RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

sábado, 23 de diciembre de 2017

TEMORES


Mientras aguardaba impaciente a M.R, J.M. pidió su botella.
-¿La de siempre, Sr.? –preguntó el camarero de confianza-.
-Sí, ¡por favor! La de siempre.
Desde aquel discreto lugar, en el interior de La Pocilga, sentado ante una mesita circular situada en un apartado rincón del fondo casi en la penumbra, J.M. se sentía a gusto, máxime si se hacía acompañar de aquella sencilla botella verde vejiga a la que se sentía tan ligado desde hacía ya tantos años. Asiéndola suavemente por el cuello, J.M. la elevó como siempre hasta la altura de sus ojos y comprobó una vez más su fecha de caducidad. La descorchó con los dientes, ocultos éstos por el espeso bigote para, -girando con energía la cabeza y escupiendo con fuerza el tapón muy lejos de sí-, darle un tiento lento y largo en la medida que, perezosamente, inclinaba el codo apuntando en dirección al techo oscuro.
El primer trago le había causado el efecto deseado en tales circunstancias, cuando a solas los dos en aquel discreto lugar parecía siempre creer que ella le hablaba con ternura y en voz baja.


 -A pesar del mucho dinero de que dispongas, -creyó oirle murmurar-, aunque incluso logres ganar de nuevo las próximas elecciones presidenciales del país o te conviertas de pronto en el hombre más influyente de España, te juro, J.M., que nunca, nunca, sería capaz de abandonarte, -acabó por susurrarle-, mientras su enamorado bebedor le lamía con fruición el largo cuello desnudo-.
-En el gollete, J.M., bésame en el gollete, -suplicaba ella con trémula voz baja, hecha toda verde vejiga por fuera y completamente húmeda por dentro.
En ese preciso instante hizo su aparición M.R., al que J.M. llevaba esperando con insistencia desde que el camarero le trajera a la mesa su botella preferida.
-Déjanos solos, ordenó de pronto J.M. a su botella, apartándola discretamente con el codo, ante la inexcusable presencia de su colega M.R.
-¿Cómo te encuentras, M.R.? –preguntó con sumo interés por su salud su colega de partido J.M.
-No te lo creerás, J.M., pero a pesar de haberme sometido a la exploración de un TAC en urgencias, de haber sido auscultado en profundidad por el otorrino del hospital central, de consultar al oftalmólogo en la clínica Barraquer, el único que, por fin, ha sabido dar con el origen de las dolorosas cefaleas que, como bien sabes, vengo padeciendo día y noche desde hace ya un mes, ha sido un médico de cabecera magrebí que ocupa plaza como interino en la mutua privada de la que soy abonado. Y sirviéndose simplemente de un diminuto inhalador con el que, por vía nasal, he necesitado aplicarme sólo un par de pulverizaciones diarias ha conseguido que al cabo del segundo día, los intensos dolores de cabeza que sufría a diario hayan remitido por completo y, al parecer, para siempre.
-¿Te das cuenta, mi querido M.R., -reflexionó asombrado J.M.- Si, -esto entre nosotros-, un sólo morito, valiéndose simplemente de un diminuto inhalador ha sido capaz de conseguir tamaña proeza con tu ya de por sí precaria salud, que no conseguirían algunos cientos de ellos si pudieran disponer abiertamente de un arsenal de armas de destrucción masiva como, según Bush, al parecer ya cuentan?

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