¿Quién iba a decirle a Lysístrata que con la promulgación de una huelga sexual acabaría con la guerra del Peloponeso entre Atenas y Esparta?
Se conoce como la primera huelga sexual de la historia, merced a la imaginación del dramaturgo Aristófanes de su comedia Lysístrata.
Lysístrata, además de a las de su ejército, también convenció a las mujeres del ejército enemigo a no mantener relaciones sexuales con sus respectivos maridos mientras éstos no desistieran de su empeño en seguir luchando ¡Y vaya si lo consiguió!
La revolución industrial impulsada en el Siglo XIX por el gran capital, condujo a la mujer a aceptar distintos empleos en el sector empresarial de entonces en condiciones poco recomendables pero todos sabemos la extraordinaria aportación que hicieron a la economía de los distintos países, sobre todo, europeos.
Hoy en día, la mujer no necesitaría, como otrora hiciera Lysístrata, recurrir a una huelga de carácter sexual para convencer al Estado de sus formales pretensiones en materia de igualdad frente a los hombres. Bastaría, -aprovechándose de los múltiples sistemas de interrupción del embarazo, con no traer al mundo durante un tiempo indeterminado a ningún bebé mientras no se les garantizara aquellos derechos que implica ser madre trabajadora además de esos otros que a sus hijos les corresponderían en materia de salud, educación, trabajo así como un sueldo digno llegada la edad laboral-, para que se paralizase por completo la tracción que sería necesaria para consolidar, de una vez por todas, nuestra debilitada Seguridad Social y ajustar las paupérrimas pensiones a las exigencias del mercado de trabajo. De modo que la inoperancia del útero femenino podría ser el arma más útil frente a la improductividad de un Estado que no tiene en cuenta los más elementales criterios de visión de futuro.
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