RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

martes, 29 de abril de 2008



A todos aquellos a quienes pueda interesar acceder a fotos en color como en blanco y negro, encontrareis en esta misma página dos vínculos que os llevaran a sendas galerías denominadas, respectivamente, Galería en Flickr y Galería en Picasa dónde encontrareis una documentación gráfica sobre los años 70/80 (en blanco y negro) que representa un sector de la juventud de esa época en el Puerto de la Cruz

martes, 8 de abril de 2008

CANCIÓN DEL TIEMPO PERDIDO (cuento)
















Documento gráfico de la joven cristiana
Este cuento está estructurado como si de una partitura se tratara. Es decir: contiene un estribillo al que, en un momento dado, habrá que volver y leerlo de nuevo para pasar por último a CODA y FINAL. De ahí su título, CANCIÓN DEL TIEMPO PERDIDO
INTRODUCCIÓNCierto día en que me hallaba en la sacristía después de los oficios religiosos vespertinos, se presentó Crispín de improviso con la excusa de ponerme al corriente de algo muy importante que al parecer le había acontecido apenas hacía veinticuatro horas, -según dijo-.
Su talante tranquilo y relajado casi me obligó a invitarle a que tomara asiento frente a dónde yo ya me encontraba, y ante dos copas de vino del que por costumbre utilizo para la Santa Eucaristía, me dispuse a escucharle.
Inmediatamente después del primer trago, me espetó que regresaba del FUTURO; que regresaba de una dimensión dónde la mayoría de adolescentes seguían con sumo interés, cada semana, sus andanzas y correrías pero que, sin embargo, esos mismos adolescentes vivián y se comportaban de manera bien distinta a la suya.
Traté de que se explicara mejor pero antes de que lo hiciese, como más tarde lo hizo, creí conveniente advertirle que quizás formara todo parte de un sueño del que aún y pese al vino, no hubiera despertado.
En cualquier caso, traía consigo, al parecer, un muy valioso documento al que en aquella dimensión denominaban "gráfico" y que consistía en la "foto" de una bella y jóven cristiana sobre una satinada cartulina, cuya visión turbadora resultaba la prueba irrefutable de haber estado en aquel lugar.
Sea como fuere, lo que a continuación precede os lo cuento tal y como el jóven Crispín me lo contó y, al parecer, vivió.
Reverendo Zoilolobo. La Geltrú, Año MDXCIV
CAPITULO PRIMERO Y ÚNICO
Tan impasible como estoica, con abnegada resignación, la rana soportaba el peso del sapo estrechándola irremisiblemente contra el frío y duro borde metálico del fregadero sobre el que, con absoluta desgana, trataba de resistir.
Alternando pesados parpadeos con voluptuosas inflamaciones, ambos copulaban con esa viscosa característica tan propia de los batracios en celo. Entre inflamaciones y parpadeos, los intervalos producíanse cada vez más cortos lo que provocaba, sobre el frenético ritmo que de por sí ya sostenían, una tan desaforada como repentina agitación, máxime, al apercibirse de pronto el sapo......
ESTRIBILLO
......como desde el interior del enrejado escurridor de plástico, -confinado en inoxidable y húmedo silencio, aunque evidentemente hostil en su actitud-, manifestábase un frío y nutrido coro en el que, hasta entonces, no había siquiera reparado, pero cuyas airadas cucharillas, deslenguadas cucharas, enhiestos tenedores, severos cuchillos de afiladas intenciones, daban la impresión, y de hecho así era, de estar recriminándoles las licencias eróticas que los verdes amantes sostenían publicamente.
. . . . . . .(2ª. vez a CODA). . . . . . . . . . . . . .
Alarmados por ello, presos de un nerviosismo tan poco común como temerario al saberse sorprendidos cuando, en su excitación, los espasmos resultaban más violentos, perdieron con tan mala fortuna el equilibrio que, precipitándose sin remisión al vacio, zozobraron de tal manera que acabaron por desaparecer juntos bajo la espumosa superficie del agua que llenaba el fregadero.
Segundos más tarde, mientras aún abrazados emergían de nuevo a la superficie, una mano femenina cuya alianza despedía destellos dorados bajo el agua, hundíase silenciosa hasta las profundidades del fregadero para, -tirando violentamente del tapón del fondo,- desencadenar tal vorágine que la pareja, obligada ahora a girar hacia la fatídica vertiente, exángues ya para ganar a nado la orilla, acabó por desaparecer engullida por la boca de la profunda sima del desagüe.
.........ooOoo..........
Rescatándole de las profundas ensoñaciones en que el sopor de la siesta de aquel tórrido verano le había sumergido, el eco apagado de un inquietante trajín doméstico devolvía al joven Crispín a una tangible aunque no menos placentera realidad. Al entrechocar, los sonoros timbres que la loza y el duralex emitían, llegaban hasta sus oidos, ahora ya completamente despierto, con la discreta nitidez de una aparente llamada de atención; como anunciado presagio del que sabíase único destinatario.
