Cuando los hombres de negro se instalan por fín en el Parlamento y pese a que hoy dìa existen eficaces productos para evitar la caspa, ocurre que, de inmediato, ésta se esparce sobre sus hombros como si de un manto de armiño joven se tratara sin que ellos parezcan darse cuenta de su presencia hasta muy avanzada la legislatura, cuando ya resulta demasiado tarde. A esas alturas se nota tanto que unos a otros se advierten, recomendándose mutuamente ciertas lociones capilares para intentar evitarlo pero para entonces y ante el peligro inminente que ello supone, el resto de caspa que aún está por caer muta de inmediato y, atravesando el cráneo, termina por depositarse mansamente, ya sin remedio y para siempre, en el interior de la masa encefálica de sus señorias del PP.
Yo supongo que su terquedad en querer gobernar a pesar de todo se debe a este fenómeno capilar tan concreto como -por otro lado- muy común entre los miembros de la antigua guardia de algún partido político en la oposición pero muy en especial entre la mayoría de la élite del Partido Popular.
La señora diputada del PP, Celia Villalobos, se ha defendido de lo que resulta casposamente evidente afirmando que si la izquierda carece por completo de caspa es porque, presumiblemente, deben comérsela los piojos, pero según afirman el Ministerio de Sanidad y la Secretaría de Medio Ambiente, eso está aún por demostrar.
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