RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

miércoles, 18 de enero de 2017

De grifientos y pederastas

Aquellos canarios que hoy día se aproximen a la edad que en realidad tengo, recordarán con toda precisión la cantidad de salas de cine que en la década de los años sesenta del siglo XX se concentraban en torno a la plaza de la Paz de Santa Cruz de Tenerife. Citemos al Teatro Baudet, al Cinema Victoria, al cine Víctor y al cine la Paz. Sin embargo, por aquel entonces, recuerdo muchos más, repartidos por los distintos barrios de la capital tinerfeña como el cine Crespo, el cine Tenerife, el cine Numancia, el cine Rex, el Parque Recreativo, el Royal Victoria, el Teatro San Martín, etc. Pero además de los muchos otros que, como digo, proliferaban por entonces en Santa Cruz, en torno a ellos solían pulular también personajes un tanto inquietantes cuando no misteriosos para nosotros los niños que los domingos acudíamos regularmente a las sesiones de matiné que con total puntualidad tenían lugar a las cuatro de la tarde. Después de esta primera sesión que, al contrario de lo que sí ocurría en los cines de la península, no era contínua, vendrían las siguientes: la de las seis, la de las ocho y, en último lugar, la de las diez, generalmente para los mayores de edad.







En nuestro caso concreto, ya bajábamos advertidos desde La Cuesta, donde vivíamos, acerca de la peligrosidad de estos siniestros personajes a los que con anterioridad me he referido y que sin lugar a dudas acudían no sin cierto sigilo a las entradas de los cines con las aviesas intenciones para sus fines personales que ya presuponíamos y que nosotros, pese a nuestra juventud, habíamos aprendido a detectar de manera casi inmediata.

Me refiero a los grifientos y a los pederastas. En Santa Cruz los habían muy populares. Los primeros se caracterizaban porque su supuesta tarjeta de presentación consistía, sobre todo, no sólo en el bamboleo que tienen los vagos al caminar sino por el hecho de llevar, además, levantado el cuello de la camisa cubriéndose el cogote a pesar del sofocante calor del verano a las cuatro de la tarde. Subían y bajaban la larga calle del Castillo, siempre por la sombra, creyéndose una raza superior y marcando, con el consumo de grifa continuado, su diferencia del resto de los mortales. Más peligrosos nos parecían los segundos, los pederastasy entre ellos, recuerdo a uno muy popular entonces y que respondía al sobrenombre de "El Matanzas". Tendría a la sazón unos cincuenta años. Su altura y corpulencia, desde luego, daban miedo pero lo que inquietaba de verdad era su sempiterna sonrisa dibujada sobre una cara abotargada en la que los ojos no parpadeaban nunca, máxime cuando fijaba su falsa, dulce y tierna mirada sobre cualquiera de nosotros. Entonces huíamos a toda prisa para refugiarnos en una heladería de la Rambla de Pulido cuyo nombre ya he olvidado pero situada muy próxima al magnífico cine Víctor y donde solíamos apagar la sed con unos deliciosos, baratos y helados granizados de limón.

Nunca supinos si aquel sobrenombre de El Matanzas respondía con exactitud a su probable singularidad como vecino del municipio de La Matanza o, por el contrario, al duro aspecto físico que por su complexión y estatura, le hubiera hecho merecedor de ser capaz de matar a cualquiera que se cruzase en su largo camino supuestamente delictivo.


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