RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

Mostrando entradas con la etiqueta Memorias de la Cuesta. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Memorias de la Cuesta. Mostrar todas las entradas

viernes, 21 de abril de 2017

ACLARACIONES PROFESIONALES


José Rodríguez Espinosa es natural del Puerto de la Cruz y residente en Cataluña desde hace mucho tiempo. Trabajó durante casi toda su vida profesional  activa como médico en el Hospital de San Pablo de Barcelona y con quién me veo con cierta frecuencia para comer en familia.

Pepe, a quién aprecio mucho y que ha leído en el DIARIO DE TENERIFE mis recuerdos sobre la penicilina, me aclara, -como buen profesional de la medicina que es-, algunas dudas sobre el uso del alcanfor y la propagación del tifus, -allá por los años 50 del pasado siglo XX-, en Tenerife:

"Joder, Zoilo, has conseguido que mi memoria se desbocara con tus recuerdos de infancia sobre la penicilina y el alcanfor. A este respecto, solo unas apreciaciones sin importancia:  sobre el alcanfor, coincido contigo en que casi todos los chicos del barrio lo llevábamos, como tu dices, cual escapulario al cuello, apestando todos a su penetrante «fragancia». Sin embargo, su uso no era para conjurar enfermedades varias, sino para espantar o mantener a raya la poliomielitis, pues el Dr. Salk, por aquellos años, no había descubierto todavía la vacuna. Obviamente, solo servía para calmar la ansiedad de nuestras madres durante los periodos de epidemia, tan frecuentes por aquellos años. Sobre la penicilina me temo que tu memoria te ha traicionado, pues este antibiótico ya se comercializaba desde principios de los 40 y no era eficaz contra el tifus. 

Recuerdo que mi hermana Lola, la mayor de nosotros, lo contrajo durante unas vacaciones en el Realejo Bajo por esos años (50) que tu mencionas. Mis padres también se las vieron y desearon para conseguir el antibiótico recién descubierto que sí curaba la enfermedad, y que no era otro que el cloramfenicol. 

Este artículo tuyo, como los otros que me vienes adjuntando, me ha gustado mucho. Pero este, sin embargo, ha tenido la virtud de activar esa típica reacción en cadena de la memoria que te deja absorto y embobado durante un buen rato".

Gracias y un abrazo,

Pepe

domingo, 9 de abril de 2017

PENICILINA

Entre el cauce del barranco de Tabares y mi domicilio en el Callejón Piñeiro mediaba un largo trecho. Entre ambos puntos y al final de la calle de San Juan, un pequeño estercolero doméstico mostraba todo aquello que ya resultaba inservible para los vecinos más próximos del barrio y que de tanto en tanto arrojaban en aquel lugar. Desde viejos periódicos y cartones hasta baratos muebles desconchados, además de juguetes rotos, latas y botellas vacías, ropa usada y un sinfín de cosas de las que nosotros los niños, ni siquiera conocíamos su verdadera utilidad. Éstas, precisamente, eran las que, entre nosotros, más se cotizaban.

Al otro lado del barranco, comenzaba el barrio de La Candelaria, fuera ya de nuestra jurisdicción infantil por prescripción estrictamente materna.  
-No anden por ahí no vayan a coger alguna enfermedad, -nos advertía mi madre cuando salíamos a jugar en aquella dirección.

Para entonces y sin saber exactamente la razón, a la mayoría de madres del barrio les dio por colgarnos del cuello una especie de escapulario que consistía en una pastilla cuadrada de alcanfor de, aproximadamente, unos tres por tres centímetros y uno de fondo, forrada de tela y que, supuestamente, nos preservaba contra posibles bacterias y determinadas infecciones fáciles de contraer, sobre todo, por picaduras de mosquitos u otros insectos, susceptibles todos ellos de encontrarse en las inmediaciones del vertedero, en el oscuro interior de las cuevas  o en los húmedos fondos del barranco donde cada día acudíamos a jugar.

Inmunizados, como entonces nos creíamos, por el intenso aroma desprendido del alcanfor del escapulario, ya no existía pues obstáculo alguno que se interpusiera en el camino de nuestra banda, --ni siquiera el temido tifus-, para amueblar debidamente la cueva que nos servía de refugio y escondite de nuestros otros enemigos. Ni que decir tiene que aquel sencillo y maltrecho mobiliario nos lo facilitaba el mentado vertedero al final de la calle de San Juan.

Lo peor de enfermar entonces no era tanto la enfermedad en si misma cómo el hecho de conseguir el medicamento apropiado para vencerla adecuadamente, sobre todo, si el remedio prescrito resultaba ser PENICILINA.

No supimos cómo pero enfermé de fiebres tifoideas. De nada sirvió el milagroso escapulario materno de alcanfor . No parecía grave en un principio pero resultaba del todo imprescindible para mi curación la administración inmediata de unos antibióticos que, en aquel entonces, -años cincuenta del pasado siglo XX-, no se encontraban fácilmente en el mercado farmacéutico. Mi padre recurrió entonces a los servicios clandestinos de los estraperlistas de turno que, supuestamente, pululaban a la sazón en torno al muelle de Santa Cruz hasta lograr hacerse, -luego de pagar  una considerable suma para nosotros de doscientas pesetas de la época-, con algo de penicilina y que, según todos los indicios, resultó suficiente para acabar con aquella peligrosa bacteria de salmonella y salvarme así la vida.

