Jose Agustín Goytisolo, tristemente fallecido, fue un excelente poeta y escritor con el que Luis Espinosa y yo mantuvimos una cierta discreta amistad en Barcelona.
De su viva voz tuvimos el privilegio de escuchar en más de una ocasión su célebre poema titulado PALABRAS PARA JULIA al que algo más tarde le pondría música el inigualable PACO IBAÑEZ.
El poeta acostumbraba a venir a comer a menudo al restaurante Sopeta Una donde, a la sazón, trabajaba yo como camarero. En ocasiones solía coincidir con Luis Espinosa quién, a fuerza de compartir mantel con él, fue creándose entre ellos una corriente amistosa alentada en nuestro favor por el propietario del restaurante, Carlos Puig. Un tercer cliente, indirectamente implicado en nuestra mutua camaradería, habituaba, asimismo, a intervenir en nuestras amenas tertulias de sobremesa. Se trataba de Victor You, propietario entonces de la mítica sala Zeleste de la calle Platería y donde tendría lugar la desagradable anécdota ocurrida con ocasión de una visita nocturna a la misma llevada a cabo por el propio Goytisolo, Luis Espinosa y yo.
Terminarían ellos de cenar esperando a que yo finalizara el turno de noche para dirigirnos, como habíamos acordado previamente, hasta Zeleste con la intención de presenciar alguna probable actuación en el local de la que ya, francamente, ni me acuerdo.
Una mesa en el vestíbulo de la sala, bastaba para improvisar la función de taquilla en la que se expendian las entradas los días de actuación. Luis y yo, por razones que explicaré en su momento, estábamos siempre exentos del pago. Solamente Goytisolo adquirió una única entrada y seguidamente tomamos asiento los tres en un banco corrido cerca del escenario.
Finalizado ya el espectáculo y cosumida con él la primera ronda, Goytisolo decidió enseguida invitar a una segunda. En el momento de regresar el camarero con las bebidas solicitadas, el poeta no pudo satisfacer la cuenta porque, sorprendentemente, la cartera había desaparecido, no la tenía en su poder. El camarero, que nos conocía a los tres perfectamente, le restó importancia al incidente invitándonos a que nos tomáramos el tiempo necesario en encontrarla pero, de pronto, inesperadamente, irrumpió en escena un devoto y exaltado admirador de Goytisolo, de maneras harto afeminadas para mi gusto, acusándonos impunemente, sin ningún tipo escrúpulos y a voz en grito, de haber sido Luis y yo los auténticos autores del supuesto hurto de la mencionada cartera.
El poeta intentó en vano persuadirle de que no solo éramos sus invitados sino, además, sus amigos pero esto no pareció convencer al encendido “mariquita” quién se empeñaría, a riesgo de recibir un bofetón por mi parte, en amenazarnos severamente con registrarnos personalmente con tal de recuperar lo presuntamente robado esa noche.
Con anterioridad y debido al sofocante calor reinante, tanto Luis como yo nos habíamos despojado previamente de nuestras respectivas chaquetas que descansaban blandamente a nuestro alcance, sobre el sillón corrido de skay, y a las que intentó aproximase el ferviente admirador con la aviesa intención de registrarlas aunque sin éxito porque para entonces yo ya me había levantado impidiéndoselo y puesto rápidamente en pie, -le ganaba en estatura-, en un tono bastante más que amenazador, le contesté que nuestra palabra era muchísimo más válida que su magnífica exagerada estupidez y que por esta tan sencilla razón no permitiría en absoluto que nadie, y menos un tipo como él, pusiera sus afeminadas manos sobre aquellas tan masculinas prendas de vestir sin nuestro previo consentimiento.
Luis Espinosa continuaba sentado tranquilamente dibujando en su rostro una franca sonrisa en la que podía leerse perfectamente la situación tan kafquiana por la que estábamos atravesando en aquel preciso instante.
De pronto, Goytisolo, levantándose, se excusó abandonando precipitadamente su asiento para ausentarse por unos momentos mientras su eterno admirador quedaría de guardia, en pie frente a nosotros, hasta el regreso del poeta.
Para cuando hubo regresado Goytisolo, la discusión permanecía en un inquietante punto muerto. El poeta traía consigo la desaparecida cartera, olvidada en el momento de pagar la entrada en la mesa del vestíbulo y perfectamente custodiada por el taquillero de turno.
Volví a tomar asiento de nuevo al tiempo que Goytisolo mientras Luis Espinosa, esbozando aún su sempiterna y franca sonrisa, me consolaba distraídamente del sufrimiento padecido por tanta estupidez humana acumulada en tan pequeño espacio.
NOTA:
La razón por la que Luis y yo no pagábamos entrada era por ser los proveedores del tabaco negro CORONAS de algunos de los empleados de ZELESTE.
Le recomiendo a mi buen amigo Dorta la inclusión de la versión de Paco Ibañez de este maravilloso poema en su Blog. Gracias.
PALABRAS PARA JULIA. Poema de José Agustín Goytisolo
Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
con un aullido interminable,
interminable...
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido,
no haber nacido...
Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso...
La vida es bella ya verás,
como a pesar de los pesares,
tendrás amigos, tendrás amor,
tendrás amigos...
Un hombre solo, una mujer,
así tomados de uno en uno,
son como polvo, no son nada,
no son nada...
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso...
Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría
que les ayude tu canción
entre tus canciones...
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino nunca digas
no puedo más y aquí me quedo,
y aquí me quedo...
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso...
La vida es bella ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor,
tendrás amigos...
No sé decirte nada más
pero tu debes comprender
que yo aún estoy en el camino,
en el camino...
Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso...