No se percibe nada nuevo ni extraño en el horizonte. Todo parece en calma. A esta hora, sobre el sky line de Barcelona flota una delgada capa de monóxido de carbono de tan baja intensidad que aún permite filtrar los verticales rayos de sol de un mediodía cualquiera en la víspera del tan temido primero de Octubre. Sin embargo, sería una temeridad por parte de Paco acercarse más de lo necesario al núcleo urbano. Se encuentra en las inmediaciones de Montcada i Reixac y ha podido comprobar esta misma mañana la presencia silenciosa de miembros de la Guardia Civil, merodeando en torno a su Ayuntamiento; no parece que vayan armados aunque algunos de ellos sí que se cubren con dramáticos tricornios acharolados.
La tensa calma que se percibe en todo el vecindario le recomienda cierta prudencia, hasta el punto de tener que aventurarse, -para no parecer catalán-, a canturrear en voz baja Doce cascabeles lleva mi caballo…… En realidad no es catalán pero en caso de ser detenido por error, al menos la benemérita habrá tenido también en cuenta sus gustos por el folklore andaluz; ¡vamos! un atenuante en toda regla, aunque no está del todo seguro si los prismáticos que aún lleva por descuido colgados del cuello sobre el pecho, bastaría para parecerles un turista común recién llegado y libre de toda sospecha.
Luego de un corto paseo hasta el Ayuntamiento, ha decidido regresar hasta la estación de tren silbando. Ahora le ha tocado el turno a Mi carro, de Manolo Escobar. Aprovecha los compases del estribillo para guardar los prismáticos en el interior de una holgada cartera en bandolera, apoyada en su cadera izquierda. La papeleta del NO la lleva a buen recaudo. Ha hecho con ella un cilindro de poco diámetro y a través del gollete la ha introducido por si acaso en el interior de una opaca botella de cerveza vacía que ahora reposa en el fondo de su cartera. No es que tenga miedo pero toda precaución parece ser poca.
En el casino de Llagostera, mientras tomaba ayer un cortado, le había llegado el rumor de que en Montcada i Reixac se podrían encontrar sin dificultad aunque con la debida precaución papeletas destinadas al derecho a decidir el próximo futuro de Cataluña y esa era la razón por la que Paco se encontraba en aquel momento en la estación de aquella localidad próxima a Barcelona. A la hora de comprar el billete de vuelta en ventanilla debía acordarse de solicitarlo para tercera clase; esa era la contraseña prevista para que el ferroviario, además del billete, le extendiera discretamente un sobre blanco con su papeleta en el interior. Y así lo hizo.
Ya en el tren y con la deseada papeleta por fin en su poder, Paco reflexionaba profundamente durante el viaje sobre la conveniencia y legalidad de un referéndum organizado aparentemente de forma unilateral y que todavía tanto le costaba admitir. No se sentía en absoluto en contra del derecho a decidir del conjunto del pueblo catalán pero no lo aceptaba de aquella manera tan desordenada, de modo que, no obstante, su propuesta de NO como rechazo respondía tan sólo a la forma y no al fondo de tan delicada cuestión. Paco se prometía para sí mismo y sin ninguna duda el SÍ para cuando las partes implicadas en el proceso, -Gobierno de la nación y Generalitat de Catalunya-, llegaran a mostrarse de acuerdo en una convocatoria pactada y con todas las garantías que establece no sólo la constitución española sino los distintos acuerdos internacionales relacionados con dicha materia. Y se quedó profundamente dormido
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