Con toda seguridad, la ex-presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, llegó a pensar en su día que hasta que sus ranas no criasen pelos no iban a ser descubiertas con facilidad. Craso error; menudo festín se están dando hoy los jueces, precisamente, con sus deliciosas ancas.
De lo que no estoy seguro es de si éste criminal puñado de adultos anfibios merecen o no pasar, una vez detenidos, por el doloroso suplicio que durante mi infancia se les sometía por parte de aquellos mayores sin escrúpulos que, provistos de una frágil pajita hueca, introducida convenientemente por el ano de la entrañable rana y soplando suavemente a través de ella, conseguían aumentar su frágil volumen hasta el punto de convertirla, en un momento, en un pequeño y gracioso globito verde de características muy similares a las que estos días presenta el Sr. Ignacio González después de ser finalmente imputado por unos delitos que un batracio convencional sería totalmente incapaz de cometer entre sus semejantes en su, ya de por sí, fresca y profunda comunidad.
Desde luego que no soy, en absoluto, partidario de tamaño suplicio; ni aplicable para las ranas convencionales ni para las de Esperanza Aguirre, máxime cuando para llevar a cabo el de éstas últimas necesitaríamos, como mínimo, una larga caña de bambú de unos dos centímetros de diámetro y unos pulmones con capacidad suficiente para generar el aire necesario para aumentarlas de volumen.
Cú, cú, cantaba la rana
Cú. Cú, debajo del agua………..
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