Ayer escuché una noticia emitida por televisión que me resulto, francamente, escalofriante.
Al parecer, un conocido torero, cuyo padre había fallecido el día anterior, había tomado, pese a todo, la dramática decisión de salir al ruedo a torear -y esta era la noticia-, con la mala fortuna de ser embestido violentamente por el primer toro de la tarde y de su lote en uno de los lances y cuya cornada le produciría, al parecer, una gravisima herida de aproximadamente veinte centímetros de longitud.
Hasta aquí nada de particular. Lo verdaderamente, para mí, escalofriante es que antes de ser conducido a la efermería, el torero decidiera, sin embargo, acabar con la vida del toro en cuestión mediante una vengativa y tosca estocada que le produciría al noble animal una gravísima y profunda herida de muerte de más de un metro de largo que le atravesaría blandamente sus poderosos pulmones, provocándole, antes de morir desamparado, tal angustiosa y larga agonía que, finalmente, fallecería ahogado en su propia sangre, entre violentos estertores, merced a la descomunal hemorragía provocada por tan desatinada actuación con el estoque. Insisto: ESTO SI QUE ME PARECIÓ ESCALOFRIANTE.
El toro sería luego miserablemente arrastrado hasta el desolladero por unas mansas mulillas dejando tras de sí un rojizo espeso visible reguero de sangre y muerte sobre el albero y otro, invisible, de venganza e inmisericordia agitada en los tendidos por cientos de pañuelos blancos solicitando, por si fuera poco y pos-morten, la mutilación siempre innecesaria de una de las orejas del noble animal, como trofeo, para un diestro que, -postrado pero comodamente amparado en una moderna enfermería, en manos de un eminente cirujano y eficazmente atendido de una ridícula cornada en el muslo de sólo veinte centímetros con trayectoria ascendente-, reclamaba para sí toda la atención y el beneplácito del enfervorizado público asistente puesto ardorosamente en pie.
Al parecer, un conocido torero, cuyo padre había fallecido el día anterior, había tomado, pese a todo, la dramática decisión de salir al ruedo a torear -y esta era la noticia-, con la mala fortuna de ser embestido violentamente por el primer toro de la tarde y de su lote en uno de los lances y cuya cornada le produciría, al parecer, una gravisima herida de aproximadamente veinte centímetros de longitud.
Hasta aquí nada de particular. Lo verdaderamente, para mí, escalofriante es que antes de ser conducido a la efermería, el torero decidiera, sin embargo, acabar con la vida del toro en cuestión mediante una vengativa y tosca estocada que le produciría al noble animal una gravísima y profunda herida de muerte de más de un metro de largo que le atravesaría blandamente sus poderosos pulmones, provocándole, antes de morir desamparado, tal angustiosa y larga agonía que, finalmente, fallecería ahogado en su propia sangre, entre violentos estertores, merced a la descomunal hemorragía provocada por tan desatinada actuación con el estoque. Insisto: ESTO SI QUE ME PARECIÓ ESCALOFRIANTE.
El toro sería luego miserablemente arrastrado hasta el desolladero por unas mansas mulillas dejando tras de sí un rojizo espeso visible reguero de sangre y muerte sobre el albero y otro, invisible, de venganza e inmisericordia agitada en los tendidos por cientos de pañuelos blancos solicitando, por si fuera poco y pos-morten, la mutilación siempre innecesaria de una de las orejas del noble animal, como trofeo, para un diestro que, -postrado pero comodamente amparado en una moderna enfermería, en manos de un eminente cirujano y eficazmente atendido de una ridícula cornada en el muslo de sólo veinte centímetros con trayectoria ascendente-, reclamaba para sí toda la atención y el beneplácito del enfervorizado público asistente puesto ardorosamente en pie.
Pero también asistí, sin desearlo, hasta los últimos escenarios donde representaban la PASION de CRISTO y del mismo modo encontré allí, entre ellos, a los vengativos, a los inmisericordes con los animales, también a los toreros y a los cazadores, envueltos algunos en misteriosos hábitos violetas cuyos rostros culpables ocultaban bajo el agudo cono del capirote, como reos confesos de la siniestra Inquisición, con lágrimas en los ojos unos, portando velones encendidos otros y todos lamentándose de lo mismo: de la tortura y muerte gratuita del SUPREMO INOCENTE.
¿Porqué les agrada tanto a algunos ese voluntario tránsito por el dolor, el sufrimiento y la muerte?.
Todo ello me retrotrae a épocas de hambre y miseria en las que se podían escuchar sentencias de toreros como aquella de "más cornadas da el hambre" o a la Legión y a Millán Astray gritando "abajo la inteligencia" y "vivas" a la muerte hasta desgañitarse mientras, prácticamente vivos, cientos de republicanos eran arrojados de un mal tiro alojado en el cráneo a tantas fosas comunes y cunetas de las que hoy intentamos resucitarlos por el bien a nuestra deteriorada memoria.
¿Cuantos falsos e hipócritas nazarenos arrastran estos días pesadas cadenas atadas a los tobillos de sus pies descalzos mientras animales sacrificados festivamente terminan también siendo arrastrados sobre la arena caliente del redondel camino del desolladero más próximo aplaudidos por ello sus matarifes de tabaco y oro?.
¿Cuantos lebreles que ya no corren porque no pueden, penden de un delgado cable de acero, atados por hombres inteligentes a cualquier rama de cualquier sombría higuera estéril, colgados por el cuello hasta morir, mientras sus amos continúan asesinando impunemente y a traición a sus mujeres indefensas con el mismo arma, la misma munición y la misma astucia con la que abatieran hace sólo un rato, en medio de la inmensidad del campo, a las amedrantadas liebres visiblemente preñadas?.
Yo, por suerte, ni ninguno de mis familiares y amigos nos consideramos incluidos entre esta ralea de la que se compone, desgraciadamente, el desafortunado pais en que nos ha tocado vivir.
Son las incongruencias de la vida. Ahora dispone uno de más tiempo para verlas. No las entiendo y las veo casi a diario en muchas otras cosas que me rodean.
ResponderEliminarEs verdad, Dorta.
ResponderEliminarHubo una época en que me gustaban las corridas de toros pero he reflexionado mucho al respecto y hoy no soporto la agonía de ningún animal. Siempre que puedo, las critico critico.
Rubrico todo lo escrito por el Sr. Zoilo López, no soy nacionalista, no me gustan las banderas porque todas acaban teñidas de sangre y por eso aborrezco esa bien llamada "Fiesta Nacional".
ResponderEliminarSaludos. Efi
...Y encima decoran sus salones con las cabezas embelsamadas con sus horrorosos ojos de cristal, yo que me precio de haber nacido trabajadora del arte, me avergënza y me indigna que ésto se considere como tal.TG.
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