RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

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miércoles, 18 de marzo de 2020

domingo, 3 de noviembre de 2019

lunes, 11 de marzo de 2019

SEX SUBASTAS (SS) CUENTO PARA ADULTOS



Sex Subastas (SS) abría sus puertas cada día a las siete en punto de la tarde y se encontraba ubicada en el interior de un discreto palacete de finales del siglo XIX, de estilo modernista, en una esquina cuya puerta principal daba a la Gran Avenida pero que en la calle peatonal perpendicular a ésta, colindante con el cuidado edifico y frente al Gran Hotel Emporium, se abría otra puerta mucho más discreta y diminuta por la que también tenían acceso al interior aquellos otros clientes más reservados y tímidos.

Tal era el caso del joven Plácido, quién solía acceder siempre por la más pequeña, cuando el programa de Sex Subastas le era, como en esta precisa ocasión, más favorable que nunca. Su lote preferido era el número tres: las gemelas de Casandra, cuyo precio de salida cada dos semanas solía ser casi siempre de doscientos euros.

Una vez dentro, ocupó como de costumbre su sitio favorito. Un lugar cubierto de pesadas cortinas de terciopelo rojo que ocultaban los cuidados vestigios de lo que al parecer había sido antaño una sencilla capillita interior. La sala permanecía en todo momento en una agradable penumbra excepto el escenario situado al fondo, levantado a unos ochenta centímetros del suelo, perfectamente iluminado por una cruda luz cenital que no sólo concentraba toda la atención de los clientes en el mesón del subastador sino también en los distintos y atractivos lotes que se subastaban cada tarde. El catálogo impreso con los distintos lotes advertía además que, para intentar en lo posible mantener oculta la identidad de los clientes allí presentes, las pujas debían indicarse encendiendo previamente el móvil a mano alzada.

Cuando todo el mundo estuvo perfectamente acomodado en la penumbra y en silencio, dio comienzo la subasta; a las diecinueve y treinta en punto de aquella tarde.

El primer lote anunciado por el estirado y macilento martillero consistía en una atractiva muñeca hinchable, por el momento desinflada pero que, entre otros distintos atractivos como sus vistosos colores y su cálida textura, contaba con el de haber sido utilizada durante una noche, en su reciente visita a España, por el célebre actor americano George Clooney y cuyo precio de salida era sólo de doscientos euros.

-¡250 euros!  –ofreció, después de encender su móvil, el señor bajito del bigote junto a Plácido al comprobar en la pantalla iluminada sobre el escenario a oscuras una enorme foto de la entrañable muñeca hinchada en todo su esplendor-.
-¡300 euros! –gritó en tono agudo el del sombrero oscuro después de encender el suyo-.
-¿Alguien ofrece más?, -desparramando ahora la mirada por la sala el subastador-.
-¡400 euros! -contraorfertó en última instancia, antes de encender su móvil, el caballero de la silla de ruedas, a quién le habían amputado las extremidades inferiores a partir de las rodillas, grave detalle que trataba de disimular cubriéndose, hasta algo más abajo de dónde se le suponían los pies, con una larga y ligera manta escocesa de lana de color beige tendida sobre los muslos.
-¿Quién sube a 450 euros? -amenazó el subastador con el martillo de madera ligeramente alzado-.
-450 a la una, 450 a las dos y 450 a las tres. –ahora retador pero pausado-.
-Adjudicada al caballero de la silla de ruedas por cuatrocientos euros-.

A continuación le tocó el turno a un enérgico y enorme consolador-vibrador cuyo precio de salida alcanzaba sólo cien euros y que por unos trescientos cincuenta, acabaría llevándose una probable viuda de militar, oculta tras unas grandes gafas del sol pese a la penumbra que reinaba en la sala. Ya sólo faltaba una oferta más hasta llegar a la que desde hacía algún tiempo despertaba la obsesión de Plácido por adquirirlas; aunque fuera para disfrutarlas en privado sólo un par de horas.

Acto seguido ocuparía el escenario un joven guapo y atlético, de unos ciento ochenta y cinco centímetros de estatura y ochenta kilos de peso que respondía al pseudónimo de Gladiator que inmediatamente tomaría asiento en una diminuta silla dispuesta a tal fin sobre la tarima y bajo la diáfana luz cenital del foco que colgaba del techo. El precio de salida por hora y sólo para señoras era de ciento cincuenta euros.

Ante la presencia de Gladiator, un ronco murmullo femenino y algún que otro también masculino se elevó desde la platea, agitando la delicada penumbra que envolvía la sala mientras el subastador, algo azorado todavía por el revuelo suscitado, rogaba un poco de paciencia pero sobre todo: silencio, -por favor-.

Las pujas entre el personal femenino por Gladiator iban en constante aumento, progresivamente de cincuenta en cincuenta euros, de tal modo que después de once interminables intervenciones lumínicas de teléfonos móviles y un valor alcanzado de seiscientos euros la hora, -según contabilizaría impaciente Plácido-, el escultural atleta le sería adjudicado a una alta y delgada mujer de agradables facciones además de presumir de un ligero aspecto de elegante divorciada, aparentemente virtuosa, quién, inmediatamente, abandonaría la penumbra  que envolvía la sala en busca de su lote masculino ya completamente vestido y que por costumbre solía siempre aguardar en el iluminado hall a cada una de sus nuevas y sucesivas benefactoras.

Plácido comenzaba a sentirse algo nervioso, impaciente, pero prefería continuar de pie, siempre junto a la espesa cortina roja antes que aguardar cómodamente sentado la aparición de su tan, -más que esperado-, deseado lote.

Lote número cuatro del catálogo, -anunció ahora más que solemne el martillero dando paso a Casandra, quién, discretamente, flexionando con mucha lentitud sus gráciles rodillas, tomaría asiento en la misma sillita que ocupara anteriormente Gladiator. Precio de salida y por dos horas, tanto para damas como para caballeros, -continuó pregonando incesante el martillero-, doscientos euros. Sonaron entonces las trompetas de Jericó y en ese mismo instante, el fulgor cenital que proyectaba el foco de luz artificial que pendía del techo, se precipitaría con toda su crudeza sobre la delicada figura de la joven Casandra, quién despojándose perezosamente de la sencilla blusa blanca de organdí que vestía hasta aquel momento, dejaba por completo al descubierto lo que todo el público allí presente entendía que debían ser las dos gemelas anunciadas a subasta que no sin cierto misterio figuraban en el apretado elegante catálogo de Sex Subastas (SS) cada dos semanas y por las que justamente se desvivía el joven Plácido. El volumen de sus turgentes jóvenes pechos, rematados con total impunidad, resultaba tal, que la profunda sombra que éstos proyectaban, iluminados por el foco cenital del escenario, se extendía vertiginosa hasta alcanzar el bajo vientre de la joven. Como los culos, -con goma de borrar incluidas-, de lápices de doble diámetro, así parecían de rotundos sus oscuros pezones; tales eran sus insólitas proporciones.

