RETRODEZCAN
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?
viernes, 21 de julio de 2017
JOSÉ MARÍA VILLAR
lunes, 29 de mayo de 2017
CRÓNICA DE UNA ESTAFA
viernes, 31 de marzo de 2017
SANTIAGO DEL TEIDE Y EL MAR
martes, 28 de marzo de 2017
100 Km/h
Una vez jubilado, decidí “sacarme” el carnet de conducir. Hasta entonces no lo había necesitado porque nunca con anterioridad tuve vehículo. Ahora que dispongo de uno, alcanzar con él los cien kilómetros por hora, me parece más que suficiente para la poca prisa que tengo por llegar a los sitios que me interesan. Y ello se debe a que aún conservo aquel esquema mental de niño por el que no mido las distancias en kilómetros por hora en función del tiempo sino que lo hago todavía en función del espacio que media entre ambos puntos: entre el de partida y el de destino. Naturalmente que ello me obliga a administrar el tiempo de distinta manera. Prever, sobre todo, el tiempo que tardaré en llegar a donde pretendo si me muevo a cien kilómetros por hora y, -en función de ello-, adelantar convenientemente la hora de salida para llegar a la hora prevista a mi destino a una velocidad constante y sin sobresaltos. Así de sencillo.
lunes, 28 de noviembre de 2011
NATALIA MATILLA
domingo, 21 de agosto de 2011
SU SANTIDAD BENEDICTO XVI Y LA FÉ CATÓLICA
-Para calor el del infierno, -contestó el joven peregrino a la pregunta del periodista sobre si las altas temperaturas afectaban a la comodidad de tamaña manifestación de devoción religiosa-.
ACTO DE FÉ QUE NO ESTÁ RESERVADO NI PARA LOS TAMBIÉN NUMEROSOS "HOMBRES DEL TIEMPO"
lunes, 9 de marzo de 2009
EL DILEMA DE WARNOCK

Ello me consuela en gran manera porque siempre puedo atribuir al dilema de Warnock el escaso interés que puedan despertar en los asiduos lectores mis habituales crónicas en este Blog. ¡Gracias a Dios!. ¡Salvados!
PS: Gracias a Iván López por la advertencia, a quién le deseo, además, mucha suerte en sus próximos compromisos fílmicos y al que prometo la hospitalidad que precise en Barcelona durante el rodaje de su pròxima aventura cinematográfica.
viernes, 27 de febrero de 2009
RAFTING de "canarios" en el Noguera Pallaresa

De pie de izquierda a derecha: Lelo Camacho, Rafael Cobiella, Zoilo López, Carlos Defrosterus, Paco Perez.
Sentados de izquierda a derecha: Rafael Cobiella, Lelo Camacho, Paco Pérez, Jesús Baixas y Carlos Defrosterus.
La invitación provenía del grupo de amigos de siempre quienes aprovechando la festividad del día de Canarias se desplazarían por vía aérea hasta Barcelona para desde allí partir hacía tierras de Lérida (Terra ferma) con la sana intención de hacer RAFTING en aguas del rio Noguera Pallaresa que atraviesa el pueblo de Llavorsí desde donde partiriamos, vía fluvial, rio abajo, en un trayecto que duraría toda una jornada y que resultaba ser el más largo y arriesgado de todos los programados por el Club de Rafting.
Jesús Baixas desde Tarragona y yo desde Barcelona nos dirigimos el día señalado hasta el aeropuerto del Prat donde recibiríamos al resto de la expedición, desplazados exprofeso desde Tenerife para la ocasión. De ese modo, Rafa Cobiella, Lelo Camacho, Carlos Defrosterus y Paco Pérez se reunieron con Jesús Baixas y conmigo para, desde allí mismo, sin dilación alguna, partir en dirección hacia un pueblo próximo a Llavorsí llamado Sort, nuestro destino, donde previamente y desde Tenerife habían reservado un confortable apartamento para los cinco componentes de tan arriesgada aventura y para aquel fin de semana concreto.
Ninguno de nosotros tenía la suficiente experiencia en aquel tipo de deporte de riesgo máxime cuando en Canarias, precisamente, no discurre ningún rio y en consecuencia carecemos de cualquier tipo de doctrina que nos ligue a descensos rápidos por ellos. Además, por si ello fuera poco, habíamos elegido uno de gran tradición en la especialidad de descenso fluvial y que, desafortunadamente para nosotros, en aquella época del año, debido al deshielo que se estaba produciendo ya en las altas cumbres del Pirineo, el caudal del Noguera Pallaresa resultaba considerablemente mucho más que respetable. Sin embargo, una vez llegados, ALEA IACTA EST (la suerta está echada), me dije a mi mismo tal y como sentenciara muchos siglos antes Julio Cesar, precisamente, ante la dificultad de cruzar con sus tropas el rio Rubicón.
Esa misma noche nos aproximamos al rio para verlo de cerca. Recuerdo que el bramido de su caudal a su paso por Sort me impresionó tanto que supe desde el primer momento que nos tendríamos que enfrentar con algo realmente serio.
