genes lleva el Carnaval, un pueblo capaz de entregarse en cuerpo y alma a la diversión sana y bullanguera, al ritmo trepidante y festivo, a la explosión de color y alegría en maravilloso maridaje con unas temperaturas primaverales que invitan a tomar la calle, donde se celebran los multitudinarios bailes con grandes orquestas hasta el amanecer, y los espectáculos que ofrecen las agrupaciones en los distintos escenarios de la ciudad. Una ciudad que es literalmente tomada por el pueblo, en cuyas calles cientos de miles de personas bailan, durante días, al son de prestigiosas orquestas y artistas de talla internacional, sobretodo los más excelsos intérpretes de la música latina, que siguen la estela que dejó en su día la recordada orquesta “Billo's Caracas Boys”, que acompañó a la inolvidable Celia Cruz en la consecución del Record Guinness durante el Carnaval del año 1987, con la concentración de doscientas cincuenta mil personas bailando la misma canción al aire libre, en la plaza de España, enclave habitual del escenario principal del Carnaval santacrucero.

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  13. Primer Casino

    En 1840 surge en Santa Cruz el primer casino que se crea en las islas Canarias, el Casino de Santa Cruz de Tenerife, uno de los eslabones más importantes de una larga cadena que por estas fechas empieza a gestarse, o sea, la aparición de las primeras sociedades de recreo y ocio, culturales y recreativas, de Santa Cruz, que jugaron un papel importantísimo en la celebración de las fiestas de Carnaval, tanto durante el siglo XIX como en los años de la prohibición más absoluta, o sea, los años cincuenta del pasado siglo. Sin poder absorber en absoluto el Carnaval callejero, - que siempre ha sido seña de identidad del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife -, las innumerables sociedades santacruceras pugnaban, año tras año, por ofrecer a sus socios y parroquianos un programa de actos elaborado con gran brillantez, donde solían destacar los concursos de disfraces infantiles y, sobre todo, los llamados "bailes de disfraces" como, por citar algunos celebrados en el primer tercio del siglo XX, los del “Salón Frégoli”, que hicieron época, primero en su antiguo local social de la plaza de la Iglesia, frente a la torre de la Concepción, en la casa de don Benito, y después en la calle del Castillo; o los de la sociedad “La Alegría”, que se celebraban con lleno hasta los aleros en su sede social entonces situada en uno de los márgenes del “Charco de la Casona”, haciendo esquina con el Hospital Civil; o los “asaltos” que se organizaban en el antiguo “Recreo”, que abría sus puertas también en la chicharrerísima plaza de la Iglesia; sin olvidar los fragorosos bailes del “Salón Novedades”, en la calle de Ferrer, antes del incendio que lo redujo a cenizas, ni los que se dieron en el “Círculo de Amistad XII de Enero”, antes de fusionarse con el viejo “Recreo”; así como los inolvidables bailes en el “Parque Recreativo”, siempre enclavado en la plaza del Patriotismo, los austeros del “Centro de Dependientes”, en la calle de San José; los celebrados en el “Luz y Vida” del Toscal, en plena calle de Santiago; los celebrados en el “Fomento”, fiel a la Plaza de San Telmo; o en “La Prosperidad”, en el barrio de Salamanca; o en el populachero “Piojito”, de la calle de San Sebastián; o los asombrosos y brillantes bailes del “Real Club Náutico” y del Casino Principal, que eran de postín.

    Pese a los innumerables bailes en las distintas sociedades de la población, el Carnaval santacrucero siempre se distinguió por ser eminentemente callejero. Cada edición del "Viejo Carnaval", - así conocido al Carnaval de Santa Cruz celebrado en las ediciones anteriores a la guerra civil española -, comenzaba de manera invariable con la presencia de los niños que, cual pregoneros, anunciaban con sus cánticos y su griterío, en prematuras horas del primer día de Carnaval, la llegada de las fiestas: "el sábado de preludio, o de vísperas, salían a la calle los bullangueros ranchos de chiquillos como precursores de la fiesta". Eran épocas donde, en los días de Carnaval, la gente convergía en la calle del Norte, - hoy de Valentín Sanz -, y la del Castillo, y en la Plaza de la Constitución, llamada después Plaza de la Candelaria. En la calle del Norte era como de rigor ir hacia la acera del café "El Águila", y en la Plaza de la Constitución por las aceras donde se encontraban los cafés “La Peña” y “Cuatro Estaciones”, establecimientos que, aún hoy en día, se les recuerda con celebridad por gran parte de los santacruceros, pues en ellos se encontraba lo más selecto de la sociedad, la clase intelectual del momento, y donde nuestras pretéritas mascaritas y murgas se dejaban ver con mucha frecuencia.

    Un extremo o punto neurálgico del Carnaval de antaño era la Recova Vieja, - después coloquialmente conocida como “Palais Royal” -, y las escalinatas del Teatro Guimerá, desde donde, tras recorrer la citada calle del Norte, se llegaba a la Plaza del Príncipe, - corazón del Carnaval en aquella época, donde, incluso, a su alrededor, se celebraba el coso o desfile carnavalero -, para morir dicha calle en otro de los puntos neurálgicos del Carnaval capitalino, o sea, la entrada de la calle de La Rosa, zona donde se aglutinaban famosos núcleos del Carnaval pretérito, como el desaparecido "Parque Recreativo" y la sede social de la "Masa Coral Tinerfeña", frente a la Plaza del Patriotismo, teniendo muy próximas la sociedad "Luz y Vida" de El Toscal y la actual sede del "Círculo de Amistad XII de Enero".

    El casco urbano histórico de Santa Cruz, en Carnaval, siempre ha sido un auténtico hervidero festivo desde sus inicios, pues, como sucediera con la citada calle del Norte, también a lo largo de la histórica y céntrica calle del Castillo se vivía el Carnaval santacrucero, desde su extremo más cercano al mar, - con aglomeraciones de carnavaleros en la ya citada Plaza de la Constitución y en la Alameda del Duque de Santa Elena, llamada de La Libertad o Alameda del Muelle, donde se celebraban, la mayoría de las veces, los concursos de rondallas y otros actos relevantes incluidos en el programa de festejos -, hasta el extremo más próximo al interior de la isla, o sea, en las inmediaciones de la Plaza de Weyler, zona también conocida con el nombre de "la salida", donde existía un enorme bullicio producido por la parada de los transportes públicos, con afluencia de gente que entraba y salía de Santa Cruz por la entonces conocida como "Carretera de La Laguna", hoy denominada, y desde 1903, "Rambla de Pulido".

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  14. Rondallas

    A partir del año 1900, gran parte de las citadas plazas y vías céntricas de la ciudad fueron el escenario propicio para un acto carnavalero de nueva introducción, que aparece nada más inaugurarse el siglo XX y que cobraría, con los años, suma importancia en la fiesta, o sea, la incorporación de las entonces llamadas “camelladas”, - que en la actualidad se conoce por cabalgata, pues, en un principio, eran camellos (dromedarios), y más tarde caballos, los medios de transporte que se empleaban para portar máscaras y gente disfrazada en aquellos primeros desfiles de Carnaval -, así como los primeros “entierros de la sardina”, que, en sus principios, eran múltiples, tantos como barrios populosos del Santa Cruz de aquel entonces, y que, primeramente, estaban protagonizados mayoritariamente por los chiquillos de cada barrio, para ser finalmente organizados por alguna sociedad recreativa que realizaba los primeros itinerarios por las más céntricas y diversas calles de la población.

    Una década anterior, concretamente en el año 1891, está fechada la aparición, por vez primera, de una rondalla como agrupación propia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife. Este tímido comienzo de la importantísima incorporación de la llamada “música culta” o “música de calidad” al espectro carnavalero, interpretada por aficionados con instrumentos de pulso y púa, supuso la base de una entrañable tradición que originó, en su día, un extraordinario endemismo carnavalero de Santa Cruz de Tenerife, y que sigue muy vigente en la actualidad. Como en otros carnavales del mundo, por aquellos años recorrían las calles de la población algunas agrupaciones denominadas “estudiantinas”, - mayoritariamente integradas por jóvenes señoritas o niños que mantenían una actitud de carácter postulante -, y, sobretodo, parrandas, o sea, agrupaciones de amigos que, provistos de instrumentos de cuerda, con sus cánticos departían gran animación por las calles que frecuentaban, como también lo hacían, llenándolas de alegría y sana algarabía, unas agrupaciones denominadas “comparsas”, cuyos instrumentos de viento resultaban ser el hecho diferenciador con las citadas parrandas. El tímido comienzo de las rondallas carnavaleras, propiciado en el año 1891 por jóvenes de la sociedad filarmónica “Santa Cecilia”, y continuado por el Orfeón de Santa Cruz, - fundado en 1897 -, quedó consolidado en la década de los años veinte del pasado siglo, alcanzando su mayor esplendor en los años treinta y, tras el paréntesis que supuso la guerra civil española y la posterior prohibición del Carnaval, llegó a protagonizar los primeros concursos de agrupaciones de Carnaval celebrados en los años cincuenta, constituyendo el acto más esperado de cuantos se desarrollaron en las ediciones carnavaleras de los años sesenta y setenta.

    Durante el periodo comprendido entre 1900 y 1936, - año del inicio de la guerra civil española -, una serie de acontecimientos, en su mayor parte ajenos a las islas, acondicionaron de algún modo la celebración del Carnaval en Santa Cruz. Tras comenzar el siglo con el recuerdo próximo del desastre colonial del 98, el estallido de la primera guerra mundial, años más tarde, afectó decisivamente en la vida insular, y por ende en la fiesta, al igual que el Carnaval de 1924, primero de la dictadura de Primo de Rivera, un periodo que marcó el desarrollo de las fiestas con el signo de la prohibición, entre comillas, y la división del archipiélago en dos provincias, en 1927. La República, por el contrario, liberó al Carnaval canario de las trabas anteriores, situándolo en sus cotas más altas, solamente sesgado por la guerra civil y los años de la posguerra, dejando truncada su celebración por mucho tiempo.

    A principios del siglo XX, avanzado el año 1914, con el estallido de la primera guerra mundial y ante la certeza de que submarinos alemanes operaban en aguas de las islas Canarias, se ordenó a un cañonero de la Marina de Guerra española, denominado "Laya", arribar y permanecer de apostadero en la bahía de Santa Cruz, - entonces capital del archipiélago -, para realizar misiones de vigilancia, patrullando constantemente, y durante varios años, por aguas de las islas. En el Carnaval de 1917, la marinería del “Laya” obtuvo el visto bueno, por parte de la oficialidad, de disfrutar del Carnaval de Santa Cruz, participando en el mismo constituyendo una chirigota, fieles a la tradición de su tierra, puesto que la inmensa mayoría de la tripulación era gaditana. Así fue como el pueblo santacrucero fue testigo de una nueva forma de vivir la fiesta, un nuevo modo de participar en la fiesta, de constituir un grupo musical de corte bufo donde la letra de las canciones era más importante que la interpretación de las mismas, pues contenían temas propios de la actualidad isleña y otros más banales de contenido "picante", y donde el humor y la crítica jugaban un papel fundamental en sus composiciones y actuaciones. Por ello, puesto que esta nueva forma de vivir la fiesta caló muy hondo en el Carnaval tinerfeño, y fue totalmente aceptada por el pueblo como un colectivo carnavalero más, puede afirmarse, sin temor a equívocos, - queda así reflejado en la prensa local de aquellos momentos -, que aquellos marineros constituyeron la primera murga creada por y para el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, aunque de una forma "achirigotada", puesto que crearon escuela y ya, al año siguiente, cantando canciones similares con contenido crítico y humorístico, se vieron recorrer las principales calles y plazas de la población, imitándoles, varios grupos de carnavaleros que, sin saberlo, irían dotando de una personalidad propia a este tipo de agrupaciones, para culminar en esa forma particular o cualidad que constituye, hoy en día, a la murga tinerfeña y, por ende, a la murga canaria, - puesto que esta forma de participar en la fiesta traspasó no solo el ámbito municipal sino también el insular, pues, en la actualidad, existen murgas en todas las islas Canarias, incluida la isla de La Graciosa -; una murga canaria que, hoy en día y pese a tener sus mismas raíces, evidencia una diferencia muy considerable con las agrupaciones gaditanas, lo que constituye otro endemismo carnavalero propio de Santa Cruz de Tenerife: la murga canaria.

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  15. Fiestas de Invierno

    Cuando el régimen de Primo de Rivera daba sus bandazos finales, llevó a cabo su último intento de provocar de forma definitiva la ansiada decadencia y posterior desaparición de estas fiestas tan populares, puesto que, en plenos carnavales de 1929, se publicó una Real Orden según la cual, en adelante, o sea, a partir de 1930, se consideraba un periodo de días festivos reducido, exclusivamente, al domingo de Carnaval y domingo de piñata, quedando prohibida por tanto cualquier manifestación carnavalera fuera de dichos días. Tras la caída de la dictadura, parecía que tal disposición iba a ser derogada por el nuevo gobierno, presidido por Berenguer, pero no fue así, y, a propuesta del mismo, el Rey dispuso que se mantuviese su vigencia y por ello el pueblo de Santa Cruz, resignado, dio por acabada la fiesta al término del domingo de Carnaval. Sin embargo, la tarde del martes tuvo como protagonista a la máscara, - encarnada por mujeres -, y a una de las agrupaciones más importantes de aquellas pretéritas y pioneras murgas santacruceras, la conocida como murga de "el Flaco", pues fueron los que, saltándose la norma establecida, su participación, su actitud y su “contagio” festivo, hizo que "Santa Cruz fuera un agradable y estridente hervidero de color", lo que continuó siéndolo todos los días de Carnaval y en los años siguientes, por contar, ¿como no?, una vez más, con la tolerancia de las autoridades locales que “hacían la vista gorda”, mientras que en otras poblaciones se cumplía a rajatabla la norma establecida.

