RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Crónica de JUAN CRUZ en memoria de mi querido hermano

19 abril, 2010 - 10:48

Un amigo

Tuve un amigo en mi adolescencia que me ayudó a conservar la risa en un tiempo que era muy poco propicio a la risa. Tenía un gran sentido del humor, mostraba siempre una enorme disponibilidad de tiempo, era capaz de conversar de cualquier cosa con tal de tener a los demás entretenidos. La vida luego nos llevó por circuitos distintos, y de vez en cuando recibía noticias suyas a través de gente de mi pueblo o de alguno de sus parientes. Se llama José López Bonilla, y murió ayer, después de una enfermedad muy grave, de enorme sufrimiento. Era hermano de Zoilo López Bonilla, artista plástico, fotógrafo que almacena en su memoria algunas de las mejores instantáneas del Puerto de la Cruz de nuestra generación. Pepe era su hermano menor. Vinieron al Puerto cuando yo era un chiquillo, y conocí pronto a Pepe. Él trabajaba en la recepción de un hotel, cerca de mi colegio, y por las tardes, cuando yo no iba a clase, que era con mucha frecuencia, charlábamos por teléfono de todo lo que sucedía en el pueblo. Su sentido del humor se parecía a ese humor caribeño que luego descubrí en Tres tristes tigres; era chispeante y feliz, rapidísimo, contaba las cosas con la alegría de quien se las encuentra frescas en su ingenio; su generosidad conmigo fue grande. Se quitaba tiempo del tiempo que tenía para contarme historias de su invención con las que me mantenía alerta acerca de lo que sucedía en la vida que estaba más allá de mi cama y de mi casa. Mi hermano, que era muy diestro en el manejo de los aparatos eléctricos o electrónicos, cambio de sitio el teléfono de baquelita de mi casa, lo quitó de la entrada y lo colocó en la cabecera de mi cama, para que en días de convalescencia, que eran muchos, pudiera hablar con dos amigos, Pepe y Rafa; Rafa era --y es, afortunadamente-- Rafa Cobiella, compañero de clase. Rafa me contaba qué pasaba en el colegio y Pepe me contaba qué pasaba en la vida. Ese mismo teléfono me sirvió luego para comunicar con el periódico Aire Libre, que es donde empecé a publicar mis crónicas, como corresponsal futbolístico en la zona norte de la isla. Hasta mi casa llegó después Salvador Pérez, que se firmaba Paladín, y era el que se llevaba esas crónicas directamente a la redacción de aquel semanario. Pero mi manía telefónica, que muchos amigos me reprochan, nació precisamente para hablar con Pepe y Rafa. Pepe ya no está, y eso me produce una congoja, una herida, de la que he querido escribir hoy en medio de un día nublado, extenuante, en la ciudad postiza. Pepe López Bonilla, un ingenio inagotable cuyos días acabaron pero cuya memoria me llena de gratitud y de buen recuerdo.


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