De modo que, una vez curado, abandoné definitivamente la banda a la que había permanecido fielmente durante la infancia y fiché por el Infantil Candelaria para dedicarme de lleno y en serio a la práctica del fútbol.


domingo, 19 de febrero de 2017

LA POBREZA COMO RESIGNACIÓN

Durante el tiempo que medió desde la época de mi nacimiento, allá por el año 1946, hasta bien entrados los años sesenta, los parámetros de pobreza establecidos, -extraoficialmente y por desgracia-, nos atañían de manera muy directa entonces. Entre la población afectada, -que era la inmensa mayoría-, se aceptaban tres niveles distintos de pobreza: los pobres propiamente dichos, los necesitados y los muy necesitados, cuyas fronteras, en cualquier caso, no resultaban lo del todo precisas, por cuanto,  nosotros mismos nos preguntábamos en función de qué y comparados con quienes se  designaban, de manera  tan  arbitraria,  las distintas categorías mentadas. 

En mi opinión,  -y como resultado de la experiencia vivida de niño-, me atrevo a afirmar que todos los nacidos después de la sangrienta guerra civil, fuimos educados en admitir la pobreza, incluso la extrema pobreza, como una gran dicha gracias a la cual terminaríamos encontrando el camino hacia  la completa felicidad que veníamos siempre persiguiendo  y, en consecuencia, alcanzar por fin la vida eterna que, por cierto, a casi nadie le interesaba. 

Nuestra educación judeo-cristiana-, auspiciada por  aquel  poder eclesiástico existente que imperaba sobre todo en las escuelas de los barrios marginales,-  condicionó de manera ostensible nuestras todavía endebles voluntades al aceptar sin remedio, -a través de las llamadas nueve BUENAVENTURANZAS-,  la pobreza como un regalo divino pese a todo.

Sólo haré referencia a la primera: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos”.
Ya en el evangelio de San Mateo (Mt 19,24) nos encontramos con la siguiente conjetura: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos”.

Resultaba muy claro. La interpretación inmediata que nosotros los niños hacíamos de ambas lecturas, a pesar de los ímprobos esfuerzos del cura en transformarlas, era que si en un futuro lejano conseguíamos ser ricos, incluso sin pretenderlo, jamás disfrutaríamos de la Gloria; en pocas palabras: nos precipitaríamos irremisiblemente al mismísimo Infierno.

No sólo el eclesiástico sino además  el lenguaje popular y cotidiano, también jugaba ventajosamente en favor de nosotros los pobres y en contra de los ricos. La educación familiar, que no escolar, resultaba fundamental para los niños, sobre todo, al  aceptar, a pies juntillas, el hecho indiscutible de la pobreza como un auténtico privilegio y cuyo paradigma más cercano resulta ejemplar en la siguiente sentencia paterna: “Sí, pobres pero honrados”. Obsérvese que no dice, -“sí, pobres y honrados”.

Esa conjunción adversativa (pero) en la primera sentencia, determina, por su carácter tan enfático, que sólo los pobres poseen la supuesta potestad de ser honrados mientras que los ricos, en virtud del mismo énfasis de la misma conjunción, quedan completamente descartados de tal honor. 

En definitiva: la honradez presentada como virtud  exclusivamente característica de los pobres y de nuevo hoy, por desgracia, aceptando la pobreza no como redención sino como una resignación, o  lo que es lo mismo pero dicho de otro modo: SÓLO COMO RENUNCIA DE UN BENEFICIO ECLESIÁSTICO.







jueves, 9 de febrero de 2012

MEMORIAS DE LA CUESTA



Haciendo uso de las posibilidades que me ofrece este Blog, estoy tratando de publicar unas sencillas memorias sobre mis experiencias infantiles vividas durante nuestra estancia en La Cuesta a lo largo de la década de los 50. Se tratan de situaciones casi grotescas y muy próximas,  ocurridas antes de que cumpliera  los dieciseis años, momento en que mi familia decidió trasladarse a vivir al Puerto de la Cruz donde pasaría el resto de mi adolescencia.

Estas memorias pretenden arrojar algo de luz sobre la situación socio-política y el carácter antropológico urbano en localidades alejadas de los centros de poder de entonces como eran Santa Cruz y La Laguna. Precisamente La Cuesta se encontraba entre estas dos grandes ciudades sin beneficiarse en particular de ninguna de las dos. No obstante, tanto la capital como la ciudad universitaria expandian su influjo involuntario sobre sus extraradios respectivos y que en particular afectaban sobremanera a esa zona limítrofe que conformaba La Cuesta.

No se trata pués de unas memorias en estricto orden cronológico sino que cada situación vivida comprende en sí misma uno o varios capítulos autónomos e independientes pero cuya acción se desarrolla siempre en el mismo lugar común: en el ámbito de LA CUESTA.