    Durante el transcurso de la guerra civil española fue suspendida, como puede suponerse, cualquier manifestación o actividad de diversión colectiva, y, por supuesto, las fiestas de Carnaval. Ni siquiera existe en ningún tipo de publicación local la más mínima alusión de la celebración de algún baile, aunque no fuera de disfraces, en alguna sociedad recreativa de Santa Cruz, puesto que la contienda bélica, aunque lejana, influyó de forma determinante en la vida insular, por el estado emocional que vivían muchas familias al tener alguno de sus miembros en el frente, y también por los momentos de represión que siguieron al levantamiento militar en el archipiélago, y que llevó el luto a no pocas familias. Por ello, es evidente que, para la población tinerfeña, no podía pasar de un modo indiferente la situación reinante, por lo que, como es obvio, - a pesar de que en febrero de 1937 se publicó en la prensa una Orden del Ministerio de la Gobernación comunicando la absoluta prohibición de la celebración de los carnavales -, el pueblo, precisamente, no estaba entonces para fiestas. Con la citada orden ministerial, publicada durante el transcurso de la guerra civil, comienzan a aparecer las primeras prohibiciones del siglo XX destinadas a vetar la celebración del Carnaval, aunque, por su texto, en principio hacía pensar que se trataba de una medida coyuntural, o sea, mientras duraba la contienda bélica, pero no fue así.

    El periodo comprendido entre el final de la guerra civil y la instauración nuevamente de la democracia en el país, estuvo profundamente marcado por una etapa inicial de carácter prohibicionista total, que se fue degradando por sí misma, progresivamente, llegando a conocerse algunos momentos de transición debidos a iniciativas populares y oficiales que desembocaron en una etapa final de entera permisión, aunque en esta ocasión “bautizado”, - por el hecho de seguir prohibido el Carnaval en el resto de las poblaciones de España -, con el eufemismo de “Fiestas de Invierno”, perífrasis que serviría de vehículo para que, años más tarde, otras poblaciones tinerfeñas y de otras islas del archipiélago iniciaran sus esfuerzos en resurgir el Carnaval en sus municipios.

    Como queda dicho, una vez concluida la contienda bélica continuaron en vigor las medidas prohibitivas que pesaban sobre el Carnaval, pero ésta vez la población si tenía ganas de diversión y de olvidar amarguras, por lo que más de un conato de resurgir la fiesta hubo. Esos conatos, como ocurrió de igual modo a principios del siglo, podían clasificarse en dos bloques, o sea, los de “interior”, encabezadas por aquellas sociedades que comenzaban a organizar bailes de disfraces en sus sedes, a principio y mediados de los años cuarenta, y otras que tomaran tal actitud más tardiamente, siguiendo la estela dejada por los estudiantes que se atrevieron a ser pioneros en ello, a partir de 1947, con sus bailes de licenciatura en el Teatro Leal de La Laguna, donde el uso del disfraz era obligatorio; y los conatos en la calle, en la vía pública, provocados mayoritariamente por carnavaleros de pro, vestidos de máscaras, y por algunas de las pretéritas murgas, - como la legendaria murga de “el Chucho” de Valleseco -, cuyos integrantes, al igual que las personas vestidas con máscaras, se atrevieron a salir para vivir, en estos dos decenios de clandestinidad, un periplo carnavalero lleno de altibajos y con eclipses y afianzamientos. Altibajos motivados según el parámetro de tolerancia de los gobernantes, de su arraigo con el pueblo santacrucero y de su conocimiento o no de la aptitud y disposición natural de alegría, hospitalidad, concordia y sana diversión que, como si genéticamente fuese, ha caracterizado a los tinerfeños cuando del disfrute de unas fiestas se trata; y afianzamientos y eclipses causados por la acción de las autoridades civiles, religiosas y militares, o personalidades que gozaban de la necesaria influencia para hacer implantar prohibiciones o medidas restrictivas, ejercidas o celosamente guardadas e irremediablemente aceptadas unos años, y, en otros, incumplidas o reconsideradas con cierta indulgencia. A pesar de todo, fue posible el que, durante muchos años, un buen número de personas engrandecieron lo que en un principio tan sólo fue una modesta intervención popular, contribuyendo, de una forma más que notoria e inestimable, a la actual magnificencia y grandiosidad del Carnaval de Santa Cruz directamente, y a los de todas las islas Canarias en general, en su carácter sano y alegre de expresión popular y callejera, pues el disfraz de “Fiestas de Invierno” que se le impuso ingeniosamente al Carnaval santacrucero, fue el modelo a seguir para el resurgir, años más tarde, el Carnaval en otras localidades canarias.

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  16. 1940-1960

    En el periodo comprendido entre 1940 y 1960, la veda y persecución de la fiesta, en sus expresiones callejeras y populares, ocupa más de un tercio de su existencia, solamente excepcionada en años donde privó la tolerancia. En muchas ocasiones es probada la celebración del Carnaval tan sólo por la existencia de bailes de disfraces en sociedades, - aunque de forma camuflada -, a pesar de la participación en la calle de máscaras y murgas, aunque de una forma aventurera y clandestina, retando a la suerte y a la autoridad, pues tuvieron la osadía de aparecer por las calles santacruceras, en esta época de prohibición, para vivir la fiesta cual "trileros", o sea, bajo la atenta mirada de algún componente o amigo que avisara de la presencia próxima de la policía nacional, - llamada entonces “policía armada” y popularmente conocida por "los grises" por el color de su uniforme -, para salir corriendo y ocultarse en los zaguanes próximos, gracias a la complicidad de la mayoría de la población, evitando así el tener que pernoctar en la comisaría, entonces ubicada en la trasera del edificio del Gobierno Civil; si bien es cierto que, en Santa Cruz de Tenerife, salvo en los carnavales del año 1954, la represión y contundencia de la acción policial ejercida en la fiesta no fue excesiva realmente, e, incluso, se hacía "la vista gorda" en la mayoría de las ocasiones.

    Si en esta época, ya de por sí, había que omitir la palabra "carnaval", - de ahí el invento de “Fiestas de Invierno” -, pues sonaba a lujuria, así como cualquier otra palabra que "incitara al pecado y a los malos pensamientos", más justificada era la omisión de cualquier noticia sobre la actividad impróvida, pero meritoria y muchas veces prolífera, de los carnavaleros que retaban en cada momento la prohibición establecida, por lo que, en estos años, los medios de comunicación e información, en general, jugaron un papel muy importante y vital en beneficio del Carnaval, precisamente haciendo una labor contraria a sus principios profesionales, como fue la de callar la noticia, pues "el temor estaba en que, desde Madrid, descubrieran la trampa y ordenaran la temida marcha atrás". En definitiva, no convenía en absoluto "que Madrid se enterase", por lo cual, "los periódicos se guardaban mucho de publicar cualquier cosa que oliera a Carnaval por si llegaba a Madrid la noticia. Era un pacto tácito admirable".

    La década de los años cuarenta representó, para los españoles que la vivieron, la etapa más amarga de nuestra historia más reciente. La acuciante y grave situación económica que siguió a la guerra civil se vio agudizada por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, unos meses más tarde, impidiendo por ello la desmovilización y la ingente tarea de reconstrucción que se hacía necesaria. Las comunicaciones marítimas y las actividades portuarias volvieron a sufrir de nuevo los inconvenientes de la guerra, y la agricultura canaria, y su economía en general, estuvieron al borde de la ruina, por la lógica paralización del comercio exterior y la escasez de muchos artículos de primera necesidad. Pese a todo, algunos carnavaleros de Santa Cruz no vieron obstáculo alguno para “correr los carnavales” nada más concluir la contienda bélica, pues la población volvió a ser testigo de la intervención de algunas murgas, de efímeras apariciones de osadas máscaras, y de la celebración de los primeros bailes que en aquellos años el Casino y la Masa Coral Tinerfeña, organizaron en sus sedes sociales, lo que provocó que el gobernador civil, Javier Saldaña Sanmartín, publicara en 1942 una circular para recordar la vigencia de la prohibición de la fiesta, la primera de las muchas circulares de la misma índole que se publicaron en años sucesivos, cuando se acercaban las fechas que tradicionalmente se debería celebrar el Carnaval.

    Si en los primeros años de la década de los cuarenta las medidas restrictivas fueron celosamente guardadas, con el transcurso de los años la autoridad fue abriendo la mano, sin llegar a autorizar totalmente la fiesta, como en el periodo de mandato del gobernador civil Luis Rosón Pérez, donde hubo mayor tolerancia y se atisbaban inicios de cambio de actitud, como, por ejemplo, la autorización de los bailes en distintas sociedades, - si bien es cierto que cualquier intento de sacar el espíritu de la fiesta fuera de las mismas era cortado de inmediato por las fuerzas de orden público -, y el rescate, en febrero de 1951, del más que añorado y solicitado concurso de rondallas.

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  17. Afilarmónica

    El tiempo en que fue Carlos Arias Navarro gobernador civil de la provincia, fue un periodo realmente paradójico en cuanto a los carnavales se refiere pues, mientras que en el resto del país continuaba la más absoluta prohibición de la fiesta, la tolerancia que en Santa Cruz mostraban las distintas autoridades bajo su mandato llevó a pensar a muchos que estaban permitidos de hecho, y se disfrutó de un Carnaval clandestino y aceptado con cierta indulgencia, a pesar de que no se había levantado aún la susodicha prohibición. Sin embargo, 1954, su último año como gobernador civil, puede considerarse como el más nefasto de la historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, al producirse una gran represión policial contra el espíritu de la fiesta, pues tanto hizo el Magistral de Tenerife por descalificarla, y las Damas de Acción Católica, - que se dirigieron a la máxima autoridad de la nación -, que en ese año la prohibición fue rigurosísima, sin ninguna clase de indulgencia: "El gobernador civil fue más severo, y cumplió lo establecido, amenazando con actuar con energía si la gente se echaba a la calle. La desilusión fue enorme y los que no lo creyeron dieron con sus huesos en comisaría".

    En vísperas de la fiesta de aquel año, 1954, se publicó en la prensa local una nota oficial que advertía la más absoluta prohibición de cualquier manifestación carnavalera, incluyendo los llamados bailes de Carnaval, llegando al extremo incluso de sancionar muy duramente a cualquier entidad particular que, mediante anuncios, publicaciones, decoración de fachadas o escaparates comerciales, incitaran a infringir la prohibición que quedaba establecida. Aún así, "salieron máscaras a la calle, pasando por alto la prohibición. Se producen enfrentamientos entre los carnavaleros y la guardia de asalto. La situación adquirió un aire sombrío y tenso. El gobernador civil de la provincia pide refuerzos a Las Palmas, por lo que llega en un correillo un contingente de guardias a Santa Cruz. Con ello, el Carnaval quedó absolutamente suspendido", y hasta el recién incorporado concurso de rondallas quedó nuevamente desautorizado.

    En tan aciago año, puesto que la permisión en años anteriores había sido la tónica habitual, surgió una murga, - génesis de la legendaria murga “Nifú-Nifá” -, a la que sus componentes “bautizaron” con el nombre de “Los Bigotudos” por los enormes mostachos que lucían con su disfraz de banda de música circense, y, puesto que había que omitir la palabra “murga” para denominar genéricamente a su agrupación carnavalera, - pues el veto de la fiesta, en anteriores años, arropaba también la prohibición del empleo de cierta terminología o léxico que guardara estrecha relación con la misma -, buscaron otro vocablo similar y apropiado a la faceta humorística de estos colectivos, omitiendo otros ya utilizados por otras murgas como el de “charanga”, “simplifónica” y “mamarrachofónica”, por citar unos ejemplos, hasta que decidieron la locución "Afilarmónica", producto de la ingeniosa y acertada idea humorística de anteponer el prefijo "a", - como partícula privativa -, a la voz "filarmónica", o sea, el entender que una murga es lo contrario de una filarmónica; conllevando también, de una forma socarrada, la verdadera intención del inventado vocablo: la de "afilar" con sus canciones, con sus letras y su crítica, pues en el argot popular "afilar la lengua" es sinónimo de "criticar muy agudamente". Dicho vocablo, el de "Afilarmónica", - que fue registrado en propiedad en la "Agencia Oficial de Patentes y Marcas" de Madrid por ser absoluta inventiva de este grupo de murgueros, ha sido utilizado en épocas más recientes como nombre genérico para las murgas, y hasta como título o entorchado a conquistar en sus concursos de otras islas para distinguir a las más laureadas.

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  18. Opelio Rodríguez Peña

    Tras Carlos Arias Navarro, con la toma de posesión de Andrés Marín Martín como nuevo gobernador civil, cambiaron de nuevo las cosas y se volvió a celebrar la fiesta con cierta normalidad a pesar de continuar en vigencia la prohibición. El Carnaval santacrucero iba tomando, poco a poco, una línea ascendente en participación ciudadana y regocijo popular, mientras que la autoridad gubernativa era más indulgente con el transcurso de los años, sin duda alguna por el carácter, buen comportamiento y actitud cívica y sana que los santacruceros demostraban año tras año en el disfrute de anteriores ediciones de la fiesta. Aún así, el Carnaval de esta época, como queda dicho, se desarrollaba, en mayor o menor grado, según el parámetro de tolerancia de los distintos gobernadores. Así, unos optaron por hacer cumplir las disposiciones prohibitivas, aunque no de forma tajante, otros procuraron tener en días de Carnaval "un ineludible viaje al sur de la isla", y otros por permanecer en la plaza, procurando y deseando no tener que intervenir en la fiesta si existiera desmesura de sus participantes, lo que nunca se produjo. A estos últimos pertenecía Santiago Galindo Herrero, cuyo periodo de mandato, 1958-1960, puede considerarse el de mayor tolerancia y apertura, pues él mismo no sólo no ejerció ninguna acción contra la fiesta, sino que gustaba de ser espectador de la misma, y asistía a las actuaciones que diversas agrupaciones, - murgas y rondallas -, hacían en la Plaza del Príncipe.

    Sin lugar a dudas, el entusiasmo y comportamiento que mostraron los santacruceros durante los años de prohibición fue la pieza fundamental para que las distintas autoridades civiles y religiosas cuestionaran el hecho, sin precedente e insólito en España, de autorizar las fiestas de Carnaval en Santa Cruz de Tenerife aunque disfrazando su nombre con el eufemismo gracioso, pero necesario en aquella época, de "Fiestas de Invierno".

