RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

lunes, 23 de enero de 2017

LA FAVORITA

En un falso alarde de cronista ficticio al que soy tan aficionado últimamente, me he propuesto de inmediato consultar con inusitado interés las hemerotecas de los últimos decenios de nuestra era para tratar de aproximarme lo más objetivamente posible a una supuesta realidad que  ha vuelto de nuevo a ponerse de manifiesto estas últimas semanas en el seno de la sociedad española y que atañe, sobre todo, a la reputación de la Casa Real de la dinastía borbónica en nuestro país. Y, claro, he encontrado numerosos testimonios que demuestran las habidas relaciones amorosas de las que tanto se habla estos días en las distintas  tertulias televisivas entre la conocida corista Bárbara y el que fuera otrora monarca del estado español Don Juan Carlos I.
Tratando de esclarecer el trasfondo de esta apasionada y turbulenta relación, en ningún caso desmentida oficialmente todavía, ha llegado hasta mí, casi sin pretenderlo, una significativa noticia de hace unos lustros, publicada en uno de los diarios de mayor tirada de este país, mediante  la cual se constata la sorpresiva visita realizada en su día por el entonces monarca, -en calidad de discreto asistente-, a una representación nocturna del espectáculo circense del prestigiosos domador Ángel Cristo y en el que también actuaba, como principal estrella femenina del gran elenco, la bellísima Bárbara. 

Según cuenta la vieja crónica consultada, ante la tan inesperada visita del Rey, el domador Ángel Cristo, en su honor,  creyó prudente sorprenderlo con un nuevo y arriesgado número de doma no representado hasta entonces en pista y que tendría como protagonistas a la bella ex-vedette Bárbara y al más fiero de sus veteranos leones.
Al parecer y según anunciara el propio domador aquella noche desde la pista central, Bárbara se sentaría entre el público asistente, en la zona más alta del graderío y el fiero león, excarcelado durante unos minutos de su aburrido confinamiento, ascendería lentamente hasta ella para,  valiéndose sólo de sus enormes fauces, arrebatarle limpiamente el diminuto terrón de azúcar que la bella mantendría, hasta su llegada, entre sus sugerentes labios. Después de su inocente azaña,  el tan temido felino regresaría de nuevo al interior de su espaciosa jaula metálica.
Mientras el león ascendía el graderío, el numeroso público asistente, atemorizado pero en silencio, iba retirándose con  mucha precaución hacia los costados, dejando un ancho pasillo por el que la fiera se acercaba, cada vez más, hasta la bella que, impaciente, esperaba el encuentro, sentada cómodamente y con el blanco terrón de azúcar todavía entre sus carnosos labios rojos. Una vez el león hubo consumado la enorme proeza de apoderarse limpiamente del terrón, con la misma tranquilidad con la que Bárbara había permanecido hasta entonces, también la fiera, soportando ahora los atronadores aplausos que les dedicaba el numerosos público bajo la carpa congregado, regresaría con éxito y sin novedad a su involuntario exilio de siempre.




De súbito, la graciosa figura del Rey emergió de entre el público,
 -ya cómodamente sentado,- para, -puesto totalmente en pié y dirigiéndose al domador con voz profunda y atronadora-, gritar:
¡Fraude! ¡Fraude!

¿Fraude, Majestad? -inquirió con amargura el domador desolado-.

Sí, fraude. -contestó el monarca fingiendo total convencimiento para luego, en tono aún más jocoso si cabe, añadir: eso lo hago yo mucho mejor que el león.

Tras la ocurrente respuesta, a Ángel Cristo le cambiaría por fortuna el semblante mientras los cientos de asistentes a la fabulosa representación nocturna aplaudían a rabiar el magnífico sentido del humor demostrado por el Rey.

Al parecer, este sería el feliz comienzo de una futura y entrañable amistad entre la valiente y bella Bárbara y el Rey de España que habría de durar lo que en realidad duró: muy poco.

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