No me gustaría dejar pasar tanto el tiempo sin rendirle un sincero homenaje a un gran amigo mío y de muchos otros portuenses que seguramente hoy en día le sigan recordando como se merece en virtud de sus humanas cualidades y que, desgraciadamente, perdería la vida aún muy joven, cuando todo el mundo creía aún en su recuperación.
En aquel entonces todos estuvimos inmersos en una agitación social, política y económica que a muchos les pillaría por sorpresa, totalmente desprevenidos, y de los que algunos no pudieron zafarse a tiempo dada la peligrosa proliferación de ciertas substancias introducidas entonces en el Puerto de a Cruz, aprovechando no sólo la inocencia de muchos jóvenes sino, además, una clandestinidad difícil de detectar debido a la escasa infraestructura en ese tipo de delincuencia contra la salud pública.
A pesar de haber trabajado juntos, me resulta lamentable no haber podido saber nunca su verdadero nombre aunque yo siempre le conocí por MOMO y para mí era más que suficiente. Le fotografié todas las veces que pude y él se sintió siempre muy agradecido por las copias que en su día le regalé a cambio de que me prestara su imagen para un buen retrato.
Le recordaré vestido de militar, bajo el uniforme de Infante de Marina, degustando un zumo en la plaza del Charco antes de tomar el último autobús que partía desde el muelle del Puerto de la Cruz hasta Santa Cruz y que le depositaría definitivamente en su cuartel. No sé si aquella fue la última foto que le tomé entonces pero sí puedo asegurar que fue la única en la que le fotografié en compañía de su simpática, bella y única compañera, entonces enfermera y de la que lamento no recordar tampoco su nombre pero de la que estoy seguro se sentirá emocionada al saber que muchos aún le tenemos en nuestra memoria y en el corazón además de en imágenes como las que en su honor hoy muestro en esta crónica.
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