Por entre las juntas de la persiana mal ajustada, la luz dibujaba contra la pared, frente a su cama, contrastadas con la penumbra de la habitación, una serie de estrechas paralelas que esta vez ni siquiera se molestó en contar, pese a ser su pasatiempo favorito al despertar.
Sus pupilas eligieron al azar un determinado diafragma permitiendole distinguir en la penumbra los contornos del escaso mobiliario que, sin embargo, no cesaba de arrojar profundas sombras hacia los rincones más apartados del dormitorio.
Fué entonces cuando evocó el ciclo de juegos eróticos que habían emprendido y que a lo largo del pasado invierno y ancho de sus impetuosas relaciones habían estado llevando a cabo con tanta profusión, especulando siempre con la posibilidad de alcanzar algún día a culminarlos, por cuanto las promesas arrancadas por el joven Crispín a su pareja, al abrigo de sus sospechas, tendían cuanto menos, como objetivo primordial, a la provocación de una líbido hasta hoy aletargada, con el solo propósito, en aras de un goce total, de descubrir recónditos y misteriosos placeres que, sin duda, la Naturaleza les tenía aún reservados.
Incorporándose, sentose parsimonioso en el borde de la cama, del lado que aguardaban, -sobre la alfombra,- sus zapatillas. Calzándoselas, se acercó luego hasta la percha y embutiendo su cuerpo desnudo en el viejo albornoz que le esperaba colgado, salió sigiloso a la luz de la sala, no sin antes ajustar del todo la persiana del dormitorio hasta matar de súbito la serie de luminosas paralelas que nunca llegó a contar. Deslizóse entonces, siempre en silencio, a través del pasillo hasta el umbral de la cocina para, desde allí, a hurtadillas, observar como la delicada figura de la joven cristiana, inclinada ligeramente sobre el borde del fregadero ultimaba, sin prisas, el enjuague de las frágiles piezas del menaje. Una cinta de raso azul, anudada y rematada en un diminuto lazo, manteníale el rizado y negro cabello graciosamente recogido sobre la nuca. La holgada blusita blanca que le cubría el torso dejaba, sin embargo, al descubierto una franja de sus doradas caderas desde donde arrancaban los numerosos y ceñidos pliegues verticales de la larga falda hasta sus tobillos. De manera fugaz, advirtió Crispín un detalle poco habitual en ella, insignificante si se quiere, por lo menos dentro de casa y que, sin embargo, el admitió no solo como síntoma inequívoco de coquetería femenina sino, además, como signo de una innata predisposición de caracter puramente sexual: sus diminutos pies calzaban, en aquel momento, unos zapatitos de raso, también azules, que rematados por unos finísimos y altos tacones, le conferían una desacostumbrada esbeltez, preconizada ex profeso, como reclamo.
No cabía la menor duda; es el momento, -pensó el joven para sí-.
Sin que ella lo advirtiera, tomando sumo cuidado en no ser descubierto, desandó el pasillo hasta la sala para introducirse de nuevo en la oscuridad del dormitorio. Buscó a tientas el borde de la cama hasta sentarse y sumirse, acto seguido, en una profunda reflexión erótica a propósito del fascinante embrujo que despertara en él aquella imagen que aún traía prendida de sus ardientes pupilas, fijada en lo más profundo de sus retinas. Alzando la vista hasta centrar la mirada en un punto indefinido del techo raso, trató de localizar allí lo que solo podría hallar, si se lo proponía, en el interior de su agitada psique. Y deslizando mientras su mano derecha por la abertura que le ofrecía el viejo albornoz, la introdujo, ya sin dilación, en su, por entonces, cálida entrepierna.
Una erección seca, aunque no por ello menos espectacular, puso fín a sus vertiginosas elucubraciones. "El pene es algo que no cree en Dios", -habíale confesado en cierta ocasión un sexagenario amigo suyo durante el transcurso de una de las acostumbradas y jugosas tertulias de bar, allá por los años sesenta.
Durante un tiempo que no supo o no quiso muy bien precisar, permaneció allí sentado, completamente a oscuras, como caballero que velara armas, antes de tomar la sabia decisión de volver sobre sus pasos hasta la cocina. Durante el trayecto sintiose bastante ridículo por cuanto, -en aquel trance y por mor de tan violenta erección-, los faldones de su desgastado albornoz, cayendo verticalmente inútiles, dejaban al descubierto aquel trozo de anatomía suya al que, inconscientemente, fingía totalmente ajeno, como fuera de lugar, - y nunca mejor dicho-, como si en realidad no le perteneciera del todo. Aún así, suponiéndole ajeno, haciendo gala de un jactancioso aunque no menos eficaz sentido del humor, lo imaginó como a uno de esos actores a los que él tanto admiraba, en ese instante ritual de asomar, -por entre las bambalinas del escenario-, la cabeza, con el ánimo del profesional que comprueba la capacidad del aforo de la platea, minutos antes de la representación que tendrá lugar.