    A mediados de 1960 coincidieron tres hombres en distintas instituciones de Tenerife: el gobernador civil Manuel Ballesteros Gaibrois, el obispo tinerfeño Domingo Pérez Cáceres y Opelio Rodríguez Peña, secretario de la Junta Provincial de Información y Turismo, que, para engañar al régimen, inventaron tal eufemismo para denominar a ese desenfreno del pueblo así sentenciado "desde los púlpitos más retrógrados y conservadores". El que fuera secretario del Ministerio de Información y Turismo ocupaba, además, el cargo de concejal-presidente de la Comisión Municipal de Fiestas, por lo que se dice que el disfraz de “Fiestas de Invierno” que se le colocó al prohibido Carnaval tuvo el diseño genial de Opelio Rodríguez Peña, y que, "si no fue el autor material de ese auténtico gol a la Administración de aquellos tiempos, si estaba en la melée de donde salió el balón". Por ello, por ser considerado el mayor valedor del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, en la actualidad y desde el día 17 de noviembre de 1989, la mayor distinción que otorga el ayuntamiento santacrucero en materia de Carnaval lleva su nombre.

    Opelio Rodríguez Peña recordaba que "en aquel entonces, el principal problema estaba en la propia palabra" carnaval", pues no era aceptada en las altas esferas, y en 1961 se adelantaron las fechas de las fiestas una semana a la Cuaresma, que era otro de los más importantes obstáculos; y se logró que se declarase festivo el martes". Tras los logros alcanzados y en vísperas de la fiesta, de nuevo los miembros de "Acción Católica", al conocer la noticia de la "reapertura" de los carnavales en Santa Cruz, quisieron ser protagonistas de la misma, "anunciando que iban a sacar la procesión a la calle. Opelio Rodríguez Peña advirtió al obispo de los planes que tenía el colectivo religioso, y el prelado llamó al responsable de éstos y le convenció de que los carnavales no eran un pecado, y les dijo que se fueran a rezar a las iglesias, que a mi pueblo lo conozco yo".

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  19. Fiestas de Interés Turístico Nacional

    En suma, con la autorización expresa del Gobierno Civil y del Obispado, y de la Junta Provincial de Información y Turismo, el ayuntamiento capitalino organiza las "Primeras Fiestas de Invierno" de Santa Cruz de Tenerife. En este ambiente de intolerancia oficial hacia los carnavales pero de tolerancia total hacia las "Fiestas de Invierno", asistimos a los momentos más brillantes y de mayor imaginación que ha conocido este acontecimiento popular. Las murgas eran la salsa de la fiesta, con sus canciones críticas a los gobernantes que cantaban de esquina en esquina, constituyendo el periódico del año pues aquellas noticias que no se podían ni comentar, las murgas las llevaban a sus repertorios, dotándolas siempre de un matiz humorístico, crítico e irónico.

    La permisión de unas fiestas antes no autorizadas hizo que la gente se tomara con entusiasmo aquellos primeros carnavales. El sabor de lo hasta entonces prohibido hizo que el pueblo saliera a la calle con disfraz y que demostrara que es capaz de divertirse, "sin menoscabar la moral ni el orden establecido". Para el pueblo existía una consigna en esa época: "Tinerfeño, de tu comportamiento depende que se sigan celebrando las “Fiestas de Invierno”.

    Aquellos primeros pasos fueron la base para poder dar despegue definitivo al Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, - tras el paréntesis de la guerra civil y el Carnaval clandestino vivido en la posguerra -, aunque, en esta ocasión, y como excusa para la permisión de su celebración, encorsetado en un marcado carácter turístico que se pretendió dar a la fiesta, consiguiéndose logros de extraordinaria relevancia como el que fueran declaradas en 1967 "Fiestas de Interés Turístico Nacional", para que, en la actualidad y desde el día 15 de enero de 1980, ostenten el rango de "Fiestas de Interés Turístico Internacional".

    Durante el transcurso de las denominadas "Fiestas de Invierno" fueron apareciendo novedades que merecen ser destacadas por su importancia histórica en la vida del Carnaval santacrucero, como, por citar unos ejemplos, un concurso de murgas por vez primera en la historia (1961), con la participación de legendarias murgas como la de “El Chucho”, la murga “Marte” o la “Afilarmónica Nifú-Nifá”; el resurgir del certamen de elección de la “Reina de las Fiestas” (1965), o de la elección de la “Reina Infantil” justo una década después, coincidiendo con el último año de las “Fiestas de Invierno” (1975); o la aparición nuevamente de las murgas infantiles, - “Los Paralelepípedos” (1965), “Los Piotinos” (1969) y “Los Lengüines” (1971) -, cuya masiva participación propició la creación de un concurso de murgas infantiles en 1972 y que aún sigue vigente como uno de los platos fuertes del programa de festejos; así como la incorporación por vez primera de la mujer como un componente más, en estas agrupaciones críticas, constituyendo e integrando las primeras murgas mixtas surgidas en el Carnaval de Santa Cruz, con la participación de “Los Criticados” (1971), o, incluso, la primera murga femenina de Canarias, denominada “Las Desconfiadas” de Arafo (1972).

    También aparece como novedad en este periodo carnavalero la incorporación a la fiesta de “Los Fregolinos”, en 1961, una agrupación que, en homenaje al antiguo “Salón Frégoli” y al estilo de la vieja comparsa tinerfeña, - que la diferenciaba de la rondalla de antaño por presentar instrumentos de viento -, se constituyó en agrupación lírico-musical con orquesta y coro de voces masculinas para interpretar, prioritariamente, obras de afamadas zarzuelas o del llamado “género chico”. También la aparición de los primeros grupos coreográficos, gracias a la iniciativa de “Los Bohemios”, pioneros en estas lides; y la edición de un cartel anunciador en cada edición de la fiesta, comenzando así, desde 1962, con una colección que, hoy en día, merece un espacio de honor en cualquier pinacoteca europea, pues artistas de la talla de Juan Galarza, Gurrea, Javier Mariscal, Dokoupil, César Manrique, Cuixart, Pedro González, Fierro, Paco Martínez, Mel Ramos, Enrique González, Maribel Nazco, Elena Lecuona y un largo etcétera, han contribuido con sus obras a la grandiosidad intercultural, artística y plástica que también tiene el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife.
    Comparsas

    La organización de las denominadas “Fiestas de Invierno” también empezó a añadir al programa de actos la celebración de distintos certámenes, como el concurso de rondallas, - con la participación de las legendarias agrupaciones “Unión Artística El Cabo”, “Orfeón La Paz”, de La Laguna, “Tronco Verde”, “Masa Coral Tinerfeña” y, entre otras, la “Asociación de Vecinos de San Sebastián” -, y los concursos de carrozas y coches engalanados, - destacando, entre los últimos, la laureadísima “Peña los Náufragos” -, que se desarrollaban en plena cabalgata anunciadora o en el Coso del martes de Carnaval, donde se presentaban también muchos de los hoy catalogados como personajes legendarios del Carnaval tinerfeño y del disfraz artístico, como Alfonso Esteban (que se disfrazaba siempre de “cartel viviente”), Miguel Delgado Salas (uno de los más laureados y admirados personajes que participaban en los concursos de disfraces adultos) y, por citar otro ejemplo, Pedro Gómez Cuenca, más conocido por “el Charlot de Tenerife” por su habitual disfraz inspirado en el personaje cinematográfico, con el cual ha ejercido de embajador del Carnaval tinerfeño en multitud de regiones y países.

    Pero sin duda, la novedad carnavalera más importante de cuantas surgen en las “Fiestas de Invierno” es la aparición, por vez primera, en 1965, de lo que hoy en día se conoce en todos los carnavales de las islas Canarias como comparsa, o sea, una agrupación o conjunto de personas de ambos sexos que, agrupadas en parranda y en cuerpo de baile, suelen vestir e interpretar aires inspirados en Sudamérica, dotándolos de coreografía propia e influenciada, en un principio, en las “escolas de samba” del Carnaval de Brasil, de cuya idiosincrasia también adoptaron el uso de batucada para sus desfiles callejeros. En las primeras ediciones de las llamadas “Fiestas de Invierno” recorrían las calles numerosísimos grupos familiares que, vistiendo un mismo disfraz, constituían las primeras parrandas carnavaleras de esta época. Los organizadores de una de ellas, integrada por familias trabajadoras de la Recova o Mercado Central “Ntra. Sra. de África”, tuvieron la feliz iniciativa de incorporar un cuerpo de baile, integrado por jóvenes de ambos sexos, a la parranda, presentando una sencilla coreografía que realizaban en los desfiles de la agrupación a modo de pasacalles e inspirados en las agrupaciones del Carnaval carioca, puesto que, en aquella ocasión, habían decidido vestir una alegoría brasileña y denominar a su grupo, por ello, “Los Rumberos”. Fue tal la acogida dispensada por parte del público y organizadores que, en años posteriores, comenzaron a verse varias agrupaciones de este tipo, hasta lograr un número aceptable como para hacer una exhibición de las mismas en 1971, en la Piscina Municipal y, al año siguiente, el primer concurso de comparsas, con la intervención de legendarias agrupaciones como “Los Rumberos”, “Los Sambas”, “Los Sudamericanos”, “Los Brasileiros” y “Los Cariocas”, entre otros, que consiguieron desde aquel primer año el que este certamen siga celebrándose con gran expectación, y que este tipo de agrupación, como otros endemismos carnavaleros de Santa Cruz, se haya proyectado a la inmensa mayoría de los carnavales celebrados en todas las islas Canarias.

    Las llamadas "Fiestas de Invierno" en realidad siempre se celebraron exactamente igual que si fueran unos carnavales autorizados como tal, por lo que, andando los años, ya éstas no engañaban a nadie. El hecho de haberse llamado "Fiestas de Invierno" al Carnaval había sido aceptado a regañadientes, como única vía para que los tradicionales festejos volviesen a ser restablecidos. Sin embargo, para los santacruceros, las "Fiestas de Invierno" continuaron siendo un Carnaval disfrazado por la autoridad. Madurez ciudadana, respeto, solidaridad, alegría sana, hospitalidad, talante liberal, creatividad e ingenio, fueron las mejores cartas que supo jugar el pueblo de Santa Cruz de Tenerife a la hora de reconquistar su Carnaval, único celebrado como tal en toda España en aquellos años.

    Con el transcurso de los años, avanzadas las "Fiestas de Invierno", poco a poco se observan en la prensa local, en las crónicas de dichas fiestas, unos vocablos hasta entonces vetados, como "máscara", "disfraz" o "Carnaval". El propio órgano censor, que nunca fue muy severo con las letras de las murgas, ya permitía en éstas la palabra "Carnaval" cuando se referían a las fiestas, sobretodo en sus pasacalles. En los últimos años, incluso diferentes comercios se especializaban en la venta de artículos carnavaleros, y los anunciaban como tal en la prensa. Por todo ello, no es extraño que los santacruceros que vivieron estos años interiormente en la fiesta, integrados en agrupaciones carnavaleras, apenas notaron cambio alguno en esa transición habida entre las "Fiestas de Invierno" y el Carnaval, ocurrida en el año 1976, una vez autorizada la fiesta en toda España tras la era franquista, que había llegado a su fin unos meses antes de la celebración del primer Carnaval liberado del corsé o disfraz de “Fiestas de Invierno”.
    Agrupaciones musicales

    Tras la instauración de un régimen democrático en el país se autorizó la celebración del Carnaval en toda España, en todas aquellas ciudades y pueblos que, tras cuarenta años de mutismo carnavalero, deseaban recobrar la fiesta que se dejó de celebrar tras la guerra civil. En Tenerife fue muy distinto. La autorización llegaba cuando las agrupaciones y organizadores del evento se encontraban ya inmersos en los preparativos para celebrar, una vez más, una nueva edición de las "Fiestas de Invierno", lo que provocó una duplicidad de denominaciones con ambos términos para la misma fiesta. Así, por ejemplo, la propia Comisión Municipal organizadora presentó en el cartel oficial, y en programas de mano de los festejos, la terminología "Fiestas de Invierno", mientras que en vallas publicitarias y otros anuncios recordatorios del programa de actos, insertados y publicados días antes del inicio de las fiestas, lo hacía con el encabezamiento de "Carnaval-76". De igual modo ocurrió con las portadas de los cancioneros de las distintas murgas pues, en la mayoría de los casos, o sea, aquellas que con tiempo de antelación habían remitido a las distintas imprentas sus originales para su emisión, salieron publicados con el título de "Fiestas de Invierno"; por contra, el resto, normalmente por retrasar tal trabajo, anunciaron en sus portadas "Carnaval-76". Distinto fue el caso en la prensa local que, desde un principio, en sus ya habituales páginas diarias dedicadas a la fiesta que aparecían con su cuenta atrás, varias semanas antes de su comienzo, titulaban éstas como "páginas del Carnaval-76".

    En ese año, 1976, el Carnaval de Santa Cruz protagonizaría un capítulo importantísimo en el resurgir de la fiesta en otras localidades del archipiélago. Como cualquier otro pueblo de España, la ciudad de Las Palmas y otros municipios de Gran Canaria vieron luz verde para celebrar su primer Carnaval autorizado, tras la prohibición establecida en los cuarenta años siguientes a la guerra civil. La Comisión de Fiestas de Santa Cruz de Tenerife decidió colaborar en tal proyecto y se envió a la isla hermana una representación del Carnaval tinerfeño una vez concluidas las fiestas en Santa Cruz. Así, una delegación santacrucera, encabezada por su concejal-presidente, reina, damas de honor, una comparsa y la murga "Afilarmónica Nifú-Nifá" viajó a Las Palmas y participó muy activamente en cabalgatas y actuaciones programadas. Por contacto directo de los organizadores de los festejos, también lo hicieron otros grupos tinerfeños como la murga “Afilarmónica Triqui-Traques”, así como en otras ciudades del interior de la isla que también intentaban del mismo modo recuperar su fiesta de Carnaval, como el municipio norteño de Gáldar, donde intervino la murga infantil "Los Piotinos", o en la población sureña de Ingenio, con la participación de la murga infantil "Ni Pico - Ni Corto". En el libro "Historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife" se comenta que "no podemos olvidar que grupos como éstos fueron los que en 1976 apoyaron decididamente con su presencia la primera edición de los carnavales de Las Palmas, que renacían después de cuarenta años de suspensión". Al año siguiente, 1977, la participación de los grupos carnavaleros de Tenerife fue tan masiva que prácticamente la totalidad de los mismos se desplazaron a Las Palmas, una vez finalizadas las fiestas en Santa Cruz, respondiendo de esta forma a la invitación que los organizadores de la citada ciudad habían cursado a las agrupaciones santacruceras, que llenaron un barco tipo ferry en cuyas bodegas, a parte de varias carrozas y coches engalanados, también viajó un colosal "King-Kong" construido por la veterana agrupación "Los Toscaleños".