En fín, a la mañana siguiente, nos presentamos en la ribera del rio embutidos en nuestro traje de neopreno y con el chaleco salvavidas y el casco puestos y tras una breve charla sobre navegación fluvial y algunos consejos útiles por parte de los técnicos para el supuesto caso de naufragio, nos dispusimos a subir a la enorme embarcación (tipo zodiac) cuya tripulación estaba compuesta por el timonel, un experimentado monitor de la propia escuela, y nosotros cinco, los remeros: Rafael Cobiella, Lelo Camacho, Paco Pérez, Jesús Baixas, Carlos Defrosterus y yo.
Nadie que no haya tenido experiencia en este tipo de deportes de riesgo puede llegar a imaginarse lo rápido que suelen precipitarse las aguas de un rio en esa época del año. De eso y de lo experto que se ha de ser para no naufragar lo sabemos justo ahora, después de la amarga experiencia sufrida.
Durante el recorrido, intentábamos seguir los consejos que nos gritaba el monitor desde el timón de la embarcación sin conseguir el resultado esperado de remar todos a la vez con lo que la mayor parte del tiempo la embarcación se desplazaba prácticamente sin gobierno y a riesgo de zozobrar o de estrellarnos contra las puntiagudas rocas que emergían amenazadoramente sobre la superficie del agua.
Llegados a un meandro del rio, donde las aguas bajaban algo más calmadas, las bromas cruzadas entre nosotros y el timonel no fueron muy del agrado de este quién haciendo un extraño con el timón como respuesta, consiguiera que la embarcación escorara lo suficiente por estribor como para que yo, que no me había apercibido de la malintecionada maniobra, cayera por por la borda al agua con tan mala fortuna que, pese a que todos extendieron rápidamente los remos para que consiguiera asirme a alguno de ellos, la corriente era tan fuerte en ese tramo que ya me había alejado lo suficiente como para desistir del empeño.
Ahora estábamos el rio y yo solos. Rápidamente me coloqué de espaldas con los pies por delante descendiendo a una velocidad de vértigo mientras mis compañeros y el monitor solo podían constatar como, a cada segundo que pasaba, me alejaba cada vez más de la embarcación hasta convertirme en un punto casi invisible unas millas más abajo entre la espuma que las aguas provocaban en los rompientes que yo iba sorteando con los pies.
En los primeros momentos, otra embarcación pasó por mi lado a gran velocidad pero sus tripulantes poco pudieron hacer por rescatarme de las aguas. De modo que salvarme no solo dependía exclusivamente de mí, sino de mi escasa experiencia, de mi formidable condición física todavía y, sobre todo, de mi innata intuición para prevenir el peligro.
El tiempo que permanecí en el lecho del rio me pareció una eternidad.
Pese a algo tan poco recomendable como aproximarte a la ribera de un caudoloso rio so pena de ser engullido por los remolinos que siempre se producen junto a las paredes rocosas, yo tomé el riesgo, sin embargo, de optar por esta última solución como consecuencia del enorme cansancio que ya comenzaba a padecer, con la consiguiente merma de facultades por mi parte. Un último esfuerzo a nado vigoroso hasta la base de la pared, eludiendo como pude los temibles remolinos, fue milagrosamente suficiente como para poder asirme con garantias y todas mis escasas fuerzas restantes a los no pocos salientes que la pared rocosa me proporcionaba para, escalándola con la máxima rápidez que pude, alcanzar, al fín, la repisa de hierba fresca que se extendía unos metros más arriba, por encima de mi cabeza aún protegida por el casco. Allí quedé tumbado, las uñas de las manos rotas y exhausto por tanto esfuerzo generado hasta que me recogieron los servicios de rescate de la propia empresa para trasladarme, acto seguido, en una furgoneta, procurándome siempre consuelo y tranquilidad, hasta la base de operaciones de la propia escuela donde posteriormente se reunirían conmigo mis queridos amigos de toda la vida que, por desgracia, casi pierdo.
EPÍLOGO
domingo, 15 de febrero de 2009
DÁCIL SEXY SEXTET

Le deseamos una feliz actuación y estamos completamente seguros que sus incondicionales quedarán gratamente sorprendidos.
FELÍZ COINCIDENCIA (CACERÍA)

Me llena de satisfacción que un hecho tan lamentable como el acontecido y que pone de relieve la escasa sensibilidad de Bermejo y Garzón provoque a su vez el rechazo total de tan insigne escritor con el que me siento tan dignamente identificado.
Solo por eso vale la pena leer su crónica que, bajo el título de CACERÍA, publica el diario El Pais en su edición de hoy domingo día 15 de Febrero de 2009
sábado, 14 de febrero de 2009
FERNÁNDEZ BERMEJO, GARZÓN y la caza mayor

En el seno de esta compleja sociedad nuestra, tanto el juez Garzón como el ministro de justicia Mariano Fernández Bermejo están llamados a representar con notable dignidad no solo a las figuras ejemplares que han de parecer de la actual población sedentaria sino además hacerlo también como individuos lo suficientemente cultivados como para sentirse obligados a abandonar definitivamente la práctica de la caza mayor como representantes que tambien debieran ser de una sociedad moderna y civilizada como pretende la nuestra y que intenta huir, sin conseguirlo aún, de provocar la muerte por placer, de verter sangre inocente y de protagonizar cualquier manifestación de violencia gratuita.
La caza por la propia supervivencia pudiera estar justificada en casos en los que hoy día incluso se nos antojan extremos pero de ninguna manera en aquellos otros en los que dar muerte gratuita a un animal se convierte en un egoista síntoma de placer como se supone del que presumen tan altas y dignísimas autoridades como las que he mencionado en un principio.
