Al hilo de los idénticos acontecimientos acaecidos simultáneamente en dos distintos lugares del planeta y que bajo los títulos de
LOS PARADOS Y EL JABUGO y
PROVOCAR EL VÓMITO he narrado esta misma semana en este mismo Blog, una profunda reflexión por mi parte sobre los mismos me ha llevado a dos distintas y sorprendentes conclusiones.
Aquellos que hayan leido las crónicas mencionadas sabrán exactamente a lo que me refiero.
Si bien aceptamos que en ámbos casos se trata del mismo tipo de accidente, las connotaciones, como comprobarán enseguida los asiduos lectores, resultan bien diferentes.
El mismo accidente en distintas circunstacias, diferentes escenarios, diversos intereses, opuestas clases sociales dan también como resultado desiguales conclusiones.
En el primero de los casos, el protagonista de LOS PARADOS Y EL JABUGO es un trabajador en paro que aquel día asiste a una degustación gratuita, -ansioso ante un mostrador-, dispuesto a saciar su hambre casi atávica con un producto fuera de su alcance y que por tanto no consume por costumbre. Termina atragantandose con el primer y único taco de jamón de primera calidad que ni siquiera logra engullir merced al vómito que le provocan los saniterios para que no fallezca por asfixia.
En el segundo, el protagonista es un noble aristócrata que asiste voluntariamente a un restaurante previa reserva y sin hambre aparente pero dispuesto a gozar con los sentidos de una opípara cena, comodamente sentado y perfectamente servido por tres camareros para, poco después de haberse comido un pavo, un faisan, una codorniz y unos sesitos de gorrión, llegar a atrangantarse con algo tan absolutamente ridídulo y carente de valor como es el hueso de una oliva.
CONCLUSIONES:
Si al primero, jugándose del todo la vida, le bastó tan solo con un simple taquito de jamón para llegar a atragantarse sin ni siquiera haber conseguido degustarlo y casi fallecer en el intento, al segundo, al arístócrata, sin que corriera ningún peligro su existencia, no le fue suficiente con el hueso de la oliva para casi alcanzar la asfixia sino que, -hasta llegar a ese extremo-, pudo muy bién disfrutar del magnífico pavo, el excelente faisán, la increible codorniz y los delicados sesitos.