    En los primeros años de esta nueva época, las calles de Santa Cruz son recorridas de nuevo por grupos de familias que hacían recordar la vieja parranda carnavalera, la constituida por numerosísimos miembros de una misma familia o comunidad de vecinos e integrada por componentes de diversas edades que, vistiendo traje único, - en principio siempre inspirado en el folklore mejicano -, preparaban un repertorio donde destacaba mayoritariamente una selección de merengues, boleros y rancheras. Así lo hicieron grupos como “Los Gavilanes”, “Agrupación Teide”, “Purahey” y un largo etcétera que vino a constituir lo que hoy en día se conoce en el Carnaval santacrucero como “Agrupaciones musicales”, otro de los colectivos carnavaleros que tiene su concurso propio dentro de los actos más relevantes del programa de festejos.

    A pesar de que la fiesta ha sido recuperada en la práctica totalidad de las poblaciones de España, y que se celebra en un sin fin de municipios canarios, el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife no sólo no ha perdido auge sino que, por contra, se ha convertido en el Carnaval de Carnavales, en el más prestigioso de Europa y, desde luego, en el más seguro y participativo del mundo, donde una enorme afluencia masiva de público que entusiasmado acude a la isla en esas fechas, se ve arropado por un pueblo que en sus genes lleva el Carnaval, un pueblo capaz de entregarse en cuerpo y alma a la diversión sana y bullanguera, al ritmo trepidante y festivo, a la explosión de color y alegría en maravilloso maridaje con unas temperaturas primaverales que invitan a tomar la calle, donde se celebran los multitudinarios bailes con grandes orquestas hasta el amanecer, y los espectáculos que ofrecen las agrupaciones en los distintos escenarios de la ciudad. Una ciudad que es literalmente tomada por el pueblo, en cuyas calles cientos de miles de personas bailan, durante días, al son de prestigiosas orquestas y artistas de talla internacional, sobretodo los más excelsos intérpretes de la música latina, que siguen la estela que dejó en su día la recordada orquesta “Billo's Caracas Boys”, que acompañó a la inolvidable Celia Cruz en la consecución del Record Guinness durante el Carnaval del año 1987, con la concentración de doscientas cincuenta mil personas bailando la misma canción al aire libre, en la plaza de España, enclave habitual del escenario principal del Carnaval santacrucero.

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  20. Comparsas

    La organización de las denominadas “Fiestas de Invierno” también empezó a añadir al programa de actos la celebración de distintos certámenes, como el concurso de rondallas, - con la participación de las legendarias agrupaciones “Unión Artística El Cabo”, “Orfeón La Paz”, de La Laguna, “Tronco Verde”, “Masa Coral Tinerfeña” y, entre otras, la “Asociación de Vecinos de San Sebastián” -, y los concursos de carrozas y coches engalanados, - destacando, entre los últimos, la laureadísima “Peña los Náufragos” -, que se desarrollaban en plena cabalgata anunciadora o en el Coso del martes de Carnaval, donde se presentaban también muchos de los hoy catalogados como personajes legendarios del Carnaval tinerfeño y del disfraz artístico, como Alfonso Esteban (que se disfrazaba siempre de “cartel viviente”), Miguel Delgado Salas (uno de los más laureados y admirados personajes que participaban en los concursos de disfraces adultos) y, por citar otro ejemplo, Pedro Gómez Cuenca, más conocido por “el Charlot de Tenerife” por su habitual disfraz inspirado en el personaje cinematográfico, con el cual ha ejercido de embajador del Carnaval tinerfeño en multitud de regiones y países.

    Pero sin duda, la novedad carnavalera más importante de cuantas surgen en las “Fiestas de Invierno” es la aparición, por vez primera, en 1965, de lo que hoy en día se conoce en todos los carnavales de las islas Canarias como comparsa, o sea, una agrupación o conjunto de personas de ambos sexos que, agrupadas en parranda y en cuerpo de baile, suelen vestir e interpretar aires inspirados en Sudamérica, dotándolos de coreografía propia e influenciada, en un principio, en las “escolas de samba” del Carnaval de Brasil, de cuya idiosincrasia también adoptaron el uso de batucada para sus desfiles callejeros. En las primeras ediciones de las llamadas “Fiestas de Invierno” recorrían las calles numerosísimos grupos familiares que, vistiendo un mismo disfraz, constituían las primeras parrandas carnavaleras de esta época. Los organizadores de una de ellas, integrada por familias trabajadoras de la Recova o Mercado Central “Ntra. Sra. de África”, tuvieron la feliz iniciativa de incorporar un cuerpo de baile, integrado por jóvenes de ambos sexos, a la parranda, presentando una sencilla coreografía que realizaban en los desfiles de la agrupación a modo de pasacalles e inspirados en las agrupaciones del Carnaval carioca, puesto que, en aquella ocasión, habían decidido vestir una alegoría brasileña y denominar a su grupo, por ello, “Los Rumberos”. Fue tal la acogida dispensada por parte del público y organizadores que, en años posteriores, comenzaron a verse varias agrupaciones de este tipo, hasta lograr un número aceptable como para hacer una exhibición de las mismas en 1971, en la Piscina Municipal y, al año siguiente, el primer concurso de comparsas, con la intervención de legendarias agrupaciones como “Los Rumberos”, “Los Sambas”, “Los Sudamericanos”, “Los Brasileiros” y “Los Cariocas”, entre otros, que consiguieron desde aquel primer año el que este certamen siga celebrándose con gran expectación, y que este tipo de agrupación, como otros endemismos carnavaleros de Santa Cruz, se haya proyectado a la inmensa mayoría de los carnavales celebrados en todas las islas Canarias.

    Las llamadas "Fiestas de Invierno" en realidad siempre se celebraron exactamente igual que si fueran unos carnavales autorizados como tal, por lo que, andando los años, ya éstas no engañaban a nadie. El hecho de haberse llamado "Fiestas de Invierno" al Carnaval había sido aceptado a regañadientes, como única vía para que los tradicionales festejos volviesen a ser restablecidos. Sin embargo, para los santacruceros, las "Fiestas de Invierno" continuaron siendo un Carnaval disfrazado por la autoridad. Madurez ciudadana, respeto, solidaridad, alegría sana, hospitalidad, talante liberal, creatividad e ingenio, fueron las mejores cartas que supo jugar el pueblo de Santa Cruz de Tenerife a la hora de reconquistar su Carnaval, único celebrado como tal en toda España en aquellos años.

    Con el transcurso de los años, avanzadas las "Fiestas de Invierno", poco a poco se observan en la prensa local, en las crónicas de dichas fiestas, unos vocablos hasta entonces vetados, como "máscara", "disfraz" o "Carnaval". El propio órgano censor, que nunca fue muy severo con las letras de las murgas, ya permitía en éstas la palabra "Carnaval" cuando se referían a las fiestas, sobretodo en sus pasacalles. En los últimos años, incluso diferentes comercios se especializaban en la venta de artículos carnavaleros, y los anunciaban como tal en la prensa. Por todo ello, no es extraño que los santacruceros que vivieron estos años interiormente en la fiesta, integrados en agrupaciones carnavaleras, apenas notaron cambio alguno en esa transición habida entre las "Fiestas de Invierno" y el Carnaval, ocurrida en el año 1976, una vez autorizada la fiesta en toda España tras la era franquista, que había llegado a su fin unos meses antes de la celebración del primer Carnaval liberado del corsé o disfraz de “Fiestas de Invierno”.

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  21. Agrupaciones musicales

    Tras la instauración de un régimen democrático en el país se autorizó la celebración del Carnaval en toda España, en todas aquellas ciudades y pueblos que, tras cuarenta años de mutismo carnavalero, deseaban recobrar la fiesta que se dejó de celebrar tras la guerra civil. En Tenerife fue muy distinto. La autorización llegaba cuando las agrupaciones y organizadores del evento se encontraban ya inmersos en los preparativos para celebrar, una vez más, una nueva edición de las "Fiestas de Invierno", lo que provocó una duplicidad de denominaciones con ambos términos para la misma fiesta. Así, por ejemplo, la propia Comisión Municipal organizadora presentó en el cartel oficial, y en programas de mano de los festejos, la terminología "Fiestas de Invierno", mientras que en vallas publicitarias y otros anuncios recordatorios del programa de actos, insertados y publicados días antes del inicio de las fiestas, lo hacía con el encabezamiento de "Carnaval-76". De igual modo ocurrió con las portadas de los cancioneros de las distintas murgas pues, en la mayoría de los casos, o sea, aquellas que con tiempo de antelación habían remitido a las distintas imprentas sus originales para su emisión, salieron publicados con el título de "Fiestas de Invierno"; por contra, el resto, normalmente por retrasar tal trabajo, anunciaron en sus portadas "Carnaval-76". Distinto fue el caso en la prensa local que, desde un principio, en sus ya habituales páginas diarias dedicadas a la fiesta que aparecían con su cuenta atrás, varias semanas antes de su comienzo, titulaban éstas como "páginas del Carnaval-76".

    En ese año, 1976, el Carnaval de Santa Cruz protagonizaría un capítulo importantísimo en el resurgir de la fiesta en otras localidades del archipiélago. Como cualquier otro pueblo de España, la ciudad de Las Palmas y otros municipios de Gran Canaria vieron luz verde para celebrar su primer Carnaval autorizado, tras la prohibición establecida en los cuarenta años siguientes a la guerra civil. La Comisión de Fiestas de Santa Cruz de Tenerife decidió colaborar en tal proyecto y se envió a la isla hermana una representación del Carnaval tinerfeño una vez concluidas las fiestas en Santa Cruz. Así, una delegación santacrucera, encabezada por su concejal-presidente, reina, damas de honor, una comparsa y la murga "Afilarmónica Nifú-Nifá" viajó a Las Palmas y participó muy activamente en cabalgatas y actuaciones programadas. Por contacto directo de los organizadores de los festejos, también lo hicieron otros grupos tinerfeños como la murga “Afilarmónica Triqui-Traques”, así como en otras ciudades del interior de la isla que también intentaban del mismo modo recuperar su fiesta de Carnaval, como el municipio norteño de Gáldar, donde intervino la murga infantil "Los Piotinos", o en la población sureña de Ingenio, con la participación de la murga infantil "Ni Pico - Ni Corto". En el libro "Historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife" se comenta que "no podemos olvidar que grupos como éstos fueron los que en 1976 apoyaron decididamente con su presencia la primera edición de los carnavales de Las Palmas, que renacían después de cuarenta años de suspensión". Al año siguiente, 1977, la participación de los grupos carnavaleros de Tenerife fue tan masiva que prácticamente la totalidad de los mismos se desplazaron a Las Palmas, una vez finalizadas las fiestas en Santa Cruz, respondiendo de esta forma a la invitación que los organizadores de la citada ciudad habían cursado a las agrupaciones santacruceras, que llenaron un barco tipo ferry en cuyas bodegas, a parte de varias carrozas y coches engalanados, también viajó un colosal "King-Kong" construido por la veterana agrupación "Los Toscaleños".

    En los primeros años de esta nueva época, las calles de Santa Cruz son recorridas de nuevo por grupos de familias que hacían recordar la vieja parranda carnavalera, la constituida por numerosísimos miembros de una misma familia o comunidad de vecinos e integrada por componentes de diversas edades que, vistiendo traje único, - en principio siempre inspirado en el folklore mejicano -, preparaban un repertorio donde destacaba mayoritariamente una selección de merengues, boleros y rancheras. Así lo hicieron grupos como “Los Gavilanes”, “Agrupación Teide”, “Purahey” y un largo etcétera que vino a constituir lo que hoy en día se conoce en el Carnaval santacrucero como “Agrupaciones musicales”, otro de los colectivos carnavaleros que tiene su concurso propio dentro de los actos más relevantes del programa de festejos.

    A pesar de que la fiesta ha sido recuperada en la práctica totalidad de las poblaciones de España, y que se celebra en un sin fin de municipios canarios, el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife no sólo no ha perdido auge sino que, por contra, se ha convertido en el Carnaval de Carnavales, en el más prestigioso de Europa y, desde luego, en el más seguro y participativo del mundo, donde una enorme afluencia masiva de público que entusiasmado acude a la isla en esas fechas, se ve arropado por un pueblo que en sus genes lleva el Carnaval, un pueblo capaz de entregarse en cuerpo y alma a la diversión sana y bullanguera, al ritmo trepidante y festivo, a la explosión de color y alegría en maravilloso maridaje con unas temperaturas primaverales que invitan a tomar la calle, donde se celebran los multitudinarios bailes con grandes orquestas hasta el amanecer, y los espectáculos que ofrecen las agrupaciones en los distintos escenarios de la ciudad. Una ciudad que es literalmente tomada por el pueblo, en cuyas calles cientos de miles de personas bailan, durante días, al son de prestigiosas orquestas y artistas de talla internacional, sobretodo los más excelsos intérpretes de la música latina, que siguen la estela que dejó en su día la recordada orquesta “Billo's Caracas Boys”, que acompañó a la inolvidable Celia Cruz en la consecución del Record Guinness durante el Carnaval del año 1987, con la concentración de doscientas cincuenta mil personas bailando la misma canción al aire libre, en la plaza de España, enclave habitual del escenario principal del Carnaval santacrucero.

