RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

Página 3 LOS LUISES DE LA CUESTA CAP. 2º (revisado)

CAPÍTULO 2º

Todo el mundo en La Cuesta conocía perfectamente el nombre de la querida de D. Luis pero ignoraban por completo cual era el de su esposa. Simplemente la trataban como la esposa de D. Luis.

La esposa de D. Luis "el médico" y la querida de éste apenas sí se conocían a pesar de vivir tan próximas. Al margen de la posición social que ocupara, la educación y la total discreción por la que la primera se había ganado merecidamente el respeto, la confianza del barrio,  además de su compromiso personal, había hecho de  ella la abnegada esposa, madre de dos hijos, sometida a diario a los caprichos de un marido, seguramente destinado profesionalmente como represalia por alguna razón desconocida y en contra de su voluntad a un villorrio de tan especiales características como La Cuesta, cuyo ambiente tan maleado no ayudaba en absoluto a disipar las posibles frustraciones profesionales que perseguían al doctor.

Con frecuencia y ante una emergencia imprevista de salud, los pacientes solían acudir al domicilio particular del médico solicitando su asistencia inmediata. En tales casos, era su propia esposa la que les recomendaba sin ninguna acritud aparente que fueran a preguntar a la casa de LUISA puesto que allí no se encontraba en aquel momento.

La razón de que a aquella hora se encontrara en casa de LUISA había que buscarla en los acontecimientos vividos durante la noche anterior en cualquier cabaret barato del Valle de Tabares, donde habría amanecido borracho y luego conducido por algún taxista del turno de noche hasta el callejón sin salida donde vivía su querida y donde acabaría su existencia.

La presencia de LUISA en la vida de la esposa de D. Luis "el médico" representaba para ésta última una gran comodidad desde un punto de vista higiénico. Podría haber sido en cualquier otro lugar pero parecía ser cierto que su mujer, en su fuero interno, agradecía de buen grado que su marido, en esas ocasiones, acudiera a arrojar toda la basura generada en sus noches de juerga al domicilio de LUISA y no al suyo: vómitos, sangre, sudor, lágrimas, perfume barato, Maderas de Oriente, Tabú, Myrurgia, alcohol, tabaco. Ya aparecería algo más tarde, como siempre después de la resaca,  a ducharse, mudarse de ropa y a pasar consulta.

De haber sido ahora, aquel día en La Cuesta hubiera amanecido antes. La clase trabajadora hubiera dormido una hora más y D. Luis "el cura" hubiera oficiado su primera misa también  una hora más tarde. Sin embargo a D. Luis "el médico" le era completamente indiferente el cambio de horario solar porque ni siquiera aún se había acostado. Se encontraba de amanecida frente a la barra del Bar de Juanito, bebido como de costumbre, fuera de servicio, sin su inseparable fonendoscopio con el que auscultar ésta vez a la media docena de parroquianos que se habían dado cita en el bar para que les recetara medicamentos baratos, escritos sus nombres sobre servilletas de papel. Debía de ser domingo porque las campanas de la Iglesia repicaban sin cesar y las farmacias permanecían cerradas.

El médico se había hecho acompañar de dos adláteres, tan borrachos como él y que constantemente le rendían pleitesía ante sendos medios güisquis con los que habían sido invitados y con la benevolencia de quienes saben que la cosa no terminaría sólo en eso. En un momento dado, D. Luis introdujo la mano en el bolsillo del pantalón y extrajo pausadamente una estrecha y delicada cintita de satén rojo y, -dirigiéndose al resto de clientes allí congregados-, anunció una nueva y descabellada sorpresa. Antes de decidirse a revelarla, se desabrochó ante la parroquia la bragueta y sacó a la luz pública el motivo de tanto misterio por resolver. Le rogó a uno de sus dos invitados que rodeara su miembro con la cinta y lo rematara por la parte superior con un gracioso y diminuto lacito. Acto seguido reveló que acudiría hasta la Sede Parroquial para que D. Luis "el cura" en persona le bautizara la pinga; así podría joder siempre que le viniera en gana en auténtico estado de gracia.

Salieron tambaleándose los tres del bar.  D. Luis "el médico" en el centro, la bragueta desabrochada, con el miembro adornado pendulando por entre la abertura que dejaban los faldones de la camisa blanca. A sus costados le sujetaban por los brazos los otros dos mientras, calle abajo, se alejaban cantando al unísono unos versos que durante la noche anterior probablemente habrían estado ensayando hasta el amanecer.
                                             
                                                  
 ¡¡Toma el badajo, y vete al carajo!!                                                        Bautízame la pinga, tocayo
    Que si yo soy el rey
    Tú sólo eres mi lacayo
 ¡¡Toma el badajo y vete al carajo!!


Así les vieron perderse a lo lejos, bajo un sol de justicia cuya luz, como una extraña premonición, no rebotaba ese día, como era costumbre, sobre la superficie acharolada de los zapatos de tacón cubano y suela fina de D. Luis "el médico".



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