Tratar de engañar a MURPHY aún manipulando sus propias leyes resulta del todo imposible. Prueba de ello es lo sucedido a un buen amigo mío cuyo nombre no menciono, precisamente, para preservarlo de las iras del propio MURPHY. Este amigo, licenciado en Historia del Arte, trabaja en solitario en un pequeño Museo Diocesano a dónde, según él, nadie acude, excepto cuando trata de advertir al visitante de su momentánea ausencia por visita al W.C. por medio de un cartelito pegado en el cristal de la puerta que justificaría así su no presencia. En ese mismo instante, inesperadamente, siempre suele presentarse alguien con lo que, mi amigo, mientras dure su recorrido por el lugar, tratará de contener sus extremas necesidades fisiológicas. Él atribuye este desafortunado contratiempo a la famosa Ley de MURPHY sobre el particular.
Como quiera que lo que desearía mi amigo es recibir al mayor número de visitantes posibles en su diminuto Museo, tomó la ocurrente decisión de dejar pegado para siempre el socorrido mensaje sobre el cristal de la puerta, intentando así creer burlar a MURPHY y aprovecharse de paso de su propia Ley mientras el local rebosaría siempre de numeroso público.
Pero nada de eso ocurrió porque a MURPHY es imposible engañarle. Sin embargo yo le propuse una segunda alternativa que si bien no garantizaba en absoluto la presencia de público que él hubiera deseado en el Museo si que no tendría problemas en satisfacer felizmente sus perentorias necesidades fisiológicas en el futuro. La opción en cuestión consistiría en acudir al W.C. siempre que lo necesitara sin mecesidad de colocar cartel alguno que lo justificara.
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