¿Que se puede esperar de la Justicia cuando dos de sus más altos representantes se jactan ante los distintos medios de comunicación de haber logrado abatir de violentos y certeros disparos a más de media docena de indefensos ciervos que, pese a estar amparados por la propia naturaleza, su muerte se ha conseguido mediante la precisa ayuda de unos modernos rifles automáticos con mira telescópica incluida demostrando de ese modo tan escasa sensibilidad por el respeto a la vida?
El notable descenso de la mortalidad en carreteras y autopistas se debe, sin lugar a dudas, a las eficaces campañas llevadas a cabo por el ministerio correspondiente cuyas autoridades, preocupadas por la alarmante progresión de la siniestralidad, tomaron las consiguientes y eficaces medidas preventivas logrando con ellas reducir, en gran medida, el número de fallecidos sobre el asfalto.
¿Porqué cuesta tanto trabajo entonces reducir el fenómeno de la violencia machista que tantas víctimas inocentes provoca al cabo del año?.
No cabe duda de que no resulta nada beneficioso para los intereses de los cientos de mujeres maltratadas la exhibición irresponsable por parte de Garzón y Bermejo de tanto ser vivo abatido a capricho, de tanta sangre coagulada en las cunetas y de tantas y eficaces armas automáticas como de las que hoy disponen muchos.
viernes, 13 de febrero de 2009
EL PARECIDO (entre Leocadio y Yo)


Viviendo yo aún en Barcelona, siempre que tenía oportunidad acudía hasta las Ramblas con la mera intención de fotografiar algo que mereciera realmente la pena desde el punto de vista exclusivamente artístico, sin embargo, en aquella ocasión que referiré seguidamente, fue la presencia de una joven actriz de incognito quién despertó en mí aquel vivo entusiasmo por una nueva captura fotográfica exclusiva, cuando no inaudita, máxime al tratárse de un valor enormemente en alza dentro de la nómina cinematografía nacional de entonces pero cuyo nombre no tengo ningún interés en revelar por el momento atendiendo a la intención de mantener la atención del lector por el relato hasta el mismísimo final.
He de decir que para la ocasión había montado en el cuerpo de mi Nikon "F " un objetivo de 200mm que me permitiria fotografiar desde una distancia más que prudencial sin ser objeto de rechazo por parte de los inocentes viandantes.
Aquel día, las Ramblas presentaban el aspecto de costumbre. Mucha gente pero no tanta que no se pudiera, a aquella hora de la mañana, pasear aún con una cierta comodidad y holgura. Yo subía despacio desde el Liceo hasta la Plaza de Cataluña cuando creí advertir entre el gentío la presencia, para mí inconfundible, de una joven muy conocida por su trabajo en las pantallas que descendía distraídamente, en sentido contrario al mio, con su enorme bolso en bandolera, a una considerable distancia, pero cuyo rizado y hermoso largo cabello, sus parsimoniosos andares además de su bonita falda larga hasta las pantorrillas cubiertas por la caña de unas contundentes botas camperas, no dejaba lugar a dudas de quién se trataba realmente.
A medida que ella descendía yo iba disparando, simultaneamente, mi cámara analógica. Ello me obligaba, prácticamente, a caminar hacia atrás, con lo incómodo que significaba, con tal de mantener enmarcada en el visor la figura completa de la joven actriz viniendo siempre a mi encuentro y que habiendose apercibido, no obstante, de mi presencia tanto como de mis artísticas intenciones, no hizo en ningún momento absolutamente nada por evitar lo que ya era un hecho consumado y por cuya razón yo me iba sintiendo por momentos mucho más cómodo y deshinibido con la realización de mi improvisado y provechoso “trabajo”.
Di por terminada mi sesión cuando la película montada llegó a su fín. Fueron treinta y seis fotografías impresionadas en los quince minutos aproximadamente que tardé en llegar a la confluencia con la calle Cardenal Casañas, frente al Liceo, por donde me evadí discretamente con la sana intención de liberar a la actriz, como sincero gesto de agradecimiento por su mudo consentimiento, de aquel supuesto acoso mediático salvado solo por la acción del potente teleobjetivo que nos mantuvo siempre a una cómoda distancia mucho más que prudencial.
Aquel mismo dia, Leocadio y yo habíamos concertado encontrarnos en el único Drugstore abierto entonces en Barcelona, concretamente en las Ramblas, sobre las cinco de la tarde.
Cual no sería mi sorpresa cuando al llegar y desembocar en la barra del bar encontré a Leocadio en compañía, precisamente, de la joven que durante la mañana yo había estado fotografiando mientras paseaba optimista por las animadas Ramblas.
-¡Mira!, es este, -dijo Leocadio señalándome con la palma de la mano abierta hacia arriba mientras me aproximaba sorprendido hacia ellos.
-¡¡....Es que sois tan parecidos!!, -exclamó la joven sonriendonos.
-¡Hola, Angela!, -dije yo mientras le pedia al barman café para los tres.
Al parecer, mientras Leocadio se dirigía al encuentro acordado en el Drugstore fue felízmente abordado, confundiendolo conmigo, por Angela Molina quien por unos dias se encontraba de paso, disfrutando de la ciudad de Barcelona, camino de la capital inglesa donde, según manifestó, asistiría a unas clases intensivas para tratar de perfeccionar su deficiente inglés de cara a cumplir con posibles futuros compromisos cinematográficos en ciernes.
El interés de la actriz no era otro sino el de conocer al fotógrafo anónimo de esa mañana y solicitarle unas copias como recuerdo de su inolvidable estancia en la ciudad condal.
EPÍLOGO:
Mi compañero de trabajo, un catalán apellidado Monclús y gran aficionado a la fotografía se ofreció muy amablemente para revelarme de manera manual y con garantía de calidad probada el carrete de película impresionado de Angela Molina y evitar así la posible manipulación de las fotos en un laboratorio industrial.
Acepté el trato con tan mala fortuna que, según el propio Monclús, una falsa y desgraciada manipulación en su improvisado laboratorio del material tan alegremente impresionado por mi parte quedó completamente velado e inservible por lo que jamás pude disfrutar de aquellas espontáneas fotos en las Ramblas ni la gran actriz Ángela Molina pudo recibir nunca aquel recuerdo que me había exigido y que le hubiera gustado mucho tener hoy en su poder.
NOTA:
Está curiosa anécdota es anterior al año 1977. En ese año Ángela Molina protagoniza junto a Fernando Rey y bajo la dirección de LUIS BUÑUEL la película que la lanzaría definitivamente a la fama internacional: ESE OSCURO OBJETO DEL DESEO
sábado, 7 de febrero de 2009
El poeta GOYTISOLO, LUIS ESPINOSA y yo en ZELESTE


Jose Agustín Goytisolo, tristemente fallecido, fue un excelente poeta y escritor con el que Luis Espinosa y yo mantuvimos una cierta discreta amistad en Barcelona.
De su viva voz tuvimos el privilegio de escuchar en más de una ocasión su célebre poema titulado PALABRAS PARA JULIA al que algo más tarde le pondría música el inigualable PACO IBAÑEZ.
El poeta acostumbraba a venir a comer a menudo al restaurante Sopeta Una donde, a la sazón, trabajaba yo como camarero. En ocasiones solía coincidir con Luis Espinosa quién, a fuerza de compartir mantel con él, fue creándose entre ellos una corriente amistosa alentada en nuestro favor por el propietario del restaurante, Carlos Puig. Un tercer cliente, indirectamente implicado en nuestra mutua camaradería, habituaba, asimismo, a intervenir en nuestras amenas tertulias de sobremesa. Se trataba de Victor You, propietario entonces de la mítica sala Zeleste de la calle Platería y donde tendría lugar la desagradable anécdota ocurrida con ocasión de una visita nocturna a la misma llevada a cabo por el propio Goytisolo, Luis Espinosa y yo.
Terminarían ellos de cenar esperando a que yo finalizara el turno de noche para dirigirnos, como habíamos acordado previamente, hasta Zeleste con la intención de presenciar alguna probable actuación en el local de la que ya, francamente, ni me acuerdo.
Una mesa en el vestíbulo de la sala, bastaba para improvisar la función de taquilla en la que se expendian las entradas los días de actuación. Luis y yo, por razones que explicaré en su momento, estábamos siempre exentos del pago. Solamente Goytisolo adquirió una única entrada y seguidamente tomamos asiento los tres en un banco corrido cerca del escenario.
Finalizado ya el espectáculo y cosumida con él la primera ronda, Goytisolo decidió enseguida invitar a una segunda. En el momento de regresar el camarero con las bebidas solicitadas, el poeta no pudo satisfacer la cuenta porque, sorprendentemente, la cartera había desaparecido, no la tenía en su poder. El camarero, que nos conocía a los tres perfectamente, le restó importancia al incidente invitándonos a que nos tomáramos el tiempo necesario en encontrarla pero, de pronto, inesperadamente, irrumpió en escena un devoto y exaltado admirador de Goytisolo, de maneras harto afeminadas para mi gusto, acusándonos impunemente, sin ningún tipo escrúpulos y a voz en grito, de haber sido Luis y yo los auténticos autores del supuesto hurto de la mencionada cartera.
El poeta intentó en vano persuadirle de que no solo éramos sus invitados sino, además, sus amigos pero esto no pareció convencer al encendido “mariquita” quién se empeñaría, a riesgo de recibir un bofetón por mi parte, en amenazarnos severamente con registrarnos personalmente con tal de recuperar lo presuntamente robado esa noche.
Con anterioridad y debido al sofocante calor reinante, tanto Luis como yo nos habíamos despojado previamente de nuestras respectivas chaquetas que descansaban blandamente a nuestro alcance, sobre el sillón corrido de skay, y a las que intentó aproximase el ferviente admirador con la aviesa intención de registrarlas aunque sin éxito porque para entonces yo ya me había levantado impidiéndoselo y puesto rápidamente en pie, -le ganaba en estatura-, en un tono bastante más que amenazador, le contesté que nuestra palabra era muchísimo más válida que su magnífica exagerada estupidez y que por esta tan sencilla razón no permitiría en absoluto que nadie, y menos un tipo como él, pusiera sus afeminadas manos sobre aquellas tan masculinas prendas de vestir sin nuestro previo consentimiento.
