El arma blanca aparentemente homicida, con toda probabilidad, habría pertenecido al jefe indio Toro Sentado (Sitting Bull) pero en aquel entonces en que los niños nos convertíamos a diario en indios siouxs, apaches, comanches, pies negros, etc., etc., no existían enemigos tan peligrosos ni codiciosos como pudieran serlo en este siglo rostros pálidos tan conocidos como Rodrigo Rato, Miguel Blesa, Luis Bárcenas, Ignacio González, Francisco Granados y tantos otros culpables de esquilmar a las naciones indias infantiles que, en nuestros juegos, cubiertos de plumas, representábamos con tanta dignidad.
Hasta tres puñaladas consecutivas logró el agresor asestarle en el costado con aquel sencillo cuchillo de goma que aún guardaba desde que era niño como regalo de Reyes que recibiera de sus padres en su día y que ahora, -después de más de cincuenta años-, había utilizado blandamente y sin reparos para intimidar de muerte necesaria al célebre estafador Rodrigo Rato.
Hasta tres veces el cuchillo se había doblado sobre sí mismo por su condición de simple juguete infantil relleno de aire pero la víctima, aterrorizada, supuso que le habían perforado el hígado o el intestino delante mismo del cajero automático del que, sólo hacía unos segundos, había logrado extraer con suma facilidad quinientos euros en un solo y rígido billete. Mientras Rato se palpaba perplejo el abdomen, el agresor blandía el largo cuchillo de goma teñido de aluminio ante el macilento y desencajado rostro de la víctima al tiempo que le advertía seriamente que la próxima vez sería con otro muy distinto y eficaz, de acero inoxidable, limpio y totalmente rígido. Aun así, el agresor, un corpulento funcionario público jubilado, no dudaría en reclamarle para sí aquel rígido billete de quinientos que la víctima, momentos antes, ya se había guardado celosamente en su lujosa cartera.
En la esquina más próxima al cajero, otros cuatro sonrientes jubilados, pertenecientes todos ellos a la misma banda, esperaban impacientes el feliz desenlace de la acción llevada a cabo por su aguerrido compañero con la esperanza de repartirse a partes iguales el preciado botín obtenido con tanta aparente facilidad a razón de cien euros para cada uno de ellos.
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