Entiendo muy bien a mis colegas de opinión cuando se
declaran ya cansados para volver a hablar
sobre el contencioso catalán que nunca se cierra del todo pero yo, como charnego que me considero en Cataluña, sí
que me siento casi obligado a hacerlo.
A pesar de que nos encontramos de nuevo en el punto
de partida, el llamado procés catalán
no termina de definirse del todo; ni siquiera gracias al conjunto de fuerzas
independentistas que en estas últimas elecciones han alcanzado mayoría
parlamentaria, hecho que a Ciudadanos, por otra parte y con ser el partido más
votado, no le ha servido de mucho; ni tan siquiera para medrar frente al resto
de sus oponentes políticos.
Todo hace suponer que si alguien no lo remedia,
volveríamos a celebrar nuevas elecciones, toda vez que la aplicación del tan
temido artículo 155 mantiene aún en prisión a Junqueras y prófugo de la
justicia española a Puigdemont y, por lo tanto, con muy escasas esperanzas
entre sus respectivos partidos en ponerse de acuerdo en elegir un presidente a
tiempo.
Si a ello le sumamos la creación de un nuevo frente
anti independentista en Cataluña que bajo las siglas PAB (Plataforma por la
autonomía de Barcelona) aboga por la segregación de Barcelona y Tarragona bajo
la denominación de TABARNIA y con la que tratan de aislar a ambas del desafío
independentista, el panorama político catalán no ofrece, a priori, ninguna vía
factible de solución inmediata.
En cualquier caso, una gran parte del electorado
independentista no tan sólo confía plenamente en las promesas vertidas por sus
distintos representantes elegidos sino que además creen llegar a lograr la
ansiada independencia de Cataluña por la vía estrictamente pacífica que tanto
se han molestado en demostrar desde el 1º de Octubre pasado. En concreto,
durante esta última semana, Oriol Junqueras ya ha estado representando su papel
de Gandhi occidental frente a los tribunales catalanes atribuyéndose cualidades
de hombre de paz además de alegar en su propio favor la pasividad de sus firmes creencias religiosas.
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