En el pasado, el único objetivo de la privación de libertad consistía exclusivamente en la expiación del mal causado sin tener en cuenta otros distintos aspectos de la personalidad del reo. Con ello se trataba de prevenir del delito mediante el efecto de la pena sobre la colectividad y tratar de ese modo de restaurar la tranquilidad social perturbada por el delito cometido y reafirmar la moral social de entonces.
En España, mientras viajaba de cárcel en cárcel interesándose por la situación de las mujeres encarceladas, Concepción Arenal acuñaría la célebre frase que le honra: “ODIA EL DELITO Y COMPADECE AL DELINCUENTE”.
Ella siempre creyó en la reeducación, en la rehabilitación e inserción social del reo, en una España del siglo XIX donde un altísimo porcentaje de la población era prácticamente analfabeta. La asistencia a la escuela, a los colegios y a las Universidades, en definitiva, a la educación, era un privilegio de los que muy pocos podían disfrutar y, por lo tanto, los conceptos básicos de ética y moral para todos aquellos miles de desheredados llegaban a las clases más bajas difundidos con ventaja por la Iglesia y propagados con un afilado sentimiento de culpa sobre sus feligreses, quienes por su condición marginal, podrían muy bien no distinguir entre el bien y el mal y sus funestas consecuencias, y eso entrañaba gran preocupación a las autoridades penitenciarias.
Llegados hasta aquí me pregunto si ilustres personajes de todos conocidos por, sobre todo, su condición de educados políticos que alcanzaron en las distintas Universidades españolas, durante su juventud, un éxito sin precedentes en sus estudios superiores, estarían hoy eximidos, como se espera, de su reeducación o reinserción social, sin que por ello las autoridades penitenciarias tengan que perder tiempo y dinero en su costosa rehabilitación, habida cuenta del inmenso bagaje ético-social y moral que, al día de hoy, aglutinan todos ellos desde su preparación universitaria.
A personajes de la catadura de Bárcenas, Ángel Aceves, Rodrigo Rato, Alberto López Viejo, Jesús Sepúlveda, Ricardo Costa, Francisco Camps, Undargarín y muchos otros con supuestos estudios superiores, solamente les quedaría la posibilidad, como único objetivo, la privación de libertad como expiación del mal causado, sin más. Es difícil concebir para gente tan culta aunque sin escrúpulos, reducciones de pena por buen comportamiento, por trabajos en prisión, etc., etc. Lo que exige la sociedad es que cumplan la pena íntegra que en su día les fue o les será impuesta en un futuro que se espera próximo.
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