Luis Espinosa continuaba sentado tranquilamente dibujando en su rostro una franca sonrisa en la que podía leerse perfectamente la situación tan kafquiana por la que estábamos atravesando en aquel preciso instante.
De pronto, Goytisolo, levantándose, se excusó abandonando precipitadamente su asiento para ausentarse por unos momentos mientras su eterno admirador quedaría de guardia, en pie frente a nosotros, hasta el regreso del poeta.
Para cuando hubo regresado Goytisolo, la discusión permanecía en un inquietante punto muerto. El poeta traía consigo la desaparecida cartera, olvidada en el momento de pagar la entrada en la mesa del vestíbulo y perfectamente custodiada por el taquillero de turno.
Volví a tomar asiento de nuevo al tiempo que Goytisolo mientras Luis Espinosa, esbozando aún su sempiterna y franca sonrisa, me consolaba distraídamente del sufrimiento padecido por tanta estupidez humana acumulada en tan pequeño espacio.
NOTA:
La razón por la que Luis y yo no pagábamos entrada era por ser los proveedores del tabaco negro CORONAS de algunos de los empleados de ZELESTE.
Le recomiendo a mi buen amigo Dorta la inclusión de la versión de Paco Ibañez de este maravilloso poema en su Blog. Gracias.
PALABRAS PARA JULIA. Poema de José Agustín Goytisolo
Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
con un aullido interminable,
interminable...
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido,
no haber nacido...
Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso...
La vida es bella ya verás,
como a pesar de los pesares,
tendrás amigos, tendrás amor,
tendrás amigos...
Un hombre solo, una mujer,
así tomados de uno en uno,
son como polvo, no son nada,
no son nada...
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso...
Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría
que les ayude tu canción
entre tus canciones...
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino nunca digas
no puedo más y aquí me quedo,
y aquí me quedo...
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso...
La vida es bella ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor,
tendrás amigos...
No sé decirte nada más
pero tu debes comprender
que yo aún estoy en el camino,
en el camino...
Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso...
jueves, 29 de enero de 2009
De Reverón "pa" lapas al quirófano

Lo curioso del caso sería que el tal Reverón pudiera encontrarse oculto, con identidad falsa, en el interior de mi profundo archivo fotográfico y que hasta hoy yo no haya podido dar con su paradero ni con su verdadera identidad. Esto me lleva a plantearme un serio problema de carácter deontológico, cuando no ético: ¿debo respetar el derecho a la intimidad de Reverón aunque se trate de un negativo analógico protegido y amparado por los otros cientos que poseo y que seguramente le arropan y le respaldan en silencio?.
Espero que los historiadores locales del Puerto de la Cruz puedan devolverme con sus acertadas informaciones la calma que durante años la figura de Reverón, el de las lapas, me ha usurpado sin pretenderlo.
En ello pensaba ayer mientras mi cuerpo completamente desnudo, cubierto solo por una frágil bata de papel de color azul, yacía boca arriba sobre la estrecha camilla de un pequeño quirófano en Barcelona. Mientras, el anestesista, -un cubano doctor de mi estatura, guapetón y simpático-, me interrogaba acerca de si era alérgico a alguna cosa en concreto y, en especial, si lo era a algún tipo de alimento.
En principio no, -le dije-. Bueno, sí, -rectifiqué haciéndome un poco el gracioso-; al jamón ibérico pata negra pero no por el sabor sino por el precio.
¡Ay que ver!, -exclamó el joven doctor cubano-. Hace unos días, -prosiguió-, una paciente, precisamente, desde donde mismo se encuentra tumbado Vd. ahora, me confesó que ella, solo y exclusivamente, era alérgica a la picadura del alacrán. ¿Que le parece?.
Esa pregunta fue lo último que pude oir con cierta nitidez. Cuando desperté y abrí de nuevo los ojos me encontré con la agradable sorpresa de una espléndida sonrisa adornada por la impecable y blanca dentadura del joven anestesista Luciano.
¡¡......conque alérgico al precio, ¿eh?!!.
domingo, 25 de enero de 2009
LA POLICIA EN LA NOCHE (Barcelona)


Esta simpática anécdota no se entendería si el lector no estuviera al corriente de como nuestro aspecto físico despertaba las infundadas sospechas de las Fuerzas de Seguridad del Estado de entonces.
Una ambarina y mortecina luz maliluminaba la estrecha calle por segmentos regulares. Entre ellos, una espesa penumbra ocultaba los angostos portales donde las jovenes parejas se amparaban emitiendo en su frenética despedida los últimos jadeos de una pasión incontrolada. Como cada noche, Leocadio y yo, hacíamos aquel mismo recorrido camino de casa una vez finalizada nuestra jornada laboral en el Sopeta Una con la misma rutina con la que cada día desempeñábamos nuestro trabajo en el restaurante.
Aquella noche concreta, a excepción de alguna que otra pareja oculta en los portales y de nosotros mismos, la calle, debilmente iluminada como siempre, se encontraba completamente desierta. Nuestra presencia no le interesaba a nadie; solo nuestra propia conversación y el sonido de nuestros pasos sobre los adoquines, apagaban el eco sordo de los jadeos de los amantes en los oscuros portales abiertos en las mugrientas fachadas. Recuerdo que aquella noche, ámbos nos habíamos aprovisionado previamente de dos botellines, uno para cada uno, de agua de Vichy catalán que íbamos ingeriendo a sorbitos por el camino a casa, unos cien metros más adelante, mientras manteníamos una charla tan anodina y oscura como la noche misma.
