Me he enterado del grave accidente sufrido por José Carlos y del que, según me confirman, se recupera lentamente pero bién. Desde Barcelona le deseo un pronto y total restablecimiento.
La gran fantasía que en ocasiones derrochaba José Carlos era, para muchos, uno de los rasgos menos conocidos aunque característico de su rica y asentada personalidad que rara vez mostraba en público. Sin embargo, cuando se trataba de colaborar con otros amigos suyos en algún proyecto de tipo artístico no ponía ningún reparo en manifestarla y en ofrecerla espontáneamente acudiendo en nuestro auxilio como es el caso que nos ocupa, ocurrido durante una divertida sesión fotográfica, en un plató improvisado, que tenía como objetivo un reportaje infantil sobre su bellísima y simpática hija.
Fuimos, además, por entonces, protagonistas involuntarios de algunas curiosas y suculentas anécdotas, acontecidas durante aquellos años en los que mucha gente coincide en considerar como la "ÉPOCA DORADA" del Puerto de la Cruz y que, a pesar del largo tiempo trancurrido, a buen seguro, José Carlos no habrá olvidado del todo todavia por haber sido él uno de sus principales actores aunque gracias a su bien conocida discreción no dará, seguramente, lugar a que dichas anécdotas lleguen a alcanzar status de dominio público.
La gran fantasía que en ocasiones derrochaba José Carlos era, para muchos, uno de los rasgos menos conocidos aunque característico de su rica y asentada personalidad que rara vez mostraba en público. Sin embargo, cuando se trataba de colaborar con otros amigos suyos en algún proyecto de tipo artístico no ponía ningún reparo en manifestarla y en ofrecerla espontáneamente acudiendo en nuestro auxilio como es el caso que nos ocupa, ocurrido durante una divertida sesión fotográfica, en un plató improvisado, que tenía como objetivo un reportaje infantil sobre su bellísima y simpática hija.
Fuimos, además, por entonces, protagonistas involuntarios de algunas curiosas y suculentas anécdotas, acontecidas durante aquellos años en los que mucha gente coincide en considerar como la "ÉPOCA DORADA" del Puerto de la Cruz y que, a pesar del largo tiempo trancurrido, a buen seguro, José Carlos no habrá olvidado del todo todavia por haber sido él uno de sus principales actores aunque gracias a su bien conocida discreción no dará, seguramente, lugar a que dichas anécdotas lleguen a alcanzar status de dominio público.
Es probable que a las nuevas generaciones no les diga nada el nombre de José Carlos pero este gran retratista, afincado a la sazón entre nosotros, contribuyó de manera eficaz a la proyección del nombre del Puerto de la Cruz más allá de nuestras estrechas fronteras utilizando como vehículo propio los numerosos retratos efectuados a otros tantos clientes y modelos que a menudo hubieron de guardar cola hasta obtener tamaño privilegio. Nadie mejor que él podría explicar en que consistió su peculiar manera de promocionar y promover actuaciones encaminadas a mantener ese espíritu tan elegante que, en su tiempo, caracterizó al Puerto.
Esa elegancia empezaba por él mismo y su entorno. Comodamente sentado en la terraza del Café de París, rodeado de cuanto precisa un buen retratista para ejercer su trabajo, incluído un intérprete, se entregaba por entero a su arte mientras en el interior del establecimiento otro no menos artísta, Leopoldo Ortí, aunque en distinta displina, nos deleitaba a lo largo de la noche con un interminable y "glamuroso" repertorio de conocidísimas y frescas melodias extraidas primorosamente del alma de su gran piano de cola hasta crear la magia, imposible de disociar, entre su propia maravillosa música y la no menos exquisita pintura de José Carlos.
Entre música, pintura, un excelente y profesional servicio que nos aprovisionaba, -como en las películas,- de algún que otro Dry Martini de tanto en tanto y confortablemente instalados, dejábamos pasar el tiempo bajo un cielo completamente estrellado mientras los neones de la Avenida de Colón parpadeaban colores sobre el océano majestuoso.
Esa elegancia empezaba por él mismo y su entorno. Comodamente sentado en la terraza del Café de París, rodeado de cuanto precisa un buen retratista para ejercer su trabajo, incluído un intérprete, se entregaba por entero a su arte mientras en el interior del establecimiento otro no menos artísta, Leopoldo Ortí, aunque en distinta displina, nos deleitaba a lo largo de la noche con un interminable y "glamuroso" repertorio de conocidísimas y frescas melodias extraidas primorosamente del alma de su gran piano de cola hasta crear la magia, imposible de disociar, entre su propia maravillosa música y la no menos exquisita pintura de José Carlos.
Entre música, pintura, un excelente y profesional servicio que nos aprovisionaba, -como en las películas,- de algún que otro Dry Martini de tanto en tanto y confortablemente instalados, dejábamos pasar el tiempo bajo un cielo completamente estrellado mientras los neones de la Avenida de Colón parpadeaban colores sobre el océano majestuoso.
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