Como nuestros lectores, sin duda, recordaran, respondiendo a una determinada estrategía concebida de antemano y que tan excelentes resultados les deparara en el pasado, Lady Ginebra, de común acuerdo con Stanley y Livingstone, tomaría la concensuada decisión de embarcarse, una semana antes que el resto, a bordo de un discreto buque que zarparía aquella misma noche y en silencio del puerto de Plymouth rumbo a Canarias a fín de crear, cuanto antes, en Santa Cruz, la indispensable infraestructura que garantizara a los dos intrépidos aventureros pasar lo más desapercibidos posible una vez llegados también a su destino siete dias más tarde.
Tratando de aprovechar el tiempo en su ausencia, tanto Livingstone como Stanley decidieron de improviso trasladarse hasta los bajos fondos, confundidos entre el lumpen de la ciudad de Plymouth, con el solo propósito de recabar la suficiente información que de entre sus muchas y bellas confidentes locales que aún permanecían fieles a sus intereses, pudiera parecerles ventajosa en relación a la delicada operación que ámbos hombres tratarían valientemente de llevar a cabo próximamente en suelo del archipiélago canario.
Jack "El Destripador" había sembrado de tal manera el pánico en la ciudad, que todas aquellas jovencitas a las que la alta burguesía tildaba eufemisticamente como de VIDA ALEGRE, se negaban, por temor al asesino, a continuar ejerciendo su antigua y mal remunerada profesión, libremente y al descubierto, por las cuatro esquinas de las siempre mal iluminadas calles de los sucios puertos, al amparo permanente de aquella espesa y perpetua niebla del sur de Inglaterra que otrora les preservara de los marineros mirones y sin embargo incapaz ahora de ocultarlas del temible destripador. Recabar tan valiosos testimonios requería, pues, acudir, indistintamente y a menudo, a los numerosos lupanares clandestinos diseminados por aquellos suburbios donde las siempre vírgenes y confidentes prostitutas inglesas se encontrarían ahora mezcladas en reclusión voluntaria y a salvo del sanguinario y misterioso JACK.
Tanto Livingstone como Stanley apenas si podían contener su moderada lascivia ante tantos centímetros al descubierto de mórbida anatomía femenina; ante tanta carne oronda y fresca; ante tanta piel sonrosada; ante tanta boquita de carmín pintada. La estricta moral victoriana de ámbos solo podría permanecer incólume si conseguían ajustarse exactamente al resultado de la información obtenida y al móvil por el que exclusivamente habíanse desplazado hasta allí.
Al verles llegar tan desinteresados por el placer, una desconcertada madame, entrada más en carnes que en años, sin apenas quitarles la vista en ningún momento de encima, de improviso, comenzó a tararear en un tono más soez que burlón y con marcado acento irlandés, lo que parecía ser una vieja coplilla de origen español heredada posiblemente de aquellas otras mujeres que luego de naufragar con la poderosa Armada Invencible de Felipe II, lograrían sobrevivir abandonadas a su suerte y ejerciendo la prostitución callejera tratando en vano de subsistir dignamente en los sucios arrabales de la ciudad portuaria de Plymouth.
La copla decía así:
A un lupanar de rica miel
dos mil putas acudieron
que por viciosas murieron
presas de patas en él.
La cancioncilla, al parecer, hacía clara alusión, precisamente, a aquel numeroso contingente de mujeres españolas que acabaron refugiándose en Plymouth después del trágico naufragio que se cobraría otras tantas vidas y del que, según dicen, Felipe II diría posteriormente:
-Yo no envié mi flota a luchar contra las tempestades, -cuando en realidad debió haber dicho:
Tratando de aprovechar el tiempo en su ausencia, tanto Livingstone como Stanley decidieron de improviso trasladarse hasta los bajos fondos, confundidos entre el lumpen de la ciudad de Plymouth, con el solo propósito de recabar la suficiente información que de entre sus muchas y bellas confidentes locales que aún permanecían fieles a sus intereses, pudiera parecerles ventajosa en relación a la delicada operación que ámbos hombres tratarían valientemente de llevar a cabo próximamente en suelo del archipiélago canario.
