RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

viernes, 12 de agosto de 2011

...EN BOCAS DEL PUERTO TE VEAS. (con cariño)




Estando de vacaciones en el Puerto decidí cortarme el pelo en la peluquería de la que disponía el Hotel y cuya propietaria, canaria para más señas, resultó ser vecina del Toscal y en consecuencia conocedora de la suerte que habían corrido mis padres y posteriormente mi hermano, todos ellos desgraciadamente ya fallecidos en los últimos tiempos.

Como yo le dijera en broma que en Santa Cruz circulaba en mi juventud una sentencia con la que se amenazaba a cualquiera que se fuera a vivir al Puerto y que decía: en bocas del Puerto te veas, ella me refirió entonces una anécdota que no tiene desperdició y que en parte ilustra y confirma dos virtudes fundamentales  de la manera de ser de los portuenses: el sentido del humor para gastar bromas y la imaginación para inventárselas; pero también para sufrirlas.

Al parecer, en la carretera general y muy cerca del puente que salva el barranco y que conduce a La Dehesa, hubo en un tiempo una barbería cuyo propietario solía gastarle a los clientes alguna que otra broma que sin ser  de aquellas que se denominan pesadas sí  que conducian a situaciones realmente extraordinarias. Esta es una de las muchas bromas de resultado más que imprevisible.

-¿Qué va a ser?, -preguntó el peluquero a su asiduo cliente y vecino.
-Corte de pelo, -contestó aquel.
-Oye, -preguntó el peluquero mientras pasaba la máquina cogote arriba, -¿has visto ya la ballena varada en el muelle?
¿Ballena varada?, -se extrañó el parroquiano.
-Sí, muchacho, esta mañana apareció en el muelle y está siendo la noticia del día, -confirmó el barbero con un tonito de maliciosa credulidad.
-Pues acaba rápido, por favor, que me voy p’allá a verla antes de que mi mujer se entere, -replicó impaciente el cliente.

Una vez hubo cobrado el servicio, el barbero salió a despedirlo a la puerta mientras su vecino cliente se alejaba apresuradamente carretera abajo en dirección al muelle. Una mueca de asombro  se dibujó en el curtido rostro del bromista.

-¡¡Se lo había creido!! -se dijo.

Se apoyaba desde hacía un rato pesadamente en la jamba de la puerta mirando la calle cuando de pronto vió bajar, con paso presuroso, un grupito de jóvenes desde el barrio de San Antonio en dirección al mar.

-¿Pasa algo?, -casi les increpó el peluquero.
-¿No te has enterado?, -respondieron unas voces.
-¿De qué? ¿De qué tengo que enterarme?, -preguntó curioso
-Ha aparecido una ballena varada en el muelle y vamos a verla, -afirmaron  categoricamente algunos de los que iban algo adelantados.

El barbero volvió a sonreir, esta vez para sus adentros, moviendo lentamente la pelada cabeza en uno y otro sentido.

No habían aún transcurrido ni cinco minutos cuando desde la misma puerta el bromista observó que carretera abajo y en la misma dirección un grupo aún más numeroso si cabe que el anterior le instaba a que se sumara a la gruesa comitiva.

-Vente con nosotros a ver la ballena varada del muelle, -gritaron casi al unísono.

No había salido aún de su asombro cuando un nuevo y enorme gentío seguía  al anterior que, con gran algarabía bajaba cantando: la ballena está varada  matarile-rile-rile;  la ballena está varada,  matarile-rile-ron.

El barbero ya no pudo más. Le habían asaltado tal cantidad de dudas al respecto que en un santiamén se desdibujó de su rostro la media sonrisa con la que  hasta el momento se había autocongratulado de aquella oportuna ocurrencia que convenciera a su primer cliente del día a  hora tan temprana. Los acontecimientos le habían desbordado de tal manera que, sin más preámbulos, desoyendo  por completo los inútiles consejos que ahora le dictaba su propia mala conciencia, agarrando de un violento tirón la chaqueta que colgaba del perchero, echó el cerrojo a la puerta  y se sumó a la nueva  algarada para ir a ver  él también, -confundido entre la multitud que no paraba de fluir, como un rio, en dirección al muelle-, la supuesta ballena varada  de la que tanto se hablaba aquella hermosa mañana en todo el Puerto de la Cruz.



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