Fue al levantar la cabeza para apurar un nuevo sorbo de agua cuando, al quedar violentamente a la vista mientras atravesaba uno de los segmentos iluminados de la calle, reparé en una joven pareja masculina que se aproximaba directamente hacia nosotros en silencio. Advertí de ello a Leocadio al tiempo que la pareja, abandonando el centro de la calle para continuar avanzando, protegidos cada uno por las desconchadas fachadas de los costados, llegaron súbitamente hasta nuestra altura.
-¡Policía!, -dijo el primero, alzando algo la voz en tono amenazador, mientras mostraba una placa mal iluminada-
-Documentación, -agregó el segundo, sarcástico y aparentemente conciliador, mientras su compañero guardaba su identificación en un bolsillo interior.
La ingenuidad de Leocadio me dejó perplejo. Dirigiéndose con una semironrisa al segundo policia, le confesó sin ambages que habiendo regresado de Holanda hacía muy poco, habíase olvidado en aquel pais toda su documentación y continuaba aún a la espera, aquí en Barcelona, a que se la remitieran urgentemente por correo a nuestro domicilio de la Mediana de San Pedro para proseguir posteriormente viaje a su Canarias natal.
Yo mostré la mía haciéndome responsable de la identidad que Leocadio no había podido demostrar.
-¿ Vd., de quién coño pretende hacerse responsable con esa pinta?, -me increpó el de la placa con la vista depositada en mi espesa barba.
Casualmente, todo este diálogo tenía ya lugar ante el portal de nuestro propio domicilio hasta donde habíamos llegado por lo que, sacando yo la llave del bolsillo y abriendo con ella la pesada puerta metálica, pudimos demostrar que, efectivamente, vivíamos precisamente allí, que teníamos domicilio fijo.
Entre otras cosas, tuvimos también que demostrar que nos dirigíamos a casa a desacansar trás una dura y larga jornada laboral en el restaurante de la esquina anterior en el que trabajábamos y que ámbos al parecer ya conocían. Pero ello no fue suficiente para convencerles de su error al detenernos hasta que no se me ocurrió la socorrida idea de extraer de mi sobada cartera una nómina salarial del mes anterior que siempre solía llevar encima como última solución a estos posibles casos de incredulidad policial y que tan buenos resultados me diera siempre en el pasado.
La nómina ejerció milagrosamente de efectivo salvoconducto. No solo poseíamos un domicilio fijo sino que además teníamos trabajo.
Finalmente nos perdonaron la vida permitiéndonos entrar en casa. Ellos continuaron su camino, andando por el centro de la calle como al principio hasta perderse entre la espesa penumbra que flotaba sobre la siguiente afilada esquina.
sábado, 24 de enero de 2009
LA LUZ MISTERIOSA (Barcelona)

...continúa de la entrada anterior
Hacía muy pocos días que habitaba en el diminuto piso que por retrete se entendía aquel hediondo agujero abierto en el suelo pero que, sin embargo, sí que disponía de una habitación principal, relativamente ancha y con vistas a la angosta calle sin aceras que discurría desde Pedro Lastortras hasta prácticamente el paseo del Arco del Triunfo.
Finalizada la media jornada laboral en el restaurante en que trabajaba, aquella tarde de verano, mientras yo descansaba de espaldas, tumbado sobre la cama doble que ocupaba casi toda la superficie de aquella habitación y con la vista fija en el techo a la espera de que sonara el timbre anunciando la visita pactada de Leocadio, caí relajadamente en una apacible y soporifera duermevela que, por desgracia, fue alterada súbitamente por un fenómeno bastante enigmático, paranormal, diría yo por lo inaudito e increíble.
Sofocado bajo la humedad ambiental y envuelto en la penumbra que reinaba por completo en el interior de la habitación, comencé a distinguir a través de los párpados entreabiertos como una azulada bombilla inexplicablemente situada en la parte superior de la puerta de la habitación se encendía y apagaba intermitentemente, misteriosa y lentamente y a intervalos más o menos regulares.
El susto que me produjo fué mayúsculo, máxime tratándose de un viejo piso al que yo, prácticamente, acababa de incorporarme y con el que aún no me había debidamente familiarizado. Creí estar soñando porque cuando desperté del todo de la supuesta pesadilla, el extraño y enigmático fenómeno había dejado repentinamente de producirse como tampoco se produciría la tan esperada visita acordada, de antemano, el día anterior con Leocadio.
Aún asustado, me levanté de un salto, me lavé la cara en el fregadero de la cocina, y salí de inmediato al calor de la calle. En un bar cercano que frecuentábamos a menudo me encontré, con gran sorpresa por mi parte, a Leocadio sentado tranquilamente ante la barra. Casi sin saludarle y alterado aún como estaba por el fenómeno que acababa de presenciar en casa, le recriminé no solo su supuesta conducta irresponsable sino además su falta de palabra para conmigo por no acudir a la cita convenida para hoy a las cuatro a lo que, con la ya tan conocida flema canaria, me respondió que yo debía haberme quedado profundamente dormido, insistiendo en el hecho de la cantidad de veces que se vio obligado a pulsar inutilmente el timbre sin que nadie en absoluto hubiera respondido a sus repetidas e insistentes llamadas, por lo que había tomado entonces la repentina decisión de marcharse rápida y seriamente decepcionado. Ninguno creyó en la versión dada por el otro, pero aún así decidimos acudir, cabizbajos y en silencio, a visitar, como ya habíamos acordado el día anterior, a la propietaria del piso quién a su vez regentaba una lavandería en nuestra misma calle, donde se cuidaba de lavarnos a nosotros también la ropa sucia. Se trataba de pagarle el primer mes por adelantado.
