
Discretamente embozado, el duque solía ocultar bajo una liviana capa española un grave rictus de amargura que muy pocos, pese a sus frecuentes asistencias a las pasarelas, habían conseguido adivinar. La moda paseaba ante su escuálida presencia todo lo novedoso del quehacer internacional en cuestión de costura; incluido todo lo peor de Ágata Ruiz de la Prada. Cada vez más, la distancia entre él y su repudiada esposa aumentaba en la misma proporción en que también lo hacía la proximidad hacia el abanico de vivos colores desplegados por la extravagante pava modista española.
¡¡Hasta aquí hemos llegado!! -se dijo a sí misma la princesa cuando, por vez primera, le vió escandalosamente ataviado con un horroroso pantalón de color rojo.
El resto, hasta la reciente solicitud de divorcio, ya lo conocen ustedes.
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