Corría la primera década de los años 70, cuando viviendo yo en Barcelona, por fín, sonó el teléfono de mi casa. Una agradable voz femenina que luego resultaría ser la secretaria de "El Goiko", como ya veremos más adelante, se interesaba vivamente por el anuncio publicado en el diario La Vanguardia en el que me ofrecía como fotógrafo free lance. Mi pretensión era la de poder vivir de la fotografía en adelante y esta supuso mi primera gran oportunidad para empezar a conseguirlo, pero no resultaría tan fácil como parece y menos para un provinciano como yo que a falta de la experiencia necesaria para sobrevivir en una ciudad tan truculenta como era Barcelona, solo podía aspirar a responder de una absoluta y total profesionalidad pero que, a la postre, tampoco serviría de nada.
Tal y como la joven secretaria me indicara, una mañana me presenté en un piso de la Avenida de Roma solo con mis cámaras fotográficas, el fotómetro y sin flash pero con unas enormes y muy fundadas esperanzas en alcanzar mi anhelado propósito. La joven me hizo sentar sobre una de las muchas y enormes pilas de periódicos que atestaban la habitación donde fui recibido y allí esperé pacientemente hasta que se produjera una nueva aparición. En una salita contigua, una mesa, sobre la que descansaba una vieja máquina de escribir además de un par de sillas de bajo respaldo era todo cuanto constituía el mobiliario que componía una siniestra oficina donde ella permanecía todo el rato escribiendo a, por lo menos, unas doscientas pulsaciones por minuto.
No más de tres minutos más tarde, o lo que es lo mismo, después de aproximadamente unas seiscientas pulsaciones, la joven dejó de teclear, la máquina de hacer ruido y junto a la secretaria entró el silencio acompañando a un nuevo personaje; varón, de gran estatura, acento vasco y completamente desnudo.
Al parecer, y así me lo hizo saber de improviso, el trabajo consistiría en una serie de fotos suyas sin ropas, destinadas a la promoción de una posible obra de teatro en ciernes o tal vez una película cuyo rodaje estaría a punto de comenzar en breve.
Nos pusimos inmediatamente manos a la obra. Él adoptando posturas más grotescas que teatrales para mi gusto y yo intentando encontrar ángulos imposibles en medio de tantas Vanguardias y trastos innecesarios esparcidos por el suelo; pero el milagro finalmente se produjo.
Una semana más tarde, tal como habíamos acordado, me presente de nuevo en el domicilio. Esta vez con unas pruebas en blanco y negro ampliadas a 18x24. El actor no se encontraba en aquel momento en casa pero su secretaria me rogó encarecidamente que dejase todo el material positivado y volviera sin falta al día siguiente a cobrar.
Volví al día siguiente, y al otro, y, también, al otro pero no solo es que nunca se encontrara El Goiko en casa sino que, además, tal y como empezaba yo a temer más que a sospechar, casualmente, siempre conseguía olvidarse de dejarle a su eficiente secretaria el importe en metálico del fruto de mi primer y escrupuloso trabajo. Y lo peor de todo es que las copias habían desaparecido misteriosamente y ya jamás tuve ocasión de recuperarlas.
Dejé pasar un tiempo más que prudencial y cuando acudí de nuevo, después de unas dos semanas, aproximadamente, al piso de la Avenida de Roma, ya no existía ni la improvisada oficina ni nada que hiciera suponer que aquella hubiera sido la vivienda de un actor de élite. Completamente resignado y abandonado a mi futura suerte, mi único y verdadero consuelo consistió en acudír en todo momento al auxilio del despreciable apelativo de "El Fantoche" siempre que hube de referirme a él y a quién culpo no solo de haberme hurtado mi primera gran oportunidad de trabajo serio en Barcelona, sino de haber cambiado con su grosera y mediocre actitud el curso de la azarosa vida de quién, como yo, quiso vivir dignamente de lo que mejor, en aquel momento, sabía hacer: FOTOGRAFÍAR.
Años más tarde pude enterarme de la auténtica profesión de "El Goiko". Tanta Vanguardia en su domicilio respondía al hecho de que, por aquel entonces, publicaba en tal periódico una crónica diaria o semanal, no recuerdo bién. Pero lo más estrambótico de su personalidad radicaba en el hecho de alternar este trabajo remunerado con el de Director de películas porno-eróticas rodadas en la Costa Brava y para cuyas promociones necesitó tal vez aquel material que negligentemente yo puse a su entera disposición y que nunca cobraría.