Plácido introdujo nervioso la mano en el bolsillo interior de su chaqueta asegurándose de que aún conservaba los quinientos euros que había destinado aquella tarde a la subasta de su lote preferido.
Todo parecía ir bien. Las pujas iban en aumento, sucediéndose entre cincuenta y cien euros por cada ocasión. Él sólo tenía previsto pujar una sola vez; cuando se presentara la mejor ocasión y en el momento oportuno que, según su criterio, sería a partir de que una nueva puja alcanzara como máximo los cuatrocientos cincuenta euros.

El gordito sentado en el otro extremo del pasillo encendió por sorpresa el móvil y ofreció raudo por las gemelas cuatrocientos euros.

-¡Cuatrocientos euros por allí! -informó interesado el subastador señalando la figura borrosa del gordo.
-¡Cuatrocientos cincuenta! -anunció con móvil incluido una señora después de una esperanzadora pausa en beneficio de Plácido quién ya se había asido fuertemente a la espesa cortina roja para no caerse de emoción.

Esperó un instante, pausa larga y tensa y entonces se decidió. Encendió de improviso el móvil y aún espero un segundo más hasta gritar luego: ¡quinientos euros!

-¿Alguien da más?, –preguntó en tono intimidador y en voz más alta el martillero-.
-500 euros a la una, 500 euros a las dos y, -alzando levemente el martillo-, 500 euros a las………
-¡Ofrezco 600!-intervino de súbito, -levantando la mano aunque con el móvil apagado todavía-, la señora del sombrero violeta y el caro armiño sobre los hombros que, desde el principio, permanecía sentada justo al fondo, desde donde podía sopesar con suma facilidad la estrategia nerviosa del resto de sus rivales asistentes esa tarde.

Después de infructuosas invitaciones del martillero por una puja superior y en vista de que nadie más la superaba en favor de aquel suculento lote, las muy pretendidas gemelas de Casandra fueron adjudicadas sin remisión a la supuesta señora marquesa quién después de recoger su preciado capricho que le aguardaba como es costumbre en el hall, saldrían juntas, cogidas del brazo y discretamente seguidas de lejos por un desconsolado y de nuevo perdedor: Plácido.

La subasta proseguiría hasta completar el catálogo destinado para la tarde de hoy pero al joven Plácido ya no le interesaba en absoluto el resto.

La señora marquesa aparentaba aproximadamente unos cincuenta años. Hoy, a juego con el color de su sencillo sombrero, lucía los párpados teñidos de violeta, las pestañas rizadas en extremo y sus profundos ojos oscuros, perforados con un punto de luz en las pupilas que la hacía parecer más pasional de lo que en realidad era, algo de colorete en las tersas mejillas y un carmín encendido en los finos labios que, al sonreír, dejaban al descubierto una sellada dentadura propia, aunque perdidamente empañada por los efectos que suele dejar la nicotina tras tantos años de fumadora empedernida. Con su caro armiño  de siempre sobre los hombros y sin ni siquiera sufrir cojera, solía hacerse acompañar, no obstante, de un fino y elegante bastoncillo de caoba y empuñadura de marfil en el que se apoyaba falsamente siempre al andar pero que, sin embargo, le resultaba muy eficaz en defensa propia.

-¿Tienen nombre tus preciosas gemelas, Casandra? -pregunto no sin cierta picardía la marquesa una vez hubieron salido a la calle-.
-Sí, sí que tienen, -respondió risueña la joven- Pili y Mili-.
-Mira que bien, y… ¿quién es Pili, si puede saberse? –Preguntó con curiosidad de nuevo la señora marquesa-.
-La de la derecha, señora. -dijo señalando con el índice de su mano izquierda el exuberante pecho, ahora cubierto, de aquel lado-.
-Llámame Pandora, si no te importa, querida. -Le rogó encarecidamente la señora marquesa dedicándole su sempiterna sonrisa empañada-. Me alojo aquí enfrente, en el Gran Hotel Emporium; así que démonos prisa porque sólo disponemos de un par de horas escasas para nuestro disfrute-.

Plácido las vería alejarse sonrientes por la Gran Avenida bajo el alumbrado eléctrico de la tibia noche estrellada en dirección a la colosal puerta del hotel en cuyo umbral, el uniformado portero senegalés se inclinaría ante ambas en señal de respetuoso saludo. Entraron jovialmente animadas en el hall iluminado, dirigiéndose directamente hasta la recepción desde donde, -para infortunio de Plácido-, ya no podían ser vistas por el joven desde el otro lado de la acera; presumiblemente, -Dios lo quiera-, hasta que dentro de un par de semanas volviera a intentarlo de nuevo; de pie, impaciente, junto a la pesada cortina roja y amparado del todo por la obligada penumbra que siempre, las tardes de subastas, envuelve el interior de la sala.

Resignado, ya de regreso a su casa, le resultaría de consuelo el haberse cruzado casualmente con aquel hombre sin piernas, con su larga y ligera mantita de lana escocesa de color beige extendida sobre los muslos hasta rozar el suelo y guiado en su ergonómica silla de ruedas por su joven y solícito mayordomo, camino de cualquier estación de servicio abierta a esa hora de la noche donde poder hinchar su muñeca de goma de cuatrocientos euros, de vistosos colores y cálida textura, para llevársela consigo inmediatamente a casa, exponiéndose a la vista de cualquiera, sin importarle siquiera que sus vecinos pudieran poner en duda su excelente y probada reputación, ganada a pulso durante tantos años, ante la selecta feligresía de su comunidad.







miércoles, 27 de febrero de 2019

sábado, 16 de febrero de 2019

BASURA - TRASH


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Cuento urbano para el diario KIOSCO INSULAR