En esta página principal y al principio del márgen izquierdo los lectores podrá acceder, si así lo desean, a esta crónica de dos capítulos titulada: LOS LUISES.



jueves, 18 de agosto de 2011

Breve historia del CONJUNTO TROPICAL - capítulo I















CAPÍTULO I

Conocimos a nuestro Juan cuando solía reunirse con otro Juan, más o menos de su misma edad, de origen peninsular pero afincado por aquel entonces en Vistabella ya que su padre, como  comodoro que era de una conocida compañía naviera, estaba destinado a bordo de un barco cuya  ruta recalaba siempre en Tenerife.

¿Que cómo los distinguíamos cuando hablábamos de ellos? Pues, a uno le llamábamos Juan "El clavo" y al otro Juanito "El catalán".

Juanito "El catalán" había estudiado canto y poseía una extraordinaria voz de tenor que resonaba profundamente en el zaguán de su casa donde a veces ambos Juanes solían cantar y tocar  mientras el resto escuchábamos embobados. Nunca admitimos la certeza de que más que la excelente voz de "El catalán" era la belleza de su hermana lo que realmente nos atraía e impresionaba.

Por entonces, yo estudiaba música en el llamado HOGAR OBRERO, lugar creado por D. Luis el cura para ocio de los trabajadores y sus familias. Un exseminarista, José Antonio, nos daba clase de música a cambio de que formáramos parte de la rondalla de pulso y púa que amenizaba las tardes de verano con "El sitio de Zaragoza" y las noches de invierno interpretando "Lo Divino" por las calles de la Cuesta.

Con el tiempo, nuestro grupo fue haciéndose cada vez más numeroso pero Juanito "El catalán"  decidió ausentarse definitivamente en pos de unos horizontes más lejanos, en tierras peninsulares. Muchos años después creí verle en TV.

Al final, el grupo definitivo devino en trío, adoptando el nombre de CONJUNTO TROPICAL y sus componentes, Juan Carballo, guitarra y voz, José de Dios, ritmo y caja y Zoilo López, guitarra y voz, somos los que aparecen en la fotografía que ilustra la introducción del libro ESTREMÉCETE.

Desde el punto de vista sociológico, un aspecto fundamental del estilo musical imperante en aquellos barrios maltrechos, suburbios y periferia de las grandes ciudades como Santa Cruz y La Laguna, lo constituía la aceptación del bolero fundamentalmente y el tango excepcionalmente como medio de expresión artística. Cada barrio disponía de uno o más trios de boleristas y, en general, todos buenos.

Sin embargo, nosotros elegimos para nuestro repertorio la dualidad de la música ligera sudamericana y el rock en castellano impuesto por Los Llopis que no en vano eran, precisamente, cubanos.

Las nuevas guitarras eléctricas no estaban al alcance de cualquier bolsillo como tampoco lo estaban los tocadiscos y los caros discos en los hogares más humildes. Sería el sector más acomodado de la población joven de entonces, gracias a su mejor poder adquisitivo, el que tuviera acceso beneficiándose de ello, a los distintos instrumentos vinculados con la música rock del momento: amplificadores, micrófonos, sintetizadores, guitarras, bajos (FENDER), etc., etc. Mientras, el resto continuaba con sus guitarras "de palo" con pastillas adosadas cerca del puente.

Curiosamente, recuerdo una actuación de Kurt Savoy en LA TÓMBOLA que cada año se instalaba en la Plaza de La Candelaria. En ella, el artista tocaba una preciosa guitarra eléctrica de caja con la que acompañaba su extraordinario silbido que le hiciera tan famoso.

La influencia musical en el ámbito de la Cuesta se debió en concreto a la presencia de los hermanos Agrícola y, ¿como no? también a la de algún miembro de Los Huaracheros cuyo domicilio frente a la iglesia era conocido por todos.

No obstante, en el llamado callejón Piñeiro donde José y yo vivíamos, tambíén lo hacía un  enigmático  y popular personaje de características muy particulares que, curiosamente, también cantaba y tocaba la guitarra por las noches en los baruchos de mujeres de los muchos que se desparramaban a lo largo de la carretera del Sur, muy cerca de los cuarteles de la zona. Se trataba de Conchita "La Macha".

Hacia  mediodia, pues solía acostarse de madrugada, Conchita venía a sentarse en un banquito,  frente a su cuartucho y a la sombra que le proporcionaba el estrecho callejón, tratando de afinar una vieja guitarra de cuerdas de tripa con la que se acompañaba en sus largas noches de parranda. El mote de "La macha" le venía dado, entre otras cosas que aún los niños tardaríamos en comprender, por su aspecto masculinizado: alta y delgada, el pelo cortado a lo "garçón" y un cigarrillo siempre encendido colgando de la comisura de la boca, falda larga hasta los tobillos, chaqueta de caballero y calzada con zapatos también de caballero. Poseía una profunda voz que el aguardiente y el tabaco había vuelto tan ronca como la de cualquier varón de su edad de los muchos que, en Santa  Cruz, pululaban por la antigua VIÑA DEL LORO, frente a los muelles.