Una vez cobrado el alquiler y con el consiguiente estupor por nuestra parte, fuimos tardíamente advertidos por la lavandera de que los anteriores inquilinos del piso, habían sido una simpática pareja de sordomudos por cuyo motivo, en lugar de emitir un sonido el timbre cuando se pulsaba, se encenderían una serie de bombillas repartidas por cada una de de las habitaciones y cocina, incluyendo el pestilente e infecto mencionado retrete del agujero en el suelo, advirtiendo así de la presencia de una posible visita.
Nuestras dudas quedaron definitivamente despejadas y para celebrar nuestra recién recobrada confianza puesta en entredicho hacia solo un rato, además de la increible anécdota, decidimos entonces regresar de nuevo al bar, zanjar nuestro mutuo malentendido y bebernos a nuestra propia resistente salud un par de cervezas bien fresquitas bajo la sombra de un toldo verde en la terraza.
viernes, 23 de enero de 2009
Leocadio, Luis Espinosa, Pedrito y yo en BARCELONA

Tanto Luis como yo disponíamos de trabajo estable; Luis como prácticante en un modesto dispensario y yo como camarero en un pequeño restaurante junto al antiguo Instituto del Teatro.
Vivíamos por entonces en un diminuto y antiguo piso de la Mediana de San Pedro que aparte de carecer de ascensor ni siquiera disponía de cuarto de baño; a lo sumo, un maloliente retrete sin taza ni bidet; un agujero en el suelo. Pero ello no fue nunca inconveniente para compartirlo con Leocadio quién permanecería cierto tiempo entre nosotros hasta que llegara el momento de conseguir el dinero suficiente que le permitiera adquirir un billete de avión con destino a Tenerife; tal era su precaria situación y mayor aún nuestra penuria económica. Tanta, que ni siquiera Luis ni tampoco yo habíamos ahorrado aún lo suficiente como para sacar del apuro a nuestro eventual inquilino.
Quiso la suerte que en la cocina del restaurante donde yo trabajaba necesitaran rápidamente un friegaplatos y que sobre mí, precisamente, recayera la ambigua responsabilidad de adjudicar sin dilación el tan esperado empleo. No será muy dificil adivinar quién resultaría el beneficiario de tan socorrido compromiso.
De haber tocado el saxofón como miembro de la Banda Municipal del Puerto dirigida por el popular Chano, Leocadio pasaría a convertirse en Barcelona en un eficiente pinche de cocina a cambio de un precario salario semanal pero con el que lograría paliar su maltrecha economía doméstica.
No obstante, siempre tuvimos tiempo para la diversión, para el ocio y, sobre todo, para el sinfín de anécdotas vividas de las que fuimos en ocasiones testigos, en otras protagonistas y en las que, en la mayoría de las veces, estuvimos directa o indirectamente implicados en ellas.
De todas las ocurridas, siempre he distinguido unas cuantas que por su carácter de ficción literaria merecen la pena que sean contadas y conocidas en su auténtica dimensión social y dramática. Anécdotas acaecidas todas ellas en la Barcelona de aquellos años aún de dictadura:
a)La luz misteriosa
b)La policia en la noche
c)El robo de la cartera del poeta Luis Goytisolo (amigo nuestro por aquellos años)
d)Tomando café en el Drugstore de las Ramblas en compañía de la actriz Ángela Molina, de paso entónces por Barcelona.
Me acaban de comunicar que Pedrito, cuyo apellido es Garhel, no se encuentra ya entre nosotros. No lo sabía pero su fallecimiento me ha sumido en una profunda tristeza. Descanse en paz.
........continuará
domingo, 18 de enero de 2009
AMERIZAJE EN LA BAHÍA DE SANTA ÚRSULA

Casi todos los niños de mi generación soñaron más de una vez con ser algún día aviadores.
Yo también, pero solo quedó en eso, en un sueño infantil.
Mi temprana afición por la earonáutica, pese a todo, se debió, precisamente, al haber contraido la enfermedad de la tos ferina mientras vivíamos en La Cuesta.
En aquella época, a los niños aquejados de aquel mal por falta de vacunación pertinente, los médicos aconsejaban respirar mucho aire puro lejos de las contaminadas ciudades y como quiera que mi tia Argentina vivía por entonces en el campo, frente al Aeropuerto de Los Rodeos, hasta allí nos desplazábamos para que yo tomara tan beneficiosos aires mientras me restablecía entretenído en observabar, embobado, tantos despegues y aterrizajes de otras tantas y distintas aeronaves.
No conseguí aquel sueño de pilotar un día un avión pero si que me jactaba, con sumo placer y arta frecuencia, de contar entre mis amigos con Francisco González de Ara, un verdadero y auténtico piloto, con el que hice amistad mientras él continuaba estudiando en la Academia del Aire de Zaragoza y yo hacía muchísimo tiempo que había ya descartado esa imposible esperanza.
