CAPÍTULO I
Conocimos a nuestro Juan cuando solía reunirse con otro Juan, más o menos de su misma edad, de origen peninsular pero afincado por aquel entonces en Vistabella ya que su padre, como comodoro que era de una conocida compañía naviera, estaba destinado a bordo de un barco cuya ruta recalaba siempre en Tenerife.
¿Que cómo los distinguíamos cuando hablábamos de ellos? Pues, a uno le llamábamos Juan "El clavo" y al otro Juanito "El catalán".
Juanito "El catalán" había estudiado canto y poseía una extraordinaria voz de tenor que resonaba profundamente en el zaguán de su casa donde a veces ambos Juanes solían cantar y tocar mientras el resto escuchábamos embobados. Nunca admitimos la certeza de que más que la excelente voz de "El catalán" era la belleza de su hermana lo que realmente nos atraía e impresionaba.
Por entonces, yo estudiaba música en el llamado HOGAR OBRERO, lugar creado por D. Luis el cura para ocio de los trabajadores y sus familias. Un exseminarista, José Antonio, nos daba clase de música a cambio de que formáramos parte de la rondalla de pulso y púa que amenizaba las tardes de verano con "El sitio de Zaragoza" y las noches de invierno interpretando "Lo Divino" por las calles de la Cuesta.
Con el tiempo, nuestro grupo fue haciéndose cada vez más numeroso pero Juanito "El catalán" decidió ausentarse definitivamente en pos de unos horizontes más lejanos, en tierras peninsulares. Muchos años después creí verle en TV.
Al final, el grupo definitivo devino en trío, adoptando el nombre de CONJUNTO TROPICAL y sus componentes, Juan Carballo, guitarra y voz, José de Dios, ritmo y caja y Zoilo López, guitarra y voz, somos los que aparecen en la fotografía que ilustra la introducción del libro ESTREMÉCETE.
Desde el punto de vista sociológico, un aspecto fundamental del estilo musical imperante en aquellos barrios maltrechos, suburbios y periferia de las grandes ciudades como Santa Cruz y La Laguna, lo constituía la aceptación del bolero fundamentalmente y el tango excepcionalmente como medio de expresión artística. Cada barrio disponía de uno o más trios de boleristas y, en general, todos buenos.
Sin embargo, nosotros elegimos para nuestro repertorio la dualidad de la música ligera sudamericana y el rock en castellano impuesto por Los Llopis que no en vano eran, precisamente, cubanos.
Las nuevas guitarras eléctricas no estaban al alcance de cualquier bolsillo como tampoco lo estaban los tocadiscos y los caros discos en los hogares más humildes. Sería el sector más acomodado de la población joven de entonces, gracias a su mejor poder adquisitivo, el que tuviera acceso beneficiándose de ello, a los distintos instrumentos vinculados con la música rock del momento: amplificadores, micrófonos, sintetizadores, guitarras, bajos (FENDER), etc., etc. Mientras, el resto continuaba con sus guitarras "de palo" con pastillas adosadas cerca del puente.
Curiosamente, recuerdo una actuación de Kurt Savoy en LA TÓMBOLA que cada año se instalaba en la Plaza de La Candelaria. En ella, el artista tocaba una preciosa guitarra eléctrica de caja con la que acompañaba su extraordinario silbido que le hiciera tan famoso.
La influencia musical en el ámbito de la Cuesta se debió en concreto a la presencia de los hermanos Agrícola y, ¿como no? también a la de algún miembro de Los Huaracheros cuyo domicilio frente a la iglesia era conocido por todos.
No obstante, en el llamado callejón Piñeiro donde José y yo vivíamos, tambíén lo hacía un enigmático y popular personaje de características muy particulares que, curiosamente, también cantaba y tocaba la guitarra por las noches en los baruchos de mujeres de los muchos que se desparramaban a lo largo de la carretera del Sur, muy cerca de los cuarteles de la zona. Se trataba de Conchita "La Macha".
Hacia mediodia, pues solía acostarse de madrugada, Conchita venía a sentarse en un banquito, frente a su cuartucho y a la sombra que le proporcionaba el estrecho callejón, tratando de afinar una vieja guitarra de cuerdas de tripa con la que se acompañaba en sus largas noches de parranda. El mote de "La macha" le venía dado, entre otras cosas que aún los niños tardaríamos en comprender, por su aspecto masculinizado: alta y delgada, el pelo cortado a lo "garçón" y un cigarrillo siempre encendido colgando de la comisura de la boca, falda larga hasta los tobillos, chaqueta de caballero y calzada con zapatos también de caballero. Poseía una profunda voz que el aguardiente y el tabaco había vuelto tan ronca como la de cualquier varón de su edad de los muchos que, en Santa Cruz, pululaban por la antigua VIÑA DEL LORO, frente a los muelles.
A Conchita le hacía la competencia un excelente duo que, como su nombre también indica, actuaban amparados en la oscuridad de la noche: LOS HIJOS DE LA NOCHE. Sólidamente formados musicalmente, alguna madrugada a instancias de mi padre que se había retrasado más de lo previsto, se habían presentado en el patio común del callejón con la excusa de una serenata cuando en realidad lo que pretendía mi padre con ello era apaciguar las iras de mi difunta madre por la tardanza y que una vez despierta y levantada, como siempre era costumbre en aquellos casos, obsequiaba con café recien hecho a aquella pareja de músicos de pocas palabras, de estatura considerable y totalmente vestidos de negro que ya habría cobrado por adelantado y que no tenían culpa de nada.