lunes, 15 de enero de 2018

La CARIDAD como DELITO


DIEGO ENCINOSO Y ASOCIADOS (ABOGADOS)
El Sr. Encinoso, encargado desde hoy de mi defensa, trataría en principio de ponerme al corriente de la nueva reforma habida del Código Penal en materia relacionada con la llamada caridad mercantil y financiera entre particulares, amigos, familiares, etc., habida cuenta de la profunda crisis económica por la que atraviesa el país en estos últimos meses y el enorme desasosiego que tal situación provoca en el amplio sector de  población más necesitado. Según la reforma en cuestión, sería constitutivo de grave delito el amparo mercantil y financiero así como los préstamos personales sin intereses adicionales entre particulares. No así aquellas otras entidades profesionales colegiadas como Bancos, Cajas de Ahorro, Montes de Piedad, Agencias de préstamos, etc., etc., que se encuentren bajo la tutela del Estado.
-Y ahora, -me dijo-, cuéntame tu versión de los hechos.
Quince días antes de su fallecimiento, Oscar había venido a mi encuentro para pedirme prestados ciento cincuenta euros con los que paliar la grave situación económica en la que por el momento se encontraba. Me acompañó hasta la sucursal más próxima de mi banco y extraje en ventanilla la cantidad solicitada en su  favor si bien rogándole encarecidamente que no tuviera ninguna prisa en su devolución ya que me parecía que su angustiosa doméstica situación económica y personal en aquel momento resultaba aún mucho más dramática que la mía propia.
-Pues bien, -asintió con una enigmática sonrisa-, mi línea de defensa va a consistir en algo sumamente sencillo; precisamente en tratar de demostrar o, mejor dicho, de hacer creer al tribunal que te va a juzgar que la cantidad retirada de tu cuenta bancaria de ciento cincuenta euros y que aparece reflejada en el balance mensual de tu cartilla de ahorros no fue utilizada nunca con el propósito de conceder un préstamo particular y sin intereses a tu gran amigo Oscar sino, precisamente, para todo lo contrario; para saldar definitivamente una deuda contraída con él con anterioridad a su desgraciada muerte. Es muy posible que esta simple estrategia de mi bufete no demuestre del todo tu supuesta inocencia pero, en realidad, no estamos necesariamente por qué estar obligados a ello de la misma manera que tampoco sus Señorías del Tribunal podrían probar tu inesperada culpabilidad.

Desde que le prestara ciento cincuenta euros a mi amigo de la infancia Oscar hasta el momento mismo de su fallecimiento apenas habían transcurrido quince días. Los primeros rumores que llegaron a mis oídos no hacían más que presagiar que el verdadero y único motivo de su repentina y muy sentida muerte tenía bastante que ver con un préstamo solicitado por el finado a no se sabía quién. Al parecer los forenses habían achacado su repentina muerte a un certero ataque cardiaco, presumiblemente provocado por la angustia que supone en tales circunstancias la enorme responsabilidad de tener que devolver el dinero prestado en un plazo más o menos limitado y en las graves condiciones económicas en las que se hallaba la víctima como consecuencia de la gran crisis financiera por las que atravesaba el país en aquel momento.
Quince días más tarde, un inspector de policía y su ayudante se presentaron sin aviso previo en mi casa, en una visita que según el propio inspector calificaría de simplemente rutinaria. En ella, al parecer, el teniente trataba de ponerme oficialmente al corriente del trágico percance sufrido por mi amigo Oscar como consecuencia, según su propia versión, de un supuesto préstamo ilegal clandestino contraído con una segunda persona de su entorno más inmediato y que tras la última reforma habida del Código Penal en esa precisa materia económica resultaba hoy día constitutiva de un flagrante delito de caridad con resultado de homicidio imprudente. Llegados a este punto y mientras su ayudante continuaba bolígrafo en mano dispuesto a anotar lo que yo pudiera declarar al respecto, el inspector tuvo sin embargo la gentileza de advertirme seriamente de que todo lo que pudiera decir a partir de ese momento podría ser utilizado en mi contra. Yo fingí no saber nada del asunto y permanecí siempre en silencio, negándome del todo a declarar.
Antes de salir de casa, el policía, por propia experiencia según dijo, tuvo a bien aconsejarme la contratación inmediata de un buen abogado que se ocupara de mi defensa ante el Tribunal además de hacerme prometer la firme obligación que tenía para con la justicia de no abandonar la ciudad bajo ningún concepto hasta que el Juez, ocupado del caso, decidiera próximamente citarme a declarar como imputado en un grave delito de homicidio imprudente.
Llegó el día del juicio. Yo me declaré no culpable. Después de que el Tribunal oyera los alegatos de las partes el Juez dicto por fin sentencia:
-Este Tribunal absuelve al Sr. Zoilo López del delito de caridad mercantil y financiera y préstamo ilegal clandestino con resultado de homicidio involuntario.

martes, 3 de marzo de 2015

FERIA ARCO - MADRID



Se ha inaugurado la FERIA ARCO en Madrid y, como viene siendo habitual, ya comienzan a sucederse entre los miles de visitantes las especulaciones sobre el concepto de Arte; o dicho de otra manera: ¿Qué consideramos hoy arte?

La mayoría estamos completamente de acuerdo que el arte llamado de VANGUARDIA estaría contemplado dentro de ese otro criterio al que calificamos de CONTEMPORÁNEO y en tales circunstancias la creación artística no deja de estar ligada a distintas consideraciones a tener en cuenta como puedan serlo las nuevas corrientes artísticas, especulativas, políticas, sociales, etc., etc.

Esta breve introducción ha de servirme como pretexto para publicar la siguiente parábola como ejemplo del interés que una determinada obra de arte puede despertar en el receptor y como las condiciones que la rodean influyen directamente en nuestras apreciaciones.



"La nave continuaba navegando en mar abierto sin esperanzas por el momento de encontrar tierra. El agua potable escaseaba de tal manera que hubo de racionarla hasta extremos agónicos. Tal era la gravedad de la situación que el capitán decidió que la tripulación, bajo pena de muerte, no volvería a beber hasta que descubrieran tierra. Para ello situó a un vigía en la cofa del palo mayor todo el día y otro sobre cubierta alternando entre las amuras de babor y estribor respectivamente. El resto permanecería en la sentina hasta que se obrara el milagro.


A su antojo y a escondidas, el marinero que observaba el horizonte desde la cubierta disponía de libre acceso al consumo de agua a cualquier hora del día y de la noche  sin que el capitan ni el resto de la tripulación lo advirtiesen. Su compañero continuaba en la cofa oteando sediento el mismo horizonte mientras el resto de marineros permanecían ociosos en el interior de la sentina.


Al tercer día de esta terrible situación, acuciada por la insoportable sed, se oyó la  emocionada y profunda voz del vigía del palo mayor gritar: ¡¡TIERRA!!  Casi al unísono, aunque con mucho menor entusiasmo, el marinero de cubierta también profirió la palabra mágica. El resto de la tripulación ni siquiera salió a cubierta movidos por la curiosidad del espectáculo sino que se precipitaron hasta el frágil barril de agua para tratar únicamente de calmar la sed acumulada durante dias.


La silueta de la tierra recortada en el horizonte no produjo la misma impresión en la marinería.


