RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

jueves, 21 de mayo de 2009

PROVOCAR EL VÓMITO

Mientras hablaba con mi amigo Dorta sobre el grave peligro que entraña un atragantamiento de las características del sufrido por aquel desafortunado desempleado durante una degustación de jamón en la Feria del Cerdo de Barcelona, acudía de improviso a mi memoria un no menos grave accidente de este tipo del que fui testigo de privilegio hará ya unos cuantos años y que a poco le cuesta la vida al Excelentísimo Señor Marqués de la Ensenada Mixta.

Desde luego que fui testigo de excepción por cuanto yo trabajaba a la sazón de camarero en un famoso restaurante cuyo nombre omito para no herir tantas suceptibilidades culinarias y adonde el Sr. Marqués había acudido en solitario a degustar unas exquisitas viandas cocinadas al horno exprofeso para él y que, como he dicho antes, por poco le cuesta lo que aún le restaba de vida.

Sobre la gran mesa circular, cubierta con un almidonado mantel blanco que se apoyaba en su caida sobre la pulida superficie del suelo, se encontraban convenientemente depositadas media docenas de servilletas del mismo color en cuyas esquinas figuraban bordadas a mano, con hilo de seda también blanco, las poderosas iniciales de sus ilustres apellidos y el escudo de armas de la muy antigua saga familiar del Sr. Marqués. A pesar de que a partir de un determinado momento todos sabíamos que el comensal proseguiría comiendo ayudándose sólo de las manos, la cubertería a su disposición no dejaba de ser de plata de ley de 999 mm. ni las copas de auténtico cristal de Bohemia y el resto de la vajilla de excelente cerámica de Sèvres. Para beber, sólo agua. Nada de pan.

Como si velásemos armas, tres camareros permanecíamos de pie firmes y a una distancia siempre prudencial frente a aquel diminuto teatro de operaciones. Sobre las diez de la noche, el maitre en persona aparecería como por encanto embutido en su elegante frac negro para depositar cuidadosamente sobre el iluminado mantel el enorme recipiente bajo cuya campana de plata se escondía tanta sorpresa gastronómica.

Se trataba de dar cuenta de un hermoso pavo cocinado al horno en cuyo interior se alojaba un delicado faisán que a su vez contenía una tierna codorniz. La codorniz albergaba unos esponjosos y diminutos sesos de gorrión que, por último, escondían una jugosa y solitaria oliva arbequina.

La cena se había prolongado hasta pasada la media noche; momento en el que el ilustre marqués, extrayendo primero con el pulgar y el índice la verde oliva arbequina para depositarla cuidadosamente sobre un minúsculo platito al efecto, dar cuenta por último de los esponjosos sesitos de gorrión que la contenían de un graciosísimo y eficaz sorbito. Una vez saciado su voraz y aristocrático apetito, apoyando entonces las palmas de las manos próximas al borde de la mesa y reclinándose con pasmosa lentitud sobre el respaldo de la silla nos dedicaría una beatífica sonrisa como muestra de su gratuito y profundo agradecimiento. Y como si con ello quisiese brindar a nuestra ya de por sí precaria salud tomaría de nuevo entre sus delicadísimos dedos la diminuta oliva arbequina que, hasta ahora, continuaba solitaria sobre el platito para, señalándola, extendiendo antes el brazo hacia nosotros, llevársela finalmente a la boca, terminando así por desencadenar la inoportuna y enorme tragedia que ustedes vienen intuyendo desde hace ya bastante rato.

El vómito no se produjo de inmediato pero sí en sentido inverso. Antes de que sucediera, el marqués se irguió silencioso en la silla para escrutarnos desencajado con una turbia mirada mientras su rostro congestionado continuaba acumulando sangre bajo la piel de las enjutas mejillas. Se había llevado ámbas manos a la garganta dando la impresión de que esa era la verdadera razón por la que las blancas órbitas de sus empañados ojos terminarían por saltar de sus cuencas de un momento a otro sobre el blanco mantel almidonado. Los espasmos se sucedian con mayor frecuencia sin que a ninguno de nosotros se nos ocurriera hacer ninguna otra cosa como no fuera la de intentar contener inútilmente la risa.

Cuando empezábamos a creer que nunca más se bordarían bellas iniciales del Sr. Marqués sobre ninguna otra blanca servilleta almidonada, aparecería, -esta vez como por milagro-, de nuevo el maitre quién, golpeándole brutalmente repetidas veces con la campana de plata sobre la encorvada espalda, conseguiria, al fín, provocarle el afotunado vómito de la resurrección.

Primero devolvió el hueso y la oliva, luego los sesitos de gorrión, a continuación le siguió la codorniz, algo más tarde el faisán y por último el pavo.

2 comentarios:

  1. Como soberana conclusión puede decirse que la oliva aquí llamada aceituna debería de haber sido rellena como el resto de las viandas. Todo era relleno menos LA ACEITUNA QUE FALLO jajaja. Olivas rellenas con anchoas, por ejemplo o con pimiento, pero tal y cómo venía cada cosa dentro de la otra simulando una muñeca rusa hubiera sido UNA ACEITUNA RELLENA CON ANCHOA.

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  2. Becesitaba una excusa para provocar el vómito, Dorta

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