Desde que se dio a conocer, siempre he sentido curiosidad por precisar el peso específico que habrá tenido su propio nombre en su subconsciente para que jugando a favor de Pablo Iglesias éste decidiera, bajo su posible influencia, emprender la carrera de Ciencias Políticas en la Complutense de Madrid con el excelente resultado que ya todos conocemos.
He querido recorrer el sendero de su propio destino desde que sus padres le bautizaran con el nombre de Pablo hace ya unos treinta y ocho años hasta nuestros días en los que, precisamente, se dirime su futuro inmediato como secretario general del partido que junto a otros como Íñigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa y Luis Alegre fundaran hace ya unos tres años con el esperanzador nombre de PODEMOS. Este somero seguimiento desde su nacimiento me ha llevado al convencimiento de que si le hubieran bautizado con un nombre distinto al que ahora tiene, quizá sus derroteros hubieran sido otros muy diferentes; pero eso nunca se sabe con toda certeza aunque,- a tenor de lo dicho anteriormente,- el destino también puede haber estado condicionado desde su origen.
También es cierto que sus compañeros de viaje han llegado conjuntamente al mismo destino sin necesidad de tener que haberse apellidado Iglesias pero en la Asamblea prevista para este fin de semana en Vista Alegre 2 podremos, por fin, comprobar lo mucho que compromete el peso específico de un apellido tan vinculado al socialismo como el de Pablo.
Parece mentira que un detalle tan nimio como pueda serlo un bautizo haya podido jugar, desde mi exclusivo punto de vista, un papel tan importante en el seno de la política actual española. Posiblemente, la idea que acariciara su padre entonces sólo pretendía, -en la figura de su hijo y en memoria de su propio apellido,- un sincero homenaje al que fuera fundador del PSOE y la UGT el humilde tipógrafo llamado también Pablo Iglesias. Tampoco dudo de que el ambiente político en el seno de su propia familia a lo largo de su infancia no haya podido tener una influencia más que notable en su formación pero también es cierto que el destino del que hablo habría colocado a Pablo en un momento político crucial en lo que se refiere a las dificultades habidas en el último año para la gobernabilidad del país; por una parte asociada a la defenestración política de Pedro Sánchez en su carrera hacia la presidencia y por otra, sobre todo, en el preciso momento en que la corrupción en el seno del PP habría alcanzado cotas desproporcionadas de delitos tan flagrantes que han terminado por minar completamente los robustos pilares de los que habría presumido durante tantos años la compacta derecha de este país.
Este ha sido el caldo de cultivo que, al parecer, ha venido alimentando la sensación que hoy tengo de que el destino, sospechoso siempre de acudir en ayuda de los más desfavorecidos, se habría adelantado a los acontecimientos previstos por terceros para propiciar la participación activa de un
nuevo partido que, a medida que no sólo concreta su posición sino además su postura, cobra mucho más fuerza cada día en su competencia con el resto en el terreno político.
He querido recorrer el sendero de su propio destino desde que sus padres le bautizaran con el nombre de Pablo hace ya unos treinta y ocho años hasta nuestros días en los que, precisamente, se dirime su futuro inmediato como secretario general del partido que junto a otros como Íñigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa y Luis Alegre fundaran hace ya unos tres años con el esperanzador nombre de PODEMOS. Este somero seguimiento desde su nacimiento me ha llevado al convencimiento de que si le hubieran bautizado con un nombre distinto al que ahora tiene, quizá sus derroteros hubieran sido otros muy diferentes; pero eso nunca se sabe con toda certeza aunque,- a tenor de lo dicho anteriormente,- el destino también puede haber estado condicionado desde su origen.
También es cierto que sus compañeros de viaje han llegado conjuntamente al mismo destino sin necesidad de tener que haberse apellidado Iglesias pero en la Asamblea prevista para este fin de semana en Vista Alegre 2 podremos, por fin, comprobar lo mucho que compromete el peso específico de un apellido tan vinculado al socialismo como el de Pablo.
Parece mentira que un detalle tan nimio como pueda serlo un bautizo haya podido jugar, desde mi exclusivo punto de vista, un papel tan importante en el seno de la política actual española. Posiblemente, la idea que acariciara su padre entonces sólo pretendía, -en la figura de su hijo y en memoria de su propio apellido,- un sincero homenaje al que fuera fundador del PSOE y la UGT el humilde tipógrafo llamado también Pablo Iglesias. Tampoco dudo de que el ambiente político en el seno de su propia familia a lo largo de su infancia no haya podido tener una influencia más que notable en su formación pero también es cierto que el destino del que hablo habría colocado a Pablo en un momento político crucial en lo que se refiere a las dificultades habidas en el último año para la gobernabilidad del país; por una parte asociada a la defenestración política de Pedro Sánchez en su carrera hacia la presidencia y por otra, sobre todo, en el preciso momento en que la corrupción en el seno del PP habría alcanzado cotas desproporcionadas de delitos tan flagrantes que han terminado por minar completamente los robustos pilares de los que habría presumido durante tantos años la compacta derecha de este país.
Este ha sido el caldo de cultivo que, al parecer, ha venido alimentando la sensación que hoy tengo de que el destino, sospechoso siempre de acudir en ayuda de los más desfavorecidos, se habría adelantado a los acontecimientos previstos por terceros para propiciar la participación activa de un
nuevo partido que, a medida que no sólo concreta su posición sino además su postura, cobra mucho más fuerza cada día en su competencia con el resto en el terreno político.
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