Los enlaces matrimoniales habidos entre las distintas dinastías de las viejas monarquías europeas, sólo en muy contadas ocasiones han obedecido al único interés de los contrayentes en función del supuesto amor que ambos se profesaban y que, a mi juicio, -si así hubiera sido siempre-, las consecuencias se podrían haber evitado y el resultado final se hubiera también alcanzado con mucho menos dramatismo y ausencia de dolor para el futuro de los jóvenes contrayentes. Tales enlaces obran, la mayoría de las veces, en función de una justificada causa suprema como, por ejemplo, pueda ser la causa de estado, con la única exclusiva intención de establecer o afianzar beneficiosas alianzas concretas en materia de seguridad nacional, estrategia militar, geo-política o económica de las que se aprovecharían indistintamente los dos países implicados.
Si el matrimonio entre D. Juan Carlos y Dña. Sofía pudo ser de esta naturaleza, ¿que ventajas a supuesto, -desde el punto de vista político-, para Grecia y España la manifiesta infelicidad durante tantos años de la regia pareja?
Otra cosa muy distinta es la que, en este sentido, ocurre entre las clases menos afortunadas de nuestra sociedad moderna porque su único y auténtico patrimonio no consiste en absoluto en los escasos o nulos bienes materiales que puedan o no poseer los implicados sino que está basado en la profunda fidelidad que se profesan ambos a partir de un férreo compromiso de amor que está muy por encima, aunque estrechamente vinculado, a las las espectativas de futuro que esperan les depare el destino. En tal sentido y desde un punto de vista del todo irónico, el verdadero amor parece ser sólo patrimonio de los pobres. No obstante, las infidelidades están también a la orden del día pero no perjudican en absoluto a la seguridad nacional, por ejemplo.
No voy a entrar a juzgar las relaciones extra-matrimoniales acontecidas, -si es que las hubo-, en el seno de la casa real española. En una sociedad moderna como la nuestra, se supone que sus miembros se consideran lo suficientemente responsables de sus actos, también en materia amorosa, como para gestionarlos exclusivamente en familia. Lo que no me parece tan bien es como y de qué manera se ha indemnizado con tanta generosidad a la favorita del Rey y si ello ha sido a expensas del erario público porque en ese caso si que ha podido constituir parte de su delito, -que no su infidelidad,- y en segundo lugar, si el resto del delito ha consistido en una amenaza real para la seguridad nacional a raiz de que la prensa hiciera pública la posesión por parte de la Favorita de abundante material fotográfico y sonoro recogido durante las visitas del monarca al domicilio de su amante tendría que rendir cuentas ante la Justicia española.
Se me antoja que nos encontramos ante un lamentable y grave caso como el llamado CASO PRÓFUMO que en mil novecientos sesenta y tres desató un escándalo político de gran dimensión en el Reino Unido después de que se supiera que el ministro entonces de la guerra Jhon Prófumo mantenía relaciones con la guapa, también corista, Christine Keeler quién, a su vez, pasaba información al espía soviético, con el que también se veía, Yevgeny Ivanov.
Ni que decir tiene que debido a ello, no sólo Prófumo renunciaría inmediatamente a su cargo como ministro de la guerra sino que meses más tarde también lo haría el primer ministro Harold Macmillan alegando "problemas de salud". Un ejemplo.
Si el matrimonio entre D. Juan Carlos y Dña. Sofía pudo ser de esta naturaleza, ¿que ventajas a supuesto, -desde el punto de vista político-, para Grecia y España la manifiesta infelicidad durante tantos años de la regia pareja?
Otra cosa muy distinta es la que, en este sentido, ocurre entre las clases menos afortunadas de nuestra sociedad moderna porque su único y auténtico patrimonio no consiste en absoluto en los escasos o nulos bienes materiales que puedan o no poseer los implicados sino que está basado en la profunda fidelidad que se profesan ambos a partir de un férreo compromiso de amor que está muy por encima, aunque estrechamente vinculado, a las las espectativas de futuro que esperan les depare el destino. En tal sentido y desde un punto de vista del todo irónico, el verdadero amor parece ser sólo patrimonio de los pobres. No obstante, las infidelidades están también a la orden del día pero no perjudican en absoluto a la seguridad nacional, por ejemplo.
No voy a entrar a juzgar las relaciones extra-matrimoniales acontecidas, -si es que las hubo-, en el seno de la casa real española. En una sociedad moderna como la nuestra, se supone que sus miembros se consideran lo suficientemente responsables de sus actos, también en materia amorosa, como para gestionarlos exclusivamente en familia. Lo que no me parece tan bien es como y de qué manera se ha indemnizado con tanta generosidad a la favorita del Rey y si ello ha sido a expensas del erario público porque en ese caso si que ha podido constituir parte de su delito, -que no su infidelidad,- y en segundo lugar, si el resto del delito ha consistido en una amenaza real para la seguridad nacional a raiz de que la prensa hiciera pública la posesión por parte de la Favorita de abundante material fotográfico y sonoro recogido durante las visitas del monarca al domicilio de su amante tendría que rendir cuentas ante la Justicia española.
Se me antoja que nos encontramos ante un lamentable y grave caso como el llamado CASO PRÓFUMO que en mil novecientos sesenta y tres desató un escándalo político de gran dimensión en el Reino Unido después de que se supiera que el ministro entonces de la guerra Jhon Prófumo mantenía relaciones con la guapa, también corista, Christine Keeler quién, a su vez, pasaba información al espía soviético, con el que también se veía, Yevgeny Ivanov.
Ni que decir tiene que debido a ello, no sólo Prófumo renunciaría inmediatamente a su cargo como ministro de la guerra sino que meses más tarde también lo haría el primer ministro Harold Macmillan alegando "problemas de salud". Un ejemplo.
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