A Conchita le hacía la competencia un excelente duo que, como su nombre también indica, actuaban amparados en la oscuridad de la noche: LOS HIJOS DE LA NOCHE. Sólidamente formados musicalmente, alguna madrugada a instancias de mi padre que se había retrasado más de lo previsto, se habían presentado en el patio común del callejón con la excusa de  una serenata cuando en realidad lo que  pretendía mi padre con ello era apaciguar las iras de  mi difunta madre por la tardanza y que una vez despierta y levantada, como siempre era costumbre en aquellos casos, obsequiaba con café recien hecho a aquella pareja de músicos de pocas palabras, de estatura considerable y totalmente vestidos de negro que ya habría cobrado por adelantado y que no tenían culpa de nada.

Aquellos fueron nuestros primeros contactos con lo que se daría en llamar posteriormente  "música en vivo y en directo".

Antes del año 1959 no era preciso estar en posesión del carnet de espectáculos que te acreditaba como músico profesional; eso llegaría algo más tarde y recuerdo que uno de los primeros en disponer de él fue nuestro querido amigo Mauro. Los contratos con los Ayuntamientos eran por entonces de palabra y la Sociedad General de Autores no obligaba todavía a rellenar los formularios con los títulos de las canciones y los nombres de los compositores. De modo que, en nuestra época, toda esa burocracia estaba aún en paños menores y sólo nos avalaba como profesionales el haber actuado en  repetidas ocasiones en Radio Club Tenerife y Radio Juventud de Canarias, indistintamente.

Hay que tener en cuenta que nos encontrábamos en plena dictadura franquista y que hasta hacía bien poco habían existido las cartillas de racionamiento. Entre otras cosas, y a todos los efectos,  continuábamos siendo menores de edad: José, catorce años, Juan, dieciseis y yo, Zoilo, trece.

Los concursos también nos dieron mucha popularidad. Uno de ellos, anterior al célebre LO MEJOR ESTÁ EN MI BARRIO, se celebró en la Plaza de Toros y fue conducido por la popular actriz cómica MARY SANTPERE. El sistema de calificación consistía en cronometrar la duración de los aplausos del público que abarrotaba aquel día el coso taurino. La actriz, cronómetro en mano, confirmó finalmente que habíamos quedado en segundo lugar y galardonados con 500 pesetas de las de entonces que nos entregó en un sobre blanco cerrado mientras recibíamos una segunda sonora ovación. El primer premio le correspondió a un joven con una extraordinaria voz de tenor que interpretó magistralmente un aría de ópera muy conocida y que ahora no consigo recordar.

A la mañana siguiente, como siempre, asistíamos al colegío aclamados, entre vítores  de todos nuestros compañeros de clase, incluidos los "profes".

Posteriormente y gracias a esos éxitos, éramos contratados incluso por particulares no sólo para algunas ceremonias concretas de carácter religioso como bodas, bautizos, etc. sino también para fiestas campestres relacionadas, por ejemplo, con la matanza del cerdo o la vendimia  u otras de carácter social, como amenizar la puesta de largo de ciertas señoritas de la aristocracia local en el Hotel Tagore de La Laguna, a la que nos había llevado, por la novedad que representaba entonces nuestro repertorio musical, el cuestionado doctor Coello cuya clínica de Santa Cruz, paradojicamente, se había visto supuestamente involucrada en delitos de prácticas abortivas.








sábado, 13 de agosto de 2011

¡¡Si Benedicto XVI nos viera!!

Por aquel entonces en casa carecíamos de agua corriente, cuarto de baño, gas butano, nevera y, por supuesto, televisión por no nombrar algunas otras cosas no tan imprescindibles entonces como, por ejemplo, espejos. Miento, sí que teníamos uno, de 13x18 cms. y que usaba mi padre para afeitarse en la cocina, un eufemismo para designar un habítáculo de madera donde mi madre guisaba en una cocinilla de petróleo sobre una mesa destartalada.

Sin embargo y pese a todo ello, hicimos la primera comunión con el grado de almirante. El uniforme era de un blanco impoluto, adornado en las bocamangas con unos entorchados dorados que designaban nuestra supuesta categoría en La Marina. Unos primorosos guantes del mismo color, calados, cubrían nuestras manos en las que sosteníamos un misal con tapas de nácar de cuyo interior sobresalía un rosario de cuentas también blancas. Del cuello, suspendido de un cordón trenzado dorado se balanceaba un diminuto crucifijo con fondo también de nácar. Del brazo izquierdo pendía un hermoso y gran lazo de blanco satén, delicadamente bordado con símbolos de nuestra recién estrenada fe cristiana. Calzábamos un par de zapatos nuevos, estrenados para la ocasión, asímismo blancos.

Creo recordar que el pontífice por aquellos años 50 era PIO XII

¡¡Si nos hubiera visto entonces el papa Benedicto XVI que ahora visita ESPAÑA!!

Nunca supe que mi padre asistiera a misa regularmente. Es más, creo que ni asistió a la iglesia para casarse; lo hizo por lo civil pero siempre que yo preguntaba por esas ausencias, mi madre respondía que como también trabajaba los domingos, desde muy temprano hasta muy tarde, le era prácticamente imposible; esa era también la razón por la que ella tampoco asistía. Trabajaban de sol a sol. Nosotros, mi hermano y yo, jamás nos planteamos si eran o no creyentes.

Hoy me parece una auténtica aberración que una familia que sufría todavía la  extrema pobreza que se desprendía de una posguerra de tanta crueldad tuviera que endeudarse, -como hoy se endeudan algunas novias casaderas-, para representar un papel ante el altar mayor de una modesta parroquia como era la de La Cuesta y con el agravante de que aquel espectáculo tenía mucho que ver con la liturgia y la fe católica que promulgaba nuestra Santa Madre Iglesia en perfecta connivencia con la férrea dictadura franquista de los años cincuenta.

Mi hermano y yo no tuvimos otra opción y fuimos obligados a abrazar  dicha fe,  virtud teologal que jamás nos convenció; ni siquiera con este disfraz de almirante que  nos parecía tan conmovedor. 

miércoles, 10 de agosto de 2011

EL LARGO CAMINO RECORRIDO (...a Antonio Piñero)





Colegio de San Fernando en La Cuesta.TENERIFE: José y Zoilo López Bonilla

Tengo la imperiosa necesidad de conocer el aspecto que hoy tendrá mi gran y buen amigo de la infancia y de colegio ANTONIO PIÑERO MENA. En mi memoria figura rodeado de en un vaho a través del cual, sin embargo, distingo su presencia en el aula, en el recreo, en mi propio domicilio a donde le invité para que por primera vez contemplara un banjo que hacía poco tiempo había yo comprado y con el que ya tocaba algunas melodias de corte americano, también lo reconozco en su domicilio de la barriada de la Cuesta de Piedra y noto su presencia en el entierro del padre de Antonio Duque, amigo común, en la Barriada de Somosierra.

Hoy mismo hemos podido hablarnos por teléfono y pespuntear algunos recuerdos compartidos que serán necesarios rematar para terminar de empaquetarlos como corresponde, salvando siempre la distancia que  supone el largo tiempo transcurrido hasta que se ha producido nuestro accidental encuentro a través del Blog.

Ha prometido enviarme dos fotos: una de entonces y otra de ahora que espero muy ansiosamente. Ellas serán la clave que le sirva a mi memoria para abrir la puerta que me conduzca definitivamente al lejano pasado en La Cuesta para reencontrarme de nuevo con personajes ausentes de mi vida pero nunca olvidados como Francisco "El Farroque", Paco Galán, Chago, Gregorio, Adolfito, los hermanos Toni y Lalo Cordero y tantos otros que compartieron pupitre junto a nosotros en la misma época y en el mismo colegio: COLEGIO DE SAN FERNANDO.

Ahora que ya tenemos un contacto definitivo gracias a las nuevas oportunidades que nos ofrece el teléfono móvil e Internet le he prometido que el próximo año, si acudo como es mi costumbre a Canarias, nos encontraremos de nuevo después de la escalofriante cifra de años que ya supera los cuarenta. Para esa ocasión trataremos de reunirnos un nutrido grupo de amigos entre los que también se encuentran Jose de Dios, Domingo, Agustín, Julita, Adelina, Juan y Pili, Galán, Francisco Mederos, Mauro y todos aquellos  otros que para entonces vayamos recogiendo del largo camino que supone el olvido involuntario.

Quiero ilustrar esta breve crónica con un foto recuperada recientemente del domicilio de mi fallecido hermano Pepe en la que figura él a la batería, Luis con la clave, José con maracas, yo con guitarra de acompañamiento y Juan con guitarra de punteo. Esta foto es anterior todavía al año 1959 justo en el momento en que a los ensayos previos acudían mas componentes de los tres que quedamos finalmente. Nuestras pretensiones ya apuntaban a futuras actuaciones para lo cual nos hicimos hacer en algún estudio fotográfico de La Cuesta, esta foto de promoción que nunca fue utilizada en nuestro beneficio.

lunes, 8 de agosto de 2011

AMIGOS PARA SIEMPRE (La Cuesta.Callejón Piñeiro)


José de Dios ha sido el verdadero artífice de que nos hayamos podido reunir, después de unos cuarenta años, todos aquellos que compartimos un tiempo y un espacio en los aledaños de ese pueblo tan distinto ahora al que conocimos entonces llamado LA CUESTA.
Estuvieron presentes en una primera comida celebrada en casa de Juán, el mismo José con sus hermanas Adelina, Julita, su hija Mara y su novio y la hermana de este, el anfitrión Juán y su mujer, la hija de ambos, su nieta, Mauro, Carmen y yo. Anécdotas no faltaron, incluso las vividas en Inglaterra por parte de los de Dios Palaut (José ha suprimido la "t" de su segundo apellido) que nos hicieron reir muchísimo por el ingenio desarrollado por los hermanos para tratar de sobrevivir entre los flemáticos anglosajones.
En una segunda comida celebrada en El Sauzal hicieron acto de presencia el resto de convidados: Agustín, Domingo, Galán y D. Manuel González. La sobremesa estuvo amenizada por un repertorio característico de la época interpretado por MELI, acompañada por José de Dios, ritmo y maracas; D. Manuel González, timple; Juan, voz y guitarra; y un servidor, guitarra y voz.
Una vez roto ese maleficio que supone el olvido por culpa de una maltrecha memoria, trataremos  a partir de ahora de mantener el contacto a través de cualquiera de las múltiples redes sociales que nos permita seguir sumando nuevos encuentros de viejas amistades de vecindad.
Respecto de los supervivientes del Callejón Piñeiro, echamos de menos a dos de los que fueran nuestros convecinos más próximos: LOURDES y ANTONIO DUQUE a quienes desde aquí saludo muy cordialmente y a quienes también les deseo la misma suerte que hemos tenido el resto de haber salido adelante totalmente indemnes de aquel límite de pobreza en la que por los años cincuenta nos encontrábamos todos.
Por cierto, como información adicional, recordar que carecíamos de lo más esencial: AGUA CORRIENTE Y CUARTO DE BAÑO pero, además, de NEVERA Y TELEVISIÓN. Y no obstante, logramos sobrevivir.

