RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

viernes, 28 de marzo de 2008




DOMÈNEC REIXACH fue director del Teatro Nacional de Cataluña entre los años 2000-2008.
En su etapa del Instituto del Teatro y del Lliure, yo vivía en la Mediana de San Pedro. Por entonces nos conocimos y trabamos una sincera amistad, hasta el punto de que Luis Peña, que estudiaba podología en Barcelona, y yo, que tocaba la guitarra clásica cerca de la catedral, fuimos invitados por él a su casa, situada en el terrado de un inmueble en la calle de la Paja, cerca de la Plaza del Pino.
Como fotógrafo que también era por entonces, me llevé la HASSELBLAD analógica, naturalmente, y le tomé una serie de fotos de las que aún guardo los negativos después de aproximadamente 30 años.
Por azar y durante su etapa de Director del TNC conoció a mi hija Dácil quién, por entonces, cantaba en la obra LA DONA MANCA representada por la Cía. de SOL PICO, precisamente en una de las salas del TNC.
Mi hija nunca creyó que yo le conociera personalmente y menos aún que hubiera sido invitado hace treinta años por él a su casa hasta que encontré los negativos y pude demostrar que era cierto.
Domènec, si entras en mi BLOG, podrás disponer de estas fotos aunque me gustaría contactar contigo.

jueves, 27 de marzo de 2008

TROZOOS (cuento dedicado a Paco Carajillo)

