Los miembros de la Cofradía del Cochino Negro me han caido tan simpáticos que desde que volví de vacaciones no he parado en tratar de demostrarles mi afecto de la única manera que se hacerlo: diseñando un logo que les caracterice como entidad hedónica, cuya doctrina, como casi todos sabemos, no es otra que la de intentar alcanzar el placer como fin supremo de la vida; en definitiva, pasarlo bién y divertirse pese a la tremenda crisis económica que atravesamos.
A ello no me he podido sustraer ya que cuando contaba los años que ahora cuentan sus miembros dediqué muchas horas a idéntico propósito.
En fín, que pescar en el mar, comer en la tierra y beber en ambos lugares no tiene por qué perjudicar a nadie y a eso, entre otras cosas, supongo, es a lo que se dedica este grupo de inolvidables jóvenes amigos pertenecientes a una generación que, aunque posterior a la mia, no deja de ser igual o más interesante si cabe que a la que pertenecimos entonces.
A pesar de que este pequeño trabajo de diseño que publico está todavía sujeto a la aprobación unánime del grupo, no me resisto a la tentación de mostrarlo públicamente con el permiso anticipado de todos los cofrades.
Como deudor que me siento con ellos de su desinteresada hospitalidad, sirva este ejemplo como parte del previo pago emocional que me embarga y del que son auténticos acreedores.