En mi extensa galería de personajes populares del
Puerto de la Cruz no podía faltar la inefable figura de LOLO. No sé exactamente cuántos
años habrán pasado desde su desgraciado accidente mortal de automóvil pero su
imagen estará siempre presente y ligada a las rutilantes noches portuenses de
las décadas 70-80 a las que con tanto esplendor contribuyó gracias a su delicada
elegancia y glamour.
Apenas le conocía pero recuerdo haber entrado una
noche en el DIANA, -restaurante situado entonces en lo que hoy es el mirador de
la Punta del Viento y en cuyos bajos se abría el GOLDEN CLUB-, y jamás olvidaré
la agradable sensación de libertad que me produjo viéndole bailar un cha-cha-cha
francés en compañía de la atractiva propietaria del local, con aquel swing tan característico suyo,
seguramente aprendido de Gene Kelly, Ginger Rogers o Fred Astaire.
Debo reconocer su extraordinaria valentía al no
renunciar jamás, pese a todo, a su innata inclinación sexual que jamás trató de
ocultar y que, sin embargo, no le impediría en absoluto cosechar cientos de amistades
en todos y cada uno de los estamentos de la sociedad portuense de la época. Sin
ni siquiera haberlo expresamente pretendido, con su actitud desenfadada y
jovial, LOLO hizo que a lo largo de tantos años de entusiasmo colectivo los
portuenses hubieran decidido desde siempre tomar conciencia del significado que
suponía para muchos otros su condición de homosexuales durante la todavía difícil
y oscura etapa del franquismo.
La tolerancia y permisividad que también pude
constatar entonces asumida por parte del conjunto de la población portuense
también fue muy digna de todo encomio lo que a su vez permitió a muchos a vivir
permanentemente y sin traumas fuera del oscuro y misterioso armario, bajo la luz
siempre radiante que la primavera eterna del Puerto de la Cruz ofrece.
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