-Para calor el del infierno, -contestó el joven peregrino a la pregunta del periodista sobre si las altas temperaturas afectaban a la comodidad de tamaña manifestación de devoción religiosa-.
-¿Has visitado entonces el infierno? -volvió a preguntar el reportero.
-!Naturalmente, como cualquier pecador! -respondió ahora enfático el católico, apostólico y romano-.
De pronto, interrumpiendo en seco la incipiente entrevista, una poderosa tormenta de viento y lluvia se precipitó de forma súbita sobre la inmensa explanada del aeropuerto de Cuatro Vientos, humedeciendo milagrosamente el tórrido ambiente de verano en el que se encontraban inmersos miles de jóvenes venidos de todas partes del mundo, allende los mares, del mismo más allá e incluso del remoto infierno.
¿Milagro?
No, de ningún modo. Según los muchos entendidos en teología, la oportuna precipitación metereológica se debió simplemente a un sencillo y afortunado acto de fé multitudinario.
ACTO DE FÉ QUE NO ESTÁ RESERVADO NI PARA LOS TAMBIÉN NUMEROSOS "HOMBRES DEL TIEMPO"
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