LA VERACIDAD DEL TEXTO EN ALUSIÓN A LA DURA REALIDAD NO ES PURA COINCIDENCIA:
Bruno y yo tenemos un amigo común con el que él suele coincidir con alguna frecuencia y con el que yo, por la distancia que hoy nos separa, no suelo hacerlo tan a menudo; de lo que me arrepiento muchísimo porque Jorge Rodríguez, que así se llama, fue un excelente compañero en unos años que para mí resultaron muy aciagos y que sin su desinteresada ayuda no hubiera podido salir adelante.
Cierto día y aprovechando que yo continuaba todavía dedicado a la musica en vivo, Jorge me conminó a que formara con él una modesta sociedad dedicada a la explotación de un coqueto Bar con terraza cuyo nombre también fue legendario allá por los años 77-78. Yo acepté encantado y ámbos decidimos hacernos cargo del MARCO POLO, sito en una de las terrazas de los Apartamentos Martina, propiedad del empresario canario Manuel Yanes Barreto, de infausto nombre para mi honroso recuerdo, todo hay que decirlo.
Nunca me inmiscuí en los asuntos particulares de Jorge ni tampoco él me decía como tenía que hacer yo mi trabajo. Compartíamos las mismas aficiones y nos tolerábamos mútua y respetuosamente.
Muy pronto el Marco Polo comenzó a verse desbordado por la gran popularidad alcanzada de improviso y no había noche en que no se dieran cita en sus instalaciones decenas de jóvenes ávidos de música, bebida y diversión.
La perfecta simbiosis entre Jorge y el Marco Polo dió lugar, todo sea dicho de paso, a muchas especulaciones por parte de sus detractores, no obstante, la oferta del local, desde el punto de vista artístico, fue paulatinamente enriqueciendose con la insólita presencia de algunos buenos músicos locales, pianistas en su mayoría, como el argentino Pato, Boby Galán y algunos otros como era el caso del uruguayo Roberto para quién Jorge compró en su día unas preciosas “congas” con las que el maestro solía amenizar las agitadas noches de entonces.
Sin embargo, después de un cierto tiempo, un luctuosos suceso vino a empañar la hasta ahora buena marcha del negocio. Misteriosamente, alguien, al parecer, totalmente ajeno al entorno del Marco Polo, según se dijo entonces, había accedido a él de madrugada por una puerta interior que ni siquiera estaba forzada y prácticamente lo había expoliado en su totalidad. En un sentido, a mi me tocó la peor parte ya que el equipo de amplificación, sus altavoces, los micrófonos, etc., también desaparecieron con el resto y lo peor de todo es que yo no disponía en aquel momento del suficiente capital como para hacerme con otro nuevo. Y así comenzó el principio del fín.
Hasta donde yo sé, mucho más misteriosa y absurda fue la reacción habida de la Guardia Civil cuando me personé en el Cuartelillo a formular la correspondiente denuncia y, de hecho, tuve que abandonarlo sin haberlo conseguido.
Lo primero y único que me preguntaron fue lo siguiente:
¿En calidad de que y por qué razón deseaba yo formular la denuncia si, oficialmente, a ellos no les constaba en absoluto que yo trabajara allí? Como yo les contestara que ahora si que lo sabían y que además había sido víctima del robo de mis “herramientas” de trabajo, indispensables para mi propia subsistencia, el inspector de guardia sólo atinó a confesarme que no podrían hacer nada al respecto por cuanto, si bién ellos conocían perfectamente el incidente acaecido por estar al corriente de las actividades desarrolladas en el Bar, al encontrarse involucrados en tan lamentables hechos delictivos ciertos jóvenes pertenencientes a determinada e importante familia con intereses puestos, casualmente, en aquel mismo establecimiento sería mejor que olvidara inmediatamente el caso para siempre prometiéndome, no obstante, que en su momento ya me avisarían cuando voluntariamente, tal y como la Benemérita había previsto, los ladrones devolvieran, según lo pactado, la totalidad del botín.
Ni que decir tiene que nunca me avisaron y que , por supuesto,tampoco recuperé nunca lo robado. Poco tiempo más tarde, acuciado por la imperiosa necesidad que me afligía, me ví en la necesidad de marcharme definitivamente a Barcelona.
Suena a argumento de cine negro pero todo el relato es rigurosamente cierto.
Pero lo más curioso del caso aconteció algún tiempo después. Lo que había sido hasta entonces el popular MARCO POLO, fué rebautizado con el nuevo nombre de BAR DE SUSO y regentado esta vez por los jóvenes hijos de MANUEL YANES BARRETO. ¿No les parece sospechoso?.
¡¡MENUDA MAFIA LA DE ENTONCES!!.
La mafia de entonces era producto de la dictadura, ahora existen los políticos.
ResponderEliminarDesde lo más recóndito del Africa Central . Les mando un cordial saludo a todos. Esta historia me recuerda los tratos tenidos con los pigmeos cuando me quitaron lo puesto en la ruta del Zambeze.
ResponderEliminarSir Stanley
Tan lejos y tan cerca,Estuve a ..solo cruzar la calle subir las escaleras del Martina , sentarme en la terraza y disfrutar de tu musica con unas pintas de Porter, que entre boleros y algún punto cubano hubiesemos saciado el deseo de todo lo bueno. Asi han pasado los años.De la misma forma que en el Paprika. (Lo que me perdí) Pero como dice el refrán , Nunca es tarde si la dicha es buena.
ResponderEliminarBienvenido amigo.
F.Telvi