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  22. Breve historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife

    Autor: Ramón Guimerá Peña

    Secciones

    • Origen

    • Referencias escritas

    • Máscara

    • Primer Casino

    • Rondallas

    • Fiestas de Invierno

    • 1940-1960

    • Afilarmónica

    • Opelio Rodríguez Peña

    • Fiestas de Interés

    * Turístico Nacional

    • Comparsas

    • Agrupaciones musicales



    Origen

    El escritor tinerfeño Alberto Galván Tudela, en un interesante estudio antropológico sobre el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, expone que éste "constituye esencialmente el ritual de inversión simbólica por excelencia, entendiendo por ello una serie o conjunto de comportamientos expresivos que invierten, contradicen, ahogan o en cierto modo presentan, una alternativa a los códigos, a los valores o normas sociales establecidos, y supone poner el orden, las relaciones sociales, al revés". Durante muchas décadas, la celebración de estas fiestas, - precisamente por desarrollarse en la antesala de la Cuaresma cristiana, del ayuno y del recogimiento -, suponía la permisión, por parte del pueblo, de la ruptura sin pudor de cánones morales, la permisión de tolerar la ¿necesidad? de los participantes de ridiculizar, caricaturizar o parodiar situaciones afines y personajes conocidos, con más o menos contundencia, por medio de disfraces o canciones, la trasgresión de las normas establecidas, el protagonismo de la burla, la sátira, el desenfreno o la promiscuidad, el exceso también en lo culinario como preludio del hecho de desterrar la carne para cumplir con la exigida abstinencia cuaresmal, y, en definitiva, una rebeldía popular llevada en volandas a través del disfraz, de la máscara, de los cánticos alegres, de la algarabía y de la broma.

    Precisamente por tener estas connotaciones, - aunque algunos historiadores encuentran los orígenes del Carnaval en la antigua Sumeria o en las fiestas en honor del buey Apis en Egipto -, parece demostrado que su celebración tiene su origen en Roma, en las celebraciones de las “lupercalias”, - en honor del dios Pan -, las “saturnalias”, - en honor a Saturno, dios de la siembra y la cosecha -, y de las “bacanales”, - en honor a Baco, dios del vino -; unas fiestas que despedían el riguroso invierno y daban la bienvenida al año nuevo. De hecho, la palabra “carnaval” parece provenir de “carrus navalis” (carro naval) que llamaban los romanos al barco sobre ruedas que transportaba en las bacanales, a modo de carroza, al sacerdote de Baco, entre los cánticos que protagonizaban personas disfrazadas de sátiros.
    La difusión del Carnaval por toda Europa fue posible por la expansión del Imperio Romano, llegando a épocas del medievo donde la fiesta se cristianiza, llamada entonces “de Carnestolendas”, tal y como figura en el texto del domingo de quincuagésima o domingo antes de quitar las carnes ("doménica ante carnes tollendas"), y cambia su etimología por “carne levare” (abandonar la carne), basada en la prescripción obligatoria para todo el pueblo durante todos los viernes de la Cuaresma, o sea, por ser el comienzo del ayuno cuaresmal.


    Es lógico pensar que, al igual que su actividad y estructura socio-económica y política, su religión y sus costumbres, portugueses y españoles llevaron también sus fiestas y sus celebraciones a la América latina y a Canarias, tras la conquista de estas tierras y posterior colonización y asentamiento, y, por ello, también la celebración del Carnaval, a pesar de la consabida oposición que tenían los Reyes Católicos con esta fiesta que, en Santa Cruz de Tenerife, se ha convertido en la más popular, la más multitudinaria y participativa de cuantas se celebran hoy en día en la Comunidad Europea; una fiesta que, desde 1980, tiene la distinción de ser declarada oficialmente “Fiesta de Interés Turístico Internacional”; una fiesta que, pese a sus orígenes y evolución en los distintos países, en Santa Cruz se ha convertido en una actividad festiva de honda raigambre popular, de carácter lúdico, que combina algunos elementos como disfraces, espectáculos, desfiles y, sobre todo, una multitudinaria fiesta bailable, sana y bullanguera, en plena calle, al aire libre, en distintas vías del casco urbano antiguo, con un ambiente que admira a propios y extraños tanto por la multitudinaria participación ciudadana y extraordinaria convivencia y hospitalidad en sana diversión compartida, como por la ausencia de delitos o actos hostiles.

    Referencias escritas

    A pesar de que, probablemente, el Carnaval se celebra en Tenerife desde las postrimerías de la llegada y asentamiento de los primeros europeos, las primeras referencias escritas que se conservan sobre la fiesta datan de finales del siglo XVIII, gracias a manuscritos de algunos visitantes y, más tardiamente, a algunas disposiciones oficiales, especialmente prohibiciones, o regulaciones que pretendían canalizar el desenfreno de esos días en evidente salvaguarda del “orden social y moral” por parte de la autoridad civil y eclesiástica. Mientras que de poblaciones tinerfeñas como La Laguna, La Orotava o Puerto de la Cruz se tienen noticias de la celebración del Carnaval gracias a los diarios escritos por André Pierre Ledrú, - en 1796 -, Juan Primo de la Guerra y Hoyos, - en su diario escrito entre los años 1800 y 1810 -, y, entre otros, Thomas Debary, - durante su estancia en la isla en 1848 -, la primera referencia a Santa Cruz en tiempos de Carnaval data del último tercio del siglo XVIII, concretamente de 1778, con una descripción de un baile de Carnaval que hizo Lope Antonio de la Guerra y Peña en su diario.
    No es extraño que la aparición de las primeras referencias del Carnaval santacrucero se encuentren, precisamente, en esas fechas, pues ello coincide con el hecho de que, por aquellos tiempos, Santa Cruz dejó de ser un pequeño puerto al abrigo de La Laguna, - que era a los efectos la capital insular -, y pasó a convertirse, por su tráfico, en el puerto más importante del archipiélago. Esta actividad portuaria impulsó su desarrollo urbano, y originó la aparición de cargos municipales representativos, como síndico personero (1753), dos diputados de abastos (1766) y alcalde real (1772), culminando con la obtención del título de Villa, el día 28 de agosto de 1803, que conllevó que Santa Cruz se constituyera en ayuntamiento independiente y dejara de estar supeditada administrativamente a La Laguna. También, con el citado desarrollo portuario, aparece en la población una burguesía, ligada a la actividad comercial, que protagoniza la celebración de bailes y fiestas en sus domicilios particulares, sobre todo en épocas de Carnaval, creando otra alternativa a la celebración de la fiesta que el pueblo llano, mayoritariamente, celebraba en tabernas y plazas.
    Por la descripción que de estos bailes realizaron, entre otros, Lope Antonio de la Guerra y Juan de la Guerra y Hoyos, sabemos que los organizadores de los mismos pertenecían por lo general a la clase más selecta de la sociedad santacrucera, entre los que destacaban las autoridades militares, que convidaban a viajeros de importancia que se encontraban de paso, así como a otras personas procedentes de La Laguna y del interior de la isla, las cuales disfrutaban de unas veladas donde reinaba, a parte del juego, la música y los bailes, las representaciones teatrales y las actuaciones de las primeras agrupaciones formadas para el disfrute del Carnaval santacrucero, citadas en distintos documentos como “comparsas”, que irrumpían, asaltaban - de ahí la palabra “asaltos” para referirse a bailes de Carnaval - en las casas particulares de la llamada alta sociedad, donde, tras ofrecer su actuación o repertorio, se les invitaba a un refrigerio. Unas comparsas que, - también descritas en años posteriores por Sabino Berthelot durante su estancia en la isla, entre los años 1820 y 1830 -, en un principio estaban constituidas por el elemento militar, perteneciente a los regimientos de Ultonia y de América, - primera guarnición que se asentó en Tenerife, en 1798, tras el fallido intento de conquista de la isla por parte de las tropas de Nelson -, y que fueron, en sus inicios, no solo los únicos facultados para formar estas agrupaciones carnavaleras, - también originaron las primeras formaciones musicales que se crearon en Santa Cruz -, sino que, además, quienes introdujeron y protagonizaron en las calles, plazas y tabernas de la población, en tiempos de Carnaval, la diversión desenfrenada y el desorden, puesto que, evidentemente, la tropa vivía un Carnaval distinto al que disfrutaba la oficialidad, pues, como puede suponerse, el Carnaval no se celebraba por igual en todas las capas de la sociedad santacrucera.


    Máscara

    Esos desenfrenos del elemento militar, a la hora de divertirse en días de Carnaval, así como de las capas más populares de la población, - que vivían unos carnavales más bulliciosos y participativos, con más ambiente festivo y despojado de toda etiqueta y del encorsetamiento que se exigía en la alta sociedad en sus celebraciones -, motivaron que arreciaran, por parte de la autoridad pertinente, las disposiciones restrictivas y ciertas prohibiciones que afectaban al uso de algunos artículos durante la fiesta, así como la regulación de ciertas actitudes y hasta el uso de la máscara. Sin embargo, ello propicia la aparición de un talante con visos de gran tolerancia en las autoridades locales, que viene a ser, con respecto al Carnaval de Santa Cruz, un denominador común a lo largo de su historia, incluso en épocas de la prohibición más absoluta de la fiesta, - como veremos más adelante -, pues en muchas ocasiones dicha actitud era criticada por personas de otras poblaciones al contemplar que las medidas restrictivas que pesaban sobre el Carnaval eran celosamente guardadas en otras localidades y no en Santa Cruz, como sucediera en 1783, por citar un ejemplo, cuando un bando publicado por el Corregidor, en el que se vetaba el uso de máscaras “por estar prohibidas por Reales Ordenes”, motivó graves sucesos en La Laguna, mientras que en Santa Cruz tal prohibición no se llevó a efecto.

    También es cierto que, en otras ocasiones, y debido a los excesos de algunos, el espíritu indulgente de la autoridad local cambiaba durante el transcurso de la fiesta, como sucediera en 1799 cuando el alcalde real ordinario, don José María de Villa, tras permitir las máscaras en Carnaval, publicaba un edicto mediante el cual, - por el abuso de vecinos y transeúntes “pues muchas personas se valen de este disfraz reprobado por la ley para encubrir sus desórdenes y odios de lo que ha habido ejemplares en estas últimas noches” -, quedaba prohibida la máscara. Sin embargo, y a lo largo de los tiempos, encontramos que era más habitual la tolerancia, el “hacer la vista gorda”, pues, por lo general, la inmensa mayoría de la población “se conduce de un modo correspondiente a su educación y carácter”, y que la autoridad local era consciente de que la falta de celo solo afectaba “a cierto número de individuos”, que obligaba a mantener vigentes las sanciones, para quienes infringían los bandos de prohibición, en aras de prevenir alborotos y otros males.
    Las prohibiciones, con aquellos primeros bandos realizados por la alcaldía, - y que llegaron a su punto más álgido con las ordenanzas municipales de 1852, donde aparecen hasta ocho artículos concretos dedicados al Carnaval -, sin duda alguna jugaron un papel importantísimo en el devenir y la evolución de la magna fiesta santacrucera por excelencia, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pues esa reglamentación motivó varios cambios de importancia que, a la postre, resultó dotar de personalidad propia al Carnaval de Santa Cruz de Tenerife.

    Sin perder de vista el pretérito y ancestral uso de la máscara en Egipto, en la cultura japonesa o en el teatro griego, parece demostrado que la introducción de la máscara, como elemento propicio del Carnaval, acontece en el siglo XIII en Venecia y, posteriormente, al igual que otros usos y costumbres, fue auspiciada por otros carnavales de Europa. En España, el uso de la máscara en tiempos de Carnaval fue motivo, durante siglos, de las más fervientes prohibiciones y enconadas persecuciones, pues no en pocos casos proporcionaron en más de una ocasión la impunidad indebida, el encubrimiento, el secreto oculto o el misterio enigmático en actos de venganza, romances, conspiraciones, amoríos, burlas o ajustes de cuentas que la autoridad debía atajar. En Santa Cruz, aunque también se implantaron las mismas medidas restrictivas o prohibiciones que en el resto del reino, y otras emanadas de la autoridad local, el uso de la máscara, careta o antifaz no pudo ser abolido, llegando a su punto más álgido con las llamadas “tapadas”, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, protagonizadas por damas pertenecientes a la “sociedad selecta” que, cubriéndose el rostro con una máscara, se mezclaban con la gente en festejos populares y en las horas de paseo en los días de fiesta;
    constituyendo lo que podría ser la génesis de la mascarita canaria, la de la sábana y el abanador, tan usual en la isla a finales del siglo XIX y gran parte del siglo XX. Hay quien sostiene que, entre las citadas “tapadas”, podría esconderse, “debajo de un refajo dieciochesco de blondas”, algún representante del sexo contrario, lo cual viene a ser, aún hoy en día, una forma muy habitual de vivir también la fiesta, de “correr los carnavales”, haciendo vigente el ambiente que describía en el año 1605 Gaspar Luis Hidalgo, donde se alude a esta costumbre de invertir los sexos por medio de disfraces, - algo muy generalizado en la mayoría de los carnavales del mundo -, y que ha sido tan criticada siempre por la iglesia por considerarla una actitud excesivamente transgresora de la moral.


    Primer Casino

    En 1840 surge en Santa Cruz el primer casino que se crea en las islas Canarias, el Casino de Santa Cruz de Tenerife, uno de los eslabones más importantes de una larga cadena que por estas fechas empieza a gestarse, o sea, la aparición de las primeras sociedades de recreo y ocio, culturales y recreativas, de Santa Cruz, que jugaron un papel importantísimo en la celebración de las fiestas de Carnaval, tanto durante el siglo XIX como en los años de la prohibición más absoluta, o sea, los años cincuenta del pasado siglo. Sin poder absorber en absoluto el Carnaval callejero, - que siempre ha sido seña de identidad del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife -, las innumerables sociedades santacruceras pugnaban, año tras año, por ofrecer a sus socios y parroquianos un programa de actos elaborado con gran brillantez, donde solían destacar los concursos de disfraces infantiles y, sobre todo, los llamados "bailes de disfraces" como, por citar algunos celebrados en el primer tercio del siglo XX, los del “Salón Frégoli”, que hicieron época, primero en su antiguo local social de la plaza de la Iglesia, frente a la torre de la Concepción, en la casa de don Benito, y después en la calle del Castillo; o los de la sociedad “La Alegría”, que se celebraban con lleno hasta los aleros en su sede social entonces situada en uno de los márgenes del “Charco de la Casona”, haciendo esquina con el Hospital Civil; o los “asaltos” que se organizaban en el antiguo “Recreo”, que abría sus puertas también en la chicharrerísima plaza de la Iglesia; sin olvidar los fragorosos bailes del “Salón Novedades”, en la calle de Ferrer, antes del incendio que lo redujo a cenizas, ni los que se dieron en el “Círculo de Amistad XII de Enero”, antes de fusionarse con el viejo “Recreo”; así como los inolvidables bailes en el “Parque Recreativo”, siempre enclavado en la plaza del Patriotismo, los austeros del “Centro de Dependientes”, en la calle de San José; los celebrados en el “Luz y Vida” del Toscal, en plena calle de Santiago; los celebrados en el “Fomento”, fiel a la Plaza de San Telmo; o en “La Prosperidad”, en el barrio de Salamanca; o en el populachero “Piojito”, de la calle de San Sebastián; o los asombrosos y brillantes bailes del “Real Club Náutico” y del Casino Principal, que eran de postín.