Capítulo I
Todo debió empezar una fría tarde de noviembre a partir del instante en que sugerí a los pocos miembros de la TAULA ZERO, que aquel día se encontraban en LA MARIETA, la conveniencia de remitirle a nuestro común amigo Paco Carajillo una carta instándole a que se dignara de nuevo a deleitarnos con su sólida presencia pues, por razones que hasta entonces todos ignorábamos, demorábase ya demasiado.
-Remitámosla, en todo caso, a lo que de él aún quede, -apostilló con sarcasmo Luque Luquiano-. Y es que Paco nos tuvo siempre acostumbrados a ser noticia no solo por sus excentrecidades, sino además por la elegante extravagancia con la que a menudo sufriera los más aparatosos accidentes, ya fueran domésticos, laborales, automovilísticos, ciclistas, etc.
El sarcasmo de Luquiano no tenía límites. En cierta ocasión en la que algunos nos lamentábamos al enterarnos del hecho de que, poniendo a prueba su desmesurada tozudez, Carlos de Can Molà consiguiera autolesionarse de gravedad, y al parecer con éxito, los tendones de tres de los cinco dedos de su mano derecha intentando arrugar la afilada hoja de acero de un gran cuchillo jamonero, Luquiano manifestó el siguiente comentario:
-Aún ha tenido suerte.
Al ser preguntado -¿por qué?-, teorizó:
-Pues muy sencillo. Si la madre naturaleza, por otro lado muy sabia, en lugar de cinco dedos nos hubiera otorgado sólo tres para cada mano, hoy Carlos sería un perfecto inválido de su mano derecha.
Así era Luque Luquiano: ¡científico!.
En consecuencia, particularmente yo, llegué a la conclusión de que precisamente la carencia de noticias a propósito de Paco, era un evidente síntoma de no haberle ocurrido nada que fuera, cuanto menos, de extrema gravedad.
Los presentes en la TAULA ZERO tomaron en consideración la propuesta, aceptando con vehemencia llevarla a cabo en el momento en que el resto que habitualmente compone la totalidad del grupo, estuvieran también de acuerdo: Pepín de los bosques, R.A.F. O'Malley, Mac Mogas, etc.
Oscurecía, Me despedí de Marina y de la TAULA y abandoné LA MARIETA en dirección al Parque Can Molà, hacia la parada del autobús. El Sagalés no llegó puntual, sin embargo el retraso podría considerarse aceptable. En poco más de media hora estábamos ya en Barcelona.
Llegué a casa después de pasar ante el escaparate de muebles y atravesar la Meridiana. Al entrar saludé a Dácil quién ni siquiera contestó atareada como estaba con sus deberes escolares. Besé a Carmen e intercambié con ella no más de media docena de frases hechas. Cené frugalmente y, cansado como me encontraba, decidí meterme en la cama quedando profundamente dormido.
Capítulo II
Era sábado y tenía todo el día libre. Decidí de pronto desplazarme hasta Mollet con la esperanza de encontrar a Paco allí. Me vestí y salí a la calle. No era un típico día de otoño; la mañana era diáfana y soleada y contra el fondo azul del cielo se recortaban con nitidez las aristas de los edificios más altos. Esta vez el Sagalés llegó tan puntual que me cogió por sorpresa pues, sin darme cuenta, a punto estuve de entrar fumando en su interior. Se puso en marcha de nuevo y a través de la ventanilla podía distinguir la caravana de domingueros saliendo en nuestra misma dirección, el edificio del ambulatorio de la Seguridad Social, las casitas bajas y suburbiales de Nou Barris, etc., etc. Los trozos de paisaje que he omitido y que por tanto no describo, son aquellos que precisamente corresponden, como si de una intermitente secuencia cinematográfica se tratara, a los fundidos en negro en que coincide con la ventanilla del autobús la carrocería del camión que, circulando en paralelo, nos adelanta o se retrasa según el flujo y densidad de la circulación a esa hora del día. Ya en la N-152 la velocidad del autobús había aumentado considerablemente y por la misma ventanilla, como un fantasma, tétrica, se deslizó vertiginosa la inmensa estructura de la Asland, por completo envuelta en polvo de cemento. A partir de aquí me consideraba ya en Montcada, luego vendría La Llagosta y por último Mollet, o mejor dicho, Mollet Chandon, tal y como le habíamos bautizado en la Taula.
Nada más bajarme del autobús caí en la cuenta de que no había almorzado y decidí hacerlo en el
Marfà. Dirigiéndome hacia allí, pude observar que, pese a ser sábado, casi todo el mundo iba de cuerpo entero. Ni siquiera en las barras ni en las mesas de los bares próximos, distinguí cabezas sentadas. Miré entonces el reloj y calculé que aunque el sol ya estaba en su cenit, aún era temprano.
El Sagalés me había dejado frente al Parque de Can Molà; de modo que anduve y crucé los Quatre Cantons, torcí a la derecha y bajé el trozo de Ramblas ante los quioscos hasta la farmacia Foz en la esquina, tomando luego a la izquierda por la calle Barcelona en dirección a la plaza Prat de la Riba. Al fondo, justo esquina con Ventalló, se distinguía el Marfà. Las fachadas circundantes no proyectaban apenas sombras sobre la superficie adoquinada del suelo; las moreras ofrecían un follaje ralo que apenas evitaba que se filtrase un sol vertical sobre los bancos alineados debajo. El resto de la plaza era un perfecto cuadrado iluminado por el sol de mediodia.
A esa hora y bajo la luz otoñal si que empecé a notar no solo series de cuerpos enteros descansando en los bancos, sino también gran número de troncos paseando arriba y abajo o apareciéndose por las esquinas más próximas de calles adyacentes, reuniéndose ora en número de dos o tres como mínimo, ora en grandes grupos de más de cuatro, naturalmente silenciosos, mientras sus respectivas cabezas probablemente permanecieran sentadas en el interior de cualquier establecimiento público, ya fueran bares próximos, tiendas, oficinas o en el mismísimo Ayuntamiento. Algunos incluso paseaban con la cabeza bajo el brazo y, tanto estos como los cuerpos enteros, deteníanse mudos, solos o en grupos mixtos, ante los escaparates, contemplando absortos la mercadería ofrecida por los distintos comercios.
Una especie de orden cósmico parecía gravitar sobre cualquier espacio por grande o pequeño que fuera. Era precisamente este orden el que regulaba la libre circulación de troncos y cuerpos enteros garantizando la no colisión entre sí, por muy próximos que se encontrasen unos de los otros. Una ética, por otro lado aparentemente preestablecida, favorecía esta absoluta interrelación.
Así, a primera vista, me era muy dificil distinguir el tronco de Paco entre los que deambulaban perezosos por los alrededores, pero solo una era la la manera de saber que se encontraba cerca: si estaba en Mollet a aquella hora, lo más probable es que hubiera sentado la cabeza en el interior del Marfà.
Entré de golpe y me fijé en la barra. La mayoría de clientes que se sentaban del lado de acá, permanecían de cuerpo entero. Del otro lado, Juán, el propietario, también. Pero las mesas, un numeroso grupo de cabezas sentadas, se las repartían formando conjuntos, como mucho, de cuatro. Y allí estaba, en uno de esos conjuntos, en la tercera mesa. Le reconocí de inmediato: abundante cabello rizado, casi en bucles, frente prominente, nariz firme, ojos risueños protegidos por unos vidrios de escasas dioptrías de montura metálica plateada y la herida siempre abierta de su franca sonrisa al fondo de su espesa barba. También él había reparado en mí reclamando mi atención. Avancé de cuerpo entero justo hasta el borde de la mesa y nos saludamos; me presentó inmediatamente al resto de cabezas sentadas a las que yo no conocía y, aunque de forma breve y cordial, también nos saludamos. Hizo venir luego a su tronco que ya cruzaba la plaza en dirección al bar y una vez dentro, extendió los brazos, tomó su cabeza sentada, la colocó sobre sus hombros y nos fundimos en un fuerte abrazo.
Después de saludos y primeras novedades, ya de cuerpo entero, recriminó con sorna a Juán el hecho de no haberse puesto al día con el mobiliario del bar y por ende reclamaba para los clientes, por lo menos para los fijos, un número indeterminado de testa-sitios dónde poder sentar cómodamente la cabeza, en lugar que tener prácticamente que abandonarla sobre la fría e incómoda superficie de la mesa de Formika. Invité entonces al grupo a una ronda de lo mismo y Juán, para no interrumpir el hilo de la conversación que mantenía con un cuerpo entero en la barra, sentó convenientemente su cabeza sobre la pegajosa superficie del mostrador, enviando solo a su tronco con otras cinco medianas a la mesa tres, al tiempo que, simultáneamente, los amigos de Paco también ya rescataban sus respectivos troncos que hasta entonces habían permanecido solazándose en el exterior, los cuales, una vez dentro llevaronse sus respectivas cabezas sobre los hombros y, por primera vez, uno por uno, pudimos estrecharnos convenientemente las manos. Ahora estábamos todos de cuerpo entero ante la barra, bebiendo y charlando animadamente. Se excusó Paco de sus amigos, quienes le esperarían allí, y de pronto, tomándome del brazo me arrastró hasta el interior del Marfà; concretamente hasta el comedor, que a esa hora permanecía aún completamente vacio. Una vez allí, nos sentamos de cuerpo entero, pero antes de que pasara a justificar los motivos de sus ausencias de la Taula Zero, cosa que, por otra parte, no le pareció oportuno hacerlo en presencia de sus amigos, decidió que abandonásemos nuestros troncos un poco a su suerte y sentando las cabezas ahora sobre la blanca superficie de papel que cubría la mesa, disponíase por fín a hablar mientras yo me resignaba a ser todo oidos.
Nuestros troncos se alejaron entonces despacio hacia la salida, hasta la plaza: el mío con las manos enfundadas en los bolsillos del pantalón; el suyo con los brazos cruzados a la espalda, a la altura de los riñones. Sin las cabezas sobre los hombros resultábamos más jóvenes.
Dejé que se explicara y lo hizo seguido y durante largo rato. Yo me hallaba algo incómodo pero permanecí siempre en silencio.
La conclusión que saqué de su versión me pareció bien simple: la pretensión de Paco no era otra sino la de poder sentar la cabeza de una vez para siempre en la Marieta, pero como quiera que Marina sólo permitía en su establecimiento cuerpos enteros, a él no le resultaba nada cómoda ni confortable tal postura; de modo que renunciaba voluntariamente a la Taula Zero y a lo que ello significaba porque se suponía que permanecer durante las largas sesiones de cuerpo entero era como estar de cuerpo presente, o sea, M-U-E-R-T-O.
Quedé francamente satisfecho de su decisión. Por lo menos no parecía que tuviera desavenencias personales con el resto del grupo, excepto con Marina, cuya norma había hecho prevalecer en su establecimiento.
A una tácita orden mental por parte de ambos, regresaron de nuevo, tal y como habían partido, nuestros respectivos troncos. Nos colocamos otra vez las cabezas sobre los hombros no sin antes prometerme Paco que, aunque muy a su pesar, ya pasaría a visitarnos y explicar de propia voz sus ausencias a la Taula. En definitiva: haría de tripas corazón.
Era ya media tarde cuando abandoné Mollet. Otra vez el Sagalés fue puntual. Durante el trayecto me sentí cansado reflexionando sobre el particular. Absorto como me encontraba me sorprendió la terminal en Sagrera. Me apeé tan rápido como pude y al pasar cerca de la boca del metro, me detuve unos instantes frente al escaparate de muebles. Inconscientemente algo había llamado poderosamente mi atención. Efectivamente: lo pude comprobar al otro lado de la vitrina. Un par de hermosos testa-sitios se exhibían bien erguidos. Poseían cada uno cuatro largas patas torneadas y rematadas en una diminuta plataforma convenientemente acolchada de un suave terciopelo rojo, provista de un pequeño respaldo flanqueado por orejeras igualmente tapizadas que garantizaban un cómodo y cálido descanso dónde sentar la cabeza. El precio, desde luego, estaba muy fuera de mi alcance. Estuve observándolos unos minutos y con la misma me alejé camino de casa.
Abrí la puerta no sin dificultad y por este orden me recibieron primero el gato, luego Dácil y por último Carmen, quién ya tenía preparada una exquisita merienda-cena consistente en conejo troceado con tomate.
Dácil se fué pronto a la cama. Mientras cenábamos, Carmen y yo nos dispusimos a ver en la tele una de Buñuel: El perro andaluz. Decidimos verla de cuerpo entero; primero porque comíamos mientras y segundo, porque si finalizada la cena nos desprendíamos de nuestros troncos, una vez acabada la película les habríamos hecho volver a por nuestras cabezas sentadas para irnos luego a la cama, con el consiguiente trastorno que ello suponía .
Terminada la película apagamos el televisor; llevamos a la cocina las bandejas de platos y vasos sucios y luego de turnarnos en el diminuto cuarto de baño, nos metimos como de costumbre de cuerpo entero bajo las mantas. Yo, particularmente cansado, quedé profundamente dormido.
Epílogo
Desperté con gran sobresalto. Carmen ya no estaba, pero su lado en el lecho aún seguía tibio. En el interior del piso todo era silencio y sentado en la cama tenso, distinguí en la penumbra al gato escrutándome con sus ojos de vidrio. Instintivamente me llevé las manos a las mandíbulas, sudaba, cerré los ojos, tiré fuertemente hacia arriba pero mi cabeza continuó irremisiblemente ligada al tronco.
Suspiré aliviado. Era sábado.




