Cuando hubo regresado del espacio, el enamorado astronauta depositó la pálida luna a los pies de la que fuera su amada de siempre. Visiblemente enfadada por la tardanza, ella se limitó a pisotearla de manera muy poco respetuosa y no como lo hicieran en su día Amstrong y Aldrin allá por los años 60.
Después de borrar pacientemente las huellas, el joven astronauta la devolvió de nuevo al espacio rompiendo para siempre el compromiso adquirido con la que hasta hoy habia sido su novia. Luego se suicidaría a sabiendas de que todos los astronautas muertos sólo pueden ir al cielo. Desde allí contemplaría impávido y para toda la eternidad el planeta Tierra semiiluminado, su satélite de luz prestada que nunca aceptó su novia y el reverberante astro rey: el Sol