Aquellos fueron nuestros primeros contactos con lo que se daría en llamar posteriormente "música en vivo y en directo".
No obstante, en el llamado callejón Piñeiro donde José y yo vivíamos, tambíén lo hacía un enigmático y popular personaje de características muy particulares que, curiosamente, también cantaba y tocaba la guitarra por las noches en los baruchos de mujeres de los muchos que se desparramaban a lo largo de la carretera del Sur, muy cerca de los cuarteles de la zona. Se trataba de Conchita "La Macha".
Hacia mediodia, pues solía acostarse de madrugada, Conchita venía a sentarse en un banquito, frente a su cuartucho y a la sombra que le proporcionaba el estrecho callejón, tratando de afinar una vieja guitarra de cuerdas de tripa con la que se acompañaba en sus largas noches de parranda. El mote de "La macha" le venía dado, entre otras cosas que aún los niños tardaríamos en comprender, por su aspecto masculinizado: alta y delgada, el pelo cortado a lo "garçón" y un cigarrillo siempre encendido colgando de la comisura de la boca, falda larga hasta los tobillos, chaqueta de caballero y calzada con zapatos también de caballero. Poseía una profunda voz que el aguardiente y el tabaco había vuelto tan ronca como la de cualquier varón de su edad de los muchos que, en Santa Cruz, pululaban por la antigua VIÑA DEL LORO, frente a los muelles.
A Conchita le hacía la competencia un excelente duo que, como su nombre también indica, actuaban amparados en la oscuridad de la noche: LOS HIJOS DE LA NOCHE. Sólidamente formados musicalmente, alguna madrugada a instancias de mi padre que se había retrasado más de lo previsto, se habían presentado en el patio común del callejón con la excusa de una serenata cuando en realidad lo que pretendía mi padre con ello era apaciguar las iras de mi difunta madre por la tardanza y que una vez despierta y levantada, como siempre era costumbre en aquellos casos, obsequiaba con café recien hecho a aquella pareja de músicos de pocas palabras, de estatura considerable y totalmente vestidos de negro que ya habría cobrado por adelantado y que no tenían culpa de nada.
Aquellos fueron nuestros primeros contactos con lo que se daría en llamar posteriormente "música en vivo y en directo".
Antes del año 1959 no era preciso estar en posesión del carnet de espectáculos que te acreditaba como músico profesional; eso llegaría algo más tarde y recuerdo que uno de los primeros en disponer de él fue nuestro querido amigo Mauro. Los contratos con los Ayuntamientos eran por entonces de palabra y la Sociedad General de Autores no obligaba todavía a rellenar los formularios con los títulos de las canciones y los nombres de los compositores. De modo que, en nuestra época, toda esa burocracia estaba aún en paños menores y sólo nos avalaba como profesionales el haber actuado en repetidas ocasiones en Radio Club Tenerife y Radio Juventud de Canarias, indistintamente.
Hay que tener en cuenta que nos encontrábamos en plena dictadura franquista y que hasta hacía bien poco habían existido las cartillas de racionamiento. Entre otras cosas, y a todos los efectos, continuábamos siendo menores de edad: José, catorce años, Juan, dieciseis y yo, Zoilo, trece.
Hay que tener en cuenta que nos encontrábamos en plena dictadura franquista y que hasta hacía bien poco habían existido las cartillas de racionamiento. Entre otras cosas, y a todos los efectos, continuábamos siendo menores de edad: José, catorce años, Juan, dieciseis y yo, Zoilo, trece.
Los concursos también nos dieron mucha popularidad. Uno de ellos, anterior al célebre LO MEJOR ESTÁ EN MI BARRIO, se celebró en la Plaza de Toros y fue conducido por la popular actriz cómica MARY SANTPERE. El sistema de calificación consistía en cronometrar la duración de los aplausos del público que abarrotaba aquel día el coso taurino. La actriz, cronómetro en mano, confirmó finalmente que habíamos quedado en segundo lugar y galardonados con 500 pesetas de las de entonces que nos entregó en un sobre blanco cerrado mientras recibíamos una segunda sonora ovación. El primer premio le correspondió a un joven con una extraordinaria voz de tenor que interpretó magistralmente un aría de ópera muy conocida y que ahora no consigo recordar.
A la mañana siguiente, como siempre, asistíamos al colegío aclamados, entre vítores de todos nuestros compañeros de clase, incluidos los "profes".
Posteriormente y gracias a esos éxitos, éramos contratados incluso por particulares no sólo para algunas ceremonias concretas de carácter religioso como bodas, bautizos, etc. sino también para fiestas campestres relacionadas, por ejemplo, con la matanza del cerdo o la vendimia u otras de carácter social, como amenizar la puesta de largo de ciertas señoritas de la aristocracia local en el Hotel Tagore de La Laguna, a la que nos había llevado, por la novedad que representaba entonces nuestro repertorio musical, el cuestionado doctor Coello cuya clínica de Santa Cruz, paradojicamente, se había visto supuestamente involucrada en delitos de prácticas abortivas.
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