Tal y como la joven secretaria me indicara, una mañana me presenté en un piso de la Avenida de Roma solo con mis cámaras fotográficas, el fotómetro y sin flash pero con unas enormes y muy fundadas esperanzas en alcanzar mi anhelado propósito. La joven me hizo sentar sobre una de las muchas y enormes pilas de periódicos que atestaban la habitación donde fui recibido y allí esperé pacientemente hasta que se produjera una nueva aparición. En una salita contigua, una mesa, sobre la que descansaba una vieja máquina de escribir además de un par de sillas de bajo respaldo era todo cuanto constituía el mobiliario que componía una siniestra oficina donde ella permanecía todo el rato escribiendo a, por lo menos, unas doscientas pulsaciones por minuto.
No más de tres minutos más tarde, o lo que es lo mismo, después de aproximadamente unas seiscientas pulsaciones, la joven dejó de teclear, la máquina de hacer ruido y junto a la secretaria entró el silencio acompañando a un nuevo personaje; varón, de gran estatura, acento vasco y completamente desnudo.
Al parecer, y así me lo hizo saber de improviso, el trabajo consistiría en una serie de fotos suyas sin ropas, destinadas a la promoción de una posible obra de teatro en ciernes o tal vez una película cuyo rodaje estaría a punto de comenzar en breve.
Nos pusimos inmediatamente manos a la obra. Él adoptando posturas más grotescas que teatrales para mi gusto y yo intentando encontrar ángulos imposibles en medio de tantas Vanguardias y trastos innecesarios esparcidos por el suelo; pero el milagro finalmente se produjo.
Una semana más tarde, tal como habíamos acordado, me presente de nuevo en el domicilio. Esta vez con unas pruebas en blanco y negro ampliadas a 18x24. El actor no se encontraba en aquel momento en casa pero su secretaria me rogó encarecidamente que dejase todo el material positivado y volviera sin falta al día siguiente a cobrar.
Volví al día siguiente, y al otro, y, también, al otro pero no solo es que nunca se encontrara El Goiko en casa sino que, además, tal y como empezaba yo a temer más que a sospechar, casualmente, siempre conseguía olvidarse de dejarle a su eficiente secretaria el importe en metálico del fruto de mi primer y escrupuloso trabajo. Y lo peor de todo es que las copias habían desaparecido misteriosamente y ya jamás tuve ocasión de recuperarlas.
Dejé pasar un tiempo más que prudencial y cuando acudí de nuevo, después de unas dos semanas, aproximadamente, al piso de la Avenida de Roma, ya no existía ni la improvisada oficina ni nada que hiciera suponer que aquella hubiera sido la vivienda de un actor de élite. Completamente resignado y abandonado a mi futura suerte, mi único y verdadero consuelo consistió en acudír en todo momento al auxilio del despreciable apelativo de "El Fantoche" siempre que hube de referirme a él y a quién culpo no solo de haberme hurtado mi primera gran oportunidad de trabajo serio en Barcelona, sino de haber cambiado con su grosera y mediocre actitud el curso de la azarosa vida de quién, como yo, quiso vivir dignamente de lo que mejor, en aquel momento, sabía hacer: FOTOGRAFÍAR.
Años más tarde pude enterarme de la auténtica profesión de "El Goiko". Tanta Vanguardia en su domicilio respondía al hecho de que, por aquel entonces, publicaba en tal periódico una crónica diaria o semanal, no recuerdo bién. Pero lo más estrambótico de su personalidad radicaba en el hecho de alternar este trabajo remunerado con el de Director de películas porno-eróticas rodadas en la Costa Brava y para cuyas promociones necesitó tal vez aquel material que negligentemente yo puse a su entera disposición y que nunca cobraría.
No aprecio lo que veo.
ResponderEliminarAntonio:
ResponderEliminarAlgo me ha pasado que no me explico. Ten un poco de paciencia porque estoy en ello.
Antonio:
ResponderEliminarPor fín lo he conseguido. Ya puedes entrar. Lo siento.
Saludos
Mereció la pena. La historia es triste pero real como la vida misma.
ResponderEliminarSuena a hambre y trabajo a sudor y lágrimas y a pasado.
Hoy seguiran existiendo personajes parecidos salvo que lo mediremos en euros.
Es cierto, Dorta. Uno eran joven e inexperto aunque lo de las películas "porno" me enteré por terceras personas mucho más tarde.
ResponderEliminarMe recuerda al sentimiento que uno siente (valga la redundancia) al salir de una entrevista de trabajo en la que sabes que tú no vas a ser el elegido.
ResponderEliminarTrabajar sin cobrar es parecido.
Efectivamente, Miguel. Con la única diferencia, tal vez, que siendo aún joven me quedaba mucho tiempo por delante pero nunca logré ganarme la vida con la fotografía.
ResponderEliminarSí que posteriormente cobré algún que otro trabajo pero no pude vivir de ello normalmente.