Esta misma semana hemos gozado de unos días soleados y primaverales. Hemos asistido en la Plaza de Cataluña a una oportunidad para la paz y la esperanza protagonizada por miles de jóvenes entre los que también se encontraba mi propia hija, mis compañeros de facultad, los hijos de mis vecinos y amigos de toda la vida. La estación primaveral se aliaba con la delicada esperanza de un porvenir mejor.
Sin embargo, hoy viernes el día amaneció nublado, barruntando algo mucho más grave que lluvia. No pudo ser. El peso de la desmedida fuerza bruta protagonizada por los miembros de orden público (Mossos d'Escuadra) hizo su aparición allí donde no hacia ninguna falta, allí donde hasta hoy había imperado el sentido del civismo, de confraternidad, de denuncia, de limpieza, y las excusas, al parecer, no eran otras sino: 1ª, privar de tanta insalubridad la emblemática plaza y 2ª, no dar oportunidad a las manifestaciones violentas que pudieran esconderse entre los ultras tras el encuentro de futbol entre el Manchester y el Barcelona.
Respecto de la primera excusa, sobra recordar que lo realmente insalubre es la situación de la Banca, la impartición de la Justicia, la financiación de algunos Partidos, etc., etc. y contra eso no he comprobado todavía una actuación proporcionada de limpieza en relación al daño causado; daño que ha sido muchísimo mayor que el que haya podido provocar un puñado de jóvenes exigiendo lo que creen que les correponde por derecho.
La segunda excusa no se puede esgrimir con tanta puerilidad por cuanto en Cataluña, el C.F. Barcelona desde siempre ha sido considerado como algo más que un club, con todas las connotaciones políticas que ello implica. Me gustaría que el propio Club se desmarcara de la utilización que la Generalitat ha hecho en su nombre y promoviera por parte de su directiva un acercamiento amistoso hacia el colectivo de "indignados", admitiendo su total y libre derecho a manifestarse pública y pasivamente.
Hace ya muchos años me tocó vivir, también en Barcelona, cruentos episodios estrechamente vinculados con el final de la Dictadura y el principio de una joven democracia donde los jóvenes fueron los protagonistas pasivos. De igual manera que hoy, los cuerpos de seguridad se emplearon bastante a fondo pero aquella vez mi cámara si estuvo allí para fotografiarlo.
En aquella ocasión, como hoy, sí que hubo sangre, y mucha. Los grises, montados, galopaban a todo lo largo de las ramblas mientras los jóvenes arrojaban al suelo bolas de acero (cojinetes) para dificultar el galope de los caballos.
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