    Pese a los innumerables bailes en las distintas sociedades de la población, el Carnaval santacrucero siempre se distinguió por ser eminentemente callejero. Cada edición del "Viejo Carnaval", - así conocido al Carnaval de Santa Cruz celebrado en las ediciones anteriores a la guerra civil española -, comenzaba de manera invariable con la presencia de los niños que, cual pregoneros, anunciaban con sus cánticos y su griterío, en prematuras horas del primer día de Carnaval, la llegada de las fiestas: "el sábado de preludio, o de vísperas, salían a la calle los bullangueros ranchos de chiquillos como precursores de la fiesta". Eran épocas donde, en los días de Carnaval, la gente convergía en la calle del Norte, - hoy de Valentín Sanz -, y la del Castillo, y en la Plaza de la Constitución, llamada después Plaza de la Candelaria. En la calle del Norte era como de rigor ir hacia la acera del café "El Águila", y en la Plaza de la Constitución por las aceras donde se encontraban los cafés “La Peña” y “Cuatro Estaciones”, establecimientos que, aún hoy en día, se les recuerda con celebridad por gran parte de los santacruceros, pues en ellos se encontraba lo más selecto de la sociedad, la clase intelectual del momento, y donde nuestras pretéritas mascaritas y murgas se dejaban ver con mucha frecuencia.

    Un extremo o punto neurálgico del Carnaval de antaño era la Recova Vieja, - después coloquialmente conocida como “Palais Royal” -, y las escalinatas del Teatro Guimerá, desde donde, tras recorrer la citada calle del Norte, se llegaba a la Plaza del Príncipe, - corazón del Carnaval en aquella época, donde, incluso, a su alrededor, se celebraba el coso o desfile carnavalero -, para morir dicha calle en otro de los puntos neurálgicos del Carnaval capitalino, o sea, la entrada de la calle de La Rosa, zona donde se aglutinaban famosos núcleos del Carnaval pretérito, como el desaparecido "Parque Recreativo" y la sede social de la "Masa Coral Tinerfeña", frente a la Plaza del Patriotismo, teniendo muy próximas la sociedad "Luz y Vida" de El Toscal y la actual sede del "Círculo de Amistad XII de Enero".

    El casco urbano histórico de Santa Cruz, en Carnaval, siempre ha sido un auténtico hervidero festivo desde sus inicios, pues, como sucediera con la citada calle del Norte, también a lo largo de la histórica y céntrica calle del Castillo se vivía el Carnaval santacrucero, desde su extremo más cercano al mar, - con aglomeraciones de carnavaleros en la ya citada Plaza de la Constitución y en la Alameda del Duque de Santa Elena, llamada de La Libertad o Alameda del Muelle, donde se celebraban, la mayoría de las veces, los concursos de rondallas y otros actos relevantes incluidos en el programa de festejos -, hasta el extremo más próximo al interior de la isla, o sea, en las inmediaciones de la Plaza de Weyler, zona también conocida con el nombre de "la salida", donde existía un enorme bullicio producido por la parada de los transportes públicos, con afluencia de gente que entraba y salía de Santa Cruz por la entonces conocida como "Carretera de La Laguna", hoy denominada, y desde 1903, "Rambla de Pulido".


    Rondallas

    A partir del año 1900, gran parte de las citadas plazas y vías céntricas de la ciudad fueron el escenario propicio para un acto carnavalero de nueva introducción, que aparece nada más inaugurarse el siglo XX y que cobraría, con los años, suma importancia en la fiesta, o sea, la incorporación de las entonces llamadas “camelladas”, - que en la actualidad se conoce por cabalgata, pues, en un principio, eran camellos (dromedarios), y más tarde caballos, los medios de transporte que se empleaban para portar máscaras y gente disfrazada en aquellos primeros desfiles de Carnaval -, así como los primeros “entierros de la sardina”, que, en sus principios, eran múltiples, tantos como barrios populosos del Santa Cruz de aquel entonces, y que, primeramente, estaban protagonizados mayoritariamente por los chiquillos de cada barrio, para ser finalmente organizados por alguna sociedad recreativa que realizaba los primeros itinerarios por las más céntricas y diversas calles de la población.
    Una década anterior, concretamente en el año 1891, está fechada la aparición, por vez primera, de una rondalla como agrupación propia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife. Este tímido comienzo de la importantísima incorporación de la llamada “música culta” o “música de calidad” al espectro carnavalero, interpretada por aficionados con instrumentos de pulso y púa, supuso la base de una entrañable tradición que originó, en su día, un extraordinario endemismo carnavalero de Santa Cruz de Tenerife, y que sigue muy vigente en la actualidad. Como en otros carnavales del mundo, por aquellos años recorrían las calles de la población algunas agrupaciones denominadas “estudiantinas”, - mayoritariamente integradas por jóvenes señoritas o niños que mantenían una actitud de carácter postulante -, y, sobretodo, parrandas, o sea, agrupaciones de amigos que, provistos de instrumentos de cuerda, con sus cánticos departían gran animación por las calles que frecuentaban, como también lo hacían, llenándolas de alegría y sana algarabía, unas agrupaciones denominadas “comparsas”, cuyos instrumentos de viento resultaban ser el hecho diferenciador con las citadas parrandas. El tímido comienzo de las rondallas carnavaleras, propiciado en el año 1891 por jóvenes de la sociedad filarmónica “Santa Cecilia”, y continuado por el Orfeón de Santa Cruz, - fundado en 1897 -, quedó consolidado en la década de los años veinte del pasado siglo, alcanzando su mayor esplendor en los años treinta y, tras el paréntesis que supuso la guerra civil española y la posterior prohibición del Carnaval, llegó a protagonizar los primeros concursos de agrupaciones de Carnaval celebrados en los años cincuenta, constituyendo el acto más esperado de cuantos se desarrollaron en las ediciones carnavaleras de los años sesenta y setenta.


    Durante el periodo comprendido entre 1900 y 1936, - año del inicio de la guerra civil española -, una serie de acontecimientos, en su mayor parte ajenos a las islas, acondicionaron de algún modo la celebración del Carnaval en Santa Cruz. Tras comenzar el siglo con el recuerdo próximo del desastre colonial del 98, el estallido de la primera guerra mundial, años más tarde, afectó decisivamente en la vida insular, y por ende en la fiesta, al igual que el Carnaval de 1924, primero de la dictadura de Primo de Rivera, un periodo que marcó el desarrollo de las fiestas con el signo de la prohibición, entre comillas, y la división del archipiélago en dos provincias, en 1927. La República, por el contrario, liberó al Carnaval canario de las trabas anteriores, situándolo en sus cotas más altas, solamente sesgado por la guerra civil y los años de la posguerra, dejando truncada su celebración por mucho tiempo.


    A principios del siglo XX, avanzado el año 1914, con el estallido de la primera guerra mundial y ante la certeza de que submarinos alemanes operaban en aguas de las islas Canarias, se ordenó a un cañonero de la Marina de Guerra española, denominado "Laya", arribar y permanecer de apostadero en la bahía de Santa Cruz, - entonces capital del archipiélago -, para realizar misiones de vigilancia, patrullando constantemente, y durante varios años, por aguas de las islas. En el Carnaval de 1917, la marinería del “Laya” obtuvo el visto bueno, por parte de la oficialidad, de disfrutar del Carnaval de Santa Cruz, participando en el mismo constituyendo una chirigota, fieles a la tradición de su tierra, puesto que la inmensa mayoría de la tripulación era gaditana. Así fue como el pueblo santacrucero fue testigo de una nueva forma de vivir la fiesta, un nuevo modo de participar en la fiesta, de constituir un grupo musical de corte bufo donde la letra de las canciones era más importante que la interpretación de las mismas, pues contenían temas propios de la actualidad isleña y otros más banales de contenido "picante", y donde el humor y la crítica jugaban un papel fundamental en sus composiciones y actuaciones. Por ello, puesto que esta nueva forma de vivir la fiesta caló muy hondo en el Carnaval tinerfeño, y fue totalmente aceptada por el pueblo como un colectivo carnavalero más, puede afirmarse, sin temor a equívocos, - queda así reflejado en la prensa local de aquellos momentos -, que aquellos marineros constituyeron la primera murga creada por y para el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, aunque de una forma "achirigotada", puesto que crearon escuela y ya, al año siguiente, cantando canciones similares con contenido crítico y humorístico, se vieron recorrer las principales calles y plazas de la población, imitándoles, varios grupos de carnavaleros que, sin saberlo, irían dotando de una personalidad propia a este tipo de agrupaciones, para culminar en esa forma particular o cualidad que constituye, hoy en día, a la murga tinerfeña y, por ende, a la murga canaria, - puesto que esta forma de participar en la fiesta traspasó no solo el ámbito municipal sino también el insular, pues, en la actualidad, existen murgas en todas las islas Canarias, incluida la isla de La Graciosa -; una murga canaria que, hoy en día y pese a tener sus mismas raíces, evidencia una diferencia muy considerable con las agrupaciones gaditanas, lo que constituye otro endemismo carnavalero propio de Santa Cruz de Tenerife: la murga canaria.


    Fiestas de Invierno

    Cuando el régimen de Primo de Rivera daba sus bandazos finales, llevó a cabo su último intento de provocar de forma definitiva la ansiada decadencia y posterior desaparición de estas fiestas tan populares, puesto que, en plenos carnavales de 1929, se publicó una Real Orden según la cual, en adelante, o sea, a partir de 1930, se consideraba un periodo de días festivos reducido, exclusivamente, al domingo de Carnaval y domingo de piñata, quedando prohibida por tanto cualquier manifestación carnavalera fuera de dichos días. Tras la caída de la dictadura, parecía que tal disposición iba a ser derogada por el nuevo gobierno, presidido por Berenguer, pero no fue así, y, a propuesta del mismo, el Rey dispuso que se mantuviese su vigencia y por ello el pueblo de Santa Cruz, resignado, dio por acabada la fiesta al término del domingo de Carnaval. Sin embargo, la tarde del martes tuvo como protagonista a la máscara, - encarnada por mujeres -, y a una de las agrupaciones más importantes de aquellas pretéritas y pioneras murgas santacruceras, la conocida como murga de "el Flaco", pues fueron los que, saltándose la norma establecida, su participación, su actitud y su “contagio” festivo, hizo que "Santa Cruz fuera un agradable y estridente hervidero de color", lo que continuó siéndolo todos los días de Carnaval y en los años siguientes, por contar, ¿como no?, una vez más, con la tolerancia de las autoridades locales que “hacían la vista gorda”, mientras que en otras poblaciones se cumplía a rajatabla la norma establecida.

    Durante el transcurso de la guerra civil española fue suspendida, como puede suponerse, cualquier manifestación o actividad de diversión colectiva, y, por supuesto, las fiestas de Carnaval. Ni siquiera existe en ningún tipo de publicación local la más mínima alusión de la celebración de algún baile, aunque no fuera de disfraces, en alguna sociedad recreativa de Santa Cruz, puesto que la contienda bélica, aunque lejana, influyó de forma determinante en la vida insular, por el estado emocional que vivían muchas familias al tener alguno de sus miembros en el frente, y también por los momentos de represión que siguieron al levantamiento militar en el archipiélago, y que llevó el luto a no pocas familias.

    Por ello, es evidente que, para la población tinerfeña, no podía pasar de un modo indiferente la situación reinante, por lo que, como es obvio, - a pesar de que en febrero de 1937 se publicó en la prensa una Orden del Ministerio de la Gobernación comunicando la absoluta prohibición de la celebración de los carnavales -, el pueblo, precisamente, no estaba entonces para fiestas. Con la citada orden ministerial, publicada durante el transcurso de la guerra civil, comienzan a aparecer las primeras prohibiciones del siglo XX destinadas a vetar la celebración del Carnaval, aunque, por su texto, en principio hacía pensar que se trataba de una medida coyuntural, o sea, mientras duraba la contienda bélica, pero no fue así.

    El periodo comprendido entre el final de la guerra civil y la instauración nuevamente de la democracia en el país, estuvo profundamente marcado por una etapa inicial de carácter prohibicionista total, que se fue degradando por sí misma, progresivamente, llegando a conocerse algunos momentos de transición debidos a iniciativas populares y oficiales que desembocaron en una etapa final de entera permisión, aunque en esta ocasión “bautizado”, - por el hecho de seguir prohibido el Carnaval en el resto de las poblaciones de España -, con el eufemismo de “Fiestas de Invierno”, perífrasis que serviría de vehículo para que, años más tarde, otras poblaciones tinerfeñas y de otras islas del archipiélago iniciaran sus esfuerzos en resurgir el Carnaval en sus municipios.

