
Algunos de mis mejores amigos esperaron siempre, inútilmente, a que me dedicara seriamente a la política tratando de alcanzar con ello un viejo anhelo que, -enquistado bajo el deseo de una añeja y leal amistad, -colmara para siempre sus inconfesables intereses, supuestamente altruistas, en conseguir obsequiarme, -llegado el momento-, con algún que otro elegante traje, confeccionado primorosamente a mano, para ser lucido durante la ventajosa ocasión en que lograra acaparar, en beneficio de todos, alguno de los suculentos escaños que cada cuatro años ofrece un parlamento, un congreso o, en su defecto, alguna alcaldia en cualquiera de los muchos ayuntamientos socialistas repartidos a todo lo largo y ancho de la soleada comunidad canaria, mi comunidad.
Pese a mi rotunda negativa de aceptar prebendas de ese tipo, hoy, gracias a la desinteresada amistad que conservo con la mayoría de ellos, dispongo de un armario completamente abarrotado de elegantes trajes de la mejor hechura y, sin embargo, aún sigo sin haber ganado ningún escaño en ninguna de las dos cámaras y mucho menos una alcaldia en cualquier modesto ayuntamiento de la geografía insular.
Jamás, el numeroso grupo de buenos amigos que conservo, se atrevieron a pedirme nada a cambio. He de creer por tanto que su generosidad solo obedeció simplemente a un profundo e irresistible deseo de inversión moral a largo plazo y cuyos frutos se recogerían una vez alcanzadas mis supuestas e infundadas aspiraciones políticas.
¿Que más puedo añadir?. Pues, ......... que hay regalos y regalos