Personalmente, creo no
haberle guardado rencor a nadie a lo largo de mi vida pero eso nunca se sabe
del todo hasta no hacer un riguroso examen de conciencia que nos permita eximir
esa improbable sospecha, imagino, tan inquietante. En cualquier caso, uno ya es
tan mayor, ha vivido uno tanto, que si se hubiera dado alguna vez el caso, estoy
plenamente convencido de que los supuestos destinatarios de tales
resentimientos ya habrían fallecido lo que, por fortuna, también supone que el hipotético
rencor guardado hubiera prescrito definitivamente. En tal caso y después de una
exhaustiva reflexión sobre tal asunto he llegado incluso a preguntarme si, en
realidad, ha valido la pena no haberle guardado rencor a nadie que quizá se lo
hubiera realmente merecido. Sin embargo
uno continúa aún vivo y sin ningún resentimiento contra nadie.
Los que ya gozan de la
vida eterna sólo ocupan un lugar en nuestra maltrecha memoria; un lugar
diminuto y remoto en proporción con el concepto de tiempo y espacio que se
supone impera en el más allá. ¿La equivalencia, pongamos por caso, de una
semana de vida terrenal a qué dimensión
corresponde en la otra vida? Me lo pregunto para tratar de saber si a partir de
una determinada edad como la mía y al albur de que algún otro pueda guardarme un rencor que considere no merecer, ¿valdría quizás la pena pasar a mejor
vida como muchos otros lo hicieran antes y disfrutar de la eternidad con mucha más paciencia
y de la mejor manera posible?
Cuando alguien se
propone ser mejor que el resto a toda costa, por lo general suele despertar en
los demás sentimientos contradictorios que se traducen normalmente en un severo
rencor en ocasiones enfermizo. Para evitarlo, ser mejor que los demás no debe
de constituir nunca una meta en sí misma sino una consecuencia del trabajo bien hecho
a lo largo de tu vida activa.
Creo francamente que
gente como Mozart, Mondrian, Rodín, Madame Curie, Einstein, por poner algunos
ejemplos, fueron en un sentido los mejores sin ni siquiera proponerselo sino
que tal categoría se la otorgó más tarde el público como consecuencia de su
gran dedicación a lo que realmente les gustó hacer siempre.
Yo intento hacer lo
mismo; jamás compito. No importa que luego nadie reconozca mi trabajo, quizá porque no me lo
merezca, pero me inclino siempre por no intentar ser el mejor a propósito ni a cualquier precio sino procurar hacer mi trabajo lo mejor posible mientras lo lleve a cabo. Aunque también cabe la posibilidad de que la
extrema dedicación por todo aquello que me gustó hacer y con lo que disfruté en
vida alcance el valor que, después de muerto, le concedan otros pero sí que para
entonces estaré completamente seguro de que nadie me guardó nunca el menor rencor y echó en falta mi ausencia.
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