TAULA ZERO: la revista del 10 aniversario de la Marieta


Mollet del Vallès. Septiempre de 1994

jueves, 13 de marzo de 2008

LA CASA

Foto tomada al atardecer, en La Selva (Baix Emporda), Cataluña, a finales de invierno de 2008.

HERMAFRODITA


ENFERMO

Estudiante enfermo en alusión a la posible supresión de la licenciatura de Hª. del Arte según los postulados de los llamados acuerdos de BOLONIA

IRAK

Durante la guerra de IRAK y como protesta contra ella, ilustré una acción gráfica para los estudiantes de la Facultad de Historia del Arte. Coincidía con el dia de Acción de Gracias en USA y por tal motivo BUSH, AZNAR y BLAIR aparecen disfrazados de Reyes de Oriente repartiendose el Pavo que para los tres representaba en aquel momento IRAK.

HARÉN


AUTORRETRATO (hace años)


Desde hace años conservo este autorretrato hecho a lápiz muy blando.

Mujer rubeniana siendo convencida por CELESTINA. (dibujo a lápiz para ilustración)

IVAN El Terrible: baterista de JAZZ



ÍVAN era, y supongo que seguirá siendo, un magnífico baterista. Siempre elegante en el vestir y en el percutir. Me unió una gran amistad con él por lo que de común tuvimos ambos con la ciudad de Barcelona.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Aznar en su Gloria


Supuesto paraiso para el Ex.presidente. Ya concebiré otro para "D"ajoy (la "r" no vibra lo suficiente"

fantasmas


Acuarela para ilustración

BOTELLON: ¿Si o No?

Inspirado en "Los borrachos" de Velazquez
Dibujo en relación al "chapapote" originado por el hundimiento del barco en Galicia

GENIO ORIENTAL