El vigía principal se deleitaba en la imagen flotando sobre el horizonte que le había salvado la vida. El segundo vigía de cubierta también apreciaba la misma imagen pero sin especial deleite, agradecido sin embargo de no haber tenido que pagar, gracias a su malsana astucia, un precio tan alto como el pagado por sus compañeros de viaje. En cuanto al resto de la tripulación bajo cubierta, la imagen que ofrecía el horizonte no les interesaba en absoluto pero sí el beneficio obtenido con  su milagroso descubrimiento: AGUA.
                                         
                                           EPÍLOGO

El marinero de cubierta jamás podría jactarse de haber vivido una experiencia similar a la del resto de sus compañeros. No habría podido contar nunca su verdad so pena de ser ajusticiado en la horca. 

domingo, 26 de febrero de 2012

LOS SUEÑOS DE MORFEO (cuento)


CAPÍTULO I

Hace muy poco tiempo y por pura casualidad he podido enterarme de la existencia de una misteriosa y clandestina profesión de la que jamás antes había oido hablar. Al parecer, no todo el mundo está preparado para llevarla a cabo y la prueba de ello es que en España, por poner un ejemplo próximo, sólo existe un hombre capaz de haberla explotado en su propio beneficio. Para ella se requieren unas dotes muy especiales caracterizadas por un extraño fenómeno de nacimiento que los científicos han bautizado con el mítico nombre de síndrome de MORFEO y que en la actualidad  sólo afecta a uno de cada cien millones de personas por cada tres generaciones.
Yo conozco a ese hombre; de mediana estatura, mirada somnolienta en sus grises ojos abiertos sobre unas profundas ojeras de color violeta, naríz ganchuda bajo la que atraviesa, sin apenas labios, una linea recta acotada por unas comisuras con restos siempre de saliva sobre un mentón huidizo. Escaso pelo cano y unos setenta años de edad. Curiosamente, se hace llamar MORFEO, de igual manera que el síndrome que tanto le afecta y que paradojicamente le sirve para ganarse muy bien la vida, por cierto.
Un veintinueve de Febrero de la década de los cuarenta del siglo pasado vino al mundo, totalmente en silencio, un niño de cuatro kilos de peso y cuarenta centímetros de estatura. Nació a mediodia pero  roncaba tan profundamente que la comadrona no tuvo suficiente con las habituales dos nalgadas para intentar despertarlo de inmediato sino que fue necesario emplear un enorme despertador de sobremesa para que, por fín, abriera los diminutos ojos legañosos.
Por esa razón fue bautizado con el nombre de MORFEO, nombre que en el futuro utilizaría para designar también a su muy curiosa propia empresa. Una pequeña empresa que por sus especiales características sólo precisaba de su propia persona para generar unos beneficios que le permitirían vivir cómodamente el resto de sus dias dedicando además la mayor parte del tiempo empleado en descansar por cuenta ajena.
Su clientela se componía, en su mayoría, de toda aquella gente que vinculada al mundo del espectáculo, a la  política, etc., además de todas aquellas otras personas que a costa de sus impropias horas de sueño, intentaban ganarse fácilmente la vida amparadas en la más absoluta oscuridad de sus sucios propios negocios, engendrados gracias a la audacia que genera siempre la codicia.
El "modus operandi" era bien sencillo al tiempo que muy discreto. Su alias y telefóno sólo aparecían en las impolutas agendas secretas de no más de un centenar de pro-hombres de muy diversa índole especialmente vinculados todos ellos al poder económico, empresarial, político y, en algunos casos, también artísticos. En definitiva, todos aquellos que se entienden, se confabulan y se lucran al amparo de los llamados poderes fácticos de este mísero pais en bancarrota.
Su despacho, por así decirlo, no era nada convencional. Se trataba de una cómoda suite con teléfono, radio, televisor y un potente ordenador MAC donde guardaba una reducida lista de asíduos clientes cuyas fichas detallaban sus especiales características psiquicas y psicológicas. La cama era enorme; de dos cincuenta metros de larga por otros dos metros de ancha y contaba con todos los adelantos ergonómicos para garantizar un perfecto descanso. Junto al amplio vestidor se abría un modernísimo cuarto de baño de unos treinta y seis metros cuadrados que incluía además de todos los servicios sanitarios, un enorme y profundo yacusi de los de última generación.
Morfeo, como es natural, se prodigaba muy poco en sociedad pero afortunadamente yo me encontraba en poder de una detallada información privilegiada facilitada por una especie de vice-secretario del Ministerio del Interior cuyo nombre, por razones de seguridad, no me está permitido desvelar pero a quién sin embargo le debo el hecho de que el dormidor profesional, al mencionar el nombre de mi informador, accediera a concederme una larga y suculenta entrevista la apacible tarde de verano en la que, previa cita, me personé en su domicilio por primera y única vez. Una discreta vivienda con terracita de la que tampoco se me está permitido citar aquí por razones más que obvias. Como siempre, yo iba acompañado de mi inseparable NIKON con la que esperaba obtener algunas fotos del personaje una vez nos hubiésemos relajado lo suficiente de lo que se suponia debía afectarnos aquel inesperado factor sorpresa por parte de ambos. MORFEO no se opuso en absoluto a la magnitud de la entrevista que previamente habíamos acordado  pero declinó con esmerada educación mi invitación a que fuera retratado. 
Algunos meses después de aquella larga entrevista y sin que aún no hubiera sido publicada en los medios, me sorprendió enormemente encontrar en un periódico local una escueta noticia en su página de sucesos en la que se mencionaba aquel domicilio como lugar de los hechos de un posible asesinato ocurrido hacía ya unos dias. Según el diario, la policia no descartaba ninguna hipótesis, detalle que según mi propia experiencia venía a decir que por el momento sólo disponían de simples conjeturas sobre el caso. Lo sorprendente de todo ello resultó ser que se trataba de un domicilio que yo ya conocía previamente y aunque no citaban el nombre del cadaver todo hacía suponer de que aquella persona era la misma que yo había entrevistado tiempo atrás: MORFEO.
Me tomé algunos dias de reflexión antes de decidirme a acudir a la policia para tratar en lo posible de arrojar alguna luz que pudiera ayudar a esclarecer un caso que por sus especiales características me había conmovido profundamente, entre otras cosas  porque, que yo supiera, aquel buen hombre no parecía haber tenido nunca entre el entorno profesional en que se movía comunmente enemigos a los que pudiera haber hecho, pongo por caso, una desleal competencia mercantil y mucho menos aún entre su muy selecta, escogida y discreta clientela por lo que  mi aguda perspicacia no sólo me decia que MORFEO no era persona merecedora de una tan trágica muerte como aquella sino que sus viles asesinos, dadas las actuales circunstancias, parecían haber salido de entre los más eficaces profesionales del crimen organizado que pueblan los bajos fondos de la muy populosa ciudad de Barcelona. 

CAPÍTULO II 

El comisario y yo nos conocíamos profesionalmente. Mis fotografías habían ilustrado en distintas páginas de sucesos de otros tantos periódicos muchas intervenciones policiales comandadas por el sagaz agente de modo que ambos teníamos motivos más que suficientes para llegar a un entendimiento ventajoso para nuestros propios intereses profesionales.

