No resultaba nada fácil fotografiar a estas personas en esas condiciones sin padecer un sensible estremecimiento en el momento pero ellos por si solos representaban con toda crudeza la mayor incongruencia pública de un opulento Puerto de la Cruz que entonces nadaba en la mayor abundancia de su historia aunque sin que por parte de las autoridades locales de la época prestaran atención alguna a un ejemplo de abandono social más que evidente durante aquellos años en los que me tocó ejercer de fotógrafo.
No me interesó nunca la postal como recurso artístico, aunque también las tengo. La denuncia en sí misma de alguien que no podía vivir con la suficiente dignidad intentaba yo convertirla en retrato de un sector de la sociedad que, ante mi objetivo, me preocupaba mucho de que, precisamente, aparecieran dignamente fotografiados en su hábitat diario y natural. En este caso concreto, en las proximidades del muelle, lugar donde a menudo se daban cita los casos más extremos. Los veía a diario y el drama para mí consistía en no saber quiénes eran ni como se llamaban cada uno de ellos y yo, tímido en esas cuestiones, por tal de no herir susceptibilidades, ni siquiera preguntaba; simplemente disparaba.
Puedo asegurar sin reservas que tampoco eran casos aislados. Poseo documentos gráficos que demuestran que eran muchos más aunque también sería de recibo afirmar que no todos ellos eran vecinos del Puerto de la Cruz.
Hoy he escogido al azar una de esas muchas fotos que obran en mi poder, representativa de esa temática social que como denuncia iba acumulando en mis archivos. En ella puede apreciarse perfectamente la mirada de uno de los dos. Del otro, sólo puedo asegurar que solía ganarse la vida como limpiabotas y luego de su precaria jornada laboral aprovechaba la proximidad del mar para dormir la siesta: o en el muelle, como en este caso o en San Telmo, donde también lo había fotografiado a menudo.
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