Jack "El Destripador" había sembrado de tal manera el pánico en la ciudad, que todas aquellas jovencitas a las que la alta burguesía tildaba eufemisticamente como de VIDA ALEGRE, se negaban, por temor al asesino, a continuar ejerciendo su antigua y mal remunerada profesión, libremente y al descubierto, por las cuatro esquinas de las siempre mal iluminadas calles de los sucios puertos, al amparo permanente de aquella espesa y perpetua niebla del sur de Inglaterra que otrora les preservara de los marineros mirones y sin embargo incapaz ahora de ocultarlas del temible destripador. Recabar tan valiosos testimonios requería, pues, acudir, indistintamente y a menudo, a los numerosos lupanares clandestinos diseminados por aquellos suburbios donde las siempre vírgenes y confidentes prostitutas inglesas se encontrarían ahora mezcladas en reclusión voluntaria y a salvo del sanguinario y misterioso JACK.
Tanto Livingstone como Stanley apenas si podían contener su moderada lascivia ante tantos centímetros al descubierto de mórbida anatomía femenina; ante tanta carne oronda y fresca; ante tanta piel sonrosada; ante tanta boquita de carmín pintada. La estricta moral victoriana de ámbos solo podría permanecer incólume si conseguían ajustarse exactamente al resultado de la información obtenida y al móvil por el que exclusivamente habíanse desplazado hasta allí.
Al verles llegar tan desinteresados por el placer, una desconcertada madame, entrada más en carnes que en años, sin apenas quitarles la vista en ningún momento de encima, de improviso, comenzó a tararear en un tono más soez que burlón y con marcado acento irlandés, lo que parecía ser una vieja coplilla de origen español heredada posiblemente de aquellas otras mujeres que luego de naufragar con la poderosa Armada Invencible de Felipe II, lograrían sobrevivir abandonadas a su suerte y ejerciendo la prostitución callejera tratando en vano de subsistir dignamente en los sucios arrabales de la ciudad portuaria de Plymouth.
La copla decía así:
A un lupanar de rica miel
dos mil putas acudieron
que por viciosas murieron
presas de patas en él.
La cancioncilla, al parecer, hacía clara alusión, precisamente, a aquel numeroso contingente de mujeres españolas que acabaron refugiándose en Plymouth después del trágico naufragio que se cobraría otras tantas vidas y del que, según dicen, Felipe II diría posteriormente:
-Yo no envié mi flota a luchar contra las tempestades, -cuando en realidad debió haber dicho:
-Yo no envié a mis mujeres a ejercer la protitución.
Según Stanley, la cancioncilla en cuestión podría muy bien tratarse de una soez recreación irlandesa sobre una conocida fábula atribuible a Samaniego o bién a Tomás de Iriarte (fabulista canario, por cierto). No estaba del todo seguro.
....continuará
Según Stanley, la cancioncilla en cuestión podría muy bien tratarse de una soez recreación irlandesa sobre una conocida fábula atribuible a Samaniego o bién a Tomás de Iriarte (fabulista canario, por cierto). No estaba del todo seguro.
....continuará
Estoy investigando poco a poco las raíces de la copla. Un buen brandy me ayudará.
ResponderEliminarSir Stanley
La copla me la he inventado. Supongo que la sabes. Lo que no me acuerdo es de si es de Samaniego o Iriarte.
ResponderEliminarA un panal de rica miel......
Creo que de Sama niego , pero como no me gusta negar .... De Samaniego, creo.
ResponderEliminarGracias Stanley por gran erudición.
ResponderEliminarHermosas confidentes, ¿no cree, Stanley?.
Totalmente de acuerdo con la hermosura , pero la miel también es dulce y atractiva.
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