A Antonio Plasencia, el primero por la derecha en la foto, se le conocía por el alias de El Pirulí y vivió en el callejón de La Pirulina, en la calle Mequinez. Fue figura clave durante años en las fiestas patronales del Puerto de la Cruz como organizador y animador de los concursos infantiles de pesca. Estuvo durante casi toda su vida vinculado también al futbol infantil. Según algunos testigos hoy ya mayores, Antonio se dedicó en su día a la compra de chatarra, razón por la cual muchos niños de entonces acudían a él para venderle algunos metales, musgo seco y botellas vacías a cambio de algún dinero que ellos agradecían profundamente.
Se consideraba un gran devoto de la Virgen del Carmen y de ello dan testimonio hoy su mujer Manuela y sus hijos Pedro, Toño, Meli y Cándido.
Mario “El Ruso”, a quién aprecio en particular, me ha referido una vieja anécdota que merece la pena contarla aunque sólo sea por la popularidad manifiesta de sus personajes:
“En un tiempo en que el popular, adinerado y, sin embargo, tacaño Piqui Fernández jugaba de lateral derecho en el Puerto Cruz, El Pirulí era por entonces el encargado, entre otras muchas cosas, de limpiar y repararle las botas, de hacerle una infusión de té con limón y mucha azúcar antes de los partidos, etc., etc.
Cierto día, el mentado Piqui necesitó, al parecer, un especial favor de El Pirulí a cambio de un saco de papas traído por el millonario desde su finca. Antonio cumplió sin dudar su compromiso pero el saco de patatas prometido nunca apareció.
A partir de aquel momento, siempre que Piqui Fernández le pedía un nuevo favor, El Pirulí, desconfiado, respondía muy serio: cuando me traigas el saco de papas”
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