Con suma cautela, furtivamente, se aproximó a ella por la espalda. Sin apenas rectificar la postura que hasta entonces había adoptado, y a juzgar por las miradas que ambos se cruzaron a través de la superficie del límpísimo azulejo Blanco España de la pared, la muchacha pareció intuirle dándole no solo la espalda sino, además, toda la opción.
Por lo menos él así lo dedujo y lentamente comenzó a arremangarle la falda, justo hasta la franja descubierta de sus doradas caderas, donde formó con ella un estrecho fuelle de pliegues horizontales que dejaba visible el nácar de sus desbragadas nalgas. Sus manos trémulas, en su recorrido, deslizáronse luego desde las caderas, tronco arriba, a través y bajo la holgada blusa, hasta asirse suavemente a sus pechos que, como densas y turgentes estalactitas, apuntaban perpendiculares sobre la superficie jabonosa del agua tibia del fregadero, tomando, eso sí, sumo cuidado en que los oscuros botones de sus pezones, deslizáranse convenientemente por entre el vértice interdigital que le ofrecía el ángulo que formaban el índice y corazón, respectivamente, de cada una de sus trémulas manos, hasta aprisionarlos delicadamente.
Como culminación de tan ansiado encuentro, -las palmas de sus manos sumergidas y apoyadas en el fondo del fregadero-, un calculado pero a la vez sutil movimiento de caderas, fué mas que suficiente para que, -sintiendo ya la cálida caricia de sus prietos genitales contra las caras internas de sus muslos-, el soberbio y erecto actor imaginado por su cónyuge, terminara desapareciendo, en un mutis, por el foro húmedo que ella misma propiciaba en su libre albedrío, para entera disposición de él y que tanto placer les dispensaría en un futuro muy próximo, ¡inmediato!.
Culminada con total acierto la penetración, deslizando entonces ella las suelas de sus zapatitos muy lentamente sobre la pulida superficie del suelo de la cocina, fue cerrando el compás de sus torneadas piernas hasta juntar definitivamente los tacones de su calzado de raso azul para, acto seguido, ejecutar con sus cuartos traseros un pendulante y pausado movimiento que parecía no tener nunca fín, pero cuyo origen arrancaba desde dos puntos bien distintos, diametralmente opuestos desde el inicio, armoniosamente equidistantes entre si: su fino talle y las rótulas de sus convexas rodillas.
Debilmente iluminado por los ardientes quemadores de la caldera de gas próxima al fregadero, Crispín podía distinguir perfectamente, contra el fondo de azulejos encendidos, la gozoza expresión en el rostro de la joven donde la punta de su carnosa lengua, -describiendo lentísimos círculos-, afanábase en dibujar-, arrastrando el carmín de sus sugerentes labios-, la mueca procaz de su boca entreabierta.
Extasiados en su frenesí, sus cuerpos separábanse y juntábanse en la medida que la voluptuosa cadencia pendular de las caderas de la muchacha, fijaba los límites del prepucio de él. Jadeantes, los intervalos producíanse mas cortos cada vez, lo que provocaba,- sobre el frenético ritmo que de por sí ya sostenían-, una tan desaforada como repentina agitación, máxime, al apercibirse de pronto él, totalmente desconcertado..........
AL ESTRIBILLO (luego CODA y FINAL)
...........CODA y FINAL................
Alarmado el joven por ello, preso de un nerviosismo tan poco común como temerario al saberse sorprendidos en tales circunstancias, perdiendo ella, en su exitación, el equilibrio cuando sus espasmos resultaban más enérgicos, desconcertada a su vez, tiró con tal violencia del tapón del fondo del fregadero con la mano cuya alianza despedía destellos dorados bajo el agua, desencadenando tal vorágine, que la espumosa agua del fregadero, en un sugerente gorgoteo prodigioso, acabó por desaparecer a través de la boca de la profunda y oscura sima del desagüe, con toda la inocencia de una eyaculación precoz.
Publicado por primera vez en 1994 para TAULA ZERO, la revista del 10º. aniversario del Restaurante la Marieta de Mollet del Vallés

5º. JINETE DEL APOCALIPSIS (VIH)

Una vez terminada la talla, he confeccionado este montaje donde se aprecia el detalle del rostro del jinete sobre su trípedo.

5º. JINETE DEL APOCALIPSIS

Talla en madera como representación de la peor plaga que nos azota hoy día. SIDA

lunes, 7 de abril de 2008

ORINOCO


El perro del hechicero


EL PERRO

DETALLE de AFRIKA: el perro del hechicero
DETALLE de AFRIKA: desnudo femenino

AFRIKA


Talla en madera inspirada en recipiente africano para moler el grano.
Policromada con anilinas en tonos "calientes".