Leyendo hace unos dias en el periódico la proeza llevada a cabo por el comandante Chesley evitando con su pericia la muerte de 155 personas gracias a un perfecto amerizaje en rio Hudson, acudió seguidamente a mi memoria el feliz recuerdo de algo milagrosamente parecido pero ocurrido en el año 1966 en aguas del Atlántico, en la bahía de Santa Ursula, a una milla y media, más o menos de la costa norte de Tenerife y cuyo protagonista no fue otro que un piloto español de la compañía Spantax a los mandos de un DC-3 aunque, a diferencia con el del americano Chesley, con solo 24 pasajeros a bordo de los que excepto uno pudo salvarse el resto.
Papel fundamental en el rescate de los supervivientes fue el desempeñado por los pescadores de la zona quienes aproximándose con sus barcas hasta el aparato siniestrado y escorado aún sobre la superficie del agua, lograron rescatar, antes de su definitivo hundimiento, a los pasajeros y a la totalidad de la tripulación con vida. El único fallecimiento no se produjo como consecuencia directa del amerizaje sino que debido a un ataque de histeria padecido por la gran tensión nerviosa provocada por el pánico, el pasajero se hundió junto con el aparato, pese a los denodados pero inútiles esfuerzos del propio piloto y una azafata por intentar salvarle la vida.
El resto lo podreis leer en El Pais de hoy domingo 18 de Enero de 2009
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viernes, 16 de enero de 2009
FIASCO en Barcelona (historia de la fotografía)

Tal y como la joven secretaria me indicara, una mañana me presenté en un piso de la Avenida de Roma solo con mis cámaras fotográficas, el fotómetro y sin flash pero con unas enormes y muy fundadas esperanzas en alcanzar mi anhelado propósito. La joven me hizo sentar sobre una de las muchas y enormes pilas de periódicos que atestaban la habitación donde fui recibido y allí esperé pacientemente hasta que se produjera una nueva aparición. En una salita contigua, una mesa, sobre la que descansaba una vieja máquina de escribir además de un par de sillas de bajo respaldo era todo cuanto constituía el mobiliario que componía una siniestra oficina donde ella permanecía todo el rato escribiendo a, por lo menos, unas doscientas pulsaciones por minuto.
No más de tres minutos más tarde, o lo que es lo mismo, después de aproximadamente unas seiscientas pulsaciones, la joven dejó de teclear, la máquina de hacer ruido y junto a la secretaria entró el silencio acompañando a un nuevo personaje; varón, de gran estatura, acento vasco y completamente desnudo.
Al parecer, y así me lo hizo saber de improviso, el trabajo consistiría en una serie de fotos suyas sin ropas, destinadas a la promoción de una posible obra de teatro en ciernes o tal vez una película cuyo rodaje estaría a punto de comenzar en breve.
Nos pusimos inmediatamente manos a la obra. Él adoptando posturas más grotescas que teatrales para mi gusto y yo intentando encontrar ángulos imposibles en medio de tantas Vanguardias y trastos innecesarios esparcidos por el suelo; pero el milagro finalmente se produjo.
Una semana más tarde, tal como habíamos acordado, me presente de nuevo en el domicilio. Esta vez con unas pruebas en blanco y negro ampliadas a 18x24. El actor no se encontraba en aquel momento en casa pero su secretaria me rogó encarecidamente que dejase todo el material positivado y volviera sin falta al día siguiente a cobrar.
Volví al día siguiente, y al otro, y, también, al otro pero no solo es que nunca se encontrara El Goiko en casa sino que, además, tal y como empezaba yo a temer más que a sospechar, casualmente, siempre conseguía olvidarse de dejarle a su eficiente secretaria el importe en metálico del fruto de mi primer y escrupuloso trabajo. Y lo peor de todo es que las copias habían desaparecido misteriosamente y ya jamás tuve ocasión de recuperarlas.
Dejé pasar un tiempo más que prudencial y cuando acudí de nuevo, después de unas dos semanas, aproximadamente, al piso de la Avenida de Roma, ya no existía ni la improvisada oficina ni nada que hiciera suponer que aquella hubiera sido la vivienda de un actor de élite. Completamente resignado y abandonado a mi futura suerte, mi único y verdadero consuelo consistió en acudír en todo momento al auxilio del despreciable apelativo de "El Fantoche" siempre que hube de referirme a él y a quién culpo no solo de haberme hurtado mi primera gran oportunidad de trabajo serio en Barcelona, sino de haber cambiado con su grosera y mediocre actitud el curso de la azarosa vida de quién, como yo, quiso vivir dignamente de lo que mejor, en aquel momento, sabía hacer: FOTOGRAFÍAR.
Años más tarde pude enterarme de la auténtica profesión de "El Goiko". Tanta Vanguardia en su domicilio respondía al hecho de que, por aquel entonces, publicaba en tal periódico una crónica diaria o semanal, no recuerdo bién. Pero lo más estrambótico de su personalidad radicaba en el hecho de alternar este trabajo remunerado con el de Director de películas porno-eróticas rodadas en la Costa Brava y para cuyas promociones necesitó tal vez aquel material que negligentemente yo puse a su entera disposición y que nunca cobraría.