¿Cuánto hubo de
simbolismo, según la Sra. Forcadell, en la pasada declaración de independencia
de Cataluña y cuál ha sido el saldo positivo cosechado con su intervención como
presidenta del Parlamento de Cataluña?
Desde mi punto de
vista, cero. Cero en cuanto a carácter simbólico como también en cuanto a saldo
positivo de toda la operación soberanista porque si la intención hubiera sido meramente
simbólica, hubiera bastado con una simple performance que hubiera evitado
tanto gasto a costa del erario público además de haber dado sentido a los
anhelos de miles de catalanes sin que todos ellos hubieran tenido que verse
arrastrados por sus líderes a salir tantas veces a la calle a exigirla de
manera tan categórica y con un saldo tan negativo para sus republicanos intereses.
Para ello existe, por ejemplo, el teatro.
Comprendo que cualquier
estrategia frente al temido artículo 155 de la Constitución española con tal de
evitar la entrada en prisión hubiera sido válida, sin embargo el cálculo de los
graves riesgos a los que se enfrentaban los responsables no fueron lo
suficientemente valorados para salir indemnes de la situación creada, de lo que
se desprende que la Sra. Forcadell tuvo que verse en la imperiosa necesidad de
mentir ante el Tribunal Supremo si lo que quería era conservar la libertad y,
también, la de los suyos. Y eso es comprensible.
Negarse a declarar, -ni
siquiera en tu propio beneficio, a la fiscal-, como lo hicieran en su
comparecencia el vicepresidente Junqueras y sus adláteres también comporta un
cierto riesgo a tenor de la falta de tiempo alegada en su favor por los
abogados para preparar la defensa.
Y, por último, ¿Qué
decir de la rocambolesca salida de Cataluña del Presidente y el resto de
miembros de su gabinete hacia Bélgica? ¿Es también un exilio simbólico el suyo?
No lo creo; aunque si admito que intentar mantener un gobierno fuera de las
fronteras de lo que pudo haber sido la República de Cataluña sí que me parece
el acto más simbólico de todos los posibles.
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