Todo lo ocurrido últimamente en el Parlament de Catalunya en relación a la tan anhelada creación de una república catalana prevista por Junqueras y Puigdemont, presumiblemente independiente del Estado español en un futuro próximo y con el soporte añadido de los votos a considerar en las probables urnas y apoyados por un posible aunque todavía dudoso resultado mayoritario de miles de ciudadanos afiliados a los distintos partidos, tanto independentistas como no, debo confesar que el formato precipitadamente elegido por sus representantes electos para alcanzar tal emancipación del Reino de España, ha acabado desbordándome del todo. Me he sentido desbordado, sobre todo, por las formas arbitrarias planteadas por la mayoría soberanista en la Cámara catalana y por el más absoluto menosprecio demostrado sobradamente por los independentistas JUNTS PEL SÍ (Jxsí), y la CUP, al derecho, no sólo de participación sino, además, de opinión de la minoritaria oposición parlamentaria y que tan pocas oportunidades han tenido de pronunciarse y argumentar en contra de las conclusiones de la Mesa para configurar estructuras de estado a lo largo de las distintas sesiones en el Parlament y dar a conocer con sus opiniones sus también lícitos planteamientos de acuerdo a las distintas interpretaciones que éstos hacían de los aparentes controvertidos y discutibles artículos que establece la Constitución española respecto a las recomendaciones sobre el derecho a decidir.
Bien es verdad que, -a mi modesto criterio-, habría que distinguir, históricamente hablando, entre movimiento “separatista” y movimiento “independentista”. La tan ansiada independencia hoy reclamada, más o menos democráticamente, no es sólo un simple deseo arbitrario de secesión sino un profundo sentimiento arraigado celosamente y transmitido entre el pueblo catalán, cuando no, heredado de abuelos a nietos y de padres a hijos, en un nuevo escenario político, social y económico que no se corresponde hoy con el vivido hace quinientos años pero que, sin embargo, perdura y madura en la memoria emocional y colectiva de la mayor parte de los catalanes. Por lo tanto, no puede considerarse sólo un capricho de una minoría sino, como ya he dicho, el fruto de una conciencia nacionalista generalizada que desea ver cumplido de inmediato su futuro.
De manera que, por la condición foránea que me atañe, no me encuentro en óptimas condiciones para opinar con la debida objetividad que se precisa sobre el deseo, casi unánime, de dar cumplimiento a una voluntad ancestral largo tiempo esperada de la que, por otra parte, sí que creo que también servirá para intentar ocultar del todo, bajo la gran y pesada alfombra estelada, la enorme corrupción llevada a cabo por numerosos políticos catalanes. Alfombra sobre la que, además, habrán de desfilar el 1º de Octubre, al compás de Els Segadors, millares de catalanes convencidos, camino de las probables urnas, en cuyos fondos, cubiertos ya de suficientes papeletas, se diluirán las muchas sospechas habidas por malversación de capitales, cohecho, prevaricación, etc., etc., que algunos honorables responsables esperan con entusiasmo que tal olvido se produzca, camuflado también entre tanta supuesta algarabía ciudadana.
A partir de aquí, son muchas las dudas que, -en caso de una hipotética desconexión de España-, asaltarán a muchísimos ciudadanos que como yo, -foráneo y además ex funcionario jubilado de un Ayuntamiento catalán y con más de treinta años de residencia en Cataluña-, quedaríamos, por ejemplo, en una situación, cuando menos, de total desamparo y sin protección aparente, pendientes de una o doble ambigua nacionalidad que regularice nuestra nueva situación jurídica en una futura republicana Catalunya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario