“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados” Mateo 5:6
El objeto principal al aplicar la justicia y, como consecuencia de ello, dictar sentencia, no debe interpretarse nunca como un sentimiento formal de venganza propuesto por la Ley para paliar las frustraciones derivadas de su, más o menos acertada aplicación y que, además, termina siempre repercutiendo, de manera tan directa, en el ánimo del llamado ciudadano de a pié, del ciudadano medio y libre de toda sospecha. Sin embargo, todos sabemos que entre la ciudadanía en general, prima, por encima de todo, el ferviente deseo de saciar cuanto antes, -según San Mateo (5:6)-, el hambre y sed de justicia al que hemos estado sometidos estos días por parte de jueces y fiscales hasta el preciso momento de los fallos dictados por los distintos tribunales en casos tan sonados últimamente como el Caso Nóos ( Infanta, Urdangarín, Diego Torres) o el de las tarjetas Black (Blesa, Rato), por citar sólo un par. Al parecer, estos insospechados nuevos fallos tampoco han servido de mucho para saciar nuestro particular y gran apetito de Justicia que tanto nos caracteriza.
Pero esto no es todo porque, por otra parte, la propia Justicia en sí, a mi modesto modo de entender, se encuentra también tanto o más hambrienta y sedienta que el inocente ciudadano de a pié y ese ayuno forzoso puede volverse contra nosotros y resultar mucho más peligroso de lo que, a simple vista, podamos imaginar porque corremos el serio peligro de que, en un momento dado, decida echarse a la calle desesperada, dispuesta también a saciar su feroz apetito atrasado engullendo a todos aquellos pobres de espíritu y no tan de espíritu que, -sin obrar de manera en absoluto delictiva sino intentando sólo malvivir, trampeando aquí y allá con lo que pueden, sin cobertura alguna de asistencia social, sanitaria ni letrada que les solucione el grave problema por el que atraviesan-, caigan, además, en la torpeza fatal de parecer sospechosos de cometer cualquier infracción que les incrimine por nada frente a un juez.
Yo rogaría a fiscales y jueces que, -si no queda otro remedio,- y aunque de manera sólo frugal,-continúen alimentando de cuando en cuando a la Justicia -con todas esas ristras de condenas aún pendientes- con la única esperanza de mantenerla por lo menos a raya y sin que logre traspasar esos límites aún marcados, aunque a veces imprecisos, que separan el estado del bien del estado del mal y el estado del confort y bienestar con el de la más absoluta pobreza.
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