sábado, 6 de agosto de 2011

DON MANUEL GONZÁLEZ LÓPEZ, alias "EL COCA-COLA"

Hace sólo unos días que estuvimos en Tenerife y la figura de D. Manuel González López, de 84 años de edad, no creo que se me olvide para el resto de mi vida. Su vitalidad, generosidad y hospitalidad no tienen desperdicio.
Su mote, "El Coca-Cola", le viene dado porque trabajó toda su vida en la firma de refrescos que todos ya conocemos y a la que le debe, según sus propias palabras, todo lo poco que aún hoy le pertenece.
Sigue casado con la misma simpática y afable mujer que conoció de joven y a ella le debe mucho más todavía que a la COCA-COLA.
Nos reunió en un acogedor aposento dedicado todo él a sus pasatiempos favoritos; en especial a la música de la que es un eterno enomarado y allí desgranamos unas isas y folias; él con su magnífico timple y yo con una excelente guitarra también de su propiedad. Mientras, José de Dios filmaba el encuentro con una de esas nuevas tabletas de tanta memoria.
D. Manuel aprovechó la ocasión para advertirnos de que no fue delante de Guillermo Olsen la vez que escupió aquel brevaje oscuro que le ofrecieron en la empresa sino en presencia del entonces encargado D. Domingo Baute. Todo ello ocurría allá por el año 1953, año en el que marchó a Barcelona para aprender todo el proceso de fabricación, embotellamiento y distribución del producto antes de que se comercializara en Tenerife, cosa que ocurriría el 10 de Febrero de 1955.
La caja de veinticuatro botellas costaba entonces cuarenta y dos pesetas.
Desde Barcelona, ciudad que ya conoce antes que yo, le envio un cariñoso saludo y la promesa de volvernos a encontrar de nuevo el año próximo.



martes, 19 de julio de 2011

JOSE ANTONIO PIÑERO MENA (compañero de estudios, de juegos y de "mili")

Como bien dice mi buen amigo José Antonio Piñero Mena, que hoy me ha escrito, esta foto pudiera evocar perfectamente aquella media hora de recreo durante la que disputábamos medio partidito de futbol en la cancha de la que disponía el Colegio de San Fernando de La Cuesta dónde estudiábanos Bachiller.
Un terreno ajeno al Colegío pero muy próximo a él, lleno de piedras y de un polvo dorado que nos envolvía escondiendo más de un regate al contrario y a contraluz de los que casi siempre miraban.
Era un Colegio aquel cuyo director, como casi todos los de entonces, disponía de una reglita con la que en muchas ocasiones nos atizaba de lo lindo. Parecía un mariscal de campo, observando nuestros movimientos con la regla cogida por un extremo y el resto bajo el sobaco.
Estudiábamos por libre, lo que quería decir que nos  jugábamos el curso en un exámen final que tenía lugar siempre en  las aulas del Instituto de La Laguna. Y así terminamos el Bachiller Elemental; cuarto y reválida. A pesar de que intenté el Superior en una academia de la Calle del Castillo en Santa Cruz, me quedé definitivamente en quinto.
Luego, José Antonio y yo coincidiríamos de nuevo en Hoya Fria, durante el Servicio Militar, donde allí si que abundaban los auténticos mariscales de campo, con sus bastoncitos y todo lo demás. ¡¡Que tiempos aquellos!!
Lo triste es que si hoy no me hubiera escrito este amigo yo nunca hubiera imaginado que alguien llamado José Antonio Piñero Mena habría ocupado y compartido conmigo un lugar en el tiempo y  en el espacio de mi propia vida; primero en el Colegio y más tarde en la "mili" y la culpa  no habría sido sólo de la maldita distancia sino, además, de la precaria y mala memoria.

lunes, 18 de julio de 2011

ESTREMÉCETE: La infancia del Pop-Rock tinerfeño



A pesar de que aún espero una foto actual de Juán para sustituirla por la del perro,  lo cierto es que entre estas dos fotografías existen 52 años de diferencia. Aprovechando la visita de mi viejo amigo José de Dios, hemos rememorado aquellos maltrechos años cincuenta en los que, a falta de otras alternativas, nos refugiábamos en la música para suplir con ella las carencias de una larga y dura posguerra en medio de aquella estrecha y pobre frontera que delimitaba Santa Cruz con La Laguna y que se llamaba La Cuesta.
Cada uno de nosotros ha aceptado su propio destino y prueba de ello es que aún seguimos con vida, esperando y desafiando a eso que llaman EL FUTURO.
Lo único cierto es que eso otro que algunos también llaman EL PASADO, nosotros, de alguna manera, ya lo hemos conquistado; sólo falta saber si ha valido realmente la pena.