Según el médico forense, MORFEO había sido asesinado sobre la medianoche del día de autos mientras dormía profundamente en su espaciosa cama. Al parecer, el asesino con mucho sigilo había colocado una almohada sobre su cabeza y a través de ella y a bocajarro había disparado dos tiros que habían impactado en el cráneo causándole la muerte de inmediato. En el lugar de los hechos yacían esparcidos restos de plumón despedidos del interior de la almohada mezclados con trozos de masa encefálica en medio de un gran charco de sangre que teñía completamente de rojo  una extensa superficie de las blancas sábanas que cubrían el lecho. La puerta de la vivienda no había sido forzada y los casquillos de bala no se había encontrado en el interior de la habitación lo que hacía suponer dos cosas: que el asesino disponía de llave y por lo tanto conocía bien a la víctima y que nos encontrábamos ante la presencia de un sicario muy profesional.
Después de unos días de exhaustiva investigación, el comisario había llegado a la conclusión de que el asesino había actuado solo y si bien había utilizado un silenciador para perpetrar el asesinato, el recurso de la almohada fue ideado para que la sangre de la víctima no le salpicara la ropa ni el rostro. No resulta pues dificil  llegar a imaginar que trás la misteriosa ejecución del dormidor y una vez abandonado el escenario del crimen, el asesino habría tenido tiempo suficiente de haberse mezclado, sin levantar sospechas, entre algún grupo de gente conocida que frecuentara los mismos lugares que él a esa hora de la noche de un sábado cualquiera de un año bisiesto como 2012.

CAPÍTULO III

Yo me encontraba en posesión de una valiosísima información que a lo largo de mi extensa declaración fuí poniendo lentamente a disposición del comisario mientras éste iba grabando mi alocución en un sencillo y barato  magnetófono de bolsillo.
Empecé hablando del síndrome que había afectado a MORFEO desde su nacimiento y como con el tiempo había convertido  aquel extraño fenómeno en su auténtica y definitiva profesión como medio de ganarse la vida de una forma que yo calificaría, sin lugar a dudas, de sumamente honrada. Y se la ganaba como dormidor por cuenta ajena; es decir, durmiendo por riguroso encargo para otros durante el día. Mientras los que le pagaban asistían a veladas nocturnas que en ocasiones duraban hasta altas horas de la madrugada, MORFEO dormía profundamente por ellos para que el sueño no les venciera en medio de una fiesta, una conferencia, una sesión de ópera, de teatro, etc., etc., evitando así el espantoso ridículo que supone empezar bostezando en una velada y acabar profundamente dormido en presencia de los demás.
De manera despectiva, una gran parte de su clientela, al referirse a él, lo hacían por el apodo de "el marmota" aunque, por suerte, MORFEO desconocía por completo este grosero detalle contra su persona. Lo que en realidad todo el mundo ignoraba, y esto si que le acarreaba un auténtico drama personal, era el coste vital que le suponía dormir para otros tantas y tantas horas diarias seguidas y lo que resultaba aún peor, soñar durante todo ese tiempo de manera totalmente involuntaria por todos y cada uno de ellos a diario. Unos sueños, la mayoría de las veces, terribles, angustiosos y sin poder de algún modo evitarlos. Pese a todo, estos sueños, en un sentido, jugaban a su favor un importante papel que sin embargo nunca trató de aprovechar para lucrarse personalmente con el chantaje a pesar de que a través de ellos MORFEO era sabedor de todas sus miserias, de sus vicios, de sus miedos, de sus conductas, de sus infedelidades, etc., detalles que por precaución el dormidor iba anotando escrupulosamente en cada una de las fichas abiertas a sus clientes y encontrarse dispuesto a utilizarlas sólo como mecanismo de defensa si se diera alguna vez el caso de correr un riego serio contra su salud por parte de terceros.
A pesar de no poderla demostrar ni siquiera documentalmente, toda esta información, completamente desconocida para el comisario, resultaba de lo más creíble si se tiene en cuenta el historial clínico que obraría en poder de la administración de la Maternidad y que podría demostrar, cuanto menos, el extraño síndrome que desde su nacimiento había afectado hasta el día de su muerte al dormidor  Morfeo. En ningún momento el comisario había puesto en duda la declaración obtenida por mi parte en la entrevista que yo había llevado a cabo hacía unas semanas en casa de la víctima pero al hilo de mi sorprendente intervención el policía sí que ya había comenzado a atar cabos basándose en otras informaciones que el manejaba a su antojo y que yo, hasta aquel momento, desconocía por completo.
El comisario no descartaba como causa principal y móvil del crimen un posible ajuste de cuentas perpetrado por activos miembros del cártel de la cocaina en Barcelona contra la persona de MORFEO por intromisión y competencia desleal en el mercado negro de la dama blanca.
 


EPÍLOGO

Morfeo jamás pudo suponer que el ejercicio de su tan honrada profesión chocaría frontalmente contra los sucios intereses de las mafias organizadas barcelonesas de la cocaina. Tampoco le darían tiempo a utilizar en su defensa toda la información obtenida y acumulada en años de sus mas fervientes clientes a través de sus propios inquietantes sueños y que tan meticulosamente iba almacenando en el disco duro de su poderoso ordenador MAC;  y lo que resulta aún peor, encontraría la muerte sin ni siquiera saber exactamente el motivo por el que le habían asesinado de aquella forma tan vil.
Todo esto llega a ser mucho más fácil de lo que en principio parece, concluyó laconicamente el comisario mientras yo continuaba sumido en un profundo y respetuoso silencio. El precio de la hora de sueño pactada por Morfeo con sus ambiciosos distinguidos clientes resultaba bastante inferior al precio tasado por los mafiosos en el mercado del gramo de cocaina cortada, hecho que provocaba una paulatina aunque discreta desbandada de los cocainómanos en favor de los intereses de MORFEO quién, sin ni siquiera sospecharlo, continuaba ganando secretos enemigos en la misma proporción que también engrosaba nuevos y muy solventes clientes.

Sólo a alguien que no hubiera sido yo, quizás a su propio asesino, se le habría podido ocurrir escribir sobre la fría lápida de su tumba, a modo de epitáfio, aquella sencilla pero ridícula frase que rezaba así:

                                            MURIÓ DURMIENDO; COMO UN LIRÓN





domingo, 26 de abril de 2009

MALDITO EMPLEO

Imágen cedida por gentileza de ONDIRAIDUVEAU

Mucho antes de que el Sr. Morcillo decidiera asistir a la consulta de su afable amigo y médico de familia de toda la vida, ya había hecho insertar esa misma mañana un escueto anuncio en el diario LA VANGUARDIA en los siguientes términos:

TRANSPORTES MORCILLO. Pequeña empresa familiar dedicada al transporte nacional e internacional por carretera, precisa señorita para su oficina que hable perfectamente inglés.

