Mientras hablaba con mi amigo Dorta sobre el grave peligro que entraña un atragantamiento de las características del sufrido por aquel desafortunado desempleado durante una degustación de jamón en la Feria del Cerdo de Barcelona, acudía de improviso a mi memoria un no menos grave accidente de este tipo del que fui testigo de privilegio hará ya unos cuantos años y que a poco le cuesta la vida al Excelentísimo Señor Marqués de la Ensenada Mixta.Desde luego que fui testigo de excepción por cuanto yo trabajaba a la sazón de camarero en un famoso restaurante cuyo nombre omito para no herir tantas suceptibilidades culinarias y adonde el Sr. Marqués había acudido en solitario a degustar unas exquisitas viandas cocinadas al horno exprofeso para él y que, como he dicho antes, por poco le cuesta lo que aún le restaba de vida.
Como si velásemos armas, tres camareros permanecíamos de pie firmes y a una distancia siempre prudencial frente a aquel diminuto teatro de operaciones. Sobre las diez de la noche, el maitre en persona aparecería como por encanto embutido en su elegante frac negro para depositar cuidadosamente sobre el iluminado mantel el enorme recipiente bajo cuya campana de plata se escondía tanta sorpresa gastronómica.
La cena se había prolongado hasta pasada la media noche; momento en el que el ilustre marqués, extrayendo primero con el pulgar y el índice la verde oliva arbequina para depositarla cuidadosamente sobre un minúsculo platito al efecto, dar cuenta por último de los esponjosos sesitos de gorrión que la contenían de un graciosísimo y eficaz sorbito. Una vez saciado su voraz y aristocrático apetito, apoyando entonces las palmas de las manos próximas al borde de la mesa y reclinándose con pasmosa lentitud sobre el respaldo de la silla nos dedicaría una beatífica sonrisa como muestra de su gratuito y profundo agradecimiento. Y como si con ello quisiese brindar a nuestra ya de por sí precaria salud tomaría de nuevo entre sus delicadísimos dedos la diminuta oliva arbequina que, hasta ahora, continuaba solitaria sobre el platito para, señalándola, extendiendo antes el brazo hacia nosotros, llevársela finalmente a la boca, terminando así por desencadenar la inoportuna y enorme tragedia que ustedes vienen intuyendo desde hace ya bastante rato.
Cuando empezábamos a creer que nunca más se bordarían bellas iniciales del Sr. Marqués sobre ninguna otra blanca servilleta almidonada, aparecería, -esta vez como por milagro-, de nuevo el maitre quién, golpeándole brutalmente repetidas veces con la campana de plata sobre la encorvada espalda, conseguiria, al fín, provocarle el afotunado vómito de la resurrección.
Como soberana conclusión puede decirse que la oliva aquí llamada aceituna debería de haber sido rellena como el resto de las viandas. Todo era relleno menos LA ACEITUNA QUE FALLO jajaja. Olivas rellenas con anchoas, por ejemplo o con pimiento, pero tal y cómo venía cada cosa dentro de la otra simulando una muñeca rusa hubiera sido UNA ACEITUNA RELLENA CON ANCHOA.
ResponderEliminarBecesitaba una excusa para provocar el vómito, Dorta
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