El culpable de este fortuito reencuentro nos es otro que ANTONIO REYES quién con la segunda edición de su interesante libro sobre la infancia del Pop-Rock tinerfeño nos ha resucitado para traernos de nuevo al FUTURO del que por otra parte, y pese a las circunstancias, no nos arrepentimos en absoluto.

Agradecer también la inestimable iniciativa de su editor, YOTTY a quién he tenido mucho gusto en conocer y al que felicito, en nombre de los tres, por el riesgo asumido en llevar a cabo, con mucho acierto, este magnífico proyecto.


viernes, 15 de julio de 2011

ASÍ EMPEZÓ TODO: 1959 (La infancia del Pop-Rock tinerfeño)



Muy poca cosa tengo que objetar respecto de la interesante 2ª edición del libro  que sobre la  infancia del Pop-Rock tinerfeño ha conseguido editar el también músico Antonio Reyes, como no sea la omisión, -quiero pensar que no deliberada-, de las identidades de los tres componentes del grupo  cuya fotografía aparece en la introducción, inmediatamente después del prólogo de Job Ledesma, y en la me reconozco a mi mismo tanto en la primera edición como en esta otra.

Para mayor información y de izquierda a derecha se tratan de Zoilo López, José de Dios Palau y Juan Carballo, componentes los tres del Conjunto Tropical que antes de los años 60 ya incluían en su repertorio un subgénero de Rock llamado Rockabilly.

Por aquel entonces, yo, Zoilo, contaba trece años, José catorce y Juan unos dieciseis que como dijera en su momento el popularísimo SOMAR, "entre los tres no suman ni 45 años". Todos vivíamos en La Cuesta donde habíamos llegado a alcanzar cierta credibilidad gracias a programas en directo como Festival de las Estrellas en Radio Club Tenerife y un popular concurso denominado "El perrito" en Radio Juventud de Canarias.
La gran notoriedad nos vino dada por la exitosa intervención en un  magno concurso-festival (bastante anterior a "LO MEJOR ESTÁ EN MI BARRIO") celebrado en la Plaza de Toros de Santa Cruz de Tenerife donde la actriz catalana Mary Santpere, conductora del evento, nos hizo entrega de un sobre con quinientas pesetas con  el que se premiaba al segundo clasificado. En primer lugar había quedado un joven afectado de poliomelitis que con su extraordinaria voz de tenor había interpretado magistralmente un aria de ópera que le reportaría un premio de mil pesetas.

Algo más tarde vendrían las actuaciones por  distintos pueblos de la isla, contratados para las fiestas mayores organizadas por sus respectivos Ayuntamientos.
Fuimos también apadrinados por un prestigioso ginecólogo de Santa Cruz, cuyo nombre y el de su clínica en el barrio del Toscal lamentablemente he olvidado, para actuar en el Teatro Leal o en el elegante Hotel Tagore, -tampoco lo recuerdo-, de La Laguna con motivo de la puesta de largo de un grupo de señoritas de la alta sociedad de entonces.

Es muy probable que muchos de los grupos a los que hace referencia Antonio Reyes hubieran empezado por la misma época que nosotros pero puedo asegurar, con permiso de mi amigo Carballo, que  los primeros en interpretar temas de Rock con guitarras españolas con pastillas, sin duda, fuimos Juan, José y yo, el llamado Conjunto Tropical.

Para dar una idea de nuestra desmesurada afición por la "música moderna", en ocasiones y como consecuencia de nuestros paupérrimos recursos, recurríamos a enchufar las guitarras en aparatos de radio convencionales para conseguir un sonido lo más aproximado posible al de una eléctrica.

Desde el punto de vista sociológico resulta interesante manifestar cómo los primeros rockeros solían provenir de familias de cierta solvencia económica -dado el coste de los instrumentos- frente a otros que, como nosotros, teníamos que recurrir a complicados subterfugios electrónicos para conseguir un sonido similar al de los demás.

Una idea de nuestra falta de recursos la da el hecho poco conocido  de que la caja que percutía José de Dios durante nuestras actuaciones había sido un regalo del propietario de una molienda de gofio de La Cuesta llamado D. Ceciclio Diaz, padre del que años más  tarde se  convirtiera en  el excelente locutor de radio que espero siga siendo, Fabriciano Díaz.

