Desde el pasado 1º de Octubre se ha venido hablando mucho en España de la preocupante salida de Cataluña de numerosas empresas comerciales y bancarias hacia otros distintos destinos de la Península. Preocupación que, por descontado, parece no afectar al Gobern de la Generalitat dado el talante con el que al parecer asume tal controversia.
Aunque por muy distintas razones pero del mismo modo que al Gobern de la Generalitat, a mí tampoco me preocupa tanto esta huida desesperada y de improviso. Al fin y al cabo, pertenezco a un estrato social que apenas tiene vinculación directa con la mayoría de empresas que han emprendido el éxodo hacia su autodestierro. Parecen ser empresas de una gran solvencia económica que, abandonando este país en crisis, se jactan así de actuar en beneficio de sus numerosos clientes cuando todos sabemos que, en realidad, lo hacen principalmente en favor de sus múltiples accionistas, cuyos dividendos es a la postre lo que realmente les preocupa, aunque también es licito afirmar que están en su perfecto derecho a proteger su amasado patrimonio.
Mis numerosos amigos consideran que mí, -según ellos-, riguroso sentido del humor no tendría hoy cabida en un entorno tan dramático como el que durante estas semanas hemos estado soportando en Cataluña pero yo considero que la ocasión la pintan calva como para, ésta vez, explayarme a mi entero antojo en relación con ese puñado de grandes e importantes empresas a las que nunca me he sentido nada vinculado por cuanto mi estatus social se encuentra tan por debajo de lo aceptable que para ninguna de ellas tendría suficiente interés incorporar mi presencia en sus distintos consejos de administración; ni como accionista ni como cliente siquiera. Sin embargo, -y me gusta reconocerlo abiertamente-, sí que como cliente me considero tan descaradamente vinculado a tres distintas empresas concretas que si éstas me abandonaran tan de repente, no quisiera pensar que sería entonces de mí; jubilado, con una precaria pensión y una edad próxima a la funeraria.
No me duelen prendas en revelar en un orden completamente aleatorio las tres firmas que han estado siempre presentes en mi entorno rigurosamente doméstico y sin las cuales mi vida hubiera parecido un via cruxis sin excusas. El gran vino DON SIMÓN, a punto siempre en cada una de mis comidas diarias, la generosa gaseosa LA CASERA, fresca en verano y dispuesta en cualquier momento a ser mezclada con el vino citado y, por último, el magnífico limpiavajillas FAIRY, sin el que mi menage no brillaría nunca de la misma manera.
Estos tres productos son, por excelencia, los más indicados para formar parte del entorno doméstico de tanta gente que como yo mismo nos movemos en un estrato social del que nos sentimos orgullosa mayoría. Productos de primera necesidad cuya virtud es incuestionable y a los que todos lloraríamos si decidieran, como ya han hecho otros muchos, abandonarnos a nuestra propia suerte en medio del caos que reina hoy en la Cataluña en la que hemos trabajado hasta la jubilación y en la que, por suerte, aún vivimos.
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