RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

jueves, 14 de julio de 2011

ANTONIO DUQUE otro de los niños del Callejón Piñeiro


 Antonio Duque ha hecho muy bien en recordarme que junto a José y sus hermanos y en ocasiones Paquín, también él era otro de aquellos niños que poblábamos con nuestras respectivas familias aquel popular lugar denominado, como ya he dicho anteriormente, Callejón Piñeiro.
De repente, me ha venido a la memoría la figura de su madre Andrea, de su padre Antonio, maldiciendo siempre que algún rosetón de yeso, de los muchos que fabricaba en el exterior, se enquistaba al molde sin solución de aprovechamiento pero, sobretodo, recuerdo a su madrina cubana, -Dulce creo que se llamaba,- quién en unos de sus viajes de regreso de Cuba, trajo para su  querido sobrino un regalito que aún tardaría algún tiempo en verse y degustarse por Canarias: COCA-COLA.
Naturalmente, nadie de nuestras familias disponía entonces de nevera por lo que aquel supuesto refresco de color negro y caliente al que fui también invitado nos produjo más asco que otra cosa. No pude entender la vinculación entre el color oscuro de la bebida y un refresco. Hasta entonces el Orange Crush era por todos los niños el más conocido de los refrescos y sus colores se correspondían perfectamente con los del limón y la naranja. Algo más tarde sería Fred Olsen el encargado de comercializar y distribuir la Coca-Cola en Tenerife pero ya nosotros, en el Callejón Piñeiro, la habíamos probado antes, traída desde Cuba por la madrina de Antoñito, como cariñosamente lo llamábamos entonces.
Agregar que la Sra. Dulce, amén de la Coca-Cola, también había traido consigo una serie de periódicos cubanos en los que se citaba el progreso de la Revolución en su lucha por tratar de derrotar al todavia, en aquellas fechas, dictador Fulgencio Batista.

Ayer, por teléfono, me relataba José el encuentro entre Fred Olsen y el americano representante de la Coca-Cola encargado de convencerle para la distribución de la marca en Tenerife.
Al parecer, un amigo común algo mayor que nosotros había sido por entonces el chofer particular de Fred Olsen y gracias a él conocemos la anecdota que ahora relato ya que  aquel día se encontraba presente en el momento  en que el americano, de manera informal, destapó unas coca-colas y amistosamente las ofreció para su cata entre todos aquellos que aquel día rodeaban al naviero noruego. El chófer no se pudo aguantar y en presencia de todos los demás terminó escupiéndola en el suelo.
A partir de aquel momento se le conoce como el COCACOLA. Hoy andará por los ochenta años, según mi amigo José

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