Aquella caja había despertado hasta tal punto la admiración de nuestros colegas músicos que, en ocasiones, José de Dios se veía obligado a prestarla durante muchas de sus actuaciones.
Por aquel entonces, el simpático Angelito, hermano de Juan y excelente baterista que fuera de LOS SALVAJES aún no había acariciado entre sus dedos ni siquiera un par de malas baquetas; tal era su juventud. Sin embargo era capaz, con tal de aclararse el pelo, de vertirse en la cabeza medio frasco de agua oxigenada con toda naturalidad.
¡¡MALDITA GUITARRA DE PALO!!, exclamábamos a veces.

Con eso y con todo, sólo me cabe felicitar a Antonio Reyes no sólo por su excelente trabajo de investigación sino además por la desinteresada deferencia en publicar una foto con la que me identifico plenamente y que forma parte de mi particular patrimonio emocional y cultural.

jueves, 14 de julio de 2011

ANTONIO DUQUE otro de los niños del Callejón Piñeiro


 Antonio Duque ha hecho muy bien en recordarme que junto a José y sus hermanos y en ocasiones Paquín, también él era otro de aquellos niños que poblábamos con nuestras respectivas familias aquel popular lugar denominado, como ya he dicho anteriormente, Callejón Piñeiro.
De repente, me ha venido a la memoría la figura de su madre Andrea, de su padre Antonio, maldiciendo siempre que algún rosetón de yeso, de los muchos que fabricaba en el exterior, se enquistaba al molde sin solución de aprovechamiento pero, sobretodo, recuerdo a su madrina cubana, -Dulce creo que se llamaba,- quién en unos de sus viajes de regreso de Cuba, trajo para su  querido sobrino un regalito que aún tardaría algún tiempo en verse y degustarse por Canarias: COCA-COLA.
Naturalmente, nadie de nuestras familias disponía entonces de nevera por lo que aquel supuesto refresco de color negro y caliente al que fui también invitado nos produjo más asco que otra cosa. No pude entender la vinculación entre el color oscuro de la bebida y un refresco. Hasta entonces el Orange Crush era por todos los niños el más conocido de los refrescos y sus colores se correspondían perfectamente con los del limón y la naranja. Algo más tarde sería Fred Olsen el encargado de comercializar y distribuir la Coca-Cola en Tenerife pero ya nosotros, en el Callejón Piñeiro, la habíamos probado antes, traída desde Cuba por la madrina de Antoñito, como cariñosamente lo llamábamos entonces.
Agregar que la Sra. Dulce, amén de la Coca-Cola, también había traido consigo una serie de periódicos cubanos en los que se citaba el progreso de la Revolución en su lucha por tratar de derrotar al todavia, en aquellas fechas, dictador Fulgencio Batista.

Ayer, por teléfono, me relataba José el encuentro entre Fred Olsen y el americano representante de la Coca-Cola encargado de convencerle para la distribución de la marca en Tenerife.
Al parecer, un amigo común algo mayor que nosotros había sido por entonces el chofer particular de Fred Olsen y gracias a él conocemos la anecdota que ahora relato ya que  aquel día se encontraba presente en el momento  en que el americano, de manera informal, destapó unas coca-colas y amistosamente las ofreció para su cata entre todos aquellos que aquel día rodeaban al naviero noruego. El chófer no se pudo aguantar y en presencia de todos los demás terminó escupiéndola en el suelo.
A partir de aquel momento se le conoce como el COCACOLA. Hoy andará por los ochenta años, según mi amigo José

AMIGOS DESDE SIEMPRE



Después de tantos años sin vernos debido a las circunstancias, voy a tener la oportunidad de reencontrarme en Barcelona con mi viejo amigo de la infancia José de Dios Palau.
Ni que decir tiene lo mucho que me alegra el ir hilvanando aquel pasado perdido aunque no olvidado y hacerlo a través de la amistad que aún perdura entre todos aquellos que por los años cincuenta, siendo aún muy niños, habíamos coincidido en un pueblecito de Tenerife llamado La Cuesta. Al fín y al cabo, un suburbio a caballo entre La Laguna y Santa Cruz cuyos lugares de  mayor interés por entonces sólo eran el Mirador de Vistabella y la Estación de tranvías frente a la llamada carretera del Sur a cuyos márgenes se iban sucediendo los distintos cuarteles de Intendencia, Automóviles y, algo más retirado, el de Ingenieros en cuyo campo de fútbol permitian entrenar al C.D. Arquijón merced a un antiguo permiso en forma de documento firmado por un viejo coronel en favor de nuestro equipo de 2ª regional.

De aquella época recuerdo todavía a los hermanos de José, Agustín y Domingo "El tinte" con quién tuve la oportunidad de hablar por teléfono hoy mismo.

Muy pronto, posiblemente este mismo mes, Carmen y yo tendremos la ocasión de rememorar parte de mi ya lejana infancia a través de los testimonios de todos los amigos que afortunadamente aún existen y de los lugares comunes que, aunque cambiados, todavía perviven en nuestra memoria.

Tampoco me olvido de los hermanos Galán (Francisco fallecido muy joven), Juanito, Mauro, Lucho, Paquín, su hermano Eudaldo, Yayín, Francisco (en la carretra vieja), Nico, Antonillo  ("Darwiche") y su fallecido hermano, además de todos aquellos que mi precaria memoria suele echar a menudo en falta.

Hasta muy pronto.
Zoilo