    Como queda dicho, una vez concluida la contienda bélica continuaron en vigor las medidas prohibitivas que pesaban sobre el Carnaval, pero ésta vez la población si tenía ganas de diversión y de olvidar amarguras, por lo que más de un conato de resurgir la fiesta hubo. Esos conatos, como ocurrió de igual modo a principios del siglo, podían clasificarse en dos bloques, o sea, los de “interior”, encabezadas por aquellas sociedades que comenzaban a organizar bailes de disfraces en sus sedes, a principio y mediados de los años cuarenta, y otras que tomaran tal actitud más tardiamente, siguiendo la estela dejada por los estudiantes que se atrevieron a ser pioneros en ello, a partir de 1947, con sus bailes de licenciatura en el Teatro Leal de La Laguna, donde el uso del disfraz era obligatorio; y los conatos en la calle, en la vía pública, provocados mayoritariamente por carnavaleros de pro, vestidos de máscaras, y por algunas de las pretéritas murgas, - como la legendaria murga de “el Chucho” de Valleseco -, cuyos integrantes, al igual que las personas vestidas con máscaras, se atrevieron a salir para vivir, en estos dos decenios de clandestinidad, un periplo carnavalero lleno de altibajos y con eclipses y afianzamientos. Altibajos motivados según el parámetro de tolerancia de los gobernantes, de su arraigo con el pueblo santacrucero y de su conocimiento o no de la aptitud y disposición natural de alegría, hospitalidad, concordia y sana diversión que, como si genéticamente fuese, ha caracterizado a los tinerfeños cuando del disfrute de unas fiestas se trata; y afianzamientos y eclipses causados por la acción de las autoridades civiles, religiosas y militares, o personalidades que gozaban de la necesaria influencia para hacer implantar prohibiciones o medidas restrictivas, ejercidas o celosamente guardadas e irremediablemente aceptadas unos años, y, en otros, incumplidas o reconsideradas con cierta indulgencia. A pesar de todo, fue posible el que, durante muchos años, un buen número de personas engrandecieron lo que en un principio tan sólo fue una modesta intervención popular, contribuyendo, de una forma más que notoria e inestimable, a la actual magnificencia y grandiosidad del Carnaval de Santa Cruz directamente, y a los de todas las islas Canarias en general, en su carácter sano y alegre de expresión popular y callejera, pues el disfraz de “Fiestas de Invierno” que se le impuso ingeniosamente al Carnaval santacrucero, fue el modelo a seguir para el resurgir, años más tarde, el Carnaval en otras localidades canarias.


    1940-1960

    En el periodo comprendido entre 1940 y 1960, la veda y persecución de la fiesta, en sus expresiones callejeras y populares, ocupa más de un tercio de su existencia, solamente excepcionada en años donde privó la tolerancia. En muchas ocasiones es probada la celebración del Carnaval tan sólo por la existencia de bailes de disfraces en sociedades, - aunque de forma camuflada -, a pesar de la participación en la calle de máscaras y murgas, aunque de una forma aventurera y clandestina, retando a la suerte y a la autoridad, pues tuvieron la osadía de aparecer por las calles santacruceras, en esta época de prohibición, para vivir la fiesta cual "trileros", o sea, bajo la atenta mirada de algún componente o amigo que avisara de la presencia próxima de la policía nacional, - llamada entonces “policía armada” y popularmente conocida por "los grises" por el color de su uniforme -, para salir corriendo y ocultarse en los zaguanes próximos, gracias a la complicidad de la mayoría de la población, evitando así el tener que pernoctar en la comisaría, entonces ubicada en la trasera del edificio del Gobierno Civil; si bien es cierto que, en Santa Cruz de Tenerife, salvo en los carnavales del año 1954, la represión y contundencia de la acción policial ejercida en la fiesta no fue excesiva realmente, e, incluso, se hacía "la vista gorda" en la mayoría de las ocasiones.

    Si en esta época, ya de por sí, había que omitir la palabra "carnaval", - de ahí el invento de “Fiestas de Invierno” -, pues sonaba a lujuria, así como cualquier otra palabra que "incitara al pecado y a los malos pensamientos", más justificada era la omisión de cualquier noticia sobre la actividad impróvida, pero meritoria y muchas veces prolífera, de los carnavaleros que retaban en cada momento la prohibición establecida, por lo que, en estos años, los medios de comunicación e información, en general, jugaron un papel muy importante y vital en beneficio del Carnaval, precisamente haciendo una labor contraria a sus principios profesionales, como fue la de callar la noticia, pues "el temor estaba en que, desde Madrid, descubrieran la trampa y ordenaran la temida marcha atrás". En definitiva, no convenía en absoluto "que Madrid se enterase", por lo cual, "los periódicos se guardaban mucho de publicar cualquier cosa que oliera a Carnaval por si llegaba a Madrid la noticia. Era un pacto tácito admirable".


    La década de los años cuarenta representó, para los españoles que la vivieron, la etapa más amarga de nuestra historia más reciente. La acuciante y grave situación económica que siguió a la guerra civil se vio agudizada por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, unos meses más tarde, impidiendo por ello la desmovilización y la ingente tarea de reconstrucción que se hacía necesaria. Las comunicaciones marítimas y las actividades portuarias volvieron a sufrir de nuevo los inconvenientes de la guerra, y la agricultura canaria, y su economía en general, estuvieron al borde de la ruina, por la lógica paralización del comercio exterior y la escasez de muchos artículos de primera necesidad. Pese a todo, algunos carnavaleros de Santa Cruz no vieron obstáculo alguno para “correr los carnavales” nada más concluir la contienda bélica, pues la población volvió a ser testigo de la intervención de algunas murgas, de efímeras apariciones de osadas máscaras, y de la celebración de los primeros bailes que en aquellos años el Casino y la Masa Coral Tinerfeña, organizaron en sus sedes sociales, lo que provocó que el gobernador civil, Javier Saldaña Sanmartín, publicara en 1942 una circular para recordar la vigencia de la prohibición de la fiesta, la primera de las muchas circulares de la misma índole que se publicaron en años sucesivos, cuando se acercaban las fechas que tradicionalmente se debería celebrar el Carnaval.

    Si en los primeros años de la década de los cuarenta las medidas restrictivas fueron celosamente guardadas, con el transcurso de los años la autoridad fue abriendo la mano, sin llegar a autorizar totalmente la fiesta, como en el periodo de mandato del gobernador civil Luis Rosón Pérez, donde hubo mayor tolerancia y se atisbaban inicios de cambio de actitud, como, por ejemplo, la autorización de los bailes en distintas sociedades, - si bien es cierto que cualquier intento de sacar el espíritu de la fiesta fuera de las mismas era cortado de inmediato por las fuerzas de orden público -, y el rescate, en febrero de 1951, del más que añorado y solicitado concurso de rondallas.


    Afilarmónica

    El tiempo en que fue Carlos Arias Navarro gobernador civil de la provincia, fue un periodo realmente paradójico en cuanto a los carnavales se refiere pues, mientras que en el resto del país continuaba la más absoluta prohibición de la fiesta, la tolerancia que en Santa Cruz mostraban las distintas autoridades bajo su mandato llevó a pensar a muchos que estaban permitidos de hecho, y se disfrutó de un Carnaval clandestino y aceptado con cierta indulgencia, a pesar de que no se había levantado aún la susodicha prohibición. Sin embargo, 1954, su último año como gobernador civil, puede considerarse como el más nefasto de la historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, al producirse una gran represión policial contra el espíritu de la fiesta, pues tanto hizo el Magistral de Tenerife por descalificarla, y las Damas de Acción Católica, - que se dirigieron a la máxima autoridad de la nación -, que en ese año la prohibición fue rigurosísima, sin ninguna clase de indulgencia: "El gobernador civil fue más severo, y cumplió lo establecido, amenazando con actuar con energía si la gente se echaba a la calle. La desilusión fue enorme y los que no lo creyeron dieron con sus huesos en comisaría".
    En vísperas de la fiesta de aquel año, 1954, se publicó en la prensa local una nota oficial que advertía la más absoluta prohibición de cualquier manifestación carnavalera, incluyendo los llamados bailes de Carnaval, llegando al extremo incluso de sancionar muy duramente a cualquier entidad particular que, mediante anuncios, publicaciones, decoración de fachadas o escaparates comerciales, incitaran a infringir la prohibición que quedaba establecida. Aún así, "salieron máscaras a la calle, pasando por alto la prohibición. Se producen enfrentamientos entre los carnavaleros y la guardia de asalto. La situación adquirió un aire sombrío y tenso. El gobernador civil de la provincia pide refuerzos a Las Palmas, por lo que llega en un correillo un contingente de guardias a Santa Cruz. Con ello, el Carnaval quedó absolutamente suspendido", y hasta el recién incorporado concurso de rondallas quedó nuevamente desautorizado.


    En tan aciago año, puesto que la permisión en años anteriores había sido la tónica habitual, surgió una murga, - génesis de la legendaria murga “Nifú-Nifá” -, a la que sus componentes “bautizaron” con el nombre de “Los Bigotudos” por los enormes mostachos que lucían con su disfraz de banda de música circense, y, puesto que había que omitir la palabra “murga” para denominar genéricamente a su agrupación carnavalera, - pues el veto de la fiesta, en anteriores años, arropaba también la prohibición del empleo de cierta terminología o léxico que guardara estrecha relación con la misma -, buscaron otro vocablo similar y apropiado a la faceta humorística de estos colectivos, omitiendo otros ya utilizados por otras murgas como el de “charanga”, “simplifónica” y “mamarrachofónica”, por citar unos ejemplos, hasta que decidieron la locución "Afilarmónica", producto de la ingeniosa y acertada idea humorística de anteponer el prefijo "a", - como partícula privativa -, a la voz "filarmónica", o sea, el entender que una murga es lo contrario de una filarmónica; conllevando también, de una forma socarrada, la verdadera intención del inventado vocablo: la de "afilar" con sus canciones, con sus letras y su crítica, pues en el argot popular "afilar la lengua" es sinónimo de "criticar muy agudamente". Dicho vocablo, el de "Afilarmónica", - que fue registrado en propiedad en la "Agencia Oficial de Patentes y Marcas" de Madrid por ser absoluta inventiva de este grupo de murgueros, ha sido utilizado en épocas más recientes como nombre genérico para las murgas, y hasta como título o entorchado a conquistar en sus concursos de otras islas para distinguir a las más laureadas.


    Opelio Rodríguez Peña

    Tras Carlos Arias Navarro, con la toma de posesión de Andrés Marín Martín como nuevo gobernador civil, cambiaron de nuevo las cosas y se volvió a celebrar la fiesta con cierta normalidad a pesar de continuar en vigencia la prohibición. El Carnaval santacrucero iba tomando, poco a poco, una línea ascendente en participación ciudadana y regocijo popular, mientras que la autoridad gubernativa era más indulgente con el transcurso de los años, sin duda alguna por el carácter, buen comportamiento y actitud cívica y sana que los santacruceros demostraban año tras año en el disfrute de anteriores ediciones de la fiesta. Aún así, el Carnaval de esta época, como queda dicho, se desarrollaba, en mayor o menor grado, según el parámetro de tolerancia de los distintos gobernadores. Así, unos optaron por hacer cumplir las disposiciones prohibitivas, aunque no de forma tajante, otros procuraron tener en días de Carnaval "un ineludible viaje al sur de la isla", y otros por permanecer en la plaza, procurando y deseando no tener que intervenir en la fiesta si existiera desmesura de sus participantes, lo que nunca se produjo. A estos últimos pertenecía Santiago Galindo Herrero, cuyo periodo de mandato, 1958-1960, puede considerarse el de mayor tolerancia y apertura, pues él mismo no sólo no ejerció ninguna acción contra la fiesta, sino que gustaba de ser espectador de la misma, y asistía a las actuaciones que diversas agrupaciones, - murgas y rondallas -, hacían en la Plaza del Príncipe.
    Sin lugar a dudas, el entusiasmo y comportamiento que mostraron los santacruceros durante los años de prohibición fue la pieza fundamental para que las distintas autoridades civiles y religiosas cuestionaran el hecho, sin precedente e insólito en España, de autorizar las fiestas de Carnaval en Santa Cruz de Tenerife aunque disfrazando su nombre con el eufemismo gracioso, pero necesario en aquella época, de "Fiestas de Invierno".
    A mediados de 1960 coincidieron tres hombres en distintas instituciones de Tenerife: el gobernador civil Manuel Ballesteros Gaibrois, el obispo tinerfeño Domingo Pérez Cáceres y Opelio Rodríguez Peña, secretario de la Junta Provincial de Información y Turismo, que, para engañar al régimen, inventaron tal eufemismo para denominar a ese desenfreno del pueblo así sentenciado "desde los púlpitos más retrógrados y conservadores". El que fuera secretario del Ministerio de Información y Turismo ocupaba, además, el cargo de concejal-presidente de la Comisión Municipal de Fiestas, por lo que se dice que el disfraz de “Fiestas de Invierno” que se le colocó al prohibido Carnaval tuvo el diseño genial de Opelio Rodríguez Peña, y que, "si no fue el autor material de ese auténtico gol a la Administración de aquellos tiempos, si estaba en la melée de donde salió el balón". Por ello, por ser considerado el mayor valedor del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, en la actualidad y desde el día 17 de noviembre de 1989, la mayor distinción que otorga el ayuntamiento santacrucero en materia de Carnaval lleva su nombre.

    Opelio Rodríguez Peña recordaba que "en aquel entonces, el principal problema estaba en la propia palabra" carnaval", pues no era aceptada en las altas esferas, y en 1961 se adelantaron las fechas de las fiestas una semana a la Cuaresma, que era otro de los más importantes obstáculos; y se logró que se declarase festivo el martes". Tras los logros alcanzados y en vísperas de la fiesta, de nuevo los miembros de "Acción Católica", al conocer la noticia de la "reapertura" de los carnavales en Santa Cruz, quisieron ser protagonistas de la misma, "anunciando que iban a sacar la procesión a la calle. Opelio Rodríguez Peña advirtió al obispo de los planes que tenía el colectivo religioso, y el prelado llamó al responsable de éstos y le convenció de que los carnavales no eran un pecado, y les dijo que se fueran a rezar a las iglesias, que a mi pueblo lo conozco yo".


    Fiestas de Interés Turístico Nacional


    En suma, con la autorización expresa del Gobierno Civil y del Obispado, y de la Junta Provincial de Información y Turismo, el ayuntamiento capitalino organiza las "Primeras Fiestas de Invierno" de Santa Cruz de Tenerife. En este ambiente de intolerancia oficial hacia los carnavales pero de tolerancia total hacia las "Fiestas de Invierno", asistimos a los momentos más brillantes y de mayor imaginación que ha conocido este acontecimiento popular. Las murgas eran la salsa de la fiesta, con sus canciones críticas a los gobernantes que cantaban de esquina en esquina, constituyendo el periódico del año pues aquellas noticias que no se podían ni comentar, las murgas las llevaban a sus repertorios, dotándolas siempre de un matiz humorístico, crítico e irónico.
    La permisión de unas fiestas antes no autorizadas hizo que la gente se tomara con entusiasmo aquellos primeros carnavales. El sabor de lo hasta entonces prohibido hizo que el pueblo saliera a la calle con disfraz y que demostrara que es capaz de divertirse, "sin menoscabar la moral ni el orden establecido". Para el pueblo existía una consigna en esa época: "Tinerfeño, de tu comportamiento depende que se sigan celebrando las “Fiestas de Invierno”.
    Aquellos primeros pasos fueron la base para poder dar despegue definitivo al Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, - tras el paréntesis de la guerra civil y el Carnaval clandestino vivido en la posguerra -, aunque, en esta ocasión, y como excusa para la permisión de su celebración, encorsetado en un marcado carácter turístico que se pretendió dar a la fiesta, consiguiéndose logros de extraordinaria relevancia como el que fueran declaradas en 1967 "Fiestas de Interés Turístico Nacional", para que, en la actualidad y desde el día 15 de enero de 1980, ostenten el rango de "Fiestas de Interés Turístico Internacional".
    Durante el transcurso de las denominadas "Fiestas de Invierno" fueron apareciendo novedades que merecen ser destacadas por su importancia histórica en la vida del Carnaval santacrucero, como, por citar unos ejemplos, un concurso de murgas por vez primera en la historia (1961), con la participación de legendarias murgas como la de “El Chucho”, la murga “Marte” o la “Afilarmónica Nifú-Nifá”; el resurgir del certamen de elección de la “Reina de las Fiestas” (1965), o de la elección de la “Reina Infantil” justo una década después, coincidiendo con el último año de las “Fiestas de Invierno” (1975); o la aparición nuevamente de las murgas infantiles, - “Los Paralelepípedos” (1965), “Los Piotinos” (1969) y “Los Lengüines” (1971) -, cuya masiva participación propició la creación de un concurso de murgas infantiles en 1972 y que aún sigue vigente como uno de los platos fuertes del programa de festejos; así como la incorporación por vez primera de la mujer como un componente más, en estas agrupaciones críticas, constituyendo e integrando las primeras murgas mixtas surgidas en el Carnaval de Santa Cruz, con la participación de “Los Criticados” (1971), o, incluso, la primera murga femenina de Canarias, denominada “Las Desconfiadas” de Arafo (1972).
    También aparece como novedad en este periodo carnavalero la incorporación a la fiesta de “Los Fregolinos”, en 1961, una agrupación que, en homenaje al antiguo “Salón Frégoli” y al estilo de la vieja comparsa tinerfeña, - que la diferenciaba de la rondalla de antaño por presentar instrumentos de viento -, se constituyó en agrupación lírico-musical con orquesta y coro de voces masculinas para interpretar, prioritariamente, obras de afamadas zarzuelas o del llamado “género chico”. También la aparición de los primeros grupos coreográficos, gracias a la iniciativa de “Los Bohemios”, pioneros en estas lides; y la edición de un cartel anunciador en cada edición de la fiesta, comenzando así, desde 1962, con una colección que, hoy en día, merece un espacio de honor en cualquier pinacoteca europea, pues artistas de la talla de Juan Galarza, Gurrea, Javier Mariscal, Dokoupil, César Manrique, Cuixart, Pedro González, Fierro, Paco Martínez, Mel Ramos, Enrique González, Maribel Nazco, Elena Lecuona y un largo etcétera, han contribuido con sus obras a la grandiosidad intercultural, artística y plástica que también tiene el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife.
    Comparsas
    La organización de las denominadas “Fiestas de Invierno” también empezó a añadir al programa de actos la celebración de distintos certámenes, como el concurso de rondallas, - con la participación de las legendarias agrupaciones “Unión Artística El Cabo”, “Orfeón La Paz”, de La Laguna, “Tronco Verde”, “Masa Coral Tinerfeña” y, entre otras, la “Asociación de Vecinos de San Sebastián” -, y los concursos de carrozas y coches engalanados, - destacando, entre los últimos, la laureadísima “Peña los Náufragos” -, que se desarrollaban en plena cabalgata anunciadora o en el Coso del martes de Carnaval, donde se presentaban también muchos de los hoy catalogados como personajes legendarios del Carnaval tinerfeño y del disfraz artístico, como Alfonso Esteban (que se disfrazaba siempre de “cartel viviente”), Miguel Delgado Salas (uno de los más laureados y admirados personajes que participaban en los concursos de disfraces adultos) y, por citar otro ejemplo, Pedro Gómez Cuenca, más conocido por “el Charlot de Tenerife” por su habitual disfraz inspirado en el personaje cinematográfico, con el cual ha ejercido de embajador del Carnaval tinerfeño en multitud de regiones y países.
    Pero sin duda, la novedad carnavalera más importante de cuantas surgen en las “Fiestas de Invierno” es la aparición, por vez primera, en 1965, de lo que hoy en día se conoce en todos los carnavales de las islas Canarias como comparsa, o sea, una agrupación o conjunto de personas de ambos sexos que, agrupadas en parranda y en cuerpo de baile, suelen vestir e interpretar aires inspirados en Sudamérica, dotándolos de coreografía propia e influenciada, en un principio, en las “escolas de samba” del Carnaval de Brasil, de cuya idiosincrasia también adoptaron el uso de batucada para sus desfiles callejeros. En las primeras ediciones de las llamadas “Fiestas de Invierno” recorrían las calles numerosísimos grupos familiares que, vistiendo un mismo disfraz, constituían las primeras parrandas carnavaleras de esta época. Los organizadores de una de ellas, integrada por familias trabajadoras de la Recova o Mercado Central “Ntra. Sra. de África”, tuvieron la feliz iniciativa de incorporar un cuerpo de baile, integrado por jóvenes de ambos sexos, a la parranda, presentando una sencilla coreografía que realizaban en los desfiles de la agrupación a modo de pasacalles e inspirados en las agrupaciones del Carnaval carioca, puesto que, en aquella ocasión, habían decidido vestir una alegoría brasileña y denominar a su grupo, por ello, “Los Rumberos”. Fue tal la acogida dispensada por parte del público y organizadores que, en años posteriores, comenzaron a verse varias agrupaciones de este tipo, hasta lograr un número aceptable como para hacer una exhibición de las mismas en 1971, en la Piscina Municipal y, al año siguiente, el primer concurso de comparsas, con la intervención de legendarias agrupaciones como “Los Rumberos”, “Los Sambas”, “Los Sudamericanos”, “Los Brasileiros” y “Los Cariocas”, entre otros, que consiguieron desde aquel primer año el que este certamen siga celebrándose con gran expectación, y que este tipo de agrupación, como otros endemismos carnavaleros de Santa Cruz, se haya proyectado a la inmensa mayoría de los carnavales celebrados en todas las islas Canarias.
    Las llamadas "Fiestas de Invierno" en realidad siempre se celebraron exactamente igual que si fueran unos carnavales autorizados como tal, por lo que, andando los años, ya éstas no engañaban a nadie. El hecho de haberse llamado "Fiestas de Invierno" al Carnaval había sido aceptado a regañadientes, como única vía para que los tradicionales festejos volviesen a ser restablecidos. Sin embargo, para los santacruceros, las "Fiestas de Invierno" continuaron siendo un Carnaval disfrazado por la autoridad. Madurez ciudadana, respeto, solidaridad, alegría sana, hospitalidad, talante liberal, creatividad e ingenio, fueron las mejores cartas que supo jugar el pueblo de Santa Cruz de Tenerife a la hora de reconquistar su Carnaval, único celebrado como tal en toda España en aquellos años.

    Con el transcurso de los años, avanzadas las "Fiestas de Invierno", poco a poco se observan en la prensa local, en las crónicas de dichas fiestas, unos vocablos hasta entonces vetados, como "máscara", "disfraz" o "Carnaval". El propio órgano censor, que nunca fue muy severo con las letras de las murgas, ya permitía en éstas la palabra "Carnaval" cuando se referían a las fiestas, sobretodo en sus pasacalles. En los últimos años, incluso diferentes comercios se especializaban en la venta de artículos carnavaleros, y los anunciaban como tal en la prensa. Por todo ello, no es extraño que los santacruceros que vivieron estos años interiormente en la fiesta, integrados en agrupaciones carnavaleras, apenas notaron cambio alguno en esa transición habida entre las "Fiestas de Invierno" y el Carnaval, ocurrida en el año 1976, una vez autorizada la fiesta en toda España tras la era franquista, que había llegado a su fin unos meses antes de la celebración del primer Carnaval liberado del corsé o disfraz de “Fiestas de Invierno”.
    Agrupaciones musicales
    Tras la instauración de un régimen democrático en el país se autorizó la celebración del Carnaval en toda España, en todas aquellas ciudades y pueblos que, tras cuarenta años de mutismo carnavalero, deseaban recobrar la fiesta que se dejó de celebrar tras la guerra civil. En Tenerife fue muy distinto. La autorización llegaba cuando las agrupaciones y organizadores del evento se encontraban ya inmersos en los preparativos para celebrar, una vez más, una nueva edición de las "Fiestas de Invierno", lo que provocó una duplicidad de denominaciones con ambos términos para la misma fiesta. Así, por ejemplo, la propia Comisión Municipal organizadora presentó en el cartel oficial, y en programas de mano de los festejos, la terminología "Fiestas de Invierno", mientras que en vallas publicitarias y otros anuncios recordatorios del programa de actos, insertados y publicados días antes del inicio de las fiestas, lo hacía con el encabezamiento de "Carnaval-76". De igual modo ocurrió con las portadas de los cancioneros de las distintas murgas pues, en la mayoría de los casos, o sea, aquellas que con tiempo de antelación habían remitido a las distintas imprentas sus originales para su emisión, salieron publicados con el título de "Fiestas de Invierno"; por contra, el resto, normalmente por retrasar tal trabajo, anunciaron en sus portadas "Carnaval-76". Distinto fue el caso en la prensa local que, desde un principio, en sus ya habituales páginas diarias dedicadas a la fiesta que aparecían con su cuenta atrás, varias semanas antes de su comienzo, titulaban éstas como "páginas del Carnaval-76".
    En ese año, 1976, el Carnaval de Santa Cruz protagonizaría un capítulo importantísimo en el resurgir de la fiesta en otras localidades del archipiélago. Como cualquier otro pueblo de España, la ciudad de Las Palmas y otros municipios de Gran Canaria vieron luz verde para celebrar su primer Carnaval autorizado, tras la prohibición establecida en los cuarenta años siguientes a la guerra civil. La Comisión de Fiestas de Santa Cruz de Tenerife decidió colaborar en tal proyecto y se envió a la isla hermana una representación del Carnaval tinerfeño una vez concluidas las fiestas en Santa Cruz. Así, una delegación santacrucera, encabezada por su concejal-presidente, reina, damas de honor, una comparsa y la murga "Afilarmónica Nifú-Nifá" viajó a Las Palmas y participó muy activamente en cabalgatas y actuaciones programadas. Por contacto directo de los organizadores de los festejos, también lo hicieron otros grupos tinerfeños como la murga “Afilarmónica Triqui-Traques”, así como en otras ciudades del interior de la isla que también intentaban del mismo modo recuperar su fiesta de Carnaval, como el municipio norteño de Gáldar, donde intervino la murga infantil "Los Piotinos", o en la población sureña de Ingenio, con la participación de la murga infantil "Ni Pico - Ni Corto". En el libro "Historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife" se comenta que "no podemos olvidar que grupos como éstos fueron los que en 1976 apoyaron decididamente con su presencia la primera edición de los carnavales de Las Palmas, que renacían después de cuarenta años de suspensión". Al año siguiente, 1977, la participación de los grupos carnavaleros de Tenerife fue tan masiva que prácticamente la totalidad de los mismos se desplazaron a Las Palmas, una vez finalizadas las fiestas en Santa Cruz, respondiendo de esta forma a la invitación que los organizadores de la citada ciudad habían cursado a las agrupaciones santacruceras, que llenaron un barco tipo ferry en cuyas bodegas, a parte de varias carrozas y coches engalanados, también viajó un colosal "King-Kong" construido por la veterana agrupación "Los Toscaleños".

    En los primeros años de esta nueva época, las calles de Santa Cruz son recorridas de nuevo por grupos de familias que hacían recordar la vieja parranda carnavalera, la constituida por numerosísimos miembros de una misma familia o comunidad de vecinos e integrada por componentes de diversas edades que, vistiendo traje único, - en principio siempre inspirado en el folklore mejicano -, preparaban un repertorio donde destacaba mayoritariamente una selección de merengues, boleros y rancheras. Así lo hicieron grupos como “Los Gavilanes”, “Agrupación Teide”, “Purahey” y un largo etcétera que vino a constituir lo que hoy en día se conoce en el Carnaval santacrucero como “Agrupaciones musicales”, otro de los colectivos carnavaleros que tiene su concurso propio dentro de los actos más relevantes del programa de festejos.
    A pesar de que la fiesta ha sido recuperada en la práctica totalidad de las poblaciones de España, y que se celebra en un sin fin de municipios canarios, el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife no sólo no ha perdido auge sino que, por contra, se ha convertido en el Carnaval de Carnavales, en el más prestigioso de Europa y, desde luego, en el más seguro y participativo del mundo, donde una enorme afluencia masiva de público que entusiasmado acude a la isla en esas fechas, se ve arropado por un pueblo que en sus genes lleva el Carnaval, un pueblo capaz de entregarse en cuerpo y alma a la diversión sana y bullanguera, al ritmo trepidante y festivo, a la explosión de color y alegría en maravilloso maridaje con unas temperaturas primaverales que invitan a tomar la calle, donde se celebran los multitudinarios bailes con grandes orquestas hasta el amanecer, y los espectáculos que ofrecen las agrupaciones en los distintos escenarios de la ciudad. Una ciudad que es literalmente tomada por el pueblo, en cuyas calles cientos de miles de personas bailan, durante días, al son de prestigiosas orquestas y artistas de talla internacional, sobretodo los más excelsos intérpretes de la música latina, que siguen la estela que dejó en su día la recordada orquesta “Billo's Caracas Boys”, que acompañó a la inolvidable Celia Cruz en la consecución del Record Guinness durante el Carnaval del año 1987, con la concentración de doscientas cincuenta mil personas bailando la misma canción al aire libre, en la plaza de España, enclave habitual del escenario principal del Carnaval santacrucero.

    http://www.carnavaltenerife.es/staticpages/index.php?page=1.historia

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