Luego se dirigió a pie, caminando con las piernas muy abiertas, hasta el ambulatorio próximo de la Seguridad Social de su barrio.

-Buenos días, doctor, -saludó Morcillo nada más abrir la puerta de la consulta de su amigo y médico favorito-.

-Buenos días, Morcillo, ¿Que te trae esta vez por aquí?, -respondió el doctor en tono algo jocoso pues de sobra conocía el desagradable padecimiento de su obeso cliente-.

-Pues bién, lo de siempre, -comenzó por precisar el paciente mientras ordenaba mentalmente sus comprometidos argumentos-. En estas últimas semanas he venido padeciendo de nuevo las molestas y horribles hemorroides externas de costumbre como consecuencia, seguramente, de la gran cantidad de horas que, en suma, me paso sentado frente al volante. Claro, que ello no tendría la menor importancia si no fuera por lo mucho que me perjudica el hecho de estar, precisamente, casado.

-¿A que se debe la relación que haces entre tu estado civil y la supuesta gravedad de tus inflamadas hemorroides externas, Morcillo?, -preguntó incrédulo aunque sonriente el doctor-.

-Verás, ....pués que después de los baños de asiento de agua helada en el bidet que me habías recomendado tomar para tratar de bajar tan dolorosa inflamación, procedo posteriormente, tal y como bién me aconsejaste, a la higiene personal de esa parte del trasero con la mala fortuna de que la alianza de oro de casado que , desde mi boda, adorna el anular de mi mano derecha, se convierte durante el proceso de lavado en un peligroso instrumento cortante, sobre todo cuando me froto, haciéndome, incluso, sangrar abundantemente.

-Eso tiene dos fáciles y distintas soluciones, Morcillo, -aconsejó siempre risueño su amigo y doctor del alma-. Cámbiate el anillo de mano o bién despréndete durante un tiempo de tu inseparable preciada joya y manténla convenientemente guardada hasta que recuperes del todo la salud en esa parte tan delicada de tu oronda anatomía, hombre.

-Eso es imposible, doctor, y también por dos difíciles y distintas razones, -respondió convincente el camionero-. Primero, porque la dichosa sortija, debido a mi mórbida obesidad, habrían de seccionarla a fín de lograr deshacerme definitivamente de ella y segundo, porque mi mujer me lo impide expresamente; me lo tiene totalmente prohibido. Ella cree que la contínua presencia del anillo en el dedo, contribuye eficazmente a mantener a suficiente distancia a sus posibles rivales ya que, gracias a él, sus competidoras comprueban mi auténtica condición de hombre felizmente casado y en consecuencia desisten.

En ese caso, -respondió sonriente el doctor-, te repito una vez más: deshazte definitivamente de la alianza de oro en cuestión y en el preciso momento en que cualquier otra mujer se te acerque con las supuestas intenciones y el propósito que siempre tu querida esposa concibe entre las probables rivales de su mismo sexo, no tienes más que bajarte tranquilamente los pantalones hasta por lo menos las rodillas, girarte graciosamente hacia la recién llegada inclinando noventa grados el torso hacia adelante y, por último, mostrarle sin ningún tipo de pudor tus múltiples, generosas e inflamadas hemorroides violetas que tanto te afectan como símbolo inequívoco de auténtico hombre casado, fiel, temeroso y, sobre todo, trabajador incansable.

Ya de nuevo instalado en su pequeño despacho, su siempre suspicaz esposa hizo pasar a una joven extranjera de rubia cabellera que, al parecer, acudía a él en relación con el anuncio aparecido aquella misma mañana en el diario LA VANGUARDIA y con la sana intención de conseguir tan ansiado empleo.

¿Vienes a por lo del empleo?, -preguntó Morcillo visiblemente sorprendido por el intenso color amarillo de su pelo-.

-I' m sorry, I don't understand you, -respondió más sumisa que sonriente la joven recién llegada-.

-Que si vienes por lo del empleo, -insistió pacientemente Morcillo-.

- Excus-me!, I don't speak spanish......., -respondió la inglesita rubia visiblemente decepcionada-.

-Pero......., vamos a ver; ¿Tú no hablas mi idioma, coño?. -casi le increpó Morcillo con las hemorroides inflamadas ahora al máximo-.

- I'm english, I'm speak perfectly english, -respondía una y otra vez la joven mostrándole enérgicamente con una mano el trozo de periódico mientras con el dorso de la otra golpeaba violentamente el anuncio insertado-.

Morcillo, levantándose no sin cierta dicficultad del asiento (y todos sabemos por qué), se aproximó entonces, siempre con las piernas separadas, muy despacio hasta la joven que permanecía del todo indecisa y aún en pie en medio del diminuto despacho, frente a su mesa, y asiéndola fuertemente del brazo, conduciéndola sin dilación hasta la salida de la entidad y sin que la inglesa pudiera entender absolutamente nada de lo que el conductor decía, el empresario le iba repitiendo, insistentemente, una y otra vez, mientras le abría la puerta de par en par:

-Yo mañana, telefón a tí; si, si, yo mañana, telefón........

A la mañana siguiente, en la sección correspondiente de LA VANGUARDIA volvía a aparecer un nuevo anuncio pero puntualizando y editado ahora en los siguientes términos:

TRANSPORTES MORCILLO. Pequeña empresa familiar dedicada al transporte nacional e internacional por carretera, precisa para su oficina SEÑORITA ESPAÑOLA QUE HABLE PERFECTAMENTE INGLÉS o bién SEÑORITA INGLESA QUE HABLE PERFECTAMENTE ESPAÑOL.

lunes, 13 de abril de 2009

A J. CALVO por su intolerancia


El presente cuento corto tuvo, en principio, un inesperado destinatario sobre el que me había hecho una idea muy equivocada de su integridad, generosidad y profesionalidad. No obstante, en previsión de casos como el que nos ocupa, fue cuidadosamente archivado y recuperado hoy para la ocasión. Y como dicen que la OCASIÓN LA PINTAN CALVA, la casualidad, además de la mala suerte, ha querido hoy que nuestro miserable protagonista se apellide, precisamente, CALVO.

EL PERSONAJE: jcalvo@diarioadn.com
Pese a su escasa estatura y a permanecer a diario expuesto a la vista de todo el mundo, el fantoche se movia con bastante soltura y no excento de una cierta prestancia al andar a través de aquel espacio que otros habíanle habilitado en el interior del glamuroso y grandioso escaparate donde, ufano, se exhibia muy seguro de sí mismo aunque sabiamente aislado del exterior por un grueso paño de vidrio blindado que ocupaba muchos metros cuadrados de luz en el hueco dejado en la pared.
Allí se sentía a salvo y en contacto con el mundo exterior, sólamente, a través de su móvil, su E-mail y, sobre todo de su Blog colgado de Internet; cuando no, desde su columna en el diario local ADN.
Un complejo filtro de seguridad se encargaba de guardar el grueso cristal blindado que limitaba el grandioso escaparate con la plaza pública donde se daban cita diariamente sus innumerables y fieles admiradores con quienes el personaje, a falta de mejor voz, se comunicaba por señas, sonreía y saludaba como saluda la realeza a sus súbditos: con el brazo alzado y moviendo solo la mano, la derecha, desde la muñeca, de izquierda a derecha y viceversa.
El filtro de seguridad estaba compuesto por tres distintos cinturones paralelos entre sí de modo que el exterior, el de los PENINSULARES, el más próximo a los admiradores, distaba del segundo, el de los GODOS, solo unos veinte metros. Este segundo distaba del tercero y último, denominado el de los GODOS H., el más peligroso, unos diez metros. Y entre este último y el gran paño de cristal blindado, la distancia apenas media tres o cuatro metros escasos. Tal era la psicosis del personaje
Los PENINSULARES solían poseer sólidos argumentos para convencer. Eran por lo general simpáticos y educados y en ningún caso despertaban las iras de los cientos de peregrinos.
El cinturon de los GODOS era más represivo, censor de los comportamientos y las actitudes. Solían detener y poner a disposición de sus colegas del tercer y último cinturón a todos aquellos a quienes consideraban sospechosos de alterar el curso de los acontecimientos y que fueran susceptibles de transgredir la ortodoxia y la rigidez de las normas establecidas en su propio beneficio.
Por último, los GODOS H., con total impunidad, sometían a las decenas de apresados a crueles vejaciones de todo tipo: desde el martirio psicológico hasta el físico y una vez consumados su criminales propósitos, los prisioneros eran entonces atados de pies y manos y una vez puestos a disposición del Abraham implacable, colocados luego sobre el ara del sacrificio y abandonados a su suerte sobre la vasta superficie de la plaza previamente despejada de militantes. El personaje se felicitaba cada vez por ello.
Ese día, dos infelices que ya habían pasado por todo el doloroso proceso inquisitorial permanecían inmóviles sobre la caliente superficie de la plaza, atados ámbos, como era costumbre, de pies y manos y a merced de la voluntad del fantoche.
El fantoche, por entonces, había desaparecido del escaparate, había dejado de estar presente frente a los desgraciados. Estos, por su parte, ignoraban cual iba a ser su último destino en aquellas circunstancias. Se había hecho un silencio fúnebre. Los feligreses se habían retirado a los aledaños. Furtivamente, una minúscula tronera, camuflada en la pared frontal del edificio, se había abierto lentamente a un costado del escaparate, ahora deshabitado, presagiando lo peor. Los reos rogaron clemencia inútilmente.Un tubo negro con un ánima de siete con sesenta y cinco milímetros de diámetro se abrió paso desde la tronera hasta invadir unos veinte centímetros del espacio aéreo de la plaza. Dos estampidos secos y certeros rompieron el aire y los dos SPAM disparados desde el interior abatieron sin remisión a sus inmóviles objetivos con la precisión y eficacia con la que acostumbra a presumir el experto francotirador.

domingo, 12 de abril de 2009

EL DESALMADO.

En relación a los últimos acontecimientos vividos en las páginas de este humilde Blog, Stanley y Livingston tomaron la repentina aunque desafortunada decisión de emprender un corto viaje de reconocimiento hasta las cotas más profundas de lo que se da en llamar ALMA HUMANA con la única intención de bucear en las posibles causas que originan en el comportamiento de determinados individuos faltas tan graves como la xenofobia, la incompresión y la intolerancia. Para ello elegirían, una vez más, el CUÉLEBE, nave eficazmente comandada por su incondicional amiga T.G. con el resultado que seguidamente se detalla.

Una vez a bordo, eligieron el lugar exacto de la anatomía de J. Calvo mediante el cual tendrían acceso directo garantizado al interior de su cuerpo y donde se supone que Longinos, con su lanza, hiriera, para más INRI, a JESÚS crucificado entonces en el Calvario; herida, que al parecer, presentan todos los humanos, sin excepción, y que portan desde su nacimiento como estigma invisible en el mismo lugar del costado y de la que solo Stanley conocía su existencia; tal era su esmerada erudición.

El costado apenas si opuso resistencia y el CUÉLEBE se coló sin dificultad alguna por entre las frágiles costillas flotantes del xenófobo individuo hasta perforar mansamente la espesa capa de moho que cubría por completo la parte externa de los pulmones. Una vez dentro de ellos, una espesa niebla hacía muy dificil la lenta navegación pero gracias a cierta dosis de TOLERANCIA vertida al exterior por los tres tripulantes, conseguirían al fín hacerse con la situación. Un nauseabundo olor, producido seguramente como consecuencia de una viscosa ENVIDIA VERDOSA flotando inerte en el espacio, les había obligado de nuevo a permanecer el resto del tiempo con las escotillas herméticamente cerradas.

Rodearon el corazón sin dificultad. Un corazón pequeño, insignificante y violeta cuyos contundentes latidos estremecían el casco de la embarcación sin presagiar nada que no pudiera ser INTOLERANCIA y MALDAD y por cuya razón se mantuvieron a una distancia más que prudencial de sus compulsivas diástoles.

El CUÉLEBE, orbitando en circulos concentricos cada vez mayores, fue alejandose paulatinamente y en la oscuridad de aquel órgano violeta, trangresor y raquítico cuyo amenazante y compulsivo latido no había conseguido amendrantar, como pretendía en un principio, a tan distinguidos e ilustres viajeros.

Durante mucho tiempo viajaron a través de la oscuridad y en todas direcciones. A lo lejos continuaban escuchándose los intermitentes latidos del insano corazón amenazante y, sin embargo, no habían tenido ocasión de encontrar aún el lugar por cuyo motivo habíanse desplazado hasta allí. Después de mucho titubear y de común acuerdo, decidieron finalmente emprender el largo viaje de regreso convencidos de que jamás podrían descubrir el ALMA que con tanto ahinco habían resuelto acudir a inspeccionar; sencillamente porque aquel despreciable individuo carecía de ella. Se trataba simplemente de lo que muchos suelen denominar como un perfecto y cretino DESALMADO.

sábado, 14 de marzo de 2009

EL MENSAJE DE LA BOTELLA ARROJADA AL MAR (cuento dedicado al CUÉLEBE)

Borrador provisional.

PRÓLOGO

Si de vez en cuando nos detuviéramos un instante en mirar hacia lo alto comprobaríamos, no sin asombro, como los viejos olmos suelen dar a menudo hermosas y delicadas peras doradas.


CAPÍTULO I

Mientras la botella, - arrojada al Mediterráneo por el náufrago-, se desplazaba lenta y suavemente empujada por las corrientes hacia su destinatario con un cálido mensaje de esperanza en su interior, la muerte, a lomos de su caballo cubierto de espuma blanca, galopaba desbocada y sin descanso, con sus alforjas repletas de sucias jeringuillas, bajo los puentes de los suburbios, en auxilio de los más necesitados.

Si la velocidad se le suponía constante, aquella botella arrojada al Mediterráneo por el paciente náufrago habría recorrido en la mitad de tiempo la mitad, también, del trayecto hasta su destino.

Justo en ese momento y a esa distancia la encontró el viejo pescador. En un punto equidistante entre el remitente y su destinatario; sin embargo, él desconocía esa circunstancia hasta que destapada, leyera el mensaje que contenía en su interior. También él esperaba desde hacía ya años un mensaje semejante pero este, precisamente, no se trataba del suyo. Con mucho respeto y sumo cuidado volvió a taparla de nuevo y la devolvió al mar para que continuara su curso. De lo que estaba completamente seguro es que a su destinatario solo le restaba esperar la mitad del tiempo porque, en consecuencia, la botella había ya alcanzado el ecuador de su recorrido mientras que la que él continuaba inútilmente esperando, posiblemente, ni siquiera, hubiera sido arrojada todavía al mar ni lo sería nunca.

CAPÍTULO II

Como cada mañana, la mujer se acercó descalza y en silencio hasta la orilla del mar en calma. Con los pies dentro del agua tibia se llevó la mano sobre sus cejas y haciendo con ella visera sobre sus enormes ojos grises dispúsose a otear de nuevo la línea oscura del horizonte. Después de lamer sus pies descalzos, el tenue oleaje, cada vez al retirarse, agitaba del tal modo los guijarros que al chocar estos entre sí emitían un único y acompasado ruido que el eco se encargaba de expandir a lo largo de la gran playa desierta. Aquel día tampoco había divisado nada.

Mientras mantenía la vista fija en el horizonte, algo había chocado contra sus pies arrastrado por las olas. Se trataba de una botella de cristal oscuro que retiró del agua de inmediato. La llevó consigo tierra adentro y luego de sentarse sobre la arena húmeda de la playa, extrajo a través del gollete el cilindro de papel que se ocultaba en su interior. Desenrrollándolo lo leyó. Lamentablemente no iba dirigido a ella, no se trataba del que llevaba tan largo tiempo esperando. Su destinatario no era otro que un joven pescador quién, al parecer, aún continuaría esperando a la remitente en aguas bravas del Atlántico a bordo de una ligera barca blanca de vela que, casualmente, llevaba por nombre LA ESPERANZA.

EPÍLOGO

No siempre las PRETENSIONES alcanzan el destino deseado porque, a menudo, los caminos se cruzan entre sí confundiendo al propio DESTINO.



P.D.
Apreciado T.G.:
Como puedes comprobar nadie ha resultado muerto. El cuento solo hace alusión a la ironía del DESTINO.
Espero que como has prometido decidas ilustrarlo de manera que con tu arte, que se muy bien que te sobra, enmiendes la calidad de la que yo adolezco para la literatura.


viernes, 20 de febrero de 2009

EL HOMBRE DE LA CATANA y el jubilado (terrible cuentecito corto)

Merced a permanecer con sus párpados cerrados, el espejo del cuarto de baño se le antojaba esa mañana tan opaco como su propio futuro inmediato mientras, energicamente, se cepillaba los dientes frente a él. Su mano izquierda sostenía un vaso lleno de Oraldine y de su boca se desparramaba una baba blanquecina que ya le cubría la totalidad del mentón. La manía de no cepillarse la dentura con los ojos bien abiertos le impidió por un instante darse cuenta del brusco ensombrecimiento que habia provocado de improviso, en el diminuto espacio del lavabo, la enorme figura recortada ante el quicio de la puerta del terrible HOMBRE DE LA CATANA quién, con su elevada estatura, impedia el paso de la escasa luz natural de la vivienda en aquel momento. Cuando decidió al fín abrir los ojos, vertiendo aún más espuma blanca por la boca, lo único en lograr distinguir, como un fugaz relámpago, fue el fulgor plateado del frío acero atravesando velozmente la penumbra y descendiendo vertiginosamente en dirección a su cabeza. Solo dispuso del tiempo justo de arrojar al rostro del intruso el Oraldine mientras, con el vaso ya vacio, lograba escabullirse milagrosamente por debajo de la axila de su agresor justo en el momento en que este descargaba, inmisericorde, el violento golpe mortal que pese a no encontrar su objetivo, terminaría incrustándo, como cuchillo caliente en taco de mantequilla, todo el ancho de la bien templada hoja de su catana en la jamba de la puerta del lavabo. Mientras el asesino se esforzaba por recuperar en vano el arma homicida fuertemente aprisionada en la madera, Livingston dispuso a su favor del tiempo aún suficiente de poder llegar hasta la puerta de su piso y salir precipitadamente al rellano donde desembocó jadeante, eructando todavía más espuma por la boca, el vaso vacio en su mano izquierda y, en la derecha, el diminuto cepillo de dientes con el que en última instancia hubiera intentado defenderse, si se hubiera dado el caso, del violento ataque oriental.

-¿Otra vez con alucinaciones, Livingston? -le preguntó el vecino de enfrente al verle salir hasta el desierto rellano en pijama y todavía sudando-.

Livingston preparaba la respuesta y Vicente, también jubilado como él, continuaba impasible y a la espera, armado con una simple escobilla de mango corto, afanándose en limpiar el polvo acumulado sobre la superficie del barato felpudo ante la puerta de su vivienda.

-¡¡Era otra vez el de la catana, Vicente!!; ¡¡venía de nuevo a por mí!!, -sentenció amistoso Livingston.

-Desde que te has jubilado no paras de ver asesinos por todas partes, Livingston. Anda, entra de nuevo en tu casa y cálmate, por favor, -le aconsejó paternalmente Vicente, intimidándole con la escobilla antes de darle con la puerta en las narices.

Livingston entró de nuevo en casa . Desandó el pasillo en sentido contrario y se introdujo a hurtadillas en la penumbra del cuarto de baño. Abandonó el vaso en la repisa y se guardó el diminuto cepillo en el bolsillo superior del pijama, por si acaso. Con los ojos bien abiertos esta vez y frente al espejo de nuevo, creyó, con gran sorpresa por su parte, reconocer en su propia persona, tristemente reflejada en la bruñida superficie, al temible HOMBRE DE LA CATANA. Se retiró de allí asustado y en silencio, retrocediendo muy despacio, caminando siempre hacia atrás y atravesando abrumado la puerta de espaldas. Al pasar bajo el umbral, desconcertado aún, no acertaba a comprender cómo, cuando y de que manera se había podido producir aquella enorme y limpia hendidura en la jamba de madera de la puerta del lavabo que, casualmente, había advertido ahora, en este preciso instante, justamente al salir.