Estos útimos días he reflexionado mucho acerca de
las aventuras atribuidas a ese nuevo y joven personaje que pasea por ahora por los distintos platós de TV y que responde al alias de
“Pequeño Nicolás”. A porpósito de él, deseo manifestar que, desde mi punto de vista, no encuentro
delito alguno en su proceder como "conseguidor" que yo pueda achacarle porque si bien habrá podido
intentar engañar a muchos a cambio de determinados favores y otros beneficios,
también es bien cierto que sólo lo ha hecho entre todos aquellos que desde hace
unos años se han aliado entre si para estafar a su vez a la mayor parte de la
ciudadanía de este país y eso es precisamente lo que me consuela; hasta el
punto de concederle el perdón que por mi parte se merece.
Es prácticamente imposible que
Nicolás hubiera podido tener éxito en una esfera que no hubiera sido aquella, de cristal blindado, en
la que se mueven como peces en el agua, empresarios, políticos, consejeros, etc., quienes a su vez, seguramente,
jugaban con la magnífica posibilidad de, a través del joven “engañador”, sumar
nuevos e importantes contactos con los que aprovechar una magnífica oportunidad única de continuar
enriqueciéndose a costa de los demás.
No me lo imagino intentado medrar con idéntica intención de éxito en un tejido social menos sofisticado que el suyo.
No solo no le hubieran dado crédito sino que seguramente se hubiera llevado alguna
patada en el trasero porque ese caldo de cultivo que tanto necesitaba Nicolás para sus travesuras
sólo es posible de darse en determinados
estamentos de la sociedad dónde al parecer, tal y como así puede haberse demostrado, tanto recelan
siempre unos de otros; precisamente lo que un estafador necesita para alcanzar
su objetivo final con garantía de éxito.
De modo que:
